jueves, 22 de octubre de 2015

Novelas Ejemplares (4) El Licenciado Vidriera. Miguel de Cervantes. Hueso de lujo






"Los escribanos han de ser libres, y no esclavos, ni hijos de esclavos: legítimos, no bastardos ni de ninguna mala raza nacidos"


Novelas Ejemplares (4) 
El Licenciado Vidriera 
Miguel de Cervantes 

El desfile de curiosos preguntones por la cara continúa. Uno de ellos se extraña de que entre los oficios que el licenciado ha criticado no esté el de los escribanos, que tan mala prensa tiene entre la gente del común. Conviene aclarar que el escribano era un funcionario relevante, de bastante peso en la sociedad, encargado de dar fe y marchamo de legalidad a todo tipo de transacciones y documentos, semejante a los notarios actuales, pero con más atribuciones. De ellos opina que aunque él sea de vidrio, no es tan frágil como para dejarse llevar por la corriente del vulgo, a menudo engañado. El licenciado Vidriera va a comprobar pronto, con Antonio Machado, que ser un aguafiestas se paga caro en esta sociedad:
 
¡Qué difícil es 
cuando todo baja 
no bajar también! 

El truco de Cervantes permite al protagonista loco nadar contra esa corriente sin levantar demasiada polvareda, el perfil bajo necesario para cantarle las cuarenta al más pintado sin llegar a ser un cenizo, nadar y guardar la ropa, su táctica guerrillera consiste en golpear, replegarse y así servir para otra vez. Le fatigan los murmuradores que muestran su maldad hablando mal de escribanos y alguaciles; no se puede pasar a otras ciencias si no es por la puerta de la Gramática. Los escribanos han de ser libres y no esclavos; legítimos, no bastardos. Son gente indispensable para el correcto funcionamiento de las repúblicas ordenadas. 



"Nadie se olvide de lo que dice el Espíritu Santo: Nolite tangere christos meos." (Que nadie toque a los ungidos,  en romance)


 Así mismo resulta enigmático en sus apreciaciones cuando se mete en camisas de once varas para que no le rocen, cuando se mete a juzgar ciudades en este país de colmillos afilados: “De Madrid cielo y suelo; de Valladolid, los entresuelos.” Proclama el sabio Atenas, centrando la suerte, como explicación a uno que no había entendido otro dicho parecido anterior: “De Madrid, los estremos; de Valladolid, los medios.” 

Considera que la suerte de los músicos es limitada porque su aspiración máxima muere en la cámara del rey. 

De las damas cortesanas opina que tienen más de corteses que de sanas. 

Sostiene que los templos son campos de batalla donde “los viejos acaban, los niños vencen y las mujeres triunfan.” 

Se deja picar de las avispas, también ellas, las domésticas, añejas avispas, tienen derecho a murmurar y desmoronar a aguijonazos los cuerpos de bronce eterno. 

De las religiones afirma que son los aranjueces del cielo, la huerta que Dios recolecta. Sus frutos se ponen a la mesa. De ahí se nutre el santoral, los privilegiados con derecho a silla para sentarse a su mesa. 

 Resumiendo, en los dos años y algo que Tomás fue hombre de cristal dice tales cosas que bien podría pasar por uno de los hombres más cuerdos del mundo. 

Un religioso de la orden de San Jerónimo, experto exorcista en sacar demonios del cuerpo de la gente, le sana y le vuelve a su juicio primero. Lo viste de letrado y lo invita a volver a la Corte. El retorno lo hace a nombre de licenciado Rueda, bastante más sonoro, noble y señorial que el despectivo Rodaja. Una suerte de  ensayo general para lo que hará después Cervantes con el desdoble Quijote - Quijano. Los muchachos lo reconocen y lo persiguen de cuerdo como lo hicieran de loco. Pronto lleva tras de sí más de doscientas personas. En vista de tan nutrida expectación a la redonda, toma la palabra para anunciarles que se ha venido a la Corte a buscarse la vida. Si no lo dejan, granjeará la muerte. Les pide ayuda, que dejen de perseguirle y les ruega que se pasen por casa a visitarle para hacerle las preguntas. Él se las responderá de pensadas mejor que antes lo había hecho de improvisado por las calles. 





"¡Oh Corte, que alargas las esperanzas de los atrevidos pretendientes, y acortas las de los virtuosos encogidos, sustentas abundantemente a los truhanes desvergonzados y matas de hambre a los discretos vergonzosos!"

Las cosas no salen tan bien como esperaba porque a los pocos días, sometido a la tiranía del hambre asesina, se cree morir. Hasta el perro le abandona. Ni siquiera los amigos acuden a visitarle, como en el viejo tango de la Cumparsita. El autor le ofrece una salida para seguir viviendo, decide dar al licenciado Rueda una segunda oportunidad en Flandes, que se valga de la fuerza de su brazo, en vista de que su ingenio no le da suficiente para vivir. Dedicado a las armas, tiene su mármol y su día, crea nuevos lazos con el tiempo. Dejando  fama de soldado prudente y valiente al morir.


Lo poco que tenía lo invirtió 
en un hueso de lujo para el perro 
y en pagar al contado la mejor 
corona que encontró… 
para que hubiera flores en su entierro.
Fito Páez/Joaquín Sabina







Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.




4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

De Rodaja a Rueda. Tienes razón, la sociedad termina no aceptando del cuerdo lo que sí aceptó del loco... y al pobre no le queda más remedio que arriesgar la vida como soldado. Significativo...

Gelu dijo...

Buenos días, pancho:

"En resolución, él decía tales cosas que,[...] ninguno pudiera creer sino que era uno de los más cuerdos del mundo."
Parece que la letra del tango que has escogido, coincide con la visión que le provocó la lectura a José Sánchez Rojas, y que ha sido el motivo de mi aportación a la lectura.

Un abrazo

Abejita de la Vega dijo...

Los escribanos debían entrar por la puerta de la Gramática, no siempre respetada. Ser gente libre para dar fe con legitimidad. Defiendo a los escribanos, aunque no tenga muy claro si se parecían a un notario o a un registrador de la propiedad, cielos, o a un simple pendolista. Era otra sociedad, muy diferente a la nuestra. Defiendo a los escribanos porque tengo la sospecha deque alguno ronda por mi maraña de cromosomas. Mi abuelo materno, cordobés de pura cepa, se Llamaba Antonio Moya Escribano.

Un abrazo, un placer leerte y escucharte.

Paco Cuesta dijo...

Levantar como bien dices sólo la polvareda pertinente dejando bajo la alfombra a la nobleza y el clero. Lo importante era denunciar lo posible renunciando a lo imposible.