RIÑA DE GATOS.
EDUARDO MENDOZA. (10)
A AW se le acumula el enredo en Madrid. Son tantos los nuevos frentes a los que atender que se siente por primera vez abrumado. Si la pasada semana lo dejábamos escondido en el palacete de la Castellana, en ésta terminamos el relato con el inglés detenido en la DGS, de nuevo. Antes logra escapar de la casa del duque con la ayuda de Lilí, también enamorada del sajón rompecorazones, a pesar de contar con la oposición de la conspiración de generales y del mayordomo con pintas de banderillero armado de escopeta. Pedro Teacher aparece y desaparece (mejor dicho, lo hacen desaparecer), más perdido y triste que un torero al otro lado del río Ebro.
AW puede escuchar sin ser visto la conversación entre Paquita y Don Rodrigo, el cura, escondido tras los espesos cortinajes del palacete. Aquella le pide compresión al eclesiástico por el desliz que acaba de cometer con el inglés en el hotel. “¡Abrenuncio! ¡Qué oigo!” Exclama el clérigo. Le acusa de ofender a Dios, al apellido y de hacer pecar al extranjero. Lo que necesita es un loquero. Le aconseja que abandone la casa para no contaminar la inocencia de su hermana.
La Toñina ha regresado con el bebé a casa de la Justa, que es su madre. Higinio Zamora Zamorano acusa a Paquita de haberse pasado por la piedra a todo el club de Puerta de Hierro por despecho. La Toñina sale en defensa de la aristócrata porque dice que vio la sangre virginal derramada en las sábanas del hotel. La revelación hace callar y cavilar sobre el significado a Higinio.
En el pasillo AW escucha cómo Franco le advierte al Duque de que la falange debe estar a las órdenes del ejército, no tolerará indisciplina. El éxito de la revuelta depende del orden estricto. AW ve cómo se le complican las cosas. Mola encuentra en el pasillo el pañuelo ensangrentado con el que el inglés tapaba la herida que se hizo al saltar el muro. Logra esconderse en el piso de arriba. El mayordomo de patillas anchas con pinta de banderillero de la cuadrilla de Joselito El Gallo toma el mando de las operaciones de pesquisa. Los generales, acostumbrados a mandar, obedecen. Él se encarga de buscar en el piso de arriba donde Lilí ha escondido al inglés debajo de la cama. Cuando la claridad anaranjada del crepúsculo entra por la ventana, Lilí provoca al extranjero. Por una vez éste no entra el trapo. Comprende que si lo descubren con una menor, está condenado al infierno de los protestantes. Ella piensa que ya es hora de ampliar conocimientos, de saber algo más que los afluentes del Ebro, Aritmética o las Rimas de Bécquer. Le sugiere que no se preocupe por las consecuencias porque al ser protestante ella será la acaparadora de la penitencia en exclusiva. Le dice: “Eres bobo; te quiero igual, pero eres bobo. Ya lo daba por perdido. Y esta tarde, de repente, el destino te trae hasta mi alcoba a punta de escopeta”. La joven desarma a AW con el argumento de que en los tiempos de Velázquez las infantas se casaban a los 14 años. Lo que pasó entre ambos después, antes de la huida, corresponde al lector el adivinarlo porque Mendoza no nos lo dice.
Con la noche de aliada y la silueta de Lilí recortada en la ventana observando su retirada, el inglés llega al hotel y bebe del botijo lleno de agua con anís que el recepcionista le ofrece. AW vuelve a la vida. El empleado le informa del trasiego de gente que ha preguntado por él durante su ausencia. Le interesa sobre todo el número de uno que olía a sarasa según la nariz del recepcionista del botijo.
Pedro Teacher le espera en Chicote una hora más tarde. “Colgó el abrigo y el bombín en un perchero y se guardó el monóculo en el bolsillo superior de la americana” más extraño y triste que un pato en el río Manzanares. Le informa de que llegó a Madrid, siguiéndole, un día después, pero debido al zarandeo que le traen unos y otros, siempre en medio de fuego cruzado, el perejil de todas las salsas, no ha podido contactar con él. Pide dos martinis secos para él solo. Cada uno paga lo suyo. La cita se sustancia en la mención de la amenaza de Kolia. Sólo entonces parece que AW accede a quedar en su casa de la calle Serrano. “Se colocó el monóculo, se levantó, cogió el abrigo y el bombín y salió con andar envarado”. Como si fuera un santo sin paraíso se echó a la calle.
El conjunto de acontecimientos que le han ocurrido desde su llegada a Madrid le tienen agotado (a cualquiera). Ya ni el Velázquez parece compensarle. Añora la vuelta a la rutina de Londres. Se muestra decidido al regreso a lo cotidiano y dolido por el uso que Paquita ha hecho de él en su relación con el político fascista. La ración de extraordinario le desborda. Todos éstos son los pensamientos que le embargan en su paseo a la dirección que Peter Profesor le ha escrito en una servilleta. A las once en punto de la noche AW está ante la aldaba con forma de cabeza de león como si fuera una puerta de la nobleza del león que domó San Marcos de Venecia, o así.
