Don Juan Tenorio (y 6)
José Zorrilla
ACTO TERCERO
El ritmo apresurado de los primeros actos se serena en la segunda parte. De los diálogos eléctricos pasamos a los largos soliloquios que reflejan el conflicto interior de don Juan. La tensión dramática se articula en torno a la salvación o condenación del protagonista y a la lucha interior por discernir entre alucinación y realidad, siempre bajo la amenaza del reloj de arena, el tiempo que se agota, el miedo a morir sin perdón. Como ya nos advirtió el autor en los créditos de la obra, Don Juan Tenorio es no solo un drama fantástico, también lo es religioso como acabamos y terminaremos de ver y comprobar. Si el capitán Centellas mató a don Juan en la calle, ¿a qué viene su aparición aún vivo en el acto final? Y qué decir del trasiego de cadáveres, espectros y sombras, planteando un conflicto de dimensiones teológicas sobre el verdadero momento de la separación del alma y del cuerpo. Doctores tiene la santa madre iglesia que lo sabrán responder.
Don Juan sale a escena con la lentitud de los muertos que no conocen la prisa. Acude a la cita con la estatua de don Gonzalo. Siguen en el panteón de los Tenorio, las estatuas de don Gonzalo y doña Inés han bajado al suelo. Don Juan reflexiona en voz alta, se quita la culpa, él no es responsable de las muertes que se le imputan, fueron ellos los que tenían marcado el destino. Ellos fueron los que le salieron al camino conscientes de su destreza y ventura. Ahora siente el eco de las sombras:
¡Oh! Arrebatado el corazón me siento
por vértigo infernal…, mi alma perdida
va cruzando el desierto de la vida
cual hoja seca que arrebata el viento.
Siempre pensó que el alma moría al mismo tiempo que la vida, pero hoy siente los pasos de piedra de don Gonzalo tras los suyos. Duda de su esencia. Si todo es sueño, nadie le va a aterrar con engaños. Si es realidad, buena gana de intentar aplacar el enojo del cielo. En modo alguno se achica, da la cara para que se aclare si es realidad o sueño.
El escenario se convierte en un aquelarre. Se abren los sepulcros. Los esqueletos envueltos en sudarios salen de las tumbas; las sombras, espectros y espíritus pueblan la escena. La mesa es un pandemónium, la capital del infierno: un plato de ceniza, una copa de fuego y un reloj de arena prestos encima de ella; rodeada de culebras, huesos y fuego. El valor y el sentido se van alejando de don Juan cuando la estatua de don Gonzalo le dice que su existencia se agota. Necio es quien no teme a la muerte. Ante el adiós definitivo el valor se trueca en pavor. Antes debe asistir al festín que la estatua le ha preparado. Fuego y ceniza, el futuro que le espera al salir de allí. Fuego en el que arderá eternamente, consecuencia de su mala vida, pago del desenfreno ciego. Sólo ahora que la sangre le hiela el corazón, comprende que hay otra vida más allá. Qué injusto es el cielo que no le deja ni tiempo para arrepentirse de sus treinta años de crímenes y delitos, se lamenta don Juan al ver que sólo unos granos de arena faltan por consumirse. Imposible que sólo un instante de contrición sirva para borrar tanta maldad acumulada.
Don Juan asiste a su propio funeral, las campanas doblan por él. El sepulturero cava la fosa y los fieles cantan los responsos en honor a don Juan. El muerto está, el capitán Centellas lo mató a la puerta de su casa aunque él no quiera recordar. Ya solo pide:
Dejarme morir en paz
a solas con mi agonía
La estatua ya no insiste más, le ofrece la mano de nieve, la negra mano huesuda para que le acompañe al infierno, pero don Juan reacciona en el último instante:
¡Aparta, piedra fingida!
Suelta, suéltame esa mano
que aún queda el último grano
en el reloj de mi vida.
Justo cuando don Juan se dirige a Dios: “¡Señor, ten piedad de mí!”, todas las sombras, esqueletos y seres del más allá se abalanzan sobre él y se abre la tumba de doña Inés que toma la mano libre de don Juan. Viene en nombre del cielo a perdonarle. Dios le otorga la salvación gracias a su intersección. Misterio cuya comprensión está solo al alcance de los justos. Cesan los responsos, para la música fúnebre, callan las campanas, las sombras regresan a las urnas, vuelven los esqueletos a sus tumbas y las estatuas se encaraman a los pedestales. Comienzan para don Juan las celestes venturas al tiempo que la estancia se ilumina con luz de la aurora por primera vez en la obra.
Parece que el alma de don Juan va al purgatorio porque muere con perdón, es el Dios del perdón el Dios de don Juan Tenorio. El telón no cae hasta que los espectadores ven a don Juan morir a los pies de doña Inés. Mueren en el mismo acorde, los dos a la vez. Las almas vuelan en forma de llamaradas de sus cuerpos sin vida.
Yo el trovador cascado
Tu la gran prima donna
Tu reina sin corona
Yo fuera de la ley
La canción que te escribo
No es más que una postdata
Si la bailas con otro
No te acuerdes de mí
Joaquín Sabina
4 comentarios:
Gran entrada con un certero análisis en el centro: Don Juan sale con la lentitud ya de los muertos. Qué gran manera de expresarlo. Gracias.
El Dios del perdón ha ganado al Dios del castigo. Tirso se removió en su tumba. El amor salvó a don Juan.
Un placer pasar por aquí.
Un abrazo
Al final siempre nos quedará el Tenorio, año tras año, incluso cuando ya no se represente.
Ha sido una magnífica puesta en escena, un gozo haber asistido a este Tenorio del 2017 con todos vosotros.
Buenas noches, pancho:
Te dejo el enlace de unas escenas de la película Don Juan Tenorio, filmada en 1922, por un catalán pionero del cine: Ricardo de Baños.
Como podemos apreciar en las imágenes, la fotografía y los actores eran inmejorables. Era cine mudo, claro, aunque les han puesto voz.
Abrazos.
P.D.: He leído un estupendo post de La seña Carmen, y veo que no soy la única que admira la elección de tus vídeos musicales.
Publicar un comentario