"Llegando a la encrucijada de tres caminos, donde había un retablo de ánimas [...] Asustado el potro de Don Juan Manuel , dio una huida y el jinete cayó".
Gutierrez Solana
Gutierrez Solana
SONATA DE OTOÑO.
MEMORIAS DEL MARQUÉS DE BRADOMÍN (5)
El tramo del relato que hoy analizamos en esta lectura, que pretende ser atenta, es un compendio de las virtudes que adornan a Valle-Inclán como narrador. Una síntesis de lo mejor de su escritura. Va desde el gesto cotidiano de entornar el libro que estamos leyendo sobre la mesa para no perder la página, hasta el diálogo sereno de la madre con las hijas, al tiempo que les desenreda los largos cabellos. Para unir los dos extremos el autor recurre al desarrollo de una secuencia cuajada de vértigo, ritmo trepidante, acción de cine americano que tanto agrada a los espectadores jóvenes y a la mezcla de sueño y realidad. La armonía de la narración conseguida a través de la fusión de expresiones populares y del lenguaje aristocrático y linajudo. Expresión de lo más sublime y lo banal o el escaso brillo de las ocupaciones ordinarias.
Concha y Bradomín encienden la llama de la pasión a la luz de la luna en cuarto creciente. La claridad del día echa una mano para que el sueño le venza en los brazos de ella. Al despertar ella siente vergüenza de que la muerte le sorprenda de esa manera. Debe ser terrible que el sentimiento de culpa no te abandone ni más allá de la muerte. Sus manos están tan frías como la palidez de cera de una Dolorosa. Concha lanza suspiros agónicos y él la besa “temblando como si fuera a comulgar la vida” (qué expresión más de Rubén Darío).
Los libros religiosos que únicamente el obispo abría, llenan las estanterías y contagian de doctrina y catecismo la atmósfera de la biblioteca. Bradomín ha elegido un libro de sermones. Don Juan Manuel le advierte de que se va a quedar ciego y tonto como el abuelo que también se pasaba los días leyendo. Al menos no quemó los libros y le tapió la biblioteca como le hicieron a Don Quijote los que bien le querían. A continuación, pide vino que bebe con largura y sosiego de un vaso pesado y antiguo. Piensa que si Concha bebiera muchos así, no estaría como está, consumida y ensayando su propia muerte a cada instante.
Concha le comunica a Bradomín que Don Juan Manuel le espera. Las gentes de las aldeas lo recibirán bajo palio porque es privilegio de su linaje. Hablan de la estirpe de los Montenegro de Galicia, descendientes de una emperatriz alemana. Los antepasados del Marqués hunden sus raíces en la batalla de Roncesvalles. También –cómo no- en Roldán que engendró a Paladín de una sirena.
La fuente que cantaba al fondo del laberinto como un pájaro escondido es testigo de la marcha de Javier al caer la tarde. Los rayos del sol de otoño, agotados y próximos a morir, penetraban hasta el fondo del mirador, dorados al traspasar las emplomadas vidrieras que lo flanquean. Javier - voz narradora- nos cuenta lo que recuerda de un sueño de Concha, perdida en el laberinto y nublada por las tinieblas del pecado de Satanás. Incapaz de encontrar la salida, un arcángel la guía con su luz. Las lágrimas de diamante que rodaban entre sus dedos eran el purgatorio que la salvaba del infierno. La novela gira en este punto. Lo hace desde la imaginación desbordada que surge de los veneros más caudalosos de los sueños y nos transporta al suelo firme que pisan los vivos que pueblan las aldeas de Galicia para dejarnos la descripción costumbrista de su paisaje, poblado de caseríos dispersos, molinos lejanos escondidos detrás de las parras frondosas cargadas de racimos de uvas, montañas azules con la primera nieve en las cumbres, pastores y mujeres que cantan y viejos cansados que con parsimonia pican la yunta de vacas que, remolonas, mordisquean la yerba más alta y cencía de las cercanas cunetas. Todo dispuesto para encajar la magnífica aparición de Don Juan Manuel detrás de la cuesta, como un emperador romano con su montecristo flotando. Y Bradomín que se aleja, después de despedirse, como lo hacían los cruzados de su dama “que le lloraba en su castillo al claro de la luna”. Al aire la melena merovingia romántica a la manera de Zorrilla y Espronceda. “¡Hoy los años me han impuesto la tonsura como a un diácono, y sólo me permiten murmurar un melancólico adiós!” - confiesa apenado el Marqués.
