jueves, 17 de noviembre de 2016

Niebla (3) Miguel de Unamuno. La banda sonora de mi hogar.





"Vienen los días y van los días y el amor queda."

Niebla (3) 
Miguel de Unamuno 

Conviene estar atentos al amanecer del segundo día en la vida de Augusto Pérez, personaje en obras, en construcción permanente. Cada día que avanza es una incógnita por despejar en lo imprevisible del relato. Después de la iluminación nocturna de la superluna y el vuelo del águila, regreso a la realidad mostrenca, agarrada al piso, del quehacer diario. ¿Qué traerá la prensa? ¿Se habrá tragado un terremoto esta noche a Concurbión? ¿Y por qué no a Leipzig? El desorden pindárico. La anárquica asociación de ideas. El segundo día sobre la tierra nebulosa viene con incertidumbre incorporada, muerte y renovación atrasadas. El ajetreo de las primeras luces, las voces de la mañana, el vinagrero, el afilador de cuchillos, navajas y tijeras. “Y luego un coche, después un automóvil,” más tarde una furgoneta con altavoces que anuncian la limpieza de canalones, corren los tejados y ponen onduline bajo teja. Hasta un piano de manubrio se para ante la ventana y le tocan una polca. ¿Hay algo más difícil que sacar un piano de la habitación? No hay manera de conciliar el sueño de nuevo. ¡Arriba camastrón! Hay que hacer por la vida. La esencia del mundo es musical. Su Eugenia es música que hace vivir a compás. La virginidad del día le descubre que “el amor es ritmo.” Se echa a la calle a seguir su estela. La ve venir de frente y se cruzan las miradas. La vida con amor es más loca. Una mirada vale más que cien palabras gastadas. Le da un vuelco el corazón, tocan a rebato las campanas de la alegría. 

Llega donde la portera, Margarita, que le repite que ella tiene novio. ¿Y qué? Luchará y vencerá con la ayuda del me quiere, no me quiere. 

Se retira a la Alameda a la rumia intelectual. A mezclar las emociones frescas del amor con los recuerdos alados de la infancia que repasan lo pasado como una película. Apenas recuerda al padre, una sombra mítica que desgarró la casa con su ausencia, un vómito de sangre que lo llevó para siempre y cubrió a su madre de negrura, de luto permanente y viudedad. Un pajarillo frágil siempre de negro, un poso de tristeza y soledad que le leía vidas de santos y novelas de Julio Verne antes de aprender a leer y a vivir otras vidas. Cómo estudió con el hijo el bachillerato para ayudarle. Se le daban bien las ecuaciones de segundo grado. Las barbaridades cometidas por el hombre a lo largo de la historia. Qué manera de complicarse la vida los psicólogos. Los motajos de los animales y las plantas. No podía con los pulmones vistos por dentro, ese aspecto sanguinolento y descarnado de las láminas de fisiología le recordaban los vómitos del marido antes de morir. El inglés la superaba, deletrear las letras le sonaba a chino, también  el coro de los verbos irregulares, aprendidos como un loro.  





"¡Qué vida ésta,  Orfeo, qué vida,  sobre todo desde que murió mi madre! 


Le veía crecer, ensayar las alas para volar del nido por su cuenta y riesgo. Es ley de vida, pensaba ella. Criar un hijo para otra. Así es el mundo, hijo. “Y vino la muerte, aquella muerte lenta, grave y dulce, indolora, que entró de puntillas y sin ruido, como un ave peregrina, y se la llevó a vuelo lento, en una tarde de otoño.” Murió con las manos enlazadas al hijo, que sintió cómo el calor le abandonaba para siempre, palidez de cera. Se le iba la vida con el tacto helador de las manos frías. La echaba de menos. Si estuviera aquí, resolvería las dudas con Eugenia, ayudaría a separar las rosas de las espinas, más difícil era despejar las ecuaciones de segundo grado y lo hacía. Es duro no tener madre, ser un hijo expósito. 

Los gemidos de un perrillo recién nacido, ya abandonado, lo apartan del recuerdo brumoso de la infancia. Lo recoge y lo saca “palante” a esponja y biberón. Orfeo nace libre, pero expósito, como lo son todos los seres vivos más tarde o más temprano. 

La noche echa el telón a un día melancólico, a doce horas de luz de amor con espinas; la muerte que llama a la puerta para llevarse a los seres queridos sin avisar. Y Orfeo como interlocutor, un Berganza sin habla que sabe escuchar. 

El relato gira cuando Augusto sale otra vez de la casa sarcófago, se vuelve más vivo y alegre a la luz del día. El trabajo dignifica a la persona. Que le pregunten a Augusto Pérez por la evolución que experimentó por dar de comer a un cachorrillo. Como criar a un hijo. Prepararle biberones cada poco y darle. Verlo dormir, comer y la obligación de limpiarlo era la tarea diaria. 

