miércoles, 30 de abril de 2014

Rosa – Fría, patinadora de la Luna (4). El pescador sin dinero. María Teresa León. Hermano, saca la red.





"Date prisa. Cal-y-Nieve; date prisa, que vienen a cenar esta noche muchos invitados principales."


Rosa – Fría, patinadora de la Luna (4)
El pescador sin dinero
María Teresa León

La simetría del mundo acostumbra a celebrar anualmente la ceremonia del funeral de los Otoños. Sin saber cómo ni por qué, los Otoños mueren colgados de los árboles del invierno oscuro una vez al año, igual que el sol vence a la luna todos los días al romper la madrugada. Los invitados se desperezan, se liberan de las altas temperaturas del verano que agoniza, salen del fondo de los armarios y baúles en los que pasan los rigores estivales. A la reunión acude el Frío acompañado de su mujer, la Nieve, que le acosa y que no le deja ni a sol ni a sombra de la luna con su avión de alas de hielo. Tampoco falta el Calor con impermeable, la Lluvia vestida de pajaritos verdes del brazo de los Truenos de etiqueta, firmes los pies y asentados en canoas “que sacan relámpagos a las montañas” y marcan el compás del tiempo.

Cal y Nieve busca al pescador para que traiga medusas, algas amarillas, peces, caballitos del mar… Comida suficiente para tanto invitado. El pescador despierta, echa la red de plata y saca un pez aún lagañoso con cara de sueño, la cocinera lo prepara con luces de bengala y hojitas de menta. 



"Montados en canoas los pies, que nadie conoce y con los que sacan relámpagos a las montañas."

El viento se encarga de inflar la casita para que todos los invitados encuentren acomodo en su interior. El primero en llegar es el calor porque los calendarios se confunden. La lluvia tarde, mal y nunca como siempre. 

Pero Dios omnipotente ya se iba cansando de la perfección, la eterna simetría del mundo. Aquellos iban a ser los últimos quejíos de los tonos amarillentos y cobrizos de los Otoños sobre la Tierra. Las escobas y el viento cubrían el sudario de los Otoños antiguos. Cuando el Trueno intenta trinchar el pescado con el rayo, el pez se rebela en el plato, clama a favor de los Otoños y exclama con la prontitud del rayo: “Soy lo imprevisto”, el portavoz de las protestas de las tardes ecuatoriales, “la indignación de los meridianos equivocados y la rabia de los paralelos.” Adosados a su cola trae las ciudades sin temblor en las tejas y la tristeza de los cuentos sin Otoños, arriba en la baca apretujados. La Tierra coqueta, privada del traje dorado, viene desmejorada, más triste sin las amargas  uvas de la ira y los membrillos amarillos que maduran con los últimos soles del tardío. 

El ruego del pez mágico surte efecto porque los inviernos oscuros temen llegar tarde y borrar bruscamente, sin previo aviso,  los cuadros azules de los calendarios. El trastorno sería grande para los medidores sordos e inclementes del tiempo. Dejaron vivir a los Otoños. 


"Los Otoños, con su quejido amarillo, que ya no volvería jamás a la Tierra."

El pescador que salvó de la muerte súbita a los Otoños se hizo un personaje importante y rico. Se puso una corbata de señorito fino. Cal y Nieve lo imitó. Quizás ahora podría casarse con el. Pero la competencia aumentó, todas las muchachas del pueblo querían  casarse con el famoso pescador acomodado. También se incrementaron las exigencias a cada petición de matrimonio. (Curiosa la inversión de géneros, ella es la que pide y es el quien exige dote para la boda). Primero pide que los pozos se llenen de estrellas, luego un arroyo para alojar unas sirenas en su seno. A continuación quiere atrapar las nubes, para ello necesita un gran estuario con gaviotas entrenadas a hacer de centinelas de las nubes. Cañones para defender la desembocadura del río rompen las baldosas de las calles del pueblo porque estaban mal asentadas, bailaban al pasar. Pero las nubes,  que son escurridizas,  no se dejan atrapar. 

Al comprar una bahía con nubes, se le antoja una nube azul que nunca pasaba. Un día aparece en el cielo una nube azul al oscurecer. Decide comprar el mar para atraparla, pero cuando se presenta en la casa que los Otoños le habían regalado en la cueva, en el arca solo quedaba un ochavito moruno, ni siquiera suficiente para comprar unas guindas que se regalan. Toda su riqueza, todo lo que compró: la bahía, el estuario, el río largo, ya no valía nada porque era patrimonio común. 


"Entonces el pescador se fue a llorar a unas rocas y llamó al pez verde"

- ¿Quieres casarte conmigo, Cal y Nieve?  Pregunta el pescador sin dinero. 
- ¡Ay, no! Que cuando yo quise, tu no quisiste, le contesta Cal y Nieve severa. 

El pescador desesperado se va a llorar su pena por los rincones. Llama al pez verde y este se lo traga sin compasión. 
-¡Qué tonto!


Saca la red, hermano saca la red,
que ya ha salío la luna,
no la vayas a coger.

Ayer cuando amaneció,
una mariposa blanca,
de un lirio se enamoró.
Lole y Manuel 

 


 Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Este cuento siempre me ha gustado: es contar el ciclo de la naturaleza desde dentro. ¿Y ese pescador inocente y tonto!
Qué maravilla reencontrame en tu blog con Lole y Manuel y notar que siguen gustándome hoy tanto con antes. Gracias por ello.

Abejita de la Vega dijo...

Este cuento aún no lo he leído, tus palabras me motivan a soñarlo. Lo soñaré.

Besos

Ele Bergón dijo...

Como Abejita, yo también voy algo más retrasada en los cuentos y eso que se leen de una forma muy fácil.

Estos cuentos de María Teresa León, son muy sugerentes y de ellos surge la inspiración para escribir. Eso denota que están escritos por una buena escritora eclipsada por su compañero Alberti.

Un abrazo

Luz

Paco Cuesta dijo...

Uno va dándose cuenta que para leer los cuentos hace falta un buen guía.
Gracias Pancho.
Un abrazo