"Una beatitud augusta resplandecía en el cielo, y la vaga sensación de la inmensidad del espacio, lo infinito de los mundos imponderables, llevaba a sus corazones una deliciosa calma..."
Mala Hierba. Pío Baroja (8)
Prueba de que el negocio del juego marcha viento en popa es que el Calatrava invita a gastos pagos a Manuel y a su pariente, Vidal, a una casa de citas un domingo por la tarde. Allí se presenta la Justa, una vieja conocida de La Busca, hija del trapero que ponía pucheros en los mástiles de las banderas. En su casa había pasado Manuel los mejores ratos de su deambular por los bajos fondos madrileños. Regresan al baile de la Bombilla y recuerda los malos momentos que pasó al verla bailar con el Carnicerín. Con posterioridad, éste la deshonra y le pega una enfermedad venérea. “Manuel sentía una tristeza dolorosa, el aniquilamiento completo de la vida”. Se van juntos a su casa. En una noche fría y estrellada, la Justa y Manuel se reajustan. Él le promete sacarla de aquella vida, regeneración que no se cumple. Manuel continúa con la casa de juego, ella rueda por los cafés, colmados y casas de citas de la capital. Se acostumbran a esa vida. Ya sea por pereza o por miedo, no cambian. La convivencia se deteriora porque la Justa tiene prontos, le arma escandaleras y le dan arrechuchos que se le pasan pronto.
"Yo fui deshonrada por un señorito: vivía en Zaragoza y entré en la vida"
Chulos y chulas. Gutierrez Solana.
Pío Baroja compone a continuación un capítulo magistral que aparece por sorpresa y que define por sí solo a un gran novelista, para narrar la muerte de Vidal a manos del Bizco en los aledaños del río Manzanares. Solo un grito lejano lo aparta definitivamente de los amigos cuando las últimas palpitaciones del sol cuajan la tierra de tonos trágicos de color azafrán. El relato abarca veinticuatro horas que tienen de todo, un puñado de páginas al galope, de ritmo frenético. Numerosos ingredientes gobernados con maestría singular. Su habilidad para deslizar la pluma por temas y asuntos tan complejos y diversos es impresionante: un fusilamiento, un ajuste de cuentas, cuadros costumbristas de gran vigor y fuerza narrativa; bien adobados con música popular: cante jondo y danzón cubano. El habla popular, el lenguaje descarnado de un forense junto a pinceladas de hondo lirismo, reflejo del acabamiento: “Tenía clavada la navaja en el cuello, cerca de la nuca. Calatrava tiró del mango, pero el arma debía de estar incrustada en las vértebras”. “Las últimas claridades de la tarde se reflejaban en los ojos, muy abiertos”.
En efecto, en veinticuatro horas Manuel es testigo mudo de dos formas distintas de hacer justicia con idéntico resultado. Se tropieza con la muerte por partida doble. Sale del teatro acompañado de Vidal y sus parejas respectivas: la Flora y la Justa. Al amanecer se unen a un público estrafalario “de cómicos, trasnochadores, coristas, prostitutas, subidos en coches simones, y una turbamulta de golfos y de mendigos”. Al alba hacen eco en los desmontes de las afueras de Madrid las descargas de los fusiles, rompen el silencio de la mañana y el alma de un reo abandona el cuerpo acribillado que se desmorona sobre el suelo, desmadejado como un muñeco de trapo.
La Flora no es la primera vez que presencia un ajusticiamiento público, tiempo atrás ya había visto el cuerpo sin ánima de la Higinia tras el par de vueltas al garrote del verdugo. Duermen un poco y a mediodía salen para el merendero de la señora Benita en el Saltillo. Comen, cantan, bailan, viven y sienten quebrar el hilo frágil que ata a Vidal a la existencia. Por capítulos como éste la lectura de Baroja apasiona a lectores de épocas diferentes.
"(Los tranvías) venían atestados de gente y fueron los tres en la plataforma"
Tranvía en las afueras. 1953. Acuarela sobre papel. 65 x 54 cm. Colección particular. Madrid
Al día siguiente contaban los papeles el crimen del Saltillo. El miedo a verse involucrados invade los corazones de Manuel y la Justa que se mudan de casa para despistar. Bien sea por el temor de la muerte de su primo o por un impulso interior, Manuel se siente con bríos para cambiar de vida. Encuentra trabajo en una imprenta, pero la vida civilizada le dura lo que tarda la Justa en aburrirse de esperarle en casa. Una semana tarda ella en desaparecer. Su huida le afecta; entra en un periodo de abatimiento del que lo saca una pareja del orden que lo lleva detenido. El traslado al calabozo se hace en un tranvía lleno hasta la bandera de transeúntes. “Dicen que la soledad y el silencio son como el padre y la madre de los pensamientos profundos. Manuel, en medio de la soledad y el silencio, no encontró la idea más insignificante en su caletre”. El jornal de la imprenta recién cobrado le sirve para hacerse con un banco, tomarse un café con el agente de guardia de la prisión y coger aliento para pasar el mal trago del encierro. Declara ante el juez toda la verdad. Se convence de que siempre es mejor decirla que te la arranquen. En la celda recibe la visita del Garro y del Calatrava que le reprende por cantar:
“-Merecías estar aquí siempre -exclamó Calatrava-, por panoli, por boceras”.