Con la excusa de devolver una jaula con canario dentro que cae a la calle y casi desgracia a Augusto que hace guardia delante de la casa, sube a la casa de Eugenia. De nuevo un pájaro como excusa para comenzar el acercamiento.  La reciben sus tíos, el señor Fermín y la señora Ermelinda. Su padre se suicidó por un revés en la bolsa (como hacían aquellos de Nueva York que vio Federico García Lorca en el 29), dejando a la heredera una hipoteca que ni trabajando sesenta años seguidos dando clases de piano será capaz de saldar. La casa de Eugenia es políglota, una torre de Babel. Se hablan cuatro idiomas distintos. A saber: aquí se habla el castellano, común a todos, dominante y vehicular, el esperanto que solo lo entiende don Fermín, el bable, usado por la tía, enjuta y cana, para reñir a la criada y el idioma de la música, el más universal. Don Fermín confiesa su afinidad con las ideas libertarias, como casi toda la gente, pues sabido es que a nadie le gusta obedecer porque no suele querer que nadie le mande, pero anarquismo místico, no de los que, como Mateo Morral, ponen bombas que dejan muertos y caballeros mutilados para los restos con derecho preferente a asiento en los transportes públicos. 


El sol de otoño ciernes de mi alcoba
en el ancho balcón, rectoral parra
que con zarcillos con la tierra garra
prendes su hierro. Y rimo alguna trova


Eugenia misma confiesa su inclinación: “También yo soy anarquista, tía, pero no como tío Fermín, no mística.” 

Augusto cae bien a primera vista. Como además es hijo de familia con posibles, lo proclaman ganador de las primarias y candidato número uno a rendir la fortaleza. Ya sospechábamos que detrás de la inutilidad de Augusto Pérez había algo más que una estatua de sal. En su mente bullen pensamientos complejos y dispares como la utilidad de un paraguas o el disparate: si no manda nadie ¿quien va a obedecer entonces? Pero es la creación de Orfeo, interlocutor mudo, la que hace el milagro, la maravilla de la comunicación verbal. No importa la complejidad del asunto como el creacionismo o la eternidad. ¿Quién y qué soy yo? La existencia y una visita del autor a los telares de Béjar nos deja la metáfora de la existencia, vida y muerte, constante tejer y destejer, viaje de ida y vuelta que se hace costumbre a fuerza de repetición mecánica; como hipnotizado por el ir y venir del mecanismo reflexiona: ”Mira, Orfeo, las lizas, mira la urdimbre, mira cómo la trama va y viene con la lanzadera, mira cómo juegan las primideras; pero, dime, ¿dónde está el enjullo, a que se arrolla la tela de nuestra existencia, dónde?”


Era la alegría de mi calle 

La banda sonora de mi hogar 

Toda la mañana en el balcón me formaba la revolución 
El canalla estaba bien cuidao 
Y vivía mejor que yo 
Pero le llego la hora y el cielo se lo llevó 
Ese personaje amarillo 
Ese lindo pajarillo 
Me ha dejado solo y aburrido 
Y hasta las flores se han chuchurrido
No me pises que llevo chanclas 







Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


5 comentarios:

La seña Carmen dijo...

Da gusto ver cómo reescribes la historia.

¡Con lo famoso que se hizo ese grupo, No me Pises...!

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Me gusta mucho tu definición de Augusto como un personaje en construcción. Ese ir y venir no parece augurar un buen andamiaje pero a veces de lo caótico uno espera sorpresas... Quizá alguien hecho no hubiera podido enfrentarse a su creador.
¡Y lo de No me pises que llevo chanclas... qué tiempos!

Gelu dijo...

Buenos días, pancho:

Qué personaje Augusto, tan inocente. En mi imaginación le he puesto el rostro de Azorín. Lo explicaré, cuando llevemos más adelantada la lectura.
Divertidísima la escena del canario, los nombres y la aparición en escena de los tíos de Eugenia.
No sé si conseguiré pasarte el comentario, pues tengo problemas hasta para publicarlos en mi propio blog.

Un abrazo

Abejita de la Vega dijo...

Los ruidos de la mañana,las noticias lejanas y el vinagrero cercano. Nueva vuelta en la cama. Venga, levanta, Augusto, que ahora hay tarea: Eugenia. ¿Cómo era Eugenia? Una visión fugaz de sus ojos, estrellas mellizas. ¿Y si hay rival? La vida es milicia, lucharemos. Este se estrella...
El canario este no ha muerto, ay mi Pichín. Hay nombrecitos...
Un placer visitarte
Besos Pancho

Ele Bergón dijo...


Por supuesto y sin dudar, " la vida con amor es más loca", es más vida porque no se puede vivir sin amor, pero es curioso, según los entendidos, que nos llega el enamoramiento, que aún no llega a la categoría de amor, cuando andamos por las calles despistados, aburridos, sin estímulos..Parece ser que es en este estado cuando buscamos un ideal de persona que imaginamos y que poco a poco lo vamos modelando a nuestro antojo, provocándonos a su vez toda una revolución tanto física, como psíquica y de comportamiento, que es en realidad lo que le sucede al personaje de Niebla.

Me gusta el humor y la ironía que le pone Unamuno a sus personajes mediante sus reflexiones y diálogos para transmitirnos sus verdaderos pensamientos sobre el existir y comportarse del ser humano.

He encontrado en Internet este enlace http://es.youscribe.com/catalogue/prensa-y-revistas/otros/una-entrevista-con-augusto-perez-1849158, que no sé si conocerás, El artículo que se encuentra en la Casa Museo de Unamuno en Salamanca, al buscarlo, uno de los enlaces me remitía hasta tu blog. Ahí te lo dejo

Un abrazo