"Migio guardaba en los bolsillos de su discreción la clave de los pequeños misterios de la casa"
Dejar las cosas en sus días (14)
Laura Castañón
La llegada del criado Migio a la Casa de Pomar coincide con el nacimiento de Sidra. Es un auténtico operario de mantenimiento. Multiusos. Lo mismo hace de chófer de don Benito Montañés, llevándolo en el Minerva cuando sale fuera, que arregla la máquina de coser o poda el seto de boj del jardín. También sabe distinguir los pájaros por su canto, interpretar las nubes o injertar los cerezos. Es el encargado de ordeñar las vacas, de echarle de comer a los cerdos y les hace a los niños los mejores silbatos de boj. Es un hombre importante, sabio contrastado; sabe hacer muchas cosas con las manos.
Aunque no lo parezca, debido a su proverbial discreción y lealtad de criado antiguo, conoce los secretos de la casa y sus moradores. Es como la sombra fresca que rodea una encina solitaria y poderosa en mitad del secarral. Había plantado cinco árboles en el jardín, uno por cada retoño de la casa. El sauce era su preferido, representaba a Manuel, el más mimado de todos desde que se fuera para siempre. Las camelias blancas estaban cada vez más lucidas desde que la locura había arrebatado a Sidra el juicio. La sombra de los árboles dedicados era el recordatorio de la alegría que un día había inundado la Casa de Pomar. El peral de Paloma estaba triste por el trato malo que el cojitranco le daba.
Andrés tenía casi cien años de edad y a pesar de las dificultades para salir del taxi, abrir la puerta con cerradura temblorosa o distinguir el color de los billetes, gracias a Facebook había contactado con un sobrino de Preciosa Duarte que le había dicho que aún vivía. Había pasado veinte años en Méjico después de dos de cárcel y ya llevaba cuarenta residiendo en Madrid, ingresada ahora en una residencia de ancianos, regentada por unas monjas peruanas porque las mujeres españolas hace tiempo que dejaron de sentir la llamada de la vocación religiosa como la sentían de antes.
"Recreaba en su imaginación cada uno de sus movimientos al otro lado de la puerta"
Se habían conocido embutidos en el mono azul que usaban los actores de La Barraca dirigidos por Federico García Lorca durante el proyecto cultural ambulante de las Misiones Pedagógicas. Se habían amado a la sombra de los árboles y sentido el esplendor en la yerba. Se vuelven a encontrar más de setenta años después y ella le llama Ángel mientras mantienen las manos entrelazadas. La próxima vez le traerá gominolas de osito y un ramo de flores, pero sabe que no habrá próxima vez.
La autora se vale de un diálogo con Asier para hacernos saber que Bruno prefiere quedarse en su casa por Navidad a pasarla con ella. El la intenta convencer de que la trata mal, o si prefiere darle la vuelta, la maltrata. La consuela y le pide que deje de llorar por alguien que no la merece.
La sombra del Marqués parecía proteger la cuenca minera de las sacudidas sociales exteriores. Los últimos años de la década de los veinte el tiempo parecía haberse detenido en Bustiello. La Casa de Pomar se ha convertido en un reducto de soledad porque apenas existe ya. Solo quedan: Sidra medio loca, envuelta de continuo en su negro pañolón, y Claudia que mantiene el hueso de ciruela y la pasión por aprender que comparte con Andrés. Se comprometen a seguir unidos hasta el hueso que Claudia guarda en su bolsillo. Ahí fuera el cine rompe a hablar con El Cantante de Jazz. El Barcelona gana la primera liga española de fútbol, una paradoja, ahora que la fiebre nacionalista se empeña en jugar la catalana u otra. Se estrena El Perro Andaluz y en Pomar se dejan sentir las estrecheces económicas en contraste con la opulencia de Gustavo y Montserrat que insistía en amargarle la vida a Paloma. En abril de 1931 cambia el régimen político nacional al abandonar la monarquía el suelo español.
"Allí el tiempo se había estancado"
También Aida siente la pena honda, el mordisco de la soledad por Navidad, algo que nunca pensó que sentiría. Su madre parece casada con el sindicato desde la muerte de su padre. Echa de menos lo que la gente cuenta de la algarabía que se prepara en las casas cuando las familias se reúnen. Ella la pasa en una residencia de ancianos acompañando al único eslabón que queda con vida de aquella vieja Casa de Pomar. La extirpe se extingue, no dejarán rastro de haber existido cuando ambas desaparezcan.
El diario de Claudia reseña el día dieciocho de abril del 1931 que el catorce se proclama la República, Claudia lo sabe porque Efrén se lo dice; coincide con su cumpleaños. Anota que desde que tiene el desarrollo se siente alegre y triste a la vez. Andrés le explica que eso son cosas de mujeres. Andrés sabe mucho, se siente orgullosa de el. Como señala don Efrén: “Esti manguán ya sabe más que yo…, con un orgullo… como si fuera su propio hijo.” Sidra está obsesionada en hacer guardia para evitar que estén juntos a solas. Ella los acusa de cortejarse. Claudia lo niega y añade que solo son buenos amigos, pero Sidra no se lo cree.
