jueves, 26 de enero de 2012

¿A quién puede importar?

"Sobre la playa de dorada arena morían mansas las olas"


SONATA DE PRIMAVERA.
MEMORIAS DEL MARQUÉS DE BRADOMÍN (2) - VALLE-INCLÁN

Bradomín duerme hasta el atardecer y sueña con María Rosario. Mientras el sol vencido busca su tumba de agua en el ámbar del horizonte del mar Tirreno, las olas mueren mansas sobre la playa de arena dorada. En el jardín de mirtos y laureles vestidos de frondosa y verde primavera, las cinco hermanas componen ramos de rosas recién cortadas. Las campanas de una iglesia, rodeada por venerables cipreses que se perfilan como sombras en lo alto de una colina, repican a fiesta. A no mucho tardar, tornarán al ritmo mortecino y grave que convoca a los aún vivos a honrar a sus muertos.



"La iglesia se perfilaba a lo lejos en lo alto de una colina verde, rodeada de cipreses"

Monseñor Antonelli saluda al Marqués con el atractivo y elegancia de los jóvenes cardenales romanos. Al caer el sol, una temblorosa y misteriosa calma precede al anuncio de la defunción de Monseñor Gaetani; al tiempo que “temblaba en las agujas el hilo de oro y bajo los dedos de las cinco doncellas nacían las rosas y los lirios de la flora celeste que puebla los paños sagrados” y en la mejilla de María Rosario “temblaba la sombra de sus pestañas”. Bradomín le ofrece ayuda para acostar a su hermana pequeña, María Nieves, pero él siente el desdén en su mirada y siente también celos rabiosos de un competidor, un Don Juan tonsurado, el Colegial Mayor, porque sus palabras “producen un murmullo de admiración entre las señoras”.



"Sobre el hombro de María Rosario estaba posada una paloma y en aquel cándido suceso yo hallé la gracia y el misterio de una alegoría"

A instancias del Colegial Mayor se retira a la biblioteca a escribir un correo a Su Santidad. Acosado por el misterio y las sombras que llenan la estancia, se siente incapaz de escribir ni un renglón. La imagen de María Rosario en el velatorio de Monseñor y el olor helado de la cera quemada le golpea las sienes. En el pasillo le confiesa su adoración, pero ella lo rechaza. Velan al cardenal hasta el amanecer, cumpliendo con el rito tradicional de no abandonar al muerto mientras esté en el mundo de los vivos. Se habla y se reza – una noche da mucho de sí- como es tradición en todos los velatorios: fiesta y letanías. Los temas de conversación son los tiempos de Napoleón y las antiguas modas femeninas.

Bradomín escribe un correo al Cardenal Camarlengo de Su Santidad en esta hora de monótona tristeza. Todas las campanas de Ligura tocan a muerto y el Marqués regresa al oratorio casi al amanecer. Oye misa junto a María Rosario, reza porque es lo único que todo el mundo parece querer hacer en aquella hora en la ciudad y le ofrece agua bendita.

Cuatro colegiales mayores sacan a hombros el féretro del Cardenal. El duelo acompaña en procesión a través de las calles de la ciudad. El ritmo solemne del repique de las campanas de todas las iglesias y las voces graves y varoniles de los clérigos que entonan severos misereres marcan el paso lento de la comitiva, encabezada por los pendones que tremolan al viento y brillan al “sol abrileño, joven y rubio como un mancebo”. “Los cirios lloraban gota a gota su cera amarilla”. “Cayó la losa encima” y la iglesia se vació de gente y se fue llenando de la soledad y del silencio que acompañan a los sepulcros de los muertos.



"El son de las campanas llenaba el aire, y el grave cántico de los clérigos parecía reposar en la tierra, donde todo es polvo y podredumbre"

María Rosario parece una doncella de soberana hermosura en medio de los desheredados de la tierra: “Sórdida corte de mendigos” que arrastrándose piden limosna y dan las gracias dejando ver sus bocas desdentadas, ennegrecidas y tristes. Cortejo de ciegos enlutados, niños huérfanos y viejos de luenga barba.

Bradomín
confiesa con los ojos áridos, casi ciegos, que María Rosario fue el único amor de su larga vida de Don Juan.



"Y, si a mi tumba, os acercáis de visita,
el día de mi cumpleaños,
y no os atiendo, esperadme, en la salita,
hasta que vuelva del baño.
¿A quién le puede importar,
después de muerto, que uno tenga sus vicios…?
el día del juicio final
puede que Dios sea mi abogado de oficio"
Joaquín Sabina




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde
La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


5 comentarios:

Myriam dijo...

Me quedé embobada con tu foto de la paloma ¿ A que pensaste en esta Sonata cuando la tomaste?

Pedro Ojeda Escudero dijo...

La pregunta es si el recuerdo de ese intenso amor era arrepentimiento...

Paco Cuesta dijo...

Es curioso: el Colegial Mayor, que prometía como contrincante, desapareció como los ojos el Guadiana

Abejita de la Vega dijo...

Acabo de estar con María Rosario, princesa en medio de los mendigos. "Doncella de soberana hermosura en medio de los desheredados de la tierra", qué bien lo dices. Yo la veo como una pobre niña que juega a ser santita y está tan metida en sus papel que no está dispuesta a abandonarlo, ni siquiera por un amor verdadero. Se sacude el amor con tal de seguir su castísimo destino.

El único amor de Bradomín. Amor o algo que se le parece.

En la turba de mendigos, se asoma el Valle Inclán de "Divinas palabras". Ya asomó en la de estío, en aquel camino mexicano tan peligrosa.

¿Cuarenta y diez ? ¡Quién los pillara!

Besos a los cuarenta y catorce

Merche Pallarés dijo...

¡Qué oportuna la foto de la paloma! Besotes, M.