viernes, 3 de junio de 2016

Los Pazos de Ulloa (y 14) Emilia Pardo Bazán. Mariposilla blanca.





"Diez años son una etapa, no solo en la vida del individuo, sino en el de las naciones."

Los Pazos de Ulloa (y 14) 
Emilia Pardo Bazán 

“Quien no tiene memoria, necesita cicatrices.” Esta frase nos da los buenos días camino del trabajo enfrascado en los pensamientos del quehacer diario. Una de esas máximas perfectas, aforismo que cabe en un tweet y hace pensar. 

Julián perdona, pero no olvida el día dramático en el que tuvo que dejarlo todo en los Pazos de manera precipitada, sin tiempo siquiera de hacer la maleta. No se arrepiente de su inesperado momento de valentía cara a cara con el marqués cuando le acusa de “inteligencias culpables con su mujer” y de ultrajes mortales. No se arrepiente del repentino valor que el insulto bárbaro le saca de lo más hondo de su ser, “por muchos años que pesen sobre sus hombros y por muchas canas que le enfríen las sienes.” 

El tiempo y las canas que tiñen de blanco las sienes cauterizan las cicatrices del dolor. Pero cómo olvidar el día de la partida sin tiempo de despedirse de la niña. Casi mejor porque si lo hubiera hecho, habría caído postrado a los pies del señorito para rogarle un puesto de  jornalero o pastor. 

El día de los hechos luctuosos amanece nublado y plomizo, el sendero inundado de aromas sanos de la resina de los pinos viejos y la miel de la flor de las retamas. El bulto del cadáver de Primitivo mordiendo el polvo espanta la yegua, casi da con los huesos de Julián en tierra. 




"Diez años rara vez corren en balde"

Los ecos de los Pazos se agigantan en la ciudad, adquieren proporciones legendarias en Santiago. Los ciegos los cantan por las plazuelas de los pueblos. Materia narrativa de la literatura popular, los pliegos de cordel. La gente lo para por la calle interesándose por el escándalo. Entretenimiento de desocupados, sustituto de los programas de televisión por la tarde, mata tiempo de jubilados a la hora de la siesta. La sincera confesión ante la autoridad eclesiástica le proporciona alivio, el consuelo del castigo, confirmado por la penitencia del destierro, sellado por el beso al anillo de amatista del arzobispo. 

Julián cumple la penitencia del destierro en una parroquia de montaña, más aislada aún que los Pazos de Ulloa. Don Miguel de Unamuno también pagó su rebeldía con destierro en el desierto insular de Fuerteventura. Los parroquianos son gente humilde de campo, predecible y noble como las amapolas del mes de mayo. La aldea está dominada desde lo alto por las ruinas de un castillo, hogar de murciélagos y habitado por los ruidos inciertos de lagartos nerviosos. Las gentes hablan gallego cerrado. “Visten de somonte y usan greñas largas, cortadas sobre la frente, a la manera de los antiguos siervos.” De cualquier manera, como los playmóbil o los militantes de la CUP. Hay algo entrañable en ese flequillo como de artero monje misterioso de Umberto Eco en El nombre de la rosa. 

Apenas corrido medio año, recibe una esquela que le consuela, le comunican que la pobre Nucha ha acabado el martirio terrenal. Julián se acostumbra a la vida en el campo. El ritmo de las estaciones, pendiente del sol y la lluvia que haga el milagro anual de la yerba alta y encañe los trigos. La cadencia de la vida agrícola, la llegada de las cigüeñas, el nervioso vuelo a ras de suelo de las golondrinas por primavera. Allí permanece durante diez años, medio enterrado en las montañas, antes del traslado a la parroquia de Ulloa. 





"La placidez de la naturaleza penetra en el alma de Julián"

La autora está convencida de que diez años es mucho en la vida de una persona. El tiempo no pasa en balde, pero no significa nada para algunas cosas y lugares. Los lobos y las banderas de los escudos de armas permanecen inalterables. Los pinos han crecido un poco, el huerto y las tierras de labor siguen esperando las manos del labrador que las prepare cada primavera y sementera para que den el fruto trabajosamente. 