"El paisaje de Pomar se modificaba sustancialmente"
“Qué falta hacía aquí un Benito Mussolini con dos cojones”, era la expresión preferida de Eusebi cada vez que zanjaba una conversación con sus compañeros de mesa en los bares de Mieres que frecuentaba. Extrañaba la camaradería y el compañerismo de los espíritus afines, por eso marcha a Madrid, se aloja en casa de un hermano. Ni su padre ni Paloma sufren por la marcha del cojitranco, sienten alivio por quitárselo de en medio durante una temporada. Únicamente se ve afectada a su madre.
El desánimo y el cansancio se apoderan de Aida cada vez que le da por observar la Moleskine con más de la mitad de las hojas repletas de anotaciones y creciendo. No encuentra el momento apropiado para pasarlas al ordenador y poner orden en el caos de notas, datos y expresiones. Tiene la sensación de que más que respuestas acumula más dudas y huecos a medida que indaga en los personajes cuyos huesos conforman su propia nómina de antepasados.
Manena Fanjul, anarquista fusilada, es otro nombre que se trae entre manos. Piensa en todo mientras observa desde un bar la gran cantidad de gente que hace deporte en la playa durante el horario laboral en verano, probablemente prejubilados de banca o funcionarios públicos, aristocracia de la clase obrera y consecuencia del estado de bienestar. No deja una situación sin citar la autora.
La novela pega un salto imprevisto de cincuenta páginas, de golpe...
Claudia marcha a Oviedo con dieciséis años, se aloja en la pensión regentada por la señora Romanita. Escribe a Ángel a diario, un par de veces por semana mete los folios en un sobre y los manda a una dirección de Madrid. Ángel le cuenta los viajes con las Misiones Pedagógicas, testigo de la miseria de las zonas rurales, está convencido de la necesidad de una revolución. Durante su ausencia ella rumiaba los momentos felices de los encuentros. Se esforzaba en leer los autores que el citaba como si fueran el evangelio revolucionario, la solución a todos los problemas. Descubre el Oviedo clandestino de los ácratas. Conoce a Gustavo Lafuente que pinta los carteles del teatro Campoamor y a su hija Aida Lafuente de su edad, La Rosa Roja de Asturias, siempre sonriente y ágil. Se siente intimidada por su desenvoltura y desparpajo de barrio. Claudia prefiere la amistad de Candelas, una maestra de “ideas” que la instruye en su doctrina. Le descubre que los avances sociales de los mineros de Bustiello son un espejismo, en realidad encubren la sumisión al patrón. Son unos privilegiados. La gente de verdad es la que engorda en época de castañas y vive pared con pared con sus animales, bastante lejos de las casas limpias como la patena y con geranios en las ventanas.
La niña del Albaicín era una rosa de oro
morena de verde trigo
y color de almendra sus ojos.
La niña del Albaicín vivía en un carmen moro
encerrada entre cancelas con llaves y con cerrojos.
morena de verde trigo
y color de almendra sus ojos.
La niña del Albaicín vivía en un carmen moro
encerrada entre cancelas con llaves y con cerrojos.
Rafael de León, Manuel Quiroga/Miguel de Molina/Miguel Poveda
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
5 comentarios:
Una vez me ocurrió con un libro lo mismo que a ti, un salto de páginas, y me dieron otro en la librería. Menuda faena...supongo que ya lo habrás solucionado.
El tiempo detenido, esa puerta con la tela de araña polvorienta, un poema visual.
Oviedo no es santo de la devoción de Claudia y de la escritora tampoco, me da la impresión. Laura es muy de Gijón. Las dos ciudades me parecen preciosas, por cierto.
Un trabajo gigante el tuyo.
Besos, Pancho.
No me acordaba ya de Migio.
Buenas noches, pancho:
Claudia y su diario. Cuántas cosas se descubren mirando con la perspectiva del tiempo. Es una hemeroteca personal.
Qué importancia tuvieron en esos años las Misiones pedagógicas.
Y cómo admira encontrar supervivientes longevos de esos años tan difíciles.
Qué canciones estupendas las de León y Quiroga. Me encanta la que has escogido en las versiones de los dos grandes Miguel.
Enlazo el poema ‘La niña del Albaicín’ recitado.
Un abrazo
P.D.: Te dejo una maravillosa interpretación de Al Jonson de la película ‘El cantante de jazz’
Pancho:
Corrijo: es Al Jolson.
Saludos
Hay un momento en el que queremos empujar a Aida porque parece que ella se siente incapaz de terminar la historia que nos ha atrapado como lectores: esa mirada a su agenda, en la que tan bien te has fijado.
Me encanta la foto de las piedras, casi las reconozco, como así las de las puertas.
Un abrazo
Luz
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