"La reciente impresión de tus triunfos... Prescindo
de más detalles, para explicarte por eso
como autumnal te envío este ramo de rosas".
Rubén Darío
de más detalles, para explicarte por eso
como autumnal te envío este ramo de rosas".
Rubén Darío
SONATA DE PRIMAVERA.
MEMORIAS DEL MARQUÉS DE BRADOMÍN (1) - VALLE-INCLÁN
MEMORIAS DEL MARQUÉS DE BRADOMÍN (1) - VALLE-INCLÁN
En un otoño frío, Rubén Darío envía un ramo de rosas al Marqués de Bradomín viajero desde Versalles doliente. En un claro ejemplo de la influencia del retorno americano, Valle-Inclán recoge el guante del nicaragüense universal y prosigue con las memorias del marqués carlista, gallego y cosmopolita. Nos traslada de la remota selva lujuriosa a la más identificable campiña “llena de misterio y rumores lejanos” al anochecer. Los cascabeles de las mulas que tiran del carruaje despiertan un eco en la campiña poblada de olivos y “antiguos sepulcros orillaban el camino y mustios cipreses dejaban caer sobre ellos su sombra venerable”.
La noche se nos echa encima en la vieja Europa. Todo parece indicar que nos hallamos en Italia porque Puerta Salaria nos suena a Imperio Romano. Llegan a la piadosa y almenada ciudad de Ligura con el canto del gallo. Bradomín también cuenta con linaje italiano. Es Bibiana di Rienzo. El Santo Padre le ha encomendado el transporte del capello cardenalicio para el obispo Gaetani que se muere en casa de una hermana. La Princesa Gaetani, dama española y viuda del difunto hermano de monseñor, tiene cinco hijas, como cinco soles, entre los cinco y los veinte años de edad. La mayor, María Rosario, es la única de ojos negros, el resto los tiene dorados como su madre. La Princesa se une al cortejo del viático. Todas juntas arrodilladas se unen en oración. Aún conserva en su porte el antiguo esplendor de su pasada juventud. Tiene “dorados los ojos y dorado el cabello” y la misma boca muy roja que Rubens le había pintado en el lienzo a María de Médicis. Hablan y recuerdan cuando él, de pequeño, se adormecía en su regazo. “Siempre he creído que la bondad de las mujeres es todavía más efímera que su hermosura”. Pensó para sí mismo el Marqués, empeñado en “hacer amigos” entre el género femenino.
Bradomín cree ver una llama de fanatismo trágico y sombrío en el fondo dorado de los ojos de la Princesa cuando ésta le informa de que María Rosario- en unos días- profesará en un convento. Saber que allí estará libre de las tentaciones del mundo compensará con creces, a sus ojos dorados, de una separación tan cruel como la muerte.
El monseñor postrado en cama le recibe con ojos vidriosos y moribundos, incapaz ya de hacer el gesto de la bendición con su mano derecha. Le balbucea que exprese a Su Santidad el testimonio de su gratitud. Cercado por las sombras de la eternidad acierta a confesar que “los honores, las grandezas, las jerarquías, todo cuanto ambicioné durante mi vida, en este momento se esparce como vana ceniza ante mis ojos de moribundo”. Dando así forma al disparate de hacer de Bradomín un irreverente confesor de obispos, poco importa que sea por delegación. Escucha los escrúpulos de un prelado que pide en sus oraciones por la conservación de la vida del Pontífice para verse así libre del peso de la púrpura del pastor supremo de almas.
Al abandonar la estancia del obispo agonizante, Bradomín confiesa a un mayordomo que prefiere para hospedarse el palacio de las cinco doncellas encantadas al Colegio Clementino de graves teólogos, nada le importa el olor a muerte ni que tengan la mortaja del obispo preparada.
Valle ha creado una atmósfera, un tono fúnebre de muerte y seriedad se ha filtrado en el palacio. Ha impregnado las estancias de gravedad y de sombras agónicas. Le costará desprenderse de ese aroma oscuro y opresivo de cámara mortuoria en la primavera de los amores.
El mayordomo, Polonio, le guía a su cuarto y le muestra los lienzos colgados en las paredes de su habitación honda y oscura. Y cree poner en evidencia los conocimientos pictóricos del Marqués que simula desconocer al Divino Leonardo y le compadece; mientras tanto, Bradomín apenas puede disimular la sonrisa burlona que se le dibuja en sus labios.
“antiguos sepulcros orillaban el camino y mustios cipreses dejaban caer sobre ellos su sombra venerable”.
La noche se nos echa encima en la vieja Europa. Todo parece indicar que nos hallamos en Italia porque Puerta Salaria nos suena a Imperio Romano. Llegan a la piadosa y almenada ciudad de Ligura con el canto del gallo. Bradomín también cuenta con linaje italiano. Es Bibiana di Rienzo. El Santo Padre le ha encomendado el transporte del capello cardenalicio para el obispo Gaetani que se muere en casa de una hermana. La Princesa Gaetani, dama española y viuda del difunto hermano de monseñor, tiene cinco hijas, como cinco soles, entre los cinco y los veinte años de edad. La mayor, María Rosario, es la única de ojos negros, el resto los tiene dorados como su madre. La Princesa se une al cortejo del viático. Todas juntas arrodilladas se unen en oración. Aún conserva en su porte el antiguo esplendor de su pasada juventud. Tiene “dorados los ojos y dorado el cabello” y la misma boca muy roja que Rubens le había pintado en el lienzo a María de Médicis. Hablan y recuerdan cuando él, de pequeño, se adormecía en su regazo. “Siempre he creído que la bondad de las mujeres es todavía más efímera que su hermosura”. Pensó para sí mismo el Marqués, empeñado en “hacer amigos” entre el género femenino.