En Cebre se ha legislado, se han consensuado normas de convivencia, se han acotado los espacios y las libertades. De política se habla en los círculos de instrucción, artes y ciencias. Se han aclarado las ideas políticas: Barbacana representa las tradiciones y la reacción, cede ante el cacique Trampeta, encarnación y sustancia de las ideas avanzadas y la nueva edad. Cuentan y no paran los maliciosos que el triunfo del cacique liberal radica en la vejez de Barbacana que ha perdido su antiguo vigor e indomable condición. 

Julián se presenta en Ulloa un poco envejecido: “su pelo está estriado de rayitas argentadas.” Sus rasgos revelan la serenidad del hombre acostumbrado a reprimir todo arranque pasional. Los pasos siguen al pensamiento, como un imán lo llevan al cementerio rebosante de vicio y hierbas altas, naturaleza estremecida de frescura y frío natural. Las ortigas y malas hierbas asoman la gaita por encima de la pared, como almendreras. Parecen surgidas de la sustancia humana de cementerio. 




"Entrando en el ritmo acompasado, narcótico perenne, de la vida agrícola"

La autora no quiere despedirse de los lectores de cualquier manera. Antes de hacerlo definitivamente y emplazarnos para una secuela, hay que leer la descripción del cementerio, otra obra maestra del arte de la explicación de ambientes diversos: “Parecía que era sustancia humana –pero de una humanidad ruda, atávica, inferior, hundida hasta el cuello en la ignorancia y en la materia- la que nutría y hacía brotar con tan enérgica pujanza y savia tan copiosa aquella flora lúgubre por su misma lozanía. Y en efecto, en el terreno, repujado de pequeñas eminencias que contrastaban con la lisa planicie del atrio, advertía a veces el pie durezas de ataúdes mal cubiertos y blanduras y molicies que infundían grima y espanto, como si se pisaran miembros flácidos de cadáver. Un soplo helado, un olor peculiar de moho y podredumbre, un verdadero ambiente sepulcral se alzaba del suelo lleno de altibajos, rehenchido de difuntos amontonados unos encima de otros.” Y seguir a una mariposilla blanca hasta la tumba arrumbada de Nucha en un rincón del cementerio. Allí cae de hinojos Julián, clava las uñas en la cal del nicho que besa ardientemente. “La corriente del existir retrocedió diez años.” 

Antes de que la algarabía de una pareja de adolescentes lo saque de sus pensamientos doloridos. (Son Perucho, elegante con ropas de aldeano acomodado, aires de señorito y la hija de Nucha - sin nombre como el borrico de Sancho- con ropas de pobre de pedir, zapatos rotos) El tiempo ha pasado como un vendaval. “Los nada de hoy todo han de ser.” Se adivina la revolución, la vuelta de la tortilla en la continuación de los Pazos de Ulloa. 



Erase una vez 
 una mariposa blanca 
 que era la reina de todas las 
 mariposas del alba 
 se posaba en los jardines 
 sobre las flores más bellas 
 y le susurraba historias 
 al clavel y la violeta
Lole y Manuel




El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Esta despedida, con un Julián santificado tras una especie de retiro penitencial y caritativo y los dos niños que dan la vuelta a todo lo que cabríamos esperar es el final al que quería llegar la autora para dar la vuelta a lo esperado por el lector. La novela termina muy bien técnicamente. Y doña Emilia prepara ya la continuación...
Excelente el punto de arranque (con la fotografía incluida).

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

No sé si me han gustado más las fotografías, la canción que has escogido o el texto.
Leyendo esta obra de Doña Emilia es como si viésemos una película, si es que no conseguimos transportarnos casi realmente a Los Pazos.
Y qué bien explicado el asunto de los resultados de la política y sus maniobras.

Abrazos