"Y la bella bailaba con la cara enfurruñada y los dientes apretados, dando taconazos, haciendo que se dibujaran sus caderas poderosas al replegarse la falda".
Alegrías. 1917. Óleo y temple sobre lienzo. 161 x 157 cm.
Mala Hierba. Pío Baroja (7)
La denuncia social es un ingrediente activo en la trama de la novela, lo vamos comprobando en el avance de la misma y en la progresiva concienciación de los personajes. Pío Baroja introduce este elemento de una forma natural, sin perturbar el desarrollo del argumento ni dar tres cuartos al pregonero. Al fin y al cabo, su objetivo primordial es escribir literatura atractiva para el lector, no política, ni sociología. Sin embargo, en modo alguno se le puede acusar de tibieza ni de que no eche su cuarto a espadas y menos aún de falta de compromiso y definición.
El sacristán de la iglesia de San Sebastián los encuentra en el interior, los echa de allí a cajas destempladas y los entrega a las fuerzas del orden. Jesús se escabulle. El Hombre-boa y Manuel conocen los calabozos, semejantes a jaulas o chiqueros de ganado. A media noche las influencias desenchiqueran a Manuel. Recurre a sus conocidos de la prensa, el llamado cuarto poder que por esos años aún lo conserva y lo ejerce. No como ahora, que como no hay quien se gaste un euro en un periódico, su poder se ha difuminado. De una patada a la rúa y a vivir tropa. Allí enjaulados se quedan don Alonso, la Chata y la Rabanitos; a malcomer gratis que no es poco. Manuel tiene la libertad, pero con la libertad se come poco. Se tiene que conformar con unas nueces que guarda y que comparte con él un veterano de la Guerra de Cuba que le cuenta batallas de los rigores y miserias sufridos en la Manigua.
El repatriado conserva en formol cierta querencia a los cuarteles, recuerdos militares de la guerra perdida, la sangre derramada sobre las blancas arenas del Caribe, nostalgias de la sombra de los altos, quiméricos penachos del cocotero. El toque de clarines y cornetas de la diana de un cuartel cercano les interrumpe el sueño. Un disparo se suma a la alboreada. Un suicida remacha los clavos de su propio ataúd, cansado de hacer sombra, se aparta para siempre del camino. El repatriado lo saquea. Lleva el botín a Marcos Calatrava, un pirata pata palo, perista y socio de Vidal, el primo de Manuel. Le tocan cinco duros en el reparto. Vidal está echaíto a perder. Abandonó la zapatería de su familia para ser un hampón delincuente que teme al Bizco, más malo que la carne el pescuezo. Pero la familia es la familia: le presta su casa, comen juntos y le cambia de ropa. El sueño tarda en llegar por la noche, Manuel extraña las sábanas, ya ha perdido la costumbre de dormir en la comodidad de una cama blandita.
Despertar entre sábanas blancas es un lujo oriental, Manuel no se lo puede creer. Sabe que es verdad cuando recuerda los sucesos del día anterior. Sale a la calle como un pincel con la ropa que el primo le presta. Con la vieja hace un rebujón, lo ata con una guita y Vidal se encarga de lanzarlo a un solar por encima de una pared. Manuel se siente incómodo con ropas que no corresponden a la clase trabajadora, inadecuadas para trabajar con las manos, la única herramienta de trabajo que conoce. Como si a cada paso escuchara a la gente reprochándole su impostura:
-“No eres de los nuestros”.
"Si hay que hacer una granujada, casi casi, prefiero vivir así"
La taberna. 1940-1945. Óleo sobre lienzo. 88 x 126 cm. Colección Silvia Manrique. Madrid
Eduardo Vicente
El gesto de Vidal es un símbolo revolucionario, rompe la barrera de las clases sociales. Considera el trabajo como un castigo, no una recompensa. Trata de explicarle a Manuel que a través del trabajo uno se hace viejo y nada, sigue probe como siempre. Se hace necesario tomar el atajo del engaño, trabajar en el alambre, dar la cara sin correr riesgos, sin exponerse a recibir los mamporros si vienen mal dadas. Engañar o trabajar; no hay más alternativa.
