viernes, 29 de marzo de 2013

No temas la tormenta


"La hermosura del espectáculo le admiraba en vez de darle terror"


Aurora roja. Pío Baroja 

Pío Baroja afronta el arranque de La Lucha por la vida III de forma dual, contrastando y a la vez armonizando dos viajes: uno al interior del hombre que lucha consigo mismo, a lo más íntimo de las entrañas donde no hay más que vísceras, soledad y creencias. El otro representa la lucha contra los elementos desatados de la naturaleza: montañas, ríos desbordados, noches infames de relámpagos y tormentas. Es el peaje que el seminarista debe pagar por el desistimiento, por romper el compromiso. El purgatorio que salda una deuda, impuesto por defraudar la confianza. Juan sortea los obstáculos del camino que lleva a Barcelona a pecho descubierto. Es el viaje iniciático exigido para el regreso a la tribu. Hasta ahora ha vivido bajo el paraguas protector y la inmunidad que otorga la sotana en el ambiente cerrado del seminario. Extramuros hay un valle de lágrimas donde se hace necesario luchar a brazo partido para ganarse las habichuelas. Su firme voluntad gana la batalla. Se desprende de la sotana con un gesto de ruptura del aire viciado del interior Con la misma determinación que había aceptado su protección,  arroja los hábitos que le  ataban a un concepto de vida al fondo del río. A partir de ahora caminará solo a través de vientos huracanados y tormentas. 

El silbato del tren saca del aburrimiento a los dos jóvenes que habían salido a pasear por los alrededores del pequeño pueblo de Soria. El murmullo del río que se desliza por la herida abierta en el bosque se apresura hacia la luz. La atmósfera adquiere un tono gris del espesor de la tristeza de un atardecer otoñal. Martín y Juan son dos seminaristas de permiso en el pueblo. Mientras Martín se entretiene dibujando con una navaja en una vara de fresno, Juan le da vueltas en la cabeza a una idea importante que le asalta últimamente y que le hará modificar el sentido de sus pasos. De golpe y porrazo le dice a Martín que no quiere volver al seminario. Se acabó la vocación y sin ella considera los estudios religiosos una pérdida de tiempo. Los profesores son unos alucinados confesos. El temor a la venganza pendiente del padre Pulpón a la vuelta por una caricatura a lo bruto que le había dedicado, ayuda a tomar partido. 


"He leído los libros de Marco Aurelio y los Comentarios de César , y he aprendido lo que es la vida"

 Prepara un petate y un morralillo, se despide de su tío ferroviario y se marcha en el tren. Media hora más tarde se baja y echa a andar. Quiere ir a Barcelona. Hace un lío con las ropas de cura y se deshace de ellas. Como su hermano había hecho a instancias de Vidal al entrar en el Círculo. Ahí fuera, extramuros y alejado del abrigo de las cuatro paredes hay que buscarse la vida. Nada se regala, nada es de balde. Rodeado de silencio y soledad, el mundo rural adquiere interés. La naturaleza se agiganta, fluye ante sus ojos como la música en la batuta de un director de orquesta. Juan se estremece, se funde con los sonidos primitivos de los árboles del bosque: “[…] cada uno de ellos, según su clase, tenía hasta un sonido distinto al ser azotado por el viento: unos temblaban con todas sus ramas, como un paralítico con todos sus miembros; otros doblaban su cuerpo en una solemne reverencia”. Un libro de literatura clásica, de enseñanzas antiguas del imperio romano le salva. 

Unos cazadores que andan de ojeo y siguen el rastro de una liebre herida le acusan del robo de la pieza de caza menor. El monte dicta sentencia, recibe unos perdigonazos de la ley de la selva. En una venta se topa con el mendigo que había levantado la liebre. Se la reparten. Pasan juntos una semana. El mendigo es un tipo vulgar; poco inteligente, pero muy hábil. “No tenía más que un sentimiento fuerte, el odio por el labrador, unido a un instinto antisocial enérgico”. 

