"Pocas calles podrían presentar méritos tan altos, tan preeminentes para obtener los títulos de sepulcral y fúnebre como la de Magallanes"
Paseo del cementerio. 1959.
Antonio López García
Aurora roja. Pío Baroja (2)
A menudo se oye decir que Madrid es un poblachón manchego plagado de contradicciones. Machado lo calificaba como rompeolas de todas las españas. Para Baroja es mezcla y abigarramiento, orden en el desorden, la seducción del caos. Gente que aparece y desaparece por sus calles destartaladas sin ritmo ni concierto. Un hervidero de gentes con todo por hacer y con ganas de hacerlo. Para tratar de definir la capital, sitúa la acción en dos calles que -como excepción- se han especializado en la oferta de servicios al ciudadano: por la calle Magallanes merodea la muerte; el amor de pago, la boca que come billetes y traga monedas se ofrece sin tapujos a lo largo de la calle Ceres, amorosa diosa fértil de la agricultura. Con buen criterio el autor agrupa la muerte y el amor en el relato. La naturaleza domada por el hombre en la ciudad no se muestra tan agresiva e influyente en el comportamiento de los personajes como a la intemperie, a campo abierto; por eso las casas cobran vida en el medio urbano: “Algunas casas, como los hombres, tienen fisonomía propia, y aquélla la tenía; su fachada era algo así como el rostro de un viejo alegre y remozado; los balcones con sus cortinillas blancas y sus macetas de geranios rojos y capuchinas verdes, debajo del alero torcido y prominente, parecían ojos vivarachos sombreados por el ala de un chambergo”. La calle, un lodazal invernizo con profundos roderones llenos de agua.
"En este raso o meseta solían jugar jugar los chicos novilleros de la ciudad"
Niños de Vallecas. 1947. Tinta, acuarela sobre papel. 47,9 x 32,3 cm.
Fundación Benjamín Palencia. Madrid. Benjamín Palencia
Manuel ha cambiado, se ha juntado con la Salvadora que ejerce su influencia y le saca de la calle, algo que él no había hecho con la Justa. A decir de Perico, trabajan mucho y gastan poco, vamos como si se hubieran juntado el hambre con las ganas de comer. Se comportan como ciudadanos decentes, productivos y bien integrados en el sistema. Perico es vecino de Manuel, trabaja de electricista, tiene un taller con parra y una estantería con libros.
Quince años no es nada. Quince años después de la despedida en la aldea soriana con apeadero de tren, se presenta Juan a la puerta de la casa madrileña de su hermano. Un melenudo con perro y sombrero llama la atención de los moradores de la casa de la calle Magallanes en una tarde lluviosa. Quince años de vidas paralelas que terminan por cruzarse en las calles de Madrid. El recién llegado con aspecto de perroflauta viene de París. Ha vivido la bohemia de los pintores de Montmartre tras el abandono de los estudios eclesiásticos. Se introducen en la casa, quince años dan mucho de qué hablar.
La familia de Manuel es un lío que conviene explicar. No es una familia convencional porque carece de la potestad que recae de forma natural en el padre y la madre, parece un clan. Además de la Salvadora y Enrique, su hermano pequeño, comparten techo con su hermana, la Ignacia, viuda que no sabe más que lamentarse de su mala suerte en la vida. Reparten las dependencias del edificio con los Rebolledo, el padre es barbero y sabe cómo hacer que los contadores de la luz marquen al revés. Perico es el hijo, un electricista autónomo. El taller es el lugar de reunión de las dos familias amalgamadas.
"Su expresión era una mezcla de bondad, de amargura y de timidez que despertaba una profunda simpatía"
Esperando. 1905. Óleo sobre lienzo. 166,5 x 98 cm. Abadía de Montserrat . Julio Romero de Torres
"Su expresión era una mezcla de bondad, de amargura y de timidez que despertaba una profunda simpatía"
Esperando. 1905. Óleo sobre lienzo. 166,5 x 98 cm. Abadía de Montserrat . Julio Romero de Torres
La Salvadora había abandonado a Jesús porque quería amontonarse con ella. Éste es ácrata de ideas pero más polígamo y moro que Abd el-Krim en asunto de mujeres. La Fea se había casado con el Aristón y montado una tienda de ropa de niño junto a la Salvadora. Pío Baroja trata bien a esta mujer tan trabajadora. La adorna de cualidades positivas. Es una mujer recia, de fuste y armas tomar. Se deja un bucle sobre la frente que le da un aire imperativo. Ha nacido para mandar. Pero tiene una fibra sensible, ama a los animales. El corral de su casa parece un zoo: “Había gallinas, palomas, unos cuantos conejos en el corral, dos canarios, un verderón y un gatito rojo, que se llamaba Roch”. Al menos bastante mejor que al mancebo de la barbería: “chato como un rodaballo, con menos frente que un chimpancé”.
El señor Canuto es un veterinario anarquista y murguista. No lee nada, pero en su cabeza cabe una enciclopedia de sabiduría popular. Como es un individualista feroz, lo practica, vive en una casilla del cementerio para no tener que compartir el aire con los vivos. Solo hace la concesión de acercarse al sanedrín del taller para la tertulia y jugar a las cartas con Rebolledo padre, la Ignacia, la Salvadora y quien se tercie.
