jueves, 16 de marzo de 2017

A sangre y fuego. La gesta de los caballistas. Manuel Chaves Nogales. Disparar balas de hielo.




"Crecían la violencia del ataque y la desesperación de la defensa"

A sangre y fuego
Héroes, bestias y mártires de España.
La gesta de los caballistas.
Manuel Chaves Nogales

La calamidad ha comenzado, Sevilla es la capital de la zona nacional durante los primeros momentos de la contienda. Los rebeldes echan el resto en la capital hispalense visto el fracaso de la revuelta en las principales ciudades españolas. Los militares a las órdenes de Queipo de Llano se hacen con el control de la ciudad, allí se han refugiado los señoritos y las gentes de derechas de la provincia. Las tropas de África ya están en la ciudad y se disponen a sofocar la lucha de los fieles al gobierno y de los revolucionarios de las zonas rurales que no se rinden.

El señor marqués y sus tres hijos, grandes como castillos, han reunido a cuarenta operarios del cortijo con armas y monturas en el patio del caserío para hacer la guerra antigua por su cuenta. Esperan nerviosos a que termine la misa de los señores. Dentro huele a alhucema quemada por el sacristán, Oselito, en el incensario. No hay niños ni mujeres de los amos en el cortijo, están en Biarritz, Cascáis o Gibraltar desde antes de la guerra. Allí solo queda la tía Conchita que a sus setenta años ya no le teme a nada ni a nadie porque ya le queda poco que perder. Las mujeres lloriquean desde la cocina cuando despiden a los hombres a caballo al grito de Viva España, secundado por un rotundo y Viva la Virgen del Rocío que el “pae Frasquito” lanza al aire al ser de la partida a última hora. La espada y la cruz.

De Sevilla dañada han salido camiones cargados con un centenar de regulares y moros y otro ciento de legionarios africanistas acostumbrados a matar para seguir viviendo. La limpieza étnica e ideológica como sistema de intimidación. Ellos son los señores del aire, los que reparten credenciales de supervivencia, apto o no apto para respirar. Una evaluación continua. Más atrás de las tropas motorizadas viene el Algabeño a caballo, rodeado de su cuadrilla y de los mejores caballistas de la aristocracia sevillana, cuando tener caballo era como tener un yate grande. “Las nubes blancas y redondas caminaban por el azul al mismo paso lento de la cabalgata.”



"Y así iba cumpliéndose por casas, calles y plazas, la horrenda justicia de la guerra."

Se dice que entre los cabecillas rojos está Julián, hombre de ideas y maestro de Carmona que estudió con Rafaelillo, hijo pequeño del marqués, como le señala uno de los criados que cabalga a su lado. Los rojos tienen una idea por la que luchar y morir. En cambio ellos son una fuerza de aluvión, como le pase algo al marqués, desaparecen. Como suele pasar con los acólitos de los dictadores, como pasó en España a la muerte del dictador, excepto en Cuba y Venezuela que ahí siguen agarrados al clavo ardiendo del ataúd del dictador para seguir mandando, incansables  como las pilas recargables…

Llegan al caserío de la Concepción, desvalijado, sin rastro de opositores. Los moradores han huido. Una ternerilla desjarretada enciende la ira de Jose Antonio el mayoral. La sacrifica para que deje de sufrir. También lo hace con el gitanillo que llevaban preso. Como Hitler animalista que amaba a sus mascotas, pero no le importó desbaratar una cultura milenaria, ni despenar a millones de seres humanos que le estorbaban para que dejasen de sufrir.

