martes, 15 de enero de 2019

Cien años de soledad (14) Gabriel García Márquez. Soy naturaleza.







"Le vio otra vez la cara a su soledad miserable cuando todo acabó de pasar"


Cien años de soledad (14) 
Gabriel García Márquez 

La educación exige consenso entre las partes, la tarea de enseñar al que no sabe es ardua y está llena de incertidumbre. Eso le pasa a Úrsula en su cometido de educar a José Arcadio para Sumo Pontífice. Le asaltan las dudas de la eficacia de su método educativo a pesar de su dedicación sin tregua a la formación papal del tataranieto. Le echa la culpa de sus dudas a la mala calidad de los tiempos modernos. Ahora el tiempo vuela, se le escapa de las manos cuando antes pasaban muchas cosas en la lentitud de las horas. Le molesta dejar las cosas a medias, ahora que ha perdido la cuenta de los años y que estorba en todos los lados de la casa debido a unas cataratas que la tienen sumida en la más profunda oscuridad. 

Remedios -Meme la llaman- hermana menor de José Arcadio, llega casi al mismo tiempo a la edad de mandarla a las monjas para que le enseñen a tocar el clavicordio cuyas notas sustituyen a las de la pianola en la banda sonora de la casa. 

Perdido el sentido de la vista en la sombra de las cataratas, aguza los cuatro sentidos restantes para paliar los efectos de la discapacidad. Aprende a calcular la distancia de las cosas y las voces aguzando el oído. Los olores se definen en la tiniebla con una fuerza salvadora. Llega a distinguir los colores por la textura al tacto. Se las arregla para que la crianza de José Arcadio la ayude con los colores de los vestidos de los santos. 

La soledad de la decrepitud es clarividente para la memoria, Úrsula recapitula los acontecimientos de la casa desde la fundación. Sus pensamientos concluyen en la certeza de que Aureliano Buendía es un hombre incapacitado para el amor que nunca ha querido a nadie, todas las victorias y derrotas de su vida han sido guiadas por la soberbia. Ella lo sabe desde que lo oyó llorar en su vientre, el llanto de los no nacidos en el vientre de la madre significa incapacidad para el amor. Amaranta, en cambio, es la mujer más tierna que nunca haya existido, la dureza de su corazón se debe a "una lucha a muerte entre un amor sin medida y una cobardía invencible”. Y Rebeca enrocada en sí misma, a la que nunca amamantó, atesora la valentía que siempre quiso para su descendencia. 




"Era un recuerdo incierto, enteramente desprovisto de enseñanzas o nostalgias"

Todas estas cosas y otras más recuerda mientras prepara la maleta de José Arcadio, los cambios de mentalidad de los jóvenes que la rodean, cómo Fernanda reclama las sábanas de bramante que Remedios, la bella, se ha llevado asunta al cielo o cómo Aureliano Segundo llena la casa otra vez de borrachos cuando los cadáveres de los Aurelianos están aún calientes, como si los muertos fueran perros y no cristianos. Definitivamente la casa se va por el sumidero de la perdición. Úrsula duda entre echarse de una vez en la sepultura y que le echen la tierra encima o permitirse el instante de rebeldía que nunca tuvo y “Cagarse de una vez en todo, y sacarse del corazón los infinitos montones de malas palabras que había tenido que atragantarse en todo un siglo de conformidad”. 

Cuando José Arcadio y Meme se van a estudiar es como si sacaran un ataúd de la casa. Amaranta comienza a tejer su propia mortaja y Úrsula se ve relegada a las tinieblas. La antigua rutina no se recupera hasta que la compañía bananera no se va de Macondo años después. Fernanda se hace con el mando de la casa, la gobierna de una manera severa y autoritaria. La vara de medir amigos y enemigos es la compañía bananera. José Arcadio Segundo se topa con la necesidad de justificar su existencia por trabajar allí de capataz, padece la sarna de los forasteros, el abandono de los gallos de pelea es una cesión que apenas cuenta. Fernanda,  casi sin enterarse,  descubre que es una viuda con el marido vivo. Aureliano Segundo se va marchando al lado de Petra Cotes poco a poco al ver la estrechez de la casa. Un día Fernanda los descubre juntos en la cama y le pone los baúles en la estatua del poeta. A pleno día para que se entere bien la gente. Aureliano Segundo celebra la libertad regalada con una farra de tres días de duración. Se entrega a la concubina con la fogosidad de un adolescente. Petra Cotes encantada de dar con un hombre que hace el amor como si fueran dos. Cuanto más parrandero y botarate se vuelve, más desaforado es el paritorio de los animales y más ejemplares se sacrifican para dar de comer a los invitados. Los gallinazos atraídos por los huesos y las sobras tienen el pesebre asegurado en el muladar. 