Vidal le explica los trucos para prosperar entre la negritud del mundillo del juego: “Ganar dinero cuando se está en un sitio donde lo hay es lo más mollar de la vida”. Los jugadores deambulan como abducidos por la secta. El silencio en los garitos del vicio se respeta más que en una iglesia. “El juego es la única religión que queda” -sostiene Vidal-. “Eran aquellos, tipos de miseria y sordidez horrible; […] En sus ojos brillaba la pasión del juego”.
El dinero tiene poder. “Poderoso caballero es don Dinero / Pues que da y quita el decoro / Y quebranta cualquier fuero,” sostenía Góngora y aprueba Manuel que no pone reparos a tocar su poder y librarse del ejército. Matarse en África en lucha con los moros es cosa de pobres. Sin embargo, algo habita en su interior que le amonesta. La voz de la conciencia que le ayuda a discernir entre el bien y el mal.
"Se alistó en el batallón de voluntarios que iba a Cuba"
Por el Garro, un policía sobrecogedor, casado con la Chana que ejerce de perista y timadora profesional, conoce la trayectoria vital del Calatrava. De estudiante malogrado había pasado a cura arrepentido antes de recalar en el cuerpo de la Sanidad Militar en Filipinas. A todos timando, hace carrera en el arte de la estafa y de la mala vida cobrando el barato en los chabisques de Manila, antes del regreso a Madrid. En la guerra de Cuba se distingue por su valor, pero pierde la pierna y su modus vivendi. Por su primo, Vidal, conoce las aventuras y desventuras del Maestro, un ciempiés más listo y letrado en gramática parda que el cojo Calatrava. Se codea con la aristocracia, alterna en el Palacio Real con duques y marqueses. “Pasa los días leyendo y tocando la guitarra”. Que representa el súmmum de la buena vida para Manuel.
"En guerra están la baba y el carmín,
el duermevela y la pesadilla,
el chevalier y el puercoespin,
la extremaunción y las espinillas.
Están en guerra el cojo y el ciempiés,
los ascensores y el purgatorio,
mañana es vispera del día después
pasado flores en velorio"
J. Sabina
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
7 comentarios:
Buenas noches, pancho:
No creo que Pío Baroja pretendiera que su literatura fuese atractiva para el lector. Se compromete con lo que dice. Era la verdad, y eso no debía ser agradable para los que se veían reflejados en el espejo.
Triste situación la del país en ese momento. Lo vivido por el repatriado superaba cualquier relato. Tenían que venderse periódicos porque era la forma de enterarse de lo que ocurría dentro y fuera, pues todos los ciudadanos estaban -de algún modo- a la espera de noticias.
Un abrazo.
P.D.: Estupendas ilustraciones.
Apropiándome del título de "Planeta" diría que son temas de hoy. El trabajo sólo da supervivencia y por contra para algunos la riqueza es fácil de conseguir.
Tus análisis e imágenes son un gran complemento para ésta lectura colectiva.
Un abrazo
Lo del dinero fácil y el juego me ha traido recuerdos MUY actuales... Besotes, M.
Estos pasajes dedicados a la guerra de Cuba son tan certeros que llaman la atención por su modernidad.
Y, en efecto, todas las formas de salir de la situación social están presentes en la obra: incluso la justificación en la lucha social de la delincuencia de este tipo...
Excelente entrada.
El repatriado habla más claro, mucho más, que los periódicos de entonces. Un horror la guerra de Cuba.
Vidal es la cigarra y acabará mal. Ofrece a Manuel una vida de engaños. Menos mal que lo salvan a tiempo.
Un placer leerte, Pancho, a Baroja se quitaría el sombrero, digo la boina.
Besos
nada más ver la primera pintura ya adiviné que era de Julio Romero de Torres... inconfundible!
biquiños,.
La denuncia social en la obra de Pio Baroja, como bien dices, es innegable.
La guerra de Cuba sus consecuencias, como cualquier guerra, debió ser atroz.
Me encantaron las imágenes con las que ilustraste la entrada, peor el título, para mí, se lleva el premio gordo: ¡Es genial!
Besos
(Vengo tarde, pero es porque quiero de disponer de tiempo para leerte con calma)
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