jueves, 19 de mayo de 2016

Los Pazos de Ulloa (12) Emilia Pardo Bazán. Maestro en refrescar manzanilla





"Primitivo, arrimándose a un servidor de usted o al judío, con perdón de Barbacana, conseguiría lo que quisiese, ¿eh?, sin necesidad de sacar diputado al amo."


Los Pazos de Ulloa (12)
Emilia Pardo Bazán

La yegua, una borrica de confianza y un caballo entero componen la nómina de las caballerizas de los Pazos de Ulloa. Ellos son los que más sufren el molimiento, el estrés, el puro cansancio y el aburrimiento de la campaña electoral. Las campañas electorales son un no parar de comidas desordenadas, fondas de paso, idas y venidas de pueblo en pueblo. Si las campañas electorales duraran mucho, acabarían con el candidato y sus monturas de puro agotamiento, provocado también por las intrigas constantes, traiciones, navajazos por la espalda, promesas electorales para los unos y amenazas para los contrarios. Los políticos actuales deben ser masoquistas. Para los animales de carga, bastante mejor un sistema político sin elecciones, ni parlamentos que valgan, ¡dónde va a parar! 

A la mulilla de Trampeta no le va mucho mejor la vida de tanto viajar a la capital a pedir financiación ilegal de donde sea, poco importa la procedencia con tal de darle la vuelta a la percepción general de que el control del distrito de Cebre se les está yendo de las manos. El carlismo, la inquisición, el diezmo, el clero sempiterno, el señorito de raigambre y jerarquía – hijo de la tierra- y Primitivo, el zorro del desierto, medio analfabeto parido por el monte, pero con la inteligencia natural de un lince para los negocios. Entre las gentes de Trampeta se había levantado “un santo odio al pecado, una reprobación del concubinato y la bastardía, un sentimiento tan exquisito de rectitud y moralidad, que asombraba; siendo de advertir que este acceso de virtud se notaba únicamente en los satélites del secretario, gente en su mayoría de la cáscara amarga, nada edificante en su conducta.” 

Al arcipreste de Cebre le llevan los demonios que sea precisamente ahora cuando se produce la repentina conversión o afán de denuncia, sacar los trapos sucios en periodo de elecciones es más viejo que el internet sin cable. Todo el mundo sabe que los Pazos son Sodoma y Gomorra de la perversión desde hace siete años. Peor le parece que los corazones de perro, las lenguas de escorpión, los liberaluchos indecentes enreden a la señora con un ordenado de misa. 





"Sentía Julián la malevolencia, la sospecha, la odiosidad, que iban espesándose en torno suya."

Nadie se lo dice abiertamente, pero Julián intuye que en torno suyo se murmura, las malas lenguas agitan la campana de la difamación, hacen vigilancias furtivas. Julián huele la desconfianza. Se palpa la tensión, siente que el aire se espesa a su alrededor y le pone un nudo en la garganta. Pero el hechizo de la niña, ahora que se va con la gente, rompe todas las cautelas, abobado con los progresos de la nueva vida recién echada al camino. Como presiente los inconvenientes de su intervención directa, no actúa y esa falta de iniciativa le paraliza. Se refugia en la oración. Dice “misa con el alma elevada, como la diría en tiempos de martirio; deseaba ofrecer la existencia por el bienestar de la señorita.” Las elecciones son la excusa perfecta para dejar pasar el tiempo. Política de no intervención. Alberga la esperanza de que si el Marqués sale elegido y se aleja de la huronera, ese pozo de maldad, mude la conducta con la ayuda de Dios

A medida que se acerca el día de las elecciones,  en los Pazos, cuartel general de los carlistas, el ardor bélico es más intenso. Se cuentan los votos, se hace un censo, están convencidos de que ni el mayor pucherazo de Trampeta podrá con la superioridad de las cifras. Esta vez el gobierno no podrá “contrapesar la acción de los curas y señoritos reunidos en torno del formidable cacique Barbacana.” Se disputa el voto palmo a palmo, se ponen zancadillas, se habilitan ardides tramposos, pucherazos que ni la vigilancia atenta de un centinela puede evitar. Escamoteo de la olla. Menudo discutinio. Qué decepción tras el recuento de papeletas. Qué abominables traiciones de última hora que inclinan la balanza del lado del gobierno. Siguen los mismos de nuevo. 

Tras la derrota Barbacana se ahoga como una ballena encallada en una playa, se reúne con los suyos en su despacho de abogado. Desplomado en su sillón, rumia la humillación y la derrota. Es la primera vez que pierde unas elecciones y hay que buscar a alguien a quien cargarle con el mochuelo. El chivo expiatorio es Primitivo; a toro pasado, él es el culpable. 



¡Qué elecciones aquellas, Dios eterno! ¡Que lid reñidísima, qué disputar el terreno pulgada a pulgada, empleando todo género de zancadillas y ardides!

A través de los vidriales penetran las voces y la algarabía de los vencedores que celebran la victoria ebrios de triunfo, beodos de vino gratis. De entre las voces destaca un clamor que en España tiene mucho de trágico: un muera. El grito de guerra que esperan los derrotados. Las voces cada vez más nutridas encienden los ojillos del Tuerto de Castro, siniestro personaje que acaricia las cachas de una navaja que asoma al borde de la faja. Barbacana saca dos pistolones que guarda en el cajón del escritorio. El clero joven se echa al monte imbuido del espíritu guerrillero del Cura Merino. El Arcipreste medio sordo quiere escapar por la puerta de atrás. Confiesa su humana cobardía: “No es cosa de aguardar a que esos incircuncisos vengan aquí a darle a uno tósigo.” Barbacana lo tranquiliza:  “Ni a romperme un vidrio se atreverán esos bocalanes. Pero conviene estar dispuesto, por si acaso, a enseñarles los dientes.” 

En vista de que la cencerrada no cesa, salen los de dentro armados de garrotes y látigos a majar como en centeno y ahuyentan a los vociferantes bebedores. Sin arma blanca, la reservan para el monte, perdices y liebres, que valen más que todos esos en cuadrilla, pellejos de vino avinagrado, odres de mosto. 

Cazos, almireces, cuernos de buey y cosas así quedan esparcidos por el suelo. El paisaje después de la batalla. Los héroes de la batida parten a caballo hacia la montaña, dejan solo a Barbacana con el tuerto de guardaespaldas. “La casa silenciosa, torva y sombría como quien oculta algo negro y secreto.”


Dicen que tuvo un serrallo 
 este señor de Sevilla; 
 que era diestro en manejar el caballo, 
 y un maestro en refrescar manzanilla.
Antonio Machado/ Joan Manuel Serrat







El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Me ha gustado esa forma de contarnos las elecciones a través de los animales que las sufren más... Este pasaje de la novela es de los más interesantes para reflejar la sociedad del momento. ¿Hemos cambiado? que lo cante Serrat...

Abejita de la Vega dijo...

Señoritos de antes y de ahora. Besos Pancho.