Aureliano Segundo se vuelve “gordo, violáceo y atortugado” de tanta parranda y comilona. Los ecos de la abundancia y del despilfarro sin tasa llegan a los más glotones de la ciénaga y del litoral, todos deseosos de derrotar al comilón invicto. Un sábado, confundida entre los tragaldabas fabulosos, llega Camila Sagastume, una hembra totémica conocida como La Elefanta, gigantesca y maciza, pero adornada con la ternura de la femineidad. Comen durante tres días con breves descansos para dormir. Cuando Camila ve al contrincante al borde de la congestión, le ofrece tablas que él no acepta, le parece un desafío y sigue comiendo hasta que “cayó de bruces en el plato de huesos, echando espumarajos de perro por la boca, y ahogándose en ronquidos de agonía”. A las puertas de la muerte pide que lo lleven a casa de Fernanda para no morir en la cama de la amante. Allí se recupera milagrosamente y celebra el acontecimiento de la supervivencia con otra juerga. 




"Conoció con tanta seguridad el lugar en que se encontraba cada cosa, que ella misma se olvidaba a veces de que estaba ciega"

La casa se va pareciendo cada vez más a la mansión colonial de sus padres. Fernanda vive sola con tres fantasmas vivos y el fantasma muerto de José Arcadio Buendía. El coronel Aureliano Buendía es una sombra que sólo abandona el taller para orinar junto al castaño del patio. Únicamente permite la visita del peluquero cada tres semanas. Prende una hoguera con las muñecas de Remedios porque dice que le llenan el cuarto de polillas. Amaranta ve pasar la vida tejiendo su propio sudario. Gracias a la congestión, Aureliano Segundo vuelve al hogar. Aparenta ser un marido domesticado los dos meses de vacaciones de Meme. Ella parece no sufrir el sino solitario de la familia a pesar de que se encierra diariamente a practicar el clavicordio con disciplina inflexible. Pero la herencia calamitosa del padre se manifiesta con todo su esplendor cuando en las terceras vacaciones invita a cuatro monjas cuidadoras y sesenta y ocho compañeras a pasar una semana en la casa. La estancia es un desbarajuste. Organizan nueve turnos para comer y como sólo hay un excusado, Úrsula les compra unas bacinillas que eviten las colas, pero provoca otras para lavarlas. Las adolescentes incansables agotan a las monjas con sus juegos, carreras y cantos escolares. Úrsula les perdona los estragos al marcharse por el alivio de la partida. 

Por aquellos días José Arcadio Segundo reaparece en la casa, siempre pensativo y atravesado por una tristeza sarracena. Su vida es un enigma. Apenas se sabe de él que cría gallos de pelea en casa de Pilar Ternera y que pasa las noches con las matronas francesas, “una estrella errante en el sistema planetario de Úrsula”. En el planeta de los recuerdos no pertenece a la familia desde que Gerineldo Márquez lo llevara a ver la sonrisa de los fusilados. Era el único que tenía afinidad con Aureliano Buendía, con él se tiraba las horas muertas en el taller. “La invasión escolar había rebasado los límites de su paciencia”. Se encierra con tranca en el taller desde el día que Gerineldo Márquez se niega a secundarle en su guerra senil. 

Aureliano Buendía muere el martes día once con las aguas de octubre. Se hace naturaleza pegado al árbol de José Arcadio Buendía. El alboroto de los sapos y los grillos lo despiertan ese día a las cinco de la mañana. Se levanta y va a orinar al castaño, no oye las palabras incompresibles que le dirige el espectro del padre, sobresaltado por el chorro de orín que le salpica los zapatos. Vuelve al taller a continuar con su tarea de fabricar pececitos de oro después de pasar por la cocina a tomar el café que le prepara Santa Sofía de la Piedad. Se queda dormido en la hamaca después del almuerzo que Úrsula le lleva. Tiene la costumbre de nunca hacer nada hasta dos horas después de comer para evitar una congestión desde los tiempos de la guerra. Pospone el corte de pelo hasta el viernes. El sudor reseco revive las cicatrices de los golondrinos. José Arcadio Segundo no se presenta en el taller, es día de cobro en la compañía bananera. “El sol salió con tanta fuerza que la claridad crujió como un balandro”. El aire se llena de hormigas voladoras mientras termina de engarzar el segundo pescadito del día. A las cuatro y diez llega el circo, suenan los retumbos de los tambores mezclados con el júbilo de los niños. Aureliano Buendía revive la tarde prodigiosa que su padre lo llevó a conocer el hielo. Se arrima al castaño a orinar y se queda inmóvil con la cabeza entre los hombros como un pollito. Cuando la familia lo ve, ya estaban bajando los gallinazos, ya es naturaleza.

Huye de mí, caliente voz de hielo, 
 no me quieras perder en la maleza 
 donde sin fruto gimen carne y cielo. 

 ¡Dejo el duro marfil de mi cabeza, 
 apiádate de mí, rompe mi duelo! 
 ¡que soy amor, que soy naturaleza!
Federico García Lorca/Miguel Poveda


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


1 comentario:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Es curiosa esta mezcla de cosas: educación y entrada del mundo exterior junto a cosas enraizadas en un mundo mítico. Dicen que es una de las características esenciales del realismo mágico. En el fondo, somos así todos, entreverados. Y gracias por Poveda, claro.