Valle cierra el capítulo, tan intenso y lleno de todo, con el mismo recuerdo, evocando las fuentes sin alma que siguen cantando como los pájaros escondidos al fondo de los laberintos.
Bien distinto es el ritmo que el autor imprime al capítulo en que se narra la ida y vuelta de Don Juan Manuel, pinturero, fanfarrón y garboso en su caballo tordo, falso, montaraz y duro de boca. Acompañado de unas expresiones diferentes como el “paso castellano de sus mulas” (¡qué expresión tan rotunda!) y la “temblona claridad” (que suena tan sonora como “temblorosa”, ésta más culta y poética). La caída del jinete en una secuencia de cine de acción: “los zarzales que orillaban el camino producían un ruido sordo cuando el cuerpo de Don Juan Manuel pasaba batiendo contra ellos. Era una cuesta pedregosa que baja hasta el río y, en la oscuridad, yo veía las chispas que saltaban bajo las herraduras del potro. Al fin, atropellando, por encima de Don Juan Manuel pude pasar delante y cruzarme con mi rocín en el camino”. Valle remansa el relato del vértigo de la caída recurriendo al refugio de Concha: "¡La pobre era tan buena, que parecía estar siempre esperando una ocasión propicia para poder asustarse!"
Un nuevo regreso al sosiego. Tras el susto, la calma que sigue a la tormenta, porque intenso es el contraste entre el galopar de un caballo desbocado que corre sin rienda arrastrando al jinete y Concha, entretenida en peinar los cabellos de sus hijas. Así de inesperados e impredecibles son los sueños que como una metáfora de la vida se abren a otra realidad cuando los párpados se espesan y se cierran sumergiéndonos en la realidad paralela de los sueños.
Los libros religiosos que únicamente el obispo abría, llenan las estanterías y contagian de doctrina y catecismo la atmósfera de la biblioteca. Bradomín ha elegido un libro de sermones. Don Juan Manuel le advierte de que se va a quedar ciego y tonto como el abuelo que también se pasaba los días leyendo. Al menos no quemó los libros y le tapió la biblioteca como le hicieron a Don Quijote los que bien le querían. A continuación, pide vino que bebe con largura y sosiego de un vaso pesado y antiguo. Piensa que si Concha bebiera muchos así, no estaría como está, consumida y ensayando su propia muerte a cada instante.
Concha le comunica a Bradomín que Don Juan Manuel le espera. Las gentes de las aldeas lo recibirán bajo palio porque es privilegio de su linaje. Hablan de la estirpe de los Montenegro de Galicia, descendientes de una emperatriz alemana. Los antepasados del Marqués hunden sus raíces en la batalla de Roncesvalles. También –cómo no- en Roldán que engendró a Paladín de una sirena.
La fuente que cantaba al fondo del laberinto como un pájaro escondido es testigo de la marcha de Javier al caer la tarde. Los rayos del sol de otoño, agotados y próximos a morir, penetraban hasta el fondo del mirador, dorados al traspasar las emplomadas vidrieras que lo flanquean. Javier - voz narradora- nos cuenta lo que recuerda de un sueño de Concha, perdida en el laberinto y nublada por las tinieblas del pecado de Satanás. Incapaz de encontrar la salida, un arcángel la guía con su luz. Las lágrimas de diamante que rodaban entre sus dedos eran el purgatorio que la salvaba del infierno. La novela gira en este punto. Lo hace desde la imaginación desbordada que surge de los veneros más caudalosos de los sueños y nos transporta al suelo firme que pisan los vivos que pueblan las aldeas de Galicia para dejarnos la descripción costumbrista de su paisaje, poblado de caseríos dispersos, molinos lejanos escondidos detrás de las parras frondosas cargadas de racimos de uvas, montañas azules con la primera nieve en las cumbres, pastores y mujeres que cantan y viejos cansados que con parsimonia pican la yunta de vacas que, remolonas, mordisquean la yerba más alta y cencía de las cercanas cunetas. Todo dispuesto para encajar la magnífica aparición de Don Juan Manuel detrás de la cuesta, como un emperador romano con su montecristo flotando. Y Bradomín que se aleja, después de despedirse, como lo hacían los cruzados de su dama “que le lloraba en su castillo al claro de la luna”. Al aire la melena merovingia romántica a la manera de Zorrilla y Espronceda. “¡Hoy los años me han impuesto la tonsura como a un diácono, y sólo me permiten murmurar un melancólico adiós!” - confiesa apenado el Marqués.
