miércoles, 25 de febrero de 2015

Entre visillos (2) Carmen Martín Gaite. Bailar para olvidar.





Se llamaba la calle de Toro. El hombre saltaba del estribo a cada parada y abría la portezuela. "¡Toro, veintiséis!" "¡Toro, cincuenta!"



Primeros años sesenta


Entre visillos (2) 
Carmen Martín Gaite 

Un tren de los años cincuenta es la representación en miniatura de la sociedad del momento. Ciudadanos viajeros, procedentes de la más diversa extracción y condición social se acomodan en la sucesión de vagones alineados, clasificados en primera, segunda y tercera división. Cada uno en la suya, dándose la cara, a veces sosteniendo la mirada o mirando de soslayo otras aunque no te conozcas de nada; los confines bien trazados para que no haya lugar a equívocos ni confusiones. 

Empieza a oscurecer. Los ojos del narrador viajero son ahora y durante el presente capítulo nuestro lazarillo. Un sí, señor, y mande usted. La nube de humo de los cigarrillos espesa la atmósfera del departamento del tren hasta hacer dificultosa la respiración. Los viajeros empiezan a verse las caras borrosas como a través de una gasa de niebla. El tren se para de repente sin que nadie dé razones de la súbita parada. Otra avería, la segunda del día. 

Un muchacho pecoso llega con su burro cargado de sandías y hace el agosto entre los viajeros sedientos. Las vende como rosquillas, hechas rajas gordas que todos le compran. Ha hecho calor todo el día y cantan los grillos con furia, escondidos entre los rastrojos marrones de la tierra de labor y en las cunetas cubiertas de hierba reseca. 

"De San Sebastián se traía una impresión pálida y sosa que ahora, al hablar con su amiga del tren, la desazonaba"


Dos chicas jóvenes hablan, una viene de Madrid con ínfulas, habla moderno y con desenvoltura;  encerrada en su cuerpo, hecha una exagerada: zapatos de tiras mostrando las uñas pintadas de color escarlata. La otra viene de San Sebastián, donde veraneaba la realeza y Pío Baroja en cuanto apretaba el calor en Madrid. 



Como en todas las estaciones hay gente en el andén esperando la llegada del tren. La estación está en obras y nadie espera al recién llegado. Coge el bus atestado de gente. Baja por el paseo de la Estación y calle Toro. De nuevo viaje sobre ruedas. Se parece mucho al contado por Pedro Antonio de Alarcón en 1877 camino del Hotel Comercio en la Plaza de los Bandos. 

El Monstruo no viene este año. Aparicio no es nada. (Cómo iba a venir si había dejado la vida en la arena de Linares diez años antes) Una procesión al oscurecer los detiene. Unas mujeres con velo portan velas para que la vida no se apague. 

Cuando el recién llegado llega al instituto, solo queda la señora de la limpieza. Pedro, el bedel, ya se ha ido a su casa. Al día siguiente se examinan los libres. El director ya no existe. 
Cansado, desanda el camino y busca pensión donde hacer noche. Pone los pies en el suelo al final, después de un capítulo sobre ruedas. “Graznaban en el tejado unos pájaros negros.” 

Goyita bebe los vientos por la bronceada rubia desenvuelta de Madrid. Ambas habían pasado el verano en San Sebastián y no lo parecía. Ella, que pasaba otros veranos en un pueblo de Ávila. Le hablaba de yates y de pesca submarina, a ella que no sabía nadar. La pensión Manolita no estaba mal, pero nada que ver con el ambiente del Hotel Reina Cristina. Y eso que ella había ido al tennis dos tardes y había conocido a un mejicano de nombre compuesto. “Las luces del andén se le alejaron temblando de llanto y sirimiri.” En la despedida,  un Orinoco en los ojos… 

El calendario atrasado, parado en el diecisiete de julio, víspera del dieciocho. Los dos meses robados a los rigores mesetarios es el privilegio de los pudientes, yo también huyo de la ciudad en cuanto aprieta el calor. Con los años se aprende que hay que jugarle las vueltas al sol si se puede. 

La habitación se le hace más grande. Baja a la calle llena de gente de fiesta que pasea calle arriba y abajo. Pregunta por su amiga Toñuca. Un militar la vio la noche anterior en el baile del casino. 

Al final todo el mundo se conoce. Su hermano Jose María la ha visto con unos franceses que tiene de pupilos en su casa. 

La primera de feria no valió para nada. “La ganadería esa va de capa caída.” 

La hermana pequeña, Pilintín, (qué cursi tiene la rima) se atraganta de risa en la cena y don Gregorio se enfada. Ya no se respeta ni las comidas en la casa. Al día siguiente acompaña a la rubia platino al baile del Casino. Nadie las saca bailar y tampoco bailan solas. "Ahora que no baila nadie es cuando bailo yo. " En suma, se aburren. 
De buena  mañana la lleva a la catedral, la sube a la torre: “Es enorme de grande, una de las de más mérito de España.” Exclama admirada la madrileña. No tendremos fábricas, pero iglesias con torre y nidos de cigüeña lo hay bien abundante, para dar y regalar, cigüeños nuevos digo. 






En una terraza de la Plaza Mayor se encuentran con Toñuca por fin. Hablan de Madrid con los franceses. Toñuca traduce cuando la cosa de los idiomas se lía. Goyita se encuentra a disgusto y a las dos en punto los deja. Tiene que estar en casa a la hora de comer. Menudo es su padre para las horas de las comidas. El hermano le dice que ha visto a Manuel Torre, ha tomado unas cañas con él. Lo llama al Nacional por teléfono desde el estudio de su padre que huele a humo viejo, a puro apagado, pero al final se arrepiente y cuelga antes de hablar. 


Her mind is tiffany-twisted, she got the mercedes bends
She got a lot of pretty, pretty boys, that she calls friends
How they dance in the courtyard, sweet summer sweat.
Some dance to remember, some dance to forget
Eagles





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Aparte de tu excelente resumen, quiero hacer mención aquí de algo que ilumina la intención de la autora: la llegada de los personajes en tren. Tienes razón, una excelente forma de miniaturizar aquella sociedad.
Y qué excelentes ilustraciones.

Abejita de la Vega dijo...

Antes de poner el pie en la ciudad, ya empieza a conocerla en el tren. Pablo Klein observa, no se le escapan los pequeños detalles, los más significativos. La rebeca rosa sin mangas, para qué sirve una rebeca si no tiene mangas. Las uñas pintadas y las sandalias de la madrileña frente a las medias tupidas de la provincianita. El "con novio yo la mataba" del padre. El "va hecha una exagerada", el pelo con muchas horquillas y como mal rizado, el escote...Medio mundo critica al otro medio.

Ya sabía yo que no se te iba a escapar el detalle taurino, "el monstruo" que ha recibido heridas de pronóstico reservado, lo que se dice siempre.

Aunque pueda ser cualquier ciudad provinciana, Carmen Martín Gaite tenía a la vista, no hay duda, tu hermosa ciudad con "Catedral" con mayúscula, piedras doradas y grandiosa Plaza Mayor.

Bien trazado trabajo hecho con cariño.

Besos, Pancho.

Paco Cuesta dijo...

Resulta difícil discernir si haber vivido en parte aquellos trenes aquellos bailes, aquellos paseos, ayuda a situar la novela o si nos sitúa a nosotros.
Un abrazo