Dos errores gramaticales (leísmo y laísmo) en la misma página llaman la atención de cualquiera, sobre todo cuando, salvo error u omisión, no hemos detectado otros semejantes en sus novelas. Para mí que se trata de una provocación del autor, un poco harto de que le acusen de escribir deprisa, sin fijarse. Pío Baroja agita la franela y hacemos ruido, nos arrancamos en tromba a denunciarlo.
“-¿No está tu hermana? -preguntó Rebolledo, el barbero, a Manuel.
-No; ya ve usted.
-Pero bajará.
-Creo que sí.
-Le voy a llamar.
El jorobado salió al portal y gritó varias veces:
-¡Señá Ignacia! ¡Señá Ignacia!
-Ya vamos -contestaron de arriba.
-¿Tú querrás jugar? -preguntó el barbero a Manuel.
-Hombre... la verdad; no me distrae.
-¿Y tú? -añadió, dirigiéndose a su hijo.
-No, padre, no.
-Bueno; como quieras.
-A éstos no les gustan las diversiones manuales -dijo, muy serio, el señor Canuto.
-¡Pchs!, si no somos más que tres, jugaremos al tute arrastrado
-murmuró él barbero. Se presentó la Ignacia en el cuarto: una mujer de treinta a cuarenta, muy esmirriada, y poco después entró la Salvadora.
-¿Y Enrique? -la dijo Manuel”.
"Yo adivino el parpadeo
de las luces que a lo lejos
van marcando mi retorno.
Son las mismas que alumbraron
con sus pálidos reflejos
hondas horas de dolor".
Alfredo Le Pera
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
8 comentarios:
El nombre lo dice todo: Salvadora. Don Pío la crea para convencer y redimir.
Un abrazo
(a los que no seguimos la lectura) nos dejas unos cuadros muy hermosos y un pedazo de tango... a mí de pequeña ya los tangos me gustaban muchísimo.
biquiños,
Me gusta como has marcado el ambiente madrileño ese tan característico y loque dices de "el clan familiar". La Salvadora va dulcificando su carácter con el tiempo, jajaja. Es una gran mujer.
Dices, o al menos eso entiendo yo, que Manuel no se ha juntado con La Justa, pero si lo ha hecho cuando ella era una mujer pública, en MH P3 C5, incluso buscó trabajo estable en una imprenta en Chamberí, pero ella se aburría y termina abandonándolo.
Los laismos, etc, me golpean los ojos. Cuando es el personaje que habla, se entiende que es él el que habla mal. Cuando es el autor, es otra cosa... pienso yo.
Un abrazo
Pd. Gracias por lo que dices en casa. Casi, casi que no hago ningún trabajo sobre esta Trilogía de Baroja, pero te digo la verdad, tú y los otros compañeros que aportaron y lasmaravillosas clases del profe, me estimularon. Conforme iban pasando los días y veía vuestros colaboraciones elaboradas con tanta dedicación, que la vergüenza me iba colmando.
Creo que hasta me sentí un poco Manuel de vaga, desmotivada, poco voluntariosa.... pero logré meterme en la piel de La Salvadora y de Roberto (así mezcladitos) y produje dos huevitos.
La entradilla de este texto tuyo vale más que muchos artículos que he leído sobre Baroja. En efecto, Baroja quiere darnos esa sensación. En algunos pasajes de la trilogía, haciendo que los personajes vayan de un lugar a otro, en ocasiones fijando la acción, como aquí bien dices, es unas calles concretas, con todo su simbolismo.
En cuanto a los laísmos, es que a Baroja eso no le importaba demasiado.
"Para Baroja es mezcla y abigarramiento, orden en el desorden, la seducción del caos. Gente que aparece y desaparece por sus calles destartaladas sin ritmo ni concierto. Un hervidero de gentes con todo por hacer y con ganas de hacerlo." Me quedo con este estupendo párrafo de la descripción de Madrid.
Un abrazo
Luz
Madrid era entonces mucho más poblachón manchego que ahora, al atardecer se escuchaba el dulce sonido de las esquilas de las cabras, más rural imposible. Las fotos de aquella época nos muestran unas calles de casas bajas y encaladas, con mujeres sentadas a la puerta. Así nos lo dicen las fotos de la época. Era una ciudad a medio hacer, de ahí le vendrían algunas contradicciones.
Leísmo, laísmos y complementos directos con a o sin a, qué más le da. Le importa un bledo, no creo que fuera provocación de escritor. Era el efecto de su lengua materna, con una sintaxis completamente distinta a la castellana.
Besos, enhorabuena por tu trabajo.
Me ha encantado tu descripción de Juan como perroflauta... Besotes, M.
Buenas noches, pancho:
- La Salvadora es bonita, trabajadora y de fiar.
- Me trajo recuerdos veraniegos la escena de la partida de cartas de este capítulo buscando completar los jugadores.
Y como aquí, en Adiós a la bohemia .
Estupendas ilustraciones, aunque repitas.
Me gusta la versión que de ese conocido tango hizo Calamaro. Tengo el CD desde que salió a la venta.
Abrazos
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