Valle cierra el capítulo, tan intenso y lleno de todo, con el mismo recuerdo, evocando las fuentes sin alma que siguen cantando como los pájaros escondidos al fondo de los laberintos.
Bien distinto es el ritmo que el autor imprime al capítulo en que se narra la ida y vuelta de Don Juan Manuel, pinturero, fanfarrón y garboso en su caballo tordo, falso, montaraz y duro de boca. Acompañado de unas expresiones diferentes como el “paso castellano de sus mulas” (¡qué expresión tan rotunda!) y la “temblona claridad” (que suena tan sonora como “temblorosa”, ésta más culta y poética). La caída del jinete en una secuencia de cine de acción: “los zarzales que orillaban el camino producían un ruido sordo cuando el cuerpo de Don Juan Manuel pasaba batiendo contra ellos. Era una cuesta pedregosa que baja hasta el río y, en la oscuridad, yo veía las chispas que saltaban bajo las herraduras del potro. Al fin, atropellando, por encima de Don Juan Manuel pude pasar delante y cruzarme con mi rocín en el camino”. Valle remansa el relato del vértigo de la caída recurriendo al refugio de Concha: "¡La pobre era tan buena, que parecía estar siempre esperando una ocasión propicia para poder asustarse!"
Un nuevo regreso al sosiego. Tras el susto, la calma que sigue a la tormenta, porque intenso es el contraste entre el galopar de un caballo desbocado que corre sin rienda arrastrando al jinete y Concha, entretenida en peinar los cabellos de sus hijas. Así de inesperados e impredecibles son los sueños que como una metáfora de la vida se abren a otra realidad cuando los párpados se espesan y se cierran sumergiéndonos en la realidad paralela de los sueños.
"I pictured a rainbow
You held in your hands
I had flashes
But you saw then plan
I wondered out in the world for years
While you just stayed in your room
I saw the crescent
You saw the whole of the moon!
The whole of the moon!"
Mike Scott
You held in your hands
I had flashes
But you saw then plan
I wondered out in the world for years
While you just stayed in your room
I saw the crescent
You saw the whole of the moon!
The whole of the moon!"
Mike Scott
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
8 comentarios:
Desentrañas el ritmo y la estructura interna del fragmento de una forma que hace honor a Valle. Qué maravillla. Me ha gustado la forma en la que has visto cómo maneja el ritmo narrativo, acelerando para detener en ese momento de sosiego.
Me ha gustado mucho tu explicación, especialmente el paralelismo de los libros de Brado con la biblioteca tapiada de nuestro Quijo :) Besotes, M.
es genial la caricatura que nos has dejado, me encanta, muy simple en las líneas pero que dice tanto.
biquiños,
p.d.: no estoy siguiendo la lectura pero aún así os voy leyendo
Nos explicas los ritmos con la sensibilidad de un amante de la música. Lo compruebo: del galopar alocado de don Juan Manuel a la escena del peinado de las niñas.
Besos, Pancho.
Siempre leo con atención tus análisis de la obra. Aportan comprensión y mayor conocimiento de las Sonatas. Gracias
Me gustó mucho volver a prestar atención al ritmo del relato siguiendo tu elaborada entrada.
El sueño, al menos en la versión que yo leí, lo tuvo Concha y se lo cuenta al Marqués o eso entendí yo.
Don Manuel se merece esa caída por malo, a lo bruto no es forma de montar. Si ejercía el derecho de pernada con la misma brutalidad que equitaba, ¡pobrecitas las jovencitas desfloradas!. Todo un personaje este tío.
UN beso
Myr: Dices bien. Javier, la voz narradora, nos describe lo que recuerda de un sueño que Concha le había contado con anterioridad. Ahora lo modifico, para que no haya lugar a engaños. Gracias por tu corrección, dice mucho de tu lectura.
Un abrazo a todos los comentaristas por vuestras palabras tan amables y también a los lectores -cómo no- y Gracias por vuestro tiempo
Buenas noches, pancho:
He vuelto a leer la entrada y me ha gustado todo, el resumen, las ilustraciones, la canción... y los comentarios.
Me encantó el dibujo de Valle Inclán hecho por Massaguer que has elegido y he buscado más información de este gran caricaturista.
Abrazos.
P.D.: Espero, poder hacer una entrada de la lectura de la ‘Sonata de otoño‘, mañana.
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