La puerta de la casa estaba entornada y el interior vacío. Las paredes desnudas y sólo la claridad proveniente de la luz mortecina de un quinqué al final del pasillo le permite acceder a una amplia sala donde está el cadáver despatarrado de Pedro Teacher. “Todavía llevaba puesto el abrigo; el bombín había rodado a un metro de la cabeza de su antiguo propietario, junto al rostro del cual, astillado pero entero, estaba el monóculo”. Al poco llegan unos guardias que le retienen y se fuman unos cigarros de picadura hasta que aparece su jefe; el teniente coronel Gumersindo Marranón, que sin mediar ni media palabra le propina un puñetazo. Le cuenta que seguían al finado desde su llegada a Madrid, pero era escurridizo. Se enteraron que estaba en este lugar por una servilleta con la dirección escrita que AW había olvidado en Chicote. El teniente coronel le informa de que el capitán Coscolluela ha dejado de existir. Su cadáver apareció en un descampado del Retiro. El inglés de nuevo en la DGS.
Mientras tanto, en la guarida de falange hay una reunión de la Junta Política. El padre Rodrigo les informa de lo que ha oído en la casa del duque en la conspiración de generales. Jose Antonio no confía en ellos. Los considera atrapados en rencillas personales, más pendientes del escalafón y tan corruptos como el gobierno que quieren derribar. Jose Antonio había soñado con una marcha sobre Madrid al estilo de la marcha sobre Roma de los camisas pardas de Mussolini en 1922 que logró el apoyo del Rey, el clero y la subordinación del ejército. Jose Antonio lo había intentado un año atrás, pero Franco, Jefe del Estado Mayor en aquel momento, lo había impedido y el no lo había olvidado. Pide a Serrano Suñer una entrevista con su cuñado, Francisco Franco, lo antes posible. Le comunicará que si no se levanta ahora con la falange en vanguardia, lo hará por su cuenta.
"Perdido como un quinto en día de permiso,AW puede escuchar sin ser visto la conversación entre Paquita y Don Rodrigo, el cura, escondido tras los espesos cortinajes del palacete. Aquella le pide compresión al eclesiástico por el desliz que acaba de cometer con el inglés en el hotel. “¡Abrenuncio! ¡Qué oigo!” Exclama el clérigo. Le acusa de ofender a Dios, al apellido y de hacer pecar al extranjero. Lo que necesita es un loquero. Le aconseja que abandone la casa para no contaminar la inocencia de su hermana.
La Toñina ha regresado con el bebé a casa de la Justa, que es su madre. Higinio Zamora Zamorano acusa a Paquita de haberse pasado por la piedra a todo el club de Puerta de Hierro por despecho. La Toñina sale en defensa de la aristócrata porque dice que vio la sangre virginal derramada en las sábanas del hotel. La revelación hace callar y cavilar sobre el significado a Higinio.
En el pasillo AW escucha cómo Franco le advierte al Duque de que la falange debe estar a las órdenes del ejército, no tolerará indisciplina. El éxito de la revuelta depende del orden estricto. AW ve cómo se le complican las cosas. Mola encuentra en el pasillo el pañuelo ensangrentado con el que el inglés tapaba la herida que se hizo al saltar el muro. Logra esconderse en el piso de arriba. El mayordomo de patillas anchas con pinta de banderillero de la cuadrilla de Joselito El Gallo toma el mando de las operaciones de pesquisa. Los generales, acostumbrados a mandar, obedecen. Él se encarga de buscar en el piso de arriba donde Lilí ha escondido al inglés debajo de la cama. Cuando la claridad anaranjada del crepúsculo entra por la ventana, Lilí provoca al extranjero. Por una vez éste no entra el trapo. Comprende que si lo descubren con una menor, está condenado al infierno de los protestantes. Ella piensa que ya es hora de ampliar conocimientos, de saber algo más que los afluentes del Ebro, Aritmética o las Rimas de Bécquer. Le sugiere que no se preocupe por las consecuencias porque al ser protestante ella será la acaparadora de la penitencia en exclusiva. Le dice: “Eres bobo; te quiero igual, pero eres bobo. Ya lo daba por perdido. Y esta tarde, de repente, el destino te trae hasta mi alcoba a punta de escopeta”. La joven desarma a AW con el argumento de que en los tiempos de Velázquez las infantas se casaban a los 14 años. Lo que pasó entre ambos después, antes de la huida, corresponde al lector el adivinarlo porque Mendoza no nos lo dice.
Con la noche de aliada y la silueta de Lilí recortada en la ventana observando su retirada, el inglés llega al hotel y bebe del botijo lleno de agua con anís que el recepcionista le ofrece. AW vuelve a la vida. El empleado le informa del trasiego de gente que ha preguntado por él durante su ausencia. Le interesa sobre todo el número de uno que olía a sarasa según la nariz del recepcionista del botijo.
