De un tiempo a esta parte a los de interior nos han puesto las playas casi a la puerta de casa. Veloces autovías nos permiten el acceso a las costas de los cuatro puntos cardinales en menos tiempo y con escaso quebranto físico. Aquello que veíamos hace escasos treinta años de mayoría de gente foránea se ha visto volteado por la presencia en las playas de hablantes de la misma lengua original del Quijote. Ello ha provocado una demanda de alojamiento en constante ascenso, con el consiguiente incremento de la oferta, a veces desmesurada, al olor del negocio fácil y de los pingües beneficios.
Me gustan algunas playas porque son incómodas de llegar: a la poca señalización se le une un callejeo por los camins asfaltados, estrechos y serpenteantes que se aproximan a la playa por campos de naranjos. La llegada te sorprende por su aspecto un tanto caótico. Nada que ver con la impoluta apariencia de la mayoría de las playas: vestidas de uniforme en sus paseos marítimos y abigarradas en sus construcciones para dar cobijo a tanta gente deseosa del metro cuadrado de arena por cabeza, donde asentar la sombrilla como si fuera poner la pica en Flandes.
En estas playas menos conocidas, se respira tranquilidad, la gente sale a las calles con las sillas al atardecer a hacer el serano, charlar con los vecinos, como en los pueblos de interior. La playa es de arena con "bolos" ( así llaman a los rollos) lo que las hace incómodas de pasear, a no ser con calzado.
No hay más que darse una vuelta por la Autopista del Mediterráneo, con la cartera dispuesta al adelgazamiento para pago de peajes, para darse cuenta de la verdadera dimensión de la agresión a las costas que se ha perpetrado en este país en el último medio siglo. Ritmo que se ha visto acelerado en la última década de bonanza económica. Hecho que ha dejado una costa llena de habitáculos vacíos la mayor parte del año, capaces de albergar el grueso de la población.
Al amparo de legislaciones anteriores más permisivas, alguna hay que data de 1914, se construyeron casitas justo al lado de la arena. A primera vista se nos antojan ilegales para nuestra época, tan machaconamente advertida del desarrollo sostenible, indefectiblemente unido a una determinada lejanía de construcciones en las costas. ¿Cuánto resistirán a la presión urbanística? Se admiten apuestas, pero mi dinero no estaría seguro apostando a su favor.
6 comentarios:
Y qué poco me gustan las playas que les gusta a todo el mundo... Si, al menos, tuvieran césped hasta la misma orilla del mar...
Si me obligasen a elegir una playa... escogería una de esas que te gustan a ti; sin lugar a dudas.
Odio las playas multitudinarias. Menos mal que en mis queridas Pitiusas aún se pueden encontrar calitas escondidas y vacias porque el acceso es demasiado tortuoso y hay que andar. Lo que poca gente quiere hacer hoy en dia. Besotes, M.
a mi la playa me ha ido enamorando a lo largo de los años...yo como Pedro me encantaban las embaldosadas...ahora me encanta embadurnarme de arena...sentarme entre la gente, escuchar y leer...por supuesto dejarme acariciar por las olas...
De todas formas estoy de acuerdo con la destrucción "urbanista" que se apropió del suelo virgen...saludos
Pedro: Mejor la playa que el trabajo, aunque no guste el llenarse de arena pegajosa.
Francisco: En estas cuestiones playeras, yo asiento.
Merche: De vez en cuando compensa andar un poco, pero que no se acostumbre mucho la playa a vernos`por allí.
Tucci: Viviendo en esa tierra no te queda otra posibilidad. Tienes las playas de Huelva que son una maravilla, ejemplo de tratamiento sostenible.
Durante este mes vivo desenchufado de aparatos, conexiones y redes. Como siempre queda tiempo para leer y comentar el capítulo semanal del Quijote, me escapo a casa a subirlo y de paso echarle una ojeada al blog y ver los vuestros. Un abrazo a todos y gracias por vuestra visita.
la playa de Nules es una playa muy tranquila con casitas de los años treinta y cuarenta que ahora con la injusta ley de costas quieren machacar.... no ven interés etnologico y sentimental en ello
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