"Tenía ante sí un viejo de barba entrecana y mirada adusta, con un saco al hombro y un gancho en la mano”.
El Trapero. Manet, 1869.
La Busca. Pío Baroja (8)
La señora Petra, madre de Manuel, echaba sangre por la boca desde hacía tiempo, pero ella no se quejaba ni le daba importancia, hasta que un día le subió la fiebre, no pudo levantarse y tuvieron que llamar al médico. Las hijas iban a verla de tarde en tarde, pero como no tenían dinero, no podían comprar las medicinas que el médico le recetaba. El cura la había confesado repetidas veces, de algo tenía que servir tener al clero a mano. El Domingo de Piñata mejora un poco por la tarde, lo suficiente para hablar con Manuel y morir poco después, como hizo don Quijote con el momento de lucidez anterior a su muerte, y hacen los pobres, sin dar un ruido, asistida por su hijo que le vela por la noche. Al día siguiente la separan de los vivos. El reloj del pasillo siguió con su tic tac impasible, descontando tiempo a los mortales.
"Empezó a empeorar y hubo que llamar al médico"
Manuel tiene que recurrir a la sopa de los pobres del cuartel de María Cristina si quiere llevarse algo caliente al estómago. A la cola del rancho sorprende a Roberto que trabaja en un periódico sin cobrar, por amor al arte de la escritura como hacemos los blogueros. Dándose un paseo por El Retiro de los jubilados, le llena la cabeza de delirios de grandeza de antepasados millonarios, descubrimientos de fortunas escondidas en islas lejanas y herencias de utópicos ricos tíos americanos.
Prosa aristocrática bien hilada, de alta alcurnia la asignada por el autor a la producción de Roberto, que sorprende por el contraste, especialmente cuando acabamos de escuchar los gruñidos del Tabuenca, la verborrea del Titiri o el caló de los gitanos. En Baroja el habla se adecúa al estatus social o cultural de los personajes, no hay uno que se exprese igual a otro, el autor trabaja este aspecto de manera concienzuda, pone especial cuidado en la adecuación de los niveles de habla usados por los hablantes.
He aquí dos ejemplos espléndidos de Roberto en el discurso que le endosa a Manuel sin enmendarse. Filosófico: “Los momentos sublimes, los actos heroicos, son más bien actos de exaltación de la inteligencia que de voluntad; yo me he sentido siempre capaz de hacer una gran cosa, de tomar una trinchera, de defender una barricada, de ir al Polo Norte”. Enigmático y juicioso al mismo tiempo: “Así es la vida; hay que esperar, no hay más remedio. Ahora que nadie me cree, gozo yo más con el reconocimiento de mi fuerza que gozaré después con el éxito. He construido una montaña entera; una niebla profunda impide verla; mañana se desgarrará la niebla y el monte aparecerá erguido, con las cumbres cubiertas de nieve”.
Pasarse una semana durmiendo al sereno es demasiado, mina la resistencia de cualquiera. Manuel decide buscar la manera de reactivar la Sociedad de los tres, dedicarse a ser maleante con todas las consecuencias. Va a Las Cambroneras, allí se aloja la Dolores, no la de la copla, sino una señora de unos cincuenta años con un pañuelo rojo y negro atado como una venda rodeándole la cabeza. Vive con el Bizco que la chulea en una chabola de tres metros en cuadro. Las paredes son lo suficientemente anchas para albergar una especie de zulo que tapan con una tela donde esconden la rapiña de sus correrías. Llega Vidal y como es domingo, se va la sociedad de los tres a dar una vuelta por el Rastro. Se encuentran con el Pastiri al que ayudan a timar a unos incautos antes de salir pitando con lo afanao. “Pasaron toda la tarde del domingo hechos unos príncipes; Vidal estuvo espléndido, gastando el dinero del Pastiri, convidando a unas chicas y bailando a lo chulo”.
A la noche llegan a la Casa Blanca, pero no la del Presidente Roosevelt, sino otra que sólo se parece en lo blanco de la cal. A Manuel le empieza a rondar el soniquete de sentar la cabeza: “En el interior luchaban oscuramente la tendencia de su madre, de respeto a todo lo establecido, con su instinto antisocial de vagabundo, aumentado por su clase de vida”. Pasa el verano enredado en la Sociedad de los tres, alojado en la casa blanca con su primo Vidal y una querida, buscona y vendedora de periódicos para disimular. Dedicados a robos de poca monta, de los que llaman "al descuido", la ganancia de la rapiña la solían fundir en la taberna “El Pico del pañuelo”. A veces, pocas veces, les toca esparcir montones de lana para airearlos y volverlos a recoger con un rastrillo. Cuando todo fracasa, no les queda más remedio que recurrir a la caza del gato para llevarse algo al coleto. El Bizco, cuya cabeza de melón “no atesoraba ningún talento”, era un experto Tío del Saco, proveedor de animales tísicos o de físico mermado para el sardanapalesco festín.
La taberna. Eduardo Vicente
Saquean una casa deshabitada en un despoblado, defendida por un perro moral. Obtienen escasa renta de la fechoría, únicamente ochenta céntimos por cabeza después de pagar el vino. Vidal cavila que no merece la pena correr el riesgo de dar con los huesos en la cárcel, ser atacados por perro moral y engañados por traperos peristas por tan magro botín.
