lunes, 19 de febrero de 2018

Pedro Páramo (6) Juan Rulfo. Gato sin dueño.




"Le temblaba el corazón como si fuera un sapo brincándole entre las costillas"

Pedro Páramo (6)
Juan Rulfo

A medianoche Susana siente un peso que recorre las orillas de su cuerpo desde los pies a la cabeza. Se levanta y oye el chirrido de la puerta al entrar o salir. El ruido del agua apaga los sonidos. Se queda dormida, al despertar le grita a Justina que el gato (¿de dos patas?) ha venido de noche otra vez a romper la soledad endémica de esta novela. Ella le informa que su padre ha muerto, que se ha quedado más sola que el muerto de altura enterrado en el frío de la montaña, entre hielos perpetuos. Susana se descuelga con una sonrisa, sabía que había venido a despedirse. Recuerda el día que su padre la baja a un pozo, atada por la cintura, a buscar un tesoro. No podía faltar en esta novela que tiene de todo lo simbólico,  la bajada a la sima y el contacto con la muerte de Susana San Juan por vez primera. También bajó don Quijote a la cueva de Montesinos donde  pierde la noción del tiempo y del espacio entre personajes fantásticos del más alla. La cuerda es el cordón umbilical que la une al mundo de la luz. Encuentra un esqueleto que al tocarlo se descoyunta y al tenerlo en la mano se deshace como si fuera de azúcar, se le queda entre los dedos una pulgarada de polvo grisáceo y áspero. Por eso se ríe ahora mientras la lluvia sigue anegando el valle de Comala. 

Se fue la lluvia y se quedó el viento, el aire que había traído la lluvia. Viento de día que orea los campos y viento de noche, dolorido de tanto gemir. Galerías de nubes bajas se apresuraban por el cielo rozando la tierra, nubes en vuelo rasante. Alguien abre la puerta, una racha de viento apaga la lámpara. Susana piensa, escucha los ruidos de la noche. Ve con los ojos entreabiertos, detrás de la lluvia de sus pestañas, cómo entra el padre Rentería con una vela encendida. Ella se arrastra hacia la luz hasta quemarse, como el revuelo de mariposas de un solo verano atraídas por las bombillas enervadas. El padre la apaga de un soplo al oler a chamusco. En la oscuridad le dice que ya sabe que Florencio ha muerto. Le insiste en que se vaya que ya no lo necesita. 
 -“He venido a confortarte, hija.” Responde el padrecito. 
Nos deja con la duda, no sabemos de qué clase de padre se trata, si espiritual o biológico, porque el padre sale al aire de la noche. “El aire seguía soplando.” 

Pedro Páramo había pasado mala noche la mañana que el tartamudo cabalgó desde la montaña para informarle que los revolucionarios habían matado a Fulgor Sedano. Pasó la noche de pie observando a Susana de cuerpo presente, en constante movimