jueves, 7 de marzo de 2013

Metáforas en la nuca




"Vestía un gabán remendado y mugriento, en la cabeza una boina  y encima de ésta un sombrero duro de ala grasienta"
El vagabundo. 1940-1945. Óleo sobre lienzo. 90 x 73 cm. Colección Silvia Manrique. Madrid 

Eduardo Vicente

Mala Hierba. Pío Baroja (6) 

Manuel pasa en la cama la mañana resacosa. Siente vergüenza de haber abandonado al compañero de barra de la noche anterior y sale a la calle a buscarlo, pero nadie sabe nada de él. Al día siguiente tampoco va a la imprenta ni Jesús vuelve a casa. Como si hubiera desaparecido, desorientado y sepultado por un alud de nieve que borra los caminos que llevan a la Puerta del Sol. 

Al tercer día de convalecencia no resucita, pero se acerca al trabajo por la tarde. El Cojo ha despedido a Jesús que lejos de reformarse, sigue con su vida disoluta, acodado como siempre a la barra de la taberna. Al fervor de unas copas de aguardiente se conjuran, se prometen afecto inquebrantable, amistad a prueba de abandono. Celebran el reencuentro con más aguardiente, hasta que el cuerpo aguanta en vertical. Sin un botón en el bolsillo, borrachos como cubas, la casera los echa de la casa. Los niños les hacen corro y les tiran bolas de nieve al pasar. A lo lejos destaca la negrura entre la nieve. La nube negra se apodera de sus actos. 


 "Entraron los dos en la taberna y bebieron otras copas de aguardiente"
  La taberna. 1959. Óleo sobre lienzo. 140 x 128 cm. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia. Madrid. 
 
Despiertan en un cobertizo ateridos de frío. Jesús enfermo, aquejado de una tos fea. Manuel sale de la madriguera a buscar algo de comer. El Hombre- boa le invita. Compran comida con la última peseta que le queda en el bolsillo y se va con ellos. Les entretiene con sus historias de titiritero en América. Llueve a cántaros. Acurrucados en un rincón no pegan ojo durante la noche. Comen de la caridad. Como no les gusta el ambiente del depósito de mendigos, vuelven a las Injurias. Encuentran una casucha vacía y se instalan. De mañana ven a las gentes que madrugan, salen a la busca: “Era gente astrosa: algunos, traperos; otros, mendigos; otros, muertos de hambre; casi todos de facha repulsiva. Peor aspecto que los hombres tenían aún las mujeres, sucias, desgreñadas, haraposas. Era una basura humana, envuelta en guiñapos, entumecida por el frío y la humedad, la que vomitaba aquel barrio infecto. Era la herpe, la lacra, el color amarillo de la terciana, el párpado retraído, todos los estigmas de la enfermedad y de la miseria”. 

El sol es un disco rojo sobre la tierra negra. Don Alonso pertenece a la estirpe de los Quijano de leyenda, los antiguos hidalgos de adarga en astillero, que venden las tierras para comprar libros de caballería. Como no les entra en la cabeza juntar para mañana, le desagrada que se hable mal de los ricos en su presencia. Se codeó con ellos en su paraíso ficticio mientras tuvo con qué en los años de abundancia. A los pobres siempre les quedará la esperanza de la maldición bíblica, la falta de futuro y salvación para ellos, la imposibilidad de pasar por el ojo de la aguja de los que atesoran, amontonan posesiones y maldades como sostiene Jesús que hace de profeta resabiado: “Si le quita usted al rico la satisfacción de saber que mientras él duerme otro se hiela y que mientras él come otro se muere de hambre, le quita usted la mitad de su dicha”. 

Se reconocen en los asiduos de los asilos. Se familiarizan con los medios de explotar la caridad oficial y la espesa densidad del abatimiento: “La atmósfera se caldeó pronto en la sala, y el aire impregnado de olor de tabaco y de miseria, se hizo nauseabundo”. 



"Salieron todos los que habían pasado allí la noche y se desparramaron por aquellos andurriales"

Afueras de Madrid. 1934-40. Acuarela sobre papel Canson. 44,5 x 64 cm. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid 
 

Cuando aún brillan los focos eléctricos como globos de luz en el aire negro de la noche, los mendigos de la inclusa se desparraman por las calles de Madrid. La claridad opaca del amanecer deja entrever la enorme desolación de los alrededores madrileños. Las chimeneas y las calderas de los trenes braman con estentóreos alaridos. 

Una hilera de coches vacíos espera a los viajeros del tren. Los cocheros han hecho una lumbre para espantar el frío de este invierno que se prolonga. Manuel tiene suerte, consigue unas perras al ayudar a un señor a cargar unos bultos. Enfrente del Museo del Prado ven al Hombre-boa corriendo a todo meter detrás de un simón. Se dedica a lo que salga; a vender libros verdes o a pedir limosna. Les invita a cenar y a beber aguardiente con la peseta y media que, como toda fortuna, le queda en el bolsillo. Lo necesitan si quieren pegar el ojo en una casucha llena de okupas gitanos y mendigos. En este momento envidian a los caracoles que llevan la casa a cuestas, así no tienen que pagar posada. “El destino para el hombre es como el viento para la veleta” destaca sentencioso el Hombre-boa con la esperanza de que un golpe de viento inesperado cambie para mejor el rumbo de los pobres.



