martes, 13 de septiembre de 2016

Cartas marruecas (3) José Cadalso. Tiempos para la chapuza.






" [En el imperio de Marruecos] todos somos plebe, siendo muy accidental la distinción de uno o otro individuo para él mismo, y de ninguna esperanza para sus hijos"

Cartas marruecas (3) 
José Cadalso 

Gazel piensa que el mestizaje de los pueblos europeos ha traído consigo la adquisición de vicios y el rechazo de las virtudes particulares, ello desembocará en el desapego hacia la patria y la formación de una nueva nación separada de las otras. Se pueden imaginar que será una nación dirigida por familias patricias, dispuestas a sacar tajada, en beneficio de los mismos prestidigitadores de siempre, los que quieren salvarnos la vida. Una nación distinta en idioma, traje y religión. Los pueblos seguirán siendo infelices arrastrados por la decadencia de los estados, pues “los unos se mantienen por la flaqueza de los otros y ninguno por fuerza suya o propio vigor.” Si en ese momento desembarcan naciones guerreras mandadas por héroes de ésos que produce un clima a los extremos de Europa, penetrarán hasta el corazón del continente como el cuchillo en la mantequilla blanda, mal protegido por ejércitos lucidos y simétricos, pero compuesto de esclavos debilitados por el peso de sus cadenas, mandados por generales sin patriotismo fruto de la relajación de costumbres, con lo cual no habrá muralla alta ni foso lo suficientemente profundo que los detenga. Ya pasó con sus abuelos, cuando hace siglos pasaron a cuchillo a los godos españoles hasta teñir de rojo las aguas del Guadalete. Después se necesitaron ocho siglos para reparar el daño que la afeminación había causado. 

Remata sus argumentos con la desolación que ha observado durante los meses que lleva en España: la población diezmada; dos tercios de las casas en ruina; no se conoce un sabio que destaque; la gente huye en desbandada de la dureza de las zonas rurales; las fábricas desaparecidas, sale más a cuenta traer las cosas hechas de Francia o Inglaterra. El apologista, sorprendido por el rosario de razones tan bien ensartadas y sofocado porque nadie le eche un capote, dice que ahora se come mejor, los lacayos hablan de religión y los maridos y amantes ya no se desafían. Además, no se ha conocido desde el sitio de Almeida nada tan útil para la sociedad como los polvos “sans pareille” inventados por Monsieur Frivolité. Gazel asiente por no discutir la ridiculez y se retira a sus oraciones. Pide porque el cielo aparte de su padre los efectos de este tipo de cultura. 





"Su nombre era Domingo, su patria Galicia"


La carta siete parece un relato intercalado, en ella se trata de explicar el daño que causa la relajación de costumbres en la cultura, el tipo de cultura que recibe la nobleza. 

Dice el narrador que en Marruecos no existe diversidad de clases sociales. Allí están el emperador y los vasallos despreciables. Y se acabó, no hay más. En Europa conviven varias clases de vasallos. Las alturas de la escala social están ocupadas por los que nadan en la abundancia debido a herencias y gozan del favor del soberano. Les siguen otros nobles menos poderosos, pero que ocupan los empleos del ejército, la armada, los tribunales y las magistraturas que son puestos que no suelen ofrecerse al pueblo llano embaldosado al suelo. 

Añade que mientras que en Marruecos no hay diferencia en el modo de criar a los hijos, en Europa la educación de la juventud es asunto de primera magnitud. Mientras que las clases populares no necesitan estudios para aprender el oficio de los padres, los otros dos escalones de la jerarquía social necesitan educación para desempeñar los empleos que han de ocupar con el tiempo. Sobre todo la clase alta que a los veinticinco han de afrontar serias obligaciones, como disponer de rentas inmensas, mandar ejércitos o reunirse con embajadores. 

A continuación escribe un relato,  claro como un relámpago, de algo que Nuño le contó sobre un asunto que tanto ha leído, oído, hablado y meditado. Resulta que un día, camino de Cádiz para unirse a su regimiento, se pierde en un monte. Como la noche se le echa encima, acepta la invitación de un mozalbete de unos veintidós años. El caballerete va vestido como un pincel, montado en un caballo primoroso, dos pistolas al cinto, pañuelo de seda morada al cuello y tocado de sombrero blanco finísimo. Van al cortijo de su abuelo a media legua de allí. La viveza de su ingenio y la voz agradable hacen de él un orador perfecto, un brasas que diría un castizo. Pronto el medio soliloquio gira en torno a los familiares del anfitrión, un tío comendador que participó en la batalla naval de Tolón, la disposición de los navíos ordenada por Blas de Lezo en la defensa heroica de Cartagena de Indias o la derrota del Princesa ante un velero imponente equipado con noventa cañones. Se agradece el brote de gota que padece, “porque si no, tenía traza de irnos contando de uno en uno todos los lances de mar que ha habido en el mundo desde el arca de Noé.” También cuenta con un primo que sabe todos los pormenores de todas las batallas que se han librado desde que los ángeles buenos derrotaron a los malos. 





¡Ay de aquel que se resistiera! ¡Qué cantarazo llevaría!

Cuando pasan por el río Guadalete, ya desteñido del recuerdo triste, el autor aprovecha para tocar la historia, también tiene un hermano canónigo de Sevilla, biblioteca viva de todas las historias. Tampoco falta el abuelo famoso en la relación de parientes. Su abuelo vivió una larga vida, fue capitán de lanzas de Carlos II. Le cuenta que quedó huérfano muy jovencito, fue educado por un ayo que quiso meterlo en cintura, pero lo que consiguió fue que aprendiera gramática parda, leer romances, tocar seguidillas y cómo se le pone una vara a un toro. El que primero la tomó fue el dómine a los gritos de ¡Viva el señorito! 

El tío Gregorio, carnicero de la ciudad, siempre los acompaña a las fiestas. Al llegar al cortijo, ya se han juntado para ir de cacería al día siguiente (Mezcla de siglos, Paco el Largo y el marqués de Leguineche de Los santos inocentes y La escopeta nacional). El tío Gregorio hace cigarros y se los ofrece encendidos a los caballeritos, atiza velones, es palmero y brinda a la salud de los presentes con medios cántaros de vino. Nuño, descolado en un mar de pensamientos, no pega ojo en toda la noche. Hasta la habitación llega la jarana, el ruido de las castañuelas, el quejío roto de los gitanos, la quimera, el ladrido alborotado de los perros y el desentono de los cantaores. Lamenta la educación de los cachorros de la clase dirigente, la decadencia está servida.


Tiempos como nunca 
para la chapuza, 
el crimen impune 
y la caza de brujas. 

 Corren buenos tiempos, 
buenos tiempos para equilibristas, 
para prestidigitadores 
y para sadomasoquistas.
Joan Manuel Serrat






El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



3 comentarios:

La seña Carmen dijo...

Como bien dices ese dibujo del cortijo y el señorito lo hemos visto repetido tantas veces que ya nos resulta familiar. ¿Tópico? Abramos las revistas del corazón y entretegámonos en ver los detalles.

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Afortunadamente el pueblo canta. Le sale de dentro, el expresar sus penas y alegrías.
Dejo ♪ ♫ ♪ ♩♪ ♫ una muestra ♪ ♫ ♪ ♩♪ ♫

Si no queremos desilusionarnos y descorazonarnos, no abramos las revistas de esa prensa vana. Algún día, no habrá caciques, ni siervos, y las gentes se ayudarán como Gazel y Nuño.

Abrazos.

Myriam dijo...

Gazel en cuanto a Maruecos, me da la impresión
de que tiene una idea un tanto idealizada de su patria.

Besos