Pedro Teacher le espera en Chicote una hora más tarde. “Colgó el abrigo y el bombín en un perchero y se guardó el monóculo en el bolsillo superior de la americana” más extraño y triste que un pato en el río Manzanares. Le informa de que llegó a Madrid, siguiéndole, un día después, pero debido al zarandeo que le traen unos y otros, siempre en medio de fuego cruzado, el perejil de todas las salsas, no ha podido contactar con él. Pide dos martinis secos para él solo. Cada uno paga lo suyo. La cita se sustancia en la mención de la amenaza de Kolia. Sólo entonces parece que AW accede a quedar en su casa de la calle Serrano. “Se colocó el monóculo, se levantó, cogió el abrigo y el bombín y salió con andar envarado”. Como si fuera un santo sin paraíso se echó a la calle.
El conjunto de acontecimientos que le han ocurrido desde su llegada a Madrid le tienen agotado (a cualquiera). Ya ni el Velázquez parece compensarle. Añora la vuelta a la rutina de Londres. Se muestra decidido al regreso a lo cotidiano y dolido por el uso que Paquita ha hecho de él en su relación con el político fascista. La ración de extraordinario le desborda. Todos éstos son los pensamientos que le embargan en su paseo a la dirección que Peter Profesor le ha escrito en una servilleta. A las once en punto de la noche AW está ante la aldaba con forma de cabeza de león como si fuera una puerta de la nobleza del león que domó San Marcos de Venecia, o así.
La puerta de la casa estaba entornada y el interior vacío. Las paredes desnudas y sólo la claridad proveniente de la luz mortecina de un quinqué al final del pasillo le permite acceder a una amplia sala donde está el cadáver despatarrado de Pedro Teacher. “Todavía llevaba puesto el abrigo; el bombín había rodado a un metro de la cabeza de su antiguo propietario, junto al rostro del cual, astillado pero entero, estaba el monóculo”. Al poco llegan unos guardias que le retienen y se fuman unos cigarros de picadura hasta que aparece su jefe; el teniente coronel Gumersindo Marranón, que sin mediar ni media palabra le propina un puñetazo. Le cuenta que seguían al finado desde su llegada a Madrid, pero era escurridizo. Se enteraron que estaba en este lugar por una servilleta con la dirección escrita que AW había olvidado en Chicote. El teniente coronel le informa de que el capitán Coscolluela ha dejado de existir. Su cadáver apareció en un descampado del Retiro. El inglés de nuevo en la DGS.
Mientras tanto, en la guarida de falange hay una reunión de la Junta Política. El padre Rodrigo les informa de lo que ha oído en la casa del duque en la conspiración de generales. Jose Antonio no confía en ellos. Los considera atrapados en rencillas personales, más pendientes del escalafón y tan corruptos como el gobierno que quieren derribar. Jose Antonio había soñado con una marcha sobre Madrid al estilo de la marcha sobre Roma de los camisas pardas de Mussolini en 1922 que logró el apoyo del Rey, el clero y la subordinación del ejército. Jose Antonio lo había intentado un año atrás, pero Franco, Jefe del Estado Mayor en aquel momento, lo había impedido y el no lo había olvidado. Pide a Serrano Suñer una entrevista con su cuñado, Francisco Franco, lo antes posible. Le comunicará que si no se levanta ahora con la falange en vanguardia, lo hará por su cuenta.
como un santo sin paraíso,
como el ojo del maniquí,
huraño como un dandy con lamparones,
como un barco sin polizones…,
así estoy yo, así estoy yo, sin ti.
Más triste que un torero
al otro lado del telón de acero.
Así estoy yo, así estoy yo, sin ti"
Joaquín Sabina
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
4 comentarios:
¿¿¿Cuándo se acaba esta historia??? ¿Al final AW vuelve a Londres? ¿Con quién, Paquita o Lily? Qué tensión... Besotes, M.
Ni con Paquita,ni con Lily. Está más triste que un diputado sin escaño, tras una slecciones. Bueno, al diputado que se reigne...y el de la novela un tren y todo arreglado. Y Toñina que cuenta lo de la sangre, Jesús, Jesús. Ya se me había olvidado la madeja argumental.
Me encanta ese abrenuncio quijotesco, pero esa confesión de Paquita es un disparate propio de una novela disparatada.
Mendoza no se puede reír más de sus colegas...aunque tal vez envidie la suerte del escritor del viento zafio, la de las costuras e incluso la del millonario de los pilares góticos.
Hasta Franco hace un cameo...
Pancho, aquí estamos como un pato en el Manzanares, feliz día después del azul que no destiñe. Como tú dices estamos acostumbrados por aquí.
Besos
Buenas noches, pancho:
He querido seguir la versión diferente que se hace Sabina a sí mismo, y me era muy difícil, pues ha cambiado el tono, de la que tantas veces escuché.
Te la dejo aquí.
Un abrazo.
Cuando llega a este punto, Mendoza acelera el ritmo llevándolo hacia situaciones de comedia: se despega con ello de una realidad dura sin negarla. Es un inteligente juego del autor.
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