lunes, 22 de diciembre de 2014

El Quijote de Avellaneda (17) Alonso Fernández de Avellaneda. Dos y tres son cuatro.






"Luego corro a entronizarme/ más hueco que una bacía"

El Quijote de Avellaneda (17) 
Alonso Fernández de Avellaneda 
Capítulo XXV (Séptima parte y última) 

Don Quijote y Sancho se levantan con las primeras luces del día. El ropavejero ha madrugado, se  presenta en la fonda a primera hora con tres vestidos para que Cenobia escoja. Ella elige “una saya, jubón y ropa colorada, con gorbiones amarillos y verdes, y vivos de raso azul; y, dándole al dueño por todo doce ducados.” Vestida tan de rojo, Sancho ve pintiparada una yegua vieja acabada de desollar. Don Quijote compra una mula razonable al mesonero por veintiséis ducados para llevar bajo toldo y a la sombra a Cenobia, como una emperatriz. El ropavejero y el mesonero se quedan conformes con la venta y después de almorzar se echan al camino. Don Quijote se adelanta, pero anda despacio para que el resto de la comitiva lo puedan alcanzar pronto. Las maniobras de Sancho y Cenobia para instalarse en sus monturas llevan su tiempo. El caballero andante, impedido para echar una mano. Bastante tiene con lo suyo, el peso que arrastra. 

Sancho y Cenobia entablan conversación relativa al malestar de Sancho por tenerse que hacer cargo de ella y ponerse a gatas para que la reina de las amapolas entre los trigales se encarame en la mula. Ella le promete compensación en cuanto lleguen a Alcalá, “con una mocita como un pino de oro,”  para que se divierta más de dos siestas. Bárbara sabe cómo encelar a Sancho en la lujuria y quitarle la querencia. 



"Aunque viento y cortesía/bastan para derribarme"

Alcanzan a don Quijote que ha trabado plática en un oxidado latín macarrónico con dos mancebitos estudiantes que también se encaminan a la ciudad universitaria. Sancho le aconseja que desconfíe de los que caminan vestidos como tordos por la mala experiencia que tuvo con ellos, aún recuerda la lluvia de gargajos que le echaron encima en Zaragoza. 

Los dos mancebos recitan enigmas en cinco estrofas de cuatros versos octosílabos (redondillas) con rima consonante abrazada (ABBA), que gozan de crédito entre la gente de la época que se esfuerza en aprenderlos y recitarlos; los oyentes tratan de adivinarlos y juzgan el ingenio de los recitadores. Los presentes se quedan embobados por la astucia en el encubrimiento en verso. Se dan por vencidos para que el rapsoda ingenioso explique en prosa el misterio, el significado escondido. Qué buena manera de ejercitar la mente, cultivarse en verso, pasar el rato y que las tediosas horas del camino se hagan más llevaderas. Entrando en animada conversación, socializar en directo, sin echar de menos el reclamo permanente, la esclavitud andante del teléfono móvil a una mano adosado. 

Si algún lector, visitante de este blog, quisiera descubrir el resultado de las adivinanzas cultas, haría bien en instalar la aplicación, leer de primera mano la explicación en prosa, tan buena como el verso. Una invitación a pasar un buen rato en compañía de la cuadrilla de don Quijote caminito de Alcalá. Y admirarse con la sorpresa de Sancho cuando proclama su incapacidad para acertar:  “¡Por vida de quien me parió -dijo Sancho-, que lo ha desplanado riquísimamente! ¡Oh, hideputa, bellaco! ¡El diablo lo podía acertar!"  No me atrevo a mutilar una escena que es una pequeña obra maestra del entretenimiento popular, del gusto de la época y de todas las épocas. Una vuelta a la oralidad primitiva, germen y origen de la poesía. Captar la atención, sorprender, porque la poesía surge para ser leída, escuchada y entendida por la gente, no se nos olvide.




"Yo tengo de andar encima/por ser, como soy, ligero"

Metidos en harina uno de los estudiantes aprovecha el momento para leer unas coplillas similares en métrica y rima a los acertijos. Todas las estrofas abren por Ana,  Ana repetida pero de peor calidad. Sin embargo, sirve para demostrar las dotes y vanagloria del vate, “propiedad inseparable de los poetas.” Un inteligente recurso del autor para llenar los tres días de camino lento que transcurren sin que les pase aventura digna de reseña, al ritmo sostenido de cuatro o cinco leguas la jornada. Los cansancios y los años acumulados de Rocinante no dan para más prisas. 

Si a ninguno le sale que dos y tres sean cuatro.
Si a ninguno le vale para el hambre un garbanzo.
Si a todos nos molesta que vengan molestando...
parar todas las guerras es lo más acertado.

    Un planeta y un sol para toda la gente.
Si me falta razón, quizás sea un demente...
un solo corazón para toda la gente.
Un planeta y un sol, quizás sea un demente.
Diego Cruz  




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
 

2 comentarios:

Myriam dijo...

Felicito tu constancia Pancho, en la lectura y en estos 17 capítulos tuyos, del cual te soy franca, he leído sólo atentamente este último. (No he seguido esta lectura). También quiero desearte muy felices fiestas a ti y a los tuyos y que el 2015 te sea muy benigno en todo sentido.

Un fuerte abrazo

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Has señalado algo muy interesante de esta obra -apuntado en Cervantes pero tratado de otra manera que en Avellaneda- como es el recurso a la tradición popular, el folklore, la sabiduría del pueblo. Avellaneda la usa con varios planos estratégicos: primero porque es una forma magnífica de insertar la tradición en una obra culta y lo hace de forma noble, directa, mostrando su belleza estructural; segundo porque la usa como recurso para contraponerla contra la locura libresca de don Quijote.
Entrada magnífica.