jueves, 6 de abril de 2017

A sangre y fuego. Los guerreros marroquíes. Manuel Chaves Nogales. Mapas de la oscuridad.







"Una punta de vanguardia del ejército rebelde formada por moros y legionarios se había infiltrado por uno de los pasos menos accesibles y avanzaba por la retaguardia de los milicianos."


A sangre y fuego 
Héroes, bestias y mártires de España. 
Los guerreros marroquíes 
Manuel Chaves Nogales 

La acción transcurre en la sierra de Gredos y en Madrid al principio de la guerra. Las fuerzas rebeldes han partido de Ávila para limpiar de rojos los pueblos de la sierra e intentar abrir otra vía en la marcha sobre Madrid por el valle del Tiétar. Los milicianos, mal armados con escopetas de caza, se fían de la protección natural que les ofrece la sierra. Una patrulla de lugareños detiene al moro Mohamed herido en una pierna. Mohamed deja fuera de combate a tres milicianos al ver la pobreza del armamento que portan. Pero no puede con el cuarto, un rocoso cabrero achaparrado, rápido como un jabalí que lucha a cabezazos, mordiscos y pedradas como los primitivos habitantes de las cavernas. Un goyesco duelo a garrotazos. Lo bajan medio muerto a lomos de una mula, lo curan con delicadeza y los mismos paisanos que lo detienen,  lo fusilan al amanecer. “El moro era del pueblo porque del pueblo eran los milicianos que lo habían capturado.” Y sanseacabó. De nada le sirve a Mohamed mendigar misericordia, ni la súplica y la sumisión de su “yo estar rojo yo estar república.” 

Cuando parece que el relato se va a quedar con los milicianos, cabreros, pastores y braceros de la sierra de Ávila, el autor nos vuelve a sorprender llevándonos a las tiendas en las que pernoctan los moros que apenas balbucean unas palabras de español primario. Allí lloran la ausencia de Mohamed, el soldado desgarbado y de ojos azules que vino de lejos a luchar contra los franceses que los humillan en su tierra y apoyan al gobierno republicano. El caíd odia a los oficiales que beben y cantan para celebrar la buena marcha de la campaña. El siente una pena honda por la pérdida de Mohamed, el amigo, uno de los más destacados guerreros de su tribu. Rechaza la bebida como buen musulmán, los oficiales le prometen las orejas de unos cuantos rojos como venganza. Siente desprecio por la celebración a costa de la sangre de sus compatriotas, siempre en la primera línea de fuego, usados como fuerzas de choque para romper al asalto las líneas enemigas. 





"Por un lobo muerto daban los alcaldes cinco duros; por un moro vivo deben dar lo menos cincuenta."


Los campesinos, los cabreros y pastores, los jornaleros del campo de los pueblos asentados en el valle, arrastrados por un odio feroz a los invasores, se muestran decididos a detener el avance de las tropas fascistas que se descuelgan de las atalayas y avanzan. Pero faltan armas: “No importa; iremos detrás de los milicianos y cuando caiga alguno cogeremos su fusil y seguiremos luchando.” Sin embargo, la realidad es mostrenca, al primer envite los ponen boca abajo. Se produce la desbandada y la represión feroz; son cazados como conejos por el monte. Los militares imponen la paz romana en tres días. Los campesinos y las gentes del campo regresan a sus labores cotidianas, a la esclavitud del trabajo de sol a sol. Abren el puño y extienden la mano. La guardia civil vigila y los falangistas organizan la vida de los pueblos, el escrutinio y la represión salvaje de la retaguardia. 

Transportan a los guerreros africanos a las posiciones de la Casa de Campo en las afueras de Madrid. En su interior anida el orgullo de una raza superior a “unos hebreos que no saben luchar.” Las riquezas de la gran ciudad, realzadas por la luz velazqueña de Madrid y la sed de venganza por tantos compañeros caídos en combate,  hinchan de ardor guerrero y coraje los pechos de los guerreros del Rif. Tienen al alcance de la mano la oportunidad de la venganza por tantas humillaciones sufridas en su tierra ante los fusiles europeos. 



"Abatidos por el plomo de los milicianos atrincherados caían unos tras otros los guerreros africanos."

No todo el monte es orégano; el primer día del ataque sobre las trincheras rojas comprueban que “no todos los españoles son miserables hebreos.” Allí hay entraña dura española, Agustina de Aragón  que se crece en el castigo, como el toro de Miguel Hernández, dispuesta a vender cara la derrota. Por donde atacan las fuerzas moras dejan huella en los parapetos. Hacen brecha, rompen las líneas a fuerza de muchas bajas, pero al no ser secundados con el éxito por los ataques de legionarios, falangistas y requetés, los embolsan y los hacen prisioneros al cortarles la retirada. Las trincheras que defienden la capital, cavadas con tanto esfuerzo por las entusiastas gentes de Madrid,  empiezan a dar su fruto; son también la tumba de muchos combatientes africanos. Los habrían acodado allí mismo, pero deciden prorrogar la vida un poco a las dos docenas de cabileños supervivientes. Los montan en una camioneta y les dan una vuelta por Madrid. Los rodean miles de personas, niños y mayores, como hacían con la estantigua de don Quijote y Sancho, como fenómenos de circo. Los miran como pobres bestias, seres inferiores engañados por los fascistas. El pueblo de Madrid de Pío Baroja los habría indultado, les habría perdonado la vida, pero los que hacen las guerras en su nombre deciden fusilarlos. La ley de la guerra es severa.


Robaron las linternas, 
 la lumbre en las cavernas, 
 no nos dejaron mapas de la oscuridad.
Vetusta Morla


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


4 comentarios:

La seña Carmen dijo...

Al leer tu comentario me he dado cuenta de que no estábamos ante una historias, sino ante varias, que se van correspondiendo con los distintos escenarios. El objetivo de la cámara, el punto de vista va cambiando.

Buena relectura por mi parte. Gracias, Pancho.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Todo un acierto cómo desvelas los recursos técnicos de este cuento, uno de los más soprendentes de la colección precisamente por la manera en la que invierte la forma de mirar a estos soldados "moros" que tanto usó la propaganda de uno y otro lado.
¡Y gracias por Vetusta Morla!

Abejita de la Vega dijo...

Un relato sangriento y sangrante. Me impresionó la cura amorosa que hacen a Mohamed, para luego matarlo curado.

Buena relectura, Pancho.

Besos

Gelu dijo...

Buenos días, pancho:
:)
He hecho un repaso de todas las entradas que has dedicado a esta lectura. En la primera, mirando tu ejemplar –numerado- del libro de Manuel Chaves Nogales, llama la atención en la portada cómo remarca EX-DIRECTOR DE “AHORA” DE MADRID.
Era una garantía de bien hacer y de sinceridad e ilusiones el trabajo de los periodistas colaboradores .
En este diario también escribieron Antonio Ruiz Vilaplana (autor de DOY FE, redactor de tribunales, “abogado particular del propietario de ‘Ahora’ para las causas de poca importancia”) y Eugeni Xammar.
:)
Un abrazo