La maldición del Cojo no se va a cumplir porque Manuel tiene suerte. Hay gente importante interesada en que el juez eche tierra sobre el asunto y que no se hable más. Pocas cosas hay que se le queden a Pío Baroja en el tintero sin criticar. Tampoco la justicia se libra, sometida al interés político del ministro de turno que impide investigar el Círculo porque uno de los dueños es el director de un periódico. Éste amenaza con hacer campaña en contra del político si se destapa la trama del chiringuito. Los tejemanejes, los intereses de unos y otros, los líos de faldas benefician de rebote a Manuel que se ve en la calle a condición de ayudar a la policía a buscar al Bizco. “¡Qué admirable maquinaria! Desde el primero hasta el último de aquellos leguleyos, togados y sin togar, sabían explotar al humilde, al pobre de espíritu, proteger los sagrados intereses de la sociedad haciendo que el fiel de la justicia se inclinara siempre por el lado de las monedas...” - Reflexiona el autor amargamente-.
"Empujando al rebaño de humildes y de miserables al matadero de la justicia aparecían el usurero, el polizonte, la corredora de alhajas, el prestamista, el casero..."
La justicia. Gustavo Pascual
A partir de aquí la novela vuela hacia el final, se desliza por los lugares conocidos desde antiguo por Manuel a la busca-siempre a la busca- del Bizco. El rastreo por los aduares de las afueras de Madrid entre traperos, hojalateros, taberneros compinchados y serenos soplones lo dirige el cabo Ortiz. A pesar de su instinto natural de persecución, como de perro de presa, no dan con el escondido; lo cual no deja de ser otra sorpresa para el lector que en vista de las escasas páginas que restan por leer, ya solo espera con avidez la detención del asesino para poner un punto y final lógico al relato.
A cambio nos regala un final distinto y sorprendente. Un fundido en dos concepciones de la santidad. Manuel odia la creación, se muestra enfadado con el mundo. Dispuesto a ponerle dinamita, reducirlo a una escombrera y que de ella resurja el nombre nuevo. El hombre encaramado en un orden superior fuera del alcance de injusticias y miserias.
Pero hete aquí que regresa a escena Jesús regenerado, se aparece como un resucitado en olor de santidad para poner punto y final definitivo: “No más odios, no más rencores. Ni jueces, ni polizontes, ni soldados, ni autoridad, ni patria. En las grandes praderas de la tierra, los hombres libres trabajan al sol. La ley del amor ha sustituido a la ley del deber, y el horizonte de la humanidad se ensancha cada vez más extenso, cada vez más azul...”
Gran final, tan amplio y espacioso como aquel inolvidable de Valle Inclán:"Lloré como un dios antiguo al extinguirse su culto". En contraste con la atmósfera opresiva de la guardilla de techos bajos de Roberto que abría la novela, un nuevo hombre gobernado por la ley del amor. Nuevo día, radiante primavera recién estrenada que surge de la descomposición del invierno oscuro del alma. Pocos se podían imaginar un final tan corrosivo. Yo no.
"Si te dijera, amor mío,
que temo a la madrugada,
no sé qué estrellas son éstas
que hieren como amenazas
ni sé qué sangra la luna
al filo de su guadaña.
Presiento que tras la noche
vendrá la noche más larga,
quiero que no me abandones,
amor mío, al alba,
al alba, al alba".
Luis Eduardo Aute
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
9 comentarios:
Tienes mucha razón este Jesús, en verdad, se aparece como "un resucitado en olor de santidad". Me gusta tu humor, Besos.
"Al alba" Cuántos recuerdos... Besotes, M.
En efecto, la muerte de Vidal a manos del Bizco es todo un prodigio de narración: juega con las perspectivas, con las distancias, con las emociones... y tiene unas consecuencias en buena parte de la narración posterior.
Baroja hace aparecer y desaparecer a los personajes con prodigiosa habilidad.
cuantos recuerdos me despierta siempre Aute.
biquiños,
Hay muchos capítulos en La lucha por la vida -y el que apuntas es uno de ellos- que por si mismos son toda una obra.
Un abrazo
Esa canción marcó a toda una generación, incluso a los que no supimos, hasta mucho después, de qué hablaba la canción.
La Justa aparece y desaparece, aparece metamorfoseada, pasa por varias etapas hasta dar en fiera y soez prostituta. Aquella jovencita que se levantaba las enaguas para no mancharse en el vertedero,con sus limpios zapatitos...
Baroja quitándose la boina ante tu escrito.
Besos, Pancho
Me encanta Benjamín Palencia. ¡Que bien refleja el paisaje de Castilla!
Estoy descolgada de la lectura de D. Pío, ya veo que "Mala hierba" sigue en tus atentos, detallados y pensados comentarios.
Un abrazo y Felices vacaciones
Luz
He pasado hace poco por la parte de la novela que tan bien explicas, y sí, sin entender yo mucho me parece magistral. Voy por la tercera novela, un poco apurado de tiempo.
Un abrazo
Buenas noches, pancho:
- Tremendas y embrutecidas la Flora y la Justa.
Me gustó mucho la aparición de Jesús.
- Vi unas fotografías en el Blog de Elías Rubio, que parecían fincas extraídas de la pintura de Benjamín Palencia.
En 'El árbol de la ciencia' Pío Baroja, titula el capítulo 5 de la Sexta parte:'Médico de higiene'.
Qué bien reflejado ese mundo en la pintura que has elegido de Gutiérrez Solana.
Como dice Abejita, el significado de la canción de Aute -como tantas otras cosas- lo entendimos años después.
Uno de estos días contaré la anécdota, de "la poca gracia" que le hizo a Don Pío un detalle de Valle Inclán, un día que fue de visita a su casa.
Abrazos.
Publicar un comentario