"Me entra una desazón cuando estoy en el mismo sitio, que tengo que echar a andar. ¡Ah! el campo".

'Descendiendo Rojo-Gris', 1968. (Museo de Arte Contemporáneo de Sevilla)

Luis Gordillo

La dureza de la tierra húmeda de la Casa Negra es su cama: “Dormían todos mezclados, arremolinados en un amontonamiento de harapos y de papeles de periódicos. Algunos hombres buscaban a las mujeres en la semioscuridad y se oían sus gruñidos de placer”. Una mañana de abril al clarear el día, echa a arder la Casa Negra. La columna de humo que se alza sobre los tejados tarda poco en confundirse con las nubes. El avance de la luz pasa a limpio la negrura de la noche, borra los tonos grises del amanecer. En este marco de desolación se van delimitando y definiendo los contornos políticos, visiones diferentes de la situación social. El Hombre-boa ha conocido la abundancia, ha ganado mucho y malgastado más. Ahora pide limosna, como también lo hace Jesús. Jesús tenía trabajo, pero la bebida le sepulta en una vida disoluta, incompatible con la disciplina exigida por un puesto de trabajo. A pesar de que la pobreza extrema los reúne, algo entre los dos los diferencia: mientras don Alonso aún tiene esperanza de que un golpe de suerte los redima del abismo de su pobreza, Jesús lo ve todo negro cuando sentencia: “La civilización está hecha para el que tiene dinero, y el que no lo tiene que se muera. Antes, el rico y el pobre se alumbraban con un candil parecido; hoy, el pobre sigue con el candil, y el rico alumbra su casa con luz eléctrica; antes, el pobre iba a pie, el rico a caballo; hoy, el pobre sigue andando a pie, y el rico va en automóvil; antes, el rico tenía que vivir entre los pobres; hoy vive aparte, se ha hecho una muralla de algodón y no oye nada. Que los pobres chillan, él no oye; que se mueren de hambre, él no se entera…” El chirrido de los carros tirados por bueyes torpones, el cacareo de las gallinas ponedoras y el lejano ladrido de los perros que se encaran con la luna interrumpen una de las conversaciones más interesantes de la novela desde el punto de vista del compromiso social de los personajes. 


"Porque invertir en latas de sopa boba 
es como barnizar el propio ataúd, 
te hubiera dado más de lo que me robas 
le dije al norte cuando me fui pa´l sur. 

Con dos o tres metáforas en la nuca 
y una gota de plomo en el lacrimal, 
mi dueto del cuá-cuá con el pato Lucas 
rodó por los baretos de la ciudad". 
Joaquín Sabina y Pancho Varona 





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

6 comentarios:

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Me llamó mucho la atención el personaje de Don Alonso -El hombre-boa-, en La busca.
Aquí, se le ve que ha llegado ya al límite de sus fuerzas físicas, y a la pobreza total. Vive de historias pasadas que no se sabe si son realidades o invenciones. Siempre es generoso y amable con todo el mundo, y aunque aguanta la prepotencia grosera y mal trabajo de los escribientes cuando se dirigen a él, estalla ante la desconsideración del comportamiento cuando les pide ayuda la señora asustada por la herida que se ha hecho su madre en la cabeza.
Estas escenas debían de ser lo corriente, pues lo encontré en otras obras de Don Pío.

Saludos.

Abejita de la Vega dijo...

Don Alonso es un hidalgo con voluntad para correr detrás de un carruaje o declarar que padece la enfermedad del hambre. Es un personaje que inspira ternura. No, la civilización no ha hecho nada por el pobre, con ella el pobre es más pobre, qué atinado don Pío.

Preciosos cuadros. Sabina como broche. Estupendo.

Besos, Pancho.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

En efecto: el diálogo mostrará la parte intelectual de la obra. Lo veremos crecer en la tercera parte.
Una borrachera y Manuel ya está fuera, de nuevo, del sistema productivo. Pereza suya y posición implacable de la sociedad, desde luego.
Qué hermosas ilustraciones.

Merche Pallarés dijo...

¡Qué actual lo que dice Don Pío de los ricos y los pobres en ese último párrafo! Besotes, M.

Ele Bergón dijo...

Debo confesar que ando un poco liada y eso que estoy en la edad del júbilo, por eso creo que vuestros comentarios, me van a servir para terminar el libro. No sé que me pasa que no avanzo.

Los cuadros estupendos.

Un abrazo

Luz

Myriam dijo...

¡Usshhh! revisando que no se me hubiera pasado ninguna otra entrada tuya, veo que aquí no te había dejado comentario, aunque sí te leí en su momento.

Me encantó el oleo de E. Vicente de la Taberna. Está muy simpático.

Jesús y Dn Alonso, son otros so personajes masculinos que me hubiera gustado analizar, pero no podía hacer más largo el trabajo en una sola entrada. Tampoco se puede todo ¿No es cierto?

Un abrazo, Pancho