lunes, 21 de abril de 2014

Rosa – Fría, patinadora de la Luna (3) La Tortuga 427. María Teresa León. Verano






"Horma en saco... Y a la entrada de la ciudad, chicharraco."

 
Rosa – Fría, patinadora de la Luna (3) 
La Tortuga 427 
María Teresa León 

Las tortugas son animales peculiares y misteriosos, fáciles de criar, difíciles de domar. Nunca se ponen malas y no te creas que andan perdiendo el tiempo en pensarte, ni en pensarse a sí mismas. Muy desdolidas, jamás las he oído quejarse de nada. Se clavan los puñales del invierno cuando el frío arrecia y se borran de la vida activa durante más de seis meses seguidos. Y así todos los años. Los niños no se arriman a ellas porque dicen que huelen mal. Es el trabajo que dan cuando están despiertas, bien vivitas y coleando: cambiarles el agua a diario y echarles de comer. Mis tortugas por no tener no tienen ni nombre (no están acristianadas, como tampoco lo estaba el burro de Sancho), yo las llamo por su tamaño: la Grande y la Chica e ignoro si son macho o hembra. Se les coge cariño a pesar de su mutismo y su mirada asustadiza dentro de  ojos de besugo. 



 "Le azotaron con sus colas los cometas"

Pues bien, un domador de tortugas no se presenta a una cita a la hora del té. En su lugar aparece una tortuga, la que lleva impreso el número 427 y última que el señor ha amaestrado. Pide 427 servicios de pasteles, de vasos de agua y servilletas, duda si será capaz de imitar y sustituir al dueño con decoro. Una presumida rana cantora imita estupendamente a su dueño de quince y los burritos blancos. 

Pide lechugas y cucarachas al crujir para comer, pero la camarera no la oye. Mete la cabeza en el caparazón y le vienen los recuerdos de lluvia continuada y la humedad del vientre oscuro de una ballena. Noé aparece barbudo y canoso, arrastrando unas barbas alargadas como algas, ralas con olor a cabra recién ordeñada porque se lava poco; escasea el agua. Se le acumula encima el abono que las aves de paso dejan caer desde lo alto. Se muestran sorprendidos por aquella lluvia, era la primera que caía sobre la tierra. De tanto caer, todo lo cubrió. Los pozos, los valles, los huecos completos, todos rebosantes  de agua y más agua. 


 "Por el interior de sus ojos ciegos seguía a sus hijos, a cada hijo suyo andando, andando, multiplicándose."

Noé junta a los animales en lo alto de un monte, los atrae con un canto y de paso selecciona las especies. Los grandes de tamaño no entraban, se quedan para hacer de grandes esqueletos en los museos de Historia Natural: “las casas apagaron las luces, los relámpagos quitaban las crestas de las águilas y se las ponían a los gallos, cortaban trozos de plesiosaurio y dejaban caimanes, cocodrilos y lagartos.” Tanta agua descargaron las nubes que el cielo se fundió con la tierra líquida. Deciden que Noé se encargue de alquilar unas cuantas  ballenas para salvar a los seres vivos con el agua al cuello, pero iban ya repletas de otros náufragos. Por fin, al cabo del tiempo, aparece una libre de inquilinos. Allí entre vísceras se alojan. La tortuga, dotada de su proverbial lentitud solo buena para algunas cosas, se retrasa, pierde la vez y no puede entrar. Se sube con esfuerzo a los lomos del enorme animal marino, “sola bajo el diluvio, presenciando íntegro el descarrilamiento de las nubes y el naufragio de la Tierra. Cabeceando, borracha de agua, presenciando prodigios.” La tortuga es la única que el día veintiuno ve el sol con aros de colores, hace las veces de Rodrigo de Triana del Arca de Noé, el mismo que grita “¡Tierra a la vista!” desde la Pinta cuando el Descubrimiento de América. Al cuadragésimo día dejó de llover. Regresa del cuento a la penosa realidad de una tortuga, a andar entre los hombres, a soportar las pisadas sin querer de mala gana. Sufre patadas, golpes y atropellamiento, como Sancho en la ínsula. Un perro le lame los ojos. La expulsan, la empujan a la calle cuando “el invierno dormía helado en los troncos y en las aceras”. Despeñada por una alcantarilla, desaparece la lenta tortuga de corazón de aceite entre goterones de tinta china, lagrimones de pena negra le empañan las paredes del caparazón. 


Summertime,
Child, your living's easy.
Fish are, fish are jumping out
And the cotton, Lord,
Cotton's high, Lord so high.
Gershwin/Joplin 






 Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

5 comentarios:

Paco Cuesta dijo...

Posiblemente haya un tanto de ironía al centrar la acción en un animal, como dices tan peculiar y misterioso.
Un abrazo

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Esta entrada tuya es un prodigio de escritura. Atrapa desde la primera línea. En efecto, María Teresa León salva el mundo a través de una tortura que solo tiene un número y acaba pateada y sola. Explícito.

Myriam dijo...

¡Me la he pasado en grande con tu versión de la T427! Gracias, Pancho

Abejita de la Vega dijo...

Son animales muy inexpresivos, pero veo que te inspiran cierta ternura.

La tortuga en el salón de té, qué miedo nos da ser como una tortuga en un salón de té, incomprendidos, extraños, distintos.

La tortuga salva al mundo y termina en una alcantarilla, así suele ser desgraciadamente. Aunque tal vez ella prefiera la alcantarilla y sus detritus a las 427 tazas de té.

Besos, Pancho.

A por el lobito malo que no es el lobito bueno al que maltrataban todos los corderos. Malo y tonto.

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Se nota que sabes del cuidado de esos animales de cuerpos tan extraños. Cuando mi hijo era pequeño tuvimos una, que debía tener aficiones de exploradora pues se nos escapaba y la encontrábamos en la base de un pequeño montículo al que había intentado subir y quedaba con la concha del revés, incapaz de darse la vuelta.
Quizás no sepa leer cuentos, pero en este de la Tortuga 427 he encontrado demasiado significativa la alusión a la alcantarilla...
Me ha parecido muy clara la referencia a algún poema de Alberti y a su genial musa anterior.

Un abrazo.