Antes de que Vidal le abandone por una mujerona alta, vestida de gris, Manuel prueba fortuna en el submundo chulesco de la noche madrileña. Pero no encaja en el apartado de protector de busconas. Él y la querida de Vidal pierden la Casa Blanca por desahucio. De golpe y porrazo se ve alojado en los bancos de la Castellana o de la Plaza de Oriente al pie de la familia real, pero comiendo “tronchos de berza del suelo del mercado”.
Desciende a lo más bajo de la escala social cuando vuelve a juntarse con el Bizco y se van a buscar cobijo a las cuevas de la Montaña del Príncipe Pío. La noche se le hace eterna a la intemperie. Tiritando de frío, sueña con una dama que le envuelve entre sus hebras doradas. Entregado a sus sueños dulces como la miel, la mañana lo encuentra acurrucado. El señor Custodio, un trapero “de barba entrecana y mirada adusta, con un saco al hombro y un gancho en la mano”, al verlo desvalido y hambriento, le ofrece trabajo a cambio de manutención y alojamiento. Manuel le sigue y suceden las páginas más agradables de la novela: un jardín en mitad del basurero. La dignidad surgida en medio del abandono; el trabajo que dignifica a la persona. Un paisaje idílico con las astas de las banderas coronadas de pucheros (me apropio de esta imagen tan genial y corrosiva para regalársela a tanto enamorado de su enseña que por ahí campea suelto). La luz al final del túnel. La regeneración, la vida nueva que emerge de la descomposición. La utopía del hombre verdadero que renace de los escombros.
Manuel se siente feliz como una perdiz al cuidado de la lumbre y del puchero en otra clara imagen que representa la grandeza de lo sencillo, el regreso a los primeros pobladores, amparados del vendaval en la caverna ennegrecida por el humo de la hoguera. Cuando parecía que la suerte estaba echada, la magia aflora en la narración, la dignidad entre la pobreza. El sueño de un trapero, el mito de la felicidad al alcance de la mano de los humildes.
“Manuel sería uno de los hombres casi felices de este mundo” si contara con una mujer que le quisiera, una chabola con corral en una hondonada rodeada de escombreras. Un perro que se llame Reverte, un cerdo, una pareja de burros para tirar de un carro, ganas de trabajar y una docena de gallinas sueltas con gallo.
When Jack Frost came for christmas
With a brass monkey date
The rail-king and the scarecrow
Hopped a Florida freight
And they blew on their paper cups
And stared through the steam
Then they drank half a bottle
Of ragpicker's dream where
M. Knopfler
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
7 comentarios:
Me ha hecho gracia el cuadro de "Ciencia y Caridad" de Picasso que has puesto. Cuando trabajé en el museo Picasso de Barcelona en los '70 como azafata de organización ya que se esperaban la comparecencia de todos los directores de museos mundiales y hasta ¡del propio Picasso! (que luego se anuló debido al proceso de Burgos). Me entretuve leyendo los libros de la biblio. En uno de ellos leí la anécdota de ese cuadro. Resulta que los personajes son: la madre moribunda, una gitana que había llamado pidiendo limosna con su bebé; la monja un amnigo de Picasso, que sujeta al bebé de la gitana; y el médico, el padre de Picasso. Besotes, M.
Muy interesante tu información sobre el cuadro. Algo había leído sobre ello. Buscando en libros de arte que no habría leído si no es por el blog, se aprende de cosas muy variadas. Lo asombroso es que lo pintara con sólo 16 años.
Un abrazo y gracias por tu visita y comentario.
Muy Interesante lo que aporta MERCHE con respecto al cuadro de Picasso
(de paso te cuento que estuve en su Museo en Málaga).
El del trapero de Manet, no lo conocía y mira que conozco casi todas las obras impresionistas de memoria, así que gracias.
Me gusta mucho como has analizado el tema de los niveles de diálogo de cada uno de los personajes de la novela.
Gran trabajo, Pancho. Te felicito.
Besos
Magnífico Pancho. Haces que todo sea más fácil para comprender lo que hay más allá de la narración.
Un abrazo
Encontrar al sr. Custodio después de su vida callejera es un alivio para Manuel. El trapero hace honor de su nombre, todo parece sembrar en el espíritu de Mnauel una buena cosecha... que habrá que regar para que se de.
Buenas noches, pancho:
Cap.VII
El señor Custodio y sus ideas
pág.173..."Sentía el señor Custodio un gran deseo de instruirse, y a no ser porque le parecía ridículo, se hubiese puesto a aprender a leer y escribir"
"Otra de las ideas fijas del trapero era la de regenerar los materiales usados"
¡Qué estupendas pinturas de Eduardo Vicente!.
Me apunto la aportación de Merche Pallarés, y la explicación de los modelos del cuadro de Picasso.
Abrazos.
El trapero es una esperanza para Manuel. Aparece como una visión en el momento en que Manuel está a punto de morir de hipotermia. Es un ángel custodio que le ofrece otro mundo dentro de su mundo.
Poca ciencia, mucha religión para Petra. El cuadro de Picasso no puede ser más oportuno.
Grandioso estudio barojiano.
Besos
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