"El supuso que se podría convertir aquel trozo de tierra, seco y lleno de plantas viciosas, en un vergel. Se puso a trabajar con fe."
Piornos en flor. 1951. Óleo sobre lienzo. 65 x 81 cm. Museo de Bellas Artes de Bilbao.
Mala hierba. Pío Baroja (3)
Kate vuelve a casa por Navidad. La hija de la Baronesa y del marido flamenco reconoce a Manuel nada más verlo, él se siente halagado. Su presencia cambia las costumbres de la casa. La madre se modera sobre todo en sus salidas nocturnas.
El día de Año Nuevo Manuel acompaña a Kate y a su madre al teatro. A la salida observa que Roberto los sigue. Al día siguiente le da una carta para que se la entregue a Kate. Manuel hace de confidente y de cartero. Piensa que el amor es una cosa extraña porque es testigo de cómo ella escucha embelesada, con el corazón en un puño y el alma en un hilo, cualquier cosa que Roberto dice. Cuando la Nena regresa al colegio, se restauran las malas, las viejas costumbres de la casa. Se restablece el desorden habitual.
En la calle Ancha asisten a una reunión en casa de la Coronela, una amiga cubana que conoció en La Habana de sargenta. Tiene una amiga que se llama Lulú que recita de mala manera unos poemas modernistas y les baila un tango con bisagra incluida, que es la parte científica fundamental del tango. Mingote es quien le enseña la gracia de los movimientos. Su padre se muestra quejoso de que le hayan recortado la pensión de ochenta a setenta duros mensuales. Por eso las hijas se tienen que dedicar al baile, las artes escénicas y todo lo demás…
"El público, efectivamente, pedía bisagra, y que un poco más o menos de zarandeo era cosa de material"
El tango de la corona
Se juega cuando aparecen los crupieres de gesto severo y rigidez de autómata. Aquello se puebla de gente de la más extraña apariencia. Un desfile de los representantes más genuinos de las artes del engaño. Chanchulleros procesados por fechorías cometidas en las últimas colonias de Cuba y Filipinas. Políticos de gabela súbitamente enriquecidos. Estafadores y timadores enfermos de enriquecimiento súbito por saqueo masivo de las arcas públicas. Qué manera tan fina de definir lo que cualquier castizo llamaría “casaputas”: “Tomaba aquello un aspecto mixto de mancebía lujosa y garito elegante. No reinaba el silencio angustioso de las casas de juego, ni la greguería alborotadora de un burdel: se jugaba y se amaba discretamente. Como decía la coronela, era una reunión muy modernista”.
Horacio es un tipo peculiar con ideas propias. Vive “encenagado en los pantanosos campos de la sociología y de la antropología”. Explica la degeneración de la raza hispana por la escasez de lluvia. No hay más que comparar un esbelto rubio de ojos azules norteño con el prototipo bereber moreno, bajito y peludo de los países del mediodía. Está en posesión de una teoría personal cogida por los pelos. Explica el hambre como producto del analfabetismo; la agresividad hispana, por los trece millones que no saben leer ni escribir. Según su manera de ver las cosas, mientras unos emplean el tiempo en entender y en discurrir la lectura y la escritura; otros lo usan en dar salida a sus instintos fieros. Como consecuencia, crece el crimen y el apetito aumenta, resultando con ello un aumento de consumo de pan y de su precio por avalancha de demanda.
Como era de esperar, el dinero del harinero, don Sergio, se escurrió pronto en la harina de la manirrota Baronesa. El primo Horacio, que había entrado de puntillas en la casa, termina por quedarse después de cenar; eso significa otra boca más que alimentar, al tiempo que es la causa del corte de envíos del harinero. La merma de ingresos obliga al grupo a mudarse de planeta, a la calle del Avemaría, pero el desbarajuste que reina en el nuevo alojamiento fuerza a la Baronesa a empeñar hasta los muebles. Don Sergio respira por la herida de Horacio. Éste se hace el sajón y abandona la casa. Don Sergio exige control de gastos, método y régimen para seguir sufragando.
"Los entretenimientos de Kate eran más tranquilos y pacíficos [...} sabía embellecerlo todo"
Bodegón y paisaje tras de la ventana. 1968.