El miedo a las represalias había despoblado la campiña. Al mediodía llegan a Villatoro, también desierto. De algunas ventanas y balcones cuelgan banderas blancas de rendición. Los maderos negros de la techumbre de la iglesia humeantes todavía. Un hombrecillo desdentado de tez amarillenta les grita: ¡Arriba España! Y llora de alegría a los salvadores. Él les informará de todos esos hipócritas que ahora levantan la mano extendida al cielo cuando hace apenas veinticuatro horas le metían el puño cerrado por la boca. “Con la crueldad feroz del hombre que ha tenido miedo,” escondido y sabedor del peligro de estar detrás de las líneas enemigas. De la limpieza ideológica se encargarán los falangistas transportados en los camiones que en ese momento rugen por las calles desiertas del pueblo. Ellos son hombres de acción, fuerzas de choque que van a la búsqueda de bandas armadas. Las encuentran en Manzanal. Los rojos les tienden una emboscada en las calles del pueblo. Llegan al Ayuntamiento diezmados. La mitad de la expedición montada y sus cabalgaduras cae bajo el fuego enemigo. Las otras dos docenas se parapetan en el Ayuntamiento. Rafael y Julián dialogan, pero después de tantas muertes ya están envenenados, el pacto es imposible. Se matarán a mansalva, hablarán las armas hasta enmudecer. Dinamitarán el Ayuntamiento aunque dentro estén sus mujeres y sus hijos. Morirán como perros. Ni un paso atrás, el marqués y los suyos dispuestos a morir en una defensa desesperada, calarán la bayoneta y lucharán cuerpo a cuerpo. "Las batallas no se ven. Se describen luego gracias a la imaginación y deduciéndolas de su resultado. Se lucha ciegamente,  obedeciendo a un impulso biológico que lleva a los hombres a morir.En plena batalla no hay cobardes ni valientes.” Vencen los mejor armados, los que se han preparado mejor para matar en la guerra.


"Y aún tuvo alma para levantar la cabeza y seguir adelante."

Así ocurre en esta batalla que ganan los entrenados para luchar y salvar el pellejo. Llegaron los camiones cargados de regulares, legionarios y falangistas que levantan el cerco. Entre las fuerzas llegan también los caballistas mandados por el Algabeño, pintorescos guerreros representantes de otra época. Los toreros no son marcianos y los había de todas las ideologías, diestros y siniestros. Recuerden si no a los dos banderilleros anarquistas que fueron fusilados junto a García Lorca y al maestro Diosdoro Galindo. La resistencia solo sirvió para generar más encono en la máquina de guerra. Se combatió calle a calle, casa por casa y cuerpo a cuerpo con la bayoneta calada. La lucha fue dura y las represalias feroces. A los que no fusilaron en el acto, los llevaron presos a Sevilla. Entre ellos va Rafael porque sospechan que pretendía dejar escapar a Julián, el maestrito de Carmona. El destino de los dos antiguos compañeros de estudios fue diferente. A Julián le dan el paseo y a Rafael lo volvemos a ver una tarde al oscurecer en un hotel de Gibraltar, enredando la vida por la parte habitable del mundo, sintiendo en sus carnes el estigma de ser español, igual que si pesara como un agravio.

Me acusas de no dar nunca la cara 
Me acusas de escupir mirando al cielo 
Me acusas de que mi arma no dispara 
más que balas de hielo
Joaquín Sabina / Leiva



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Esta forma de entrar directamente en la cruda violencia de la guerra que tiene el autor... y así fue.
Qué bien viene Sabina, por cierto.
(Intento recuperar la regularidad de publicaciones en medio de los viajes.)

Abejita de la Vega dijo...



La cacería comienza con misa y bendición del Pae, terrible. Id a la cacería del rojo en paz, que yo os bendigo. ¡Ay el maestrillo!

Mi madre, como me dices, tiene mucho que contar, fue muy duro aquello.

Excelente entrada, Pancho. Un abrazo.

La seña Carmen dijo...

Me ha gustado este cuento que recrea algunos de esos hechos entre heroicos y legendarios que pasan de generación en generación.

Me ha llamado la atención ver cómo un sevillano abunda en el tópico de la juerga y el palmeo incluso en las circunstancias más trágicas.