Una pareja de la guardia civil le ayuda a encontrar el camino a Barcelona. Su habilidad para el dibujo provoca la admiración de un médico de pueblo, viudo y con siete hijos, la mayor de la edad de Juan. Se queda en su casa durante una semana a cambio de pintarle algún cuadro de encargo. Al marcharse promete escribir a Margarita, la hija mayor. 

Un ser inocente - el pobrecito a lo suyo- lleva a hombros una gran piedra de acá para allá. Los nubarrones, cada vez más densos y plomizos oscurecen el cielo. El relámpago formidable que precede al trueno tiñe el cielo como una acuarela, ilumina el monte, retiembla la tierra y pone el corazón en la garganta. Juan ha decidido llegar a Barcelona y no hay catarata pluvial, ni tormenta que ahogue su firme determinación. Hace cumbre y prosigue su camino siguiendo el agua desbordada que busca el cauce de los torrentes. En medio de rayos y truenos su corazón se agranda, es un ciclón en busca del futuro, del mañana incierto. 


"When you walk through a storm, 
hold your head up high, 
and don't be afraid of the dark ; 
at the end of the storm there is a golden sky 
and the sweet silver song of the lark. 

Walk on through the wind, 
walk on through the rain, 
tho' your dreams be tossed and blown". 

"Cuando camines a través de la tormenta, 
Mantén la cabeza alta, 
Y no temas por la oscuridad; 
Al final de la tormenta encontrarás la luz del sol 
Y la dulce y plateada canción de una alondra. 

Sigue a través del viento, 
Sigue a través de la lluvia, 
Aunque tus sueños se rompan en pedazos". 

Anfield Road



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero. 


8 comentarios:

Abejita de la Vega dijo...

El prólogo de "Aurora roja" es por si solo una excelente novela corta. Disfruté con su lectura, a pesar de no ser nada barojiana. Acabo de escribir en la entrada de Pedro que me tapé la nariz para entrar en la pensión de doña Casiana. Y que me irrita ese desfile hormigueante de personajes, ahora uno, luego otro y otro. "Aurora roja" es más pausada y la he leído más a gusto.

Ese final del prólogo, con Juan rodeado de rayos y relámpagos tiene mucha fuerza. Y hace falta valor para escribir eso de la religión es mala porque es mentira, entonces...

Un placer volver a vivir la desconversión de Juan. esta vez con tus palabras.

Besos, Pancho.

Merche Pallarés dijo...

Secundo la opinión de ABEJITA porque no la puedo mejorar... La canción "You'll Never Walk Alone" es del musical..., ¡mecachis ahora no me acuerdo si era "Annie get your Gun" o "Carrousel"! Actué en ambas en mi época de colegiala en Toronto... Besotes, M.

Merche Pallarés dijo...

Es de "Carousel" (con una "r"...). Me acabo de acordar :)

Paco Cuesta dijo...

Magnifica narración de la lucha no sólo con la sotana, si no con lo que de seguridad suponía.
Un abrazo

Pedro Ojeda Escudero dijo...

El arranque de la tercera novela es un prodigioso cuento en sí mismo. Desde su inicio sabemos que la trilogía ha cambiado, que se serena y que será más dialogada y profunda en el análisis.

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Empezaré por las ilustraciones que has escogido:
- Esos caballos de la fotografía son impresionantes. He buscado al autor.
-El cuadro de Antonio López, ‘Josefina leyendo’ es real.

Juan es sincero por cortar con lo que no cree. Y muy valiente; no era fácil llevar a cabo esa ruptura, y Don Pío lo refleja perfectamente.

Seguiré –mañana- con tu entrada anterior.

Abrazos.

Myriam dijo...

¡¡Disfruté muchísimo, muchísimo, de tu estupendo análisis del prólogo!!.
No se como se me pasó antes esta entrada.

Un beso, Pancho.

Kety dijo...

Terminé Aurora roja hace unos días, y estoy de acuerdo con tu análisis.
Ha sido un lujo leerte.
Un abrazo