La Baronesa decide alquilar una casa en Cogolludo para huir de las tentaciones de Madrid. Chucha se va con un sajón que siente la nostalgia del cocotero. Quince días de trabajos forzados de Manuel y la Baronesa tarda la casa en dar la cara, los mismos quince en tener a Kate entre ellos. Manuel trabaja en serio por primera vez en su vida para dejarlo todo a un andar, presentable. Se bate el cobre con los yerbajos del corral. Se bate en retirada con los nidos de avispas. Prepara un trozo de huerta a fuerza de ímprobos esfuerzos y sudores. Siembra, pero al mes lo da por perdido porque no le nace nada más que unos geranios y ajos que planta una criada. Kate pone unos tiestos que prosperan y acoge a un gato abandonado. Sin embargo, nada se nos dice de los tres perros de la casa madrileña. Don Pío se debió olvidar de su existencia.
La estancia en Cogolludo dura lo que tarda el calcáreo en aburrirse de soltar la gallina, cuando ésta se cansa de cantar, sucede el deshaucio, el desalojo por falto pago. Regresan a Madrid. Malviven. La Baronesa y Kate cogen un tren cuajado de emigrantes rumbo a Flandes. Como ya vamos conociendo que el autor sabe que el latín sirve para llamar egabrenses a los naturales de Cabra, sospechamos que tras la imagen de la llegada del tren retemblando a la estación está su fascinación por la modernidad, que tras estos párrafos habrá un giro en el relato, de la misma forma que lo había con los atardeceres rojos de la novela anterior de la trilogía: “Oyeron de pronto a lo lejos los silbidos agudos de un tren, aparecieron las linternas roja y blanca de la locomotora, fueron agrandándose en la oscuridad rápidamente, retembló la tierra, pasó la fila de vagones rechinando con una algarabía infernal, surgió una bocanada de humo blanco con incandescencias luminosas, cayó un diluvio de chispas al suelo y el tren huyó y quedaron tres farolillos rojos y uno verde danzando en la oscuridad de la noche, hasta que se escabulleron en seguida en las sombras”.
De nuevo el hombro de Roberto, su ángel de la guarda particular, aparece en la estación para enjugar sus lágrimas de tristeza y soledad.
"El tren
sube a mi tren azul
su dulce chimenea te puede dar
algo que hace tiempo buscas tú"
R. Mercado; J.C. Molina
8 comentarios:
Comienzan a nacer brotes de sensibilidad en el protagonista, esperemos que duren.
Saludos
D. Pío nos lleva con la Baronesa hasta Cogolludo, un pueblo, por cierto muy bonito y con su historia de Guadalajara. Parece ser que a Manuel el aire del campo le abre las ganas de trabajar, también a la Nena, anque dura muy poco tiempo.
Es curiosa la diferente visión que tiene Pío Baroja de cómo se comportan los personajes en la ciudad y en el campo.
Un abrazo
Luz
Buenas noches, pancho:
No había pensado en el detalle de los perros. Y eso que hablando de dejar a niña Chucha como le recomendaba don Sergio ...” la baronesa afirmó que la quería como a una hija, tanto o más que a sus perros, que eran casi para ella como las niñas de sus ojos.”
Manuel trata con gran respeto a Kate. Se dirige a ella empleando el ‘usted’.
Alegría que le reconociera en el encuentro. Emocionante la narración de la despedida
Roberto también necesitaría -si no un hombro-, algo o alguien que le quitara el pensamiento de la ausencia.
Abrazos.
P.D.: -No sabía del gentilicio de Cabra. Queda mucho mejor, sabiendo latín. Me lo apunto.
- El tiempo pasa. Más de treinta años...para Leño, y Rosendo.
vengo a dejarte un saludito, Pancho, que como no estoy haciendo la lectura colectiva...
biquiños,
A mi también me ha llamado la atención lo de los perros y me ha encantado la descripción del tren. Os sigo. Besotes, M.
Esa escapada al campo de la Baronesa, la niña Kate y nuestro Manuel es algo así como una serie televisiva de los sesenta: "Granjero último modelo". La Baronesa que piensaen algo semejante a una aldea flamenca llena de verdor. Ajos y geranios, no se da otra cosa. Pero yo pienso que no es el aire campestre el que cura momentáneamente la abulia de Manuel. Es la niña Kate que le tiene fascinado.
Nos haces revivir las páginas barojianas y, qué barojiano eres hijo, nos haces caer en detalles como el de los perros.
Besos
Es curiosa la relación de Roberto con esta joven: todo un retrato que subraya Baroja a lo largo de la narración. Roberto hace de enamorado de novela, una más de sus contradicciones interiores.
Así es, Ese Horacio es todo un personaje, que B,. hasta describe con humor. Y la Baronesa, otra.
Me gustó mucho como has enlazado la película de El Tren aquí, Pancho.
Besos
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