"Aquella princesa Gaetani me recordaba el retrato de María de Médicis, pintado cuando sus bodas con el Rey de Francia por Pedro Pablo Rubens".
Bradomín cree ver una llama de fanatismo trágico y sombrío en el fondo dorado de los ojos de la Princesa cuando ésta le informa de que María Rosario- en unos días- profesará en un convento. Saber que allí estará libre de las tentaciones del mundo compensará con creces, a sus ojos dorados, de una separación tan cruel como la muerte.
El monseñor postrado en cama le recibe con ojos vidriosos y moribundos, incapaz ya de hacer el gesto de la bendición con su mano derecha. Le balbucea que exprese a Su Santidad el testimonio de su gratitud. Cercado por las sombras de la eternidad acierta a confesar que “los honores, las grandezas, las jerarquías, todo cuanto ambicioné durante mi vida, en este momento se esparce como vana ceniza ante mis ojos de moribundo”. Dando así forma al disparate de hacer de Bradomín un irreverente confesor de obispos, poco importa que sea por delegación. Escucha los escrúpulos de un prelado que pide en sus oraciones por la conservación de la vida del Pontífice para verse así libre del peso de la púrpura del pastor supremo de almas.
Al abandonar la estancia del obispo agonizante, Bradomín confiesa a un mayordomo que prefiere para hospedarse el palacio de las cinco doncellas encantadas al Colegio Clementino de graves teólogos, nada le importa el olor a muerte ni que tengan la mortaja del obispo preparada.
Valle ha creado una atmósfera, un tono fúnebre de muerte y seriedad se ha filtrado en el palacio. Ha impregnado las estancias de gravedad y de sombras agónicas. Le costará desprenderse de ese aroma oscuro y opresivo de cámara mortuoria en la primavera de los amores.
"¡Yo los creo del Divino!
-¿Quién es el Divino?"
El mayordomo, Polonio, le guía a su cuarto y le muestra los lienzos colgados en las paredes de su habitación honda y oscura. Y cree poner en evidencia los conocimientos pictóricos del Marqués que simula desconocer al Divino Leonardo y le compadece; mientras tanto, Bradomín apenas puede disimular la sonrisa burlona que se le dibuja en sus labios.
"Así que de momento, nada de adiós muchachos.
Me duermo en los entierros de mi generación.
Cada noche me invento.
Todavía me emborracho.
Tan joven y tan viejo... like a Rolling Stone."
Joaquín Sabina
Me duermo en los entierros de mi generación.
Cada noche me invento.
Todavía me emborracho.
Tan joven y tan viejo... like a Rolling Stone."
Joaquín Sabina
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
6 comentarios:
En efecto, Valle crea ambiente a través de su lenguaje: todo el Palacio Gaetani será un estado de ánimo.
Me ha gustado mucho tu apreciación inicial sobre Darío.
Supongo que el título de tu post es por la canción de Bob Dylan ¿no?, es que justo anteayer buscando canciones en youtube la encontré (la estoy escuchando ahora de nuevo); no la conocía, la verdad.
si no es así pues es una coincidencia.
biquiños,
¡Qué bien creado todo ese ambiente mortuorio y agónico!
Me gusta tu forma de señalarlo inapropiado de Bradomin como confesor de Obispos agonizantes: "Dando así forma al disparate de hacer de Bradomín un irreverente confesor de obispos, poco importa que sea por delegación."
Muy buen fin de semana
Ese ambiente de solemnes profesores con las sayas arrastrando, siguiendo al viático en procesión, tilín, tilín. Qué tétrico, sobre todo si acabas de de disfrutar de la belleza del campo en primavera.
Se le alegran las pajarillas cuando ve a la mamá Gaetani con sus cinco pollitas. Esto es otra cosa, piensa, ay qué mirada la de la hija mayor. ¿Será amor esa vaga tristeza que siente? Que te conocemos, Bradomín,no nos camelas.
Genial lo de enlazar con las rosas de Rubén Darío.
Me pongo con ese irreverente confesor, qué bien nos lo cuentas.
Besos, Pancho.
El entorno creado parece una contradicción en los planes de Bradomín
Justo he leído hasta donde tú comentas, así que me ha venido muy bien el leer tu análisis de este Bradomín que siempre está pensando en lo mismo y que creo que le pone eso de estar cerca de la muerte. No en vano " cada día de nuestra vida es un paso hacia nuestra muerte". No tengo ni idea donde lo he leído, pero ahí te lo dejo.
Me fascina como siempre eres capaz de enlazar las Sonatas con las canciones de Sabina.
Seguiremos leyendo a pesar de lo gordo que me cae el Marqués, pero la prosa de Valle triunfa sobre el personaje
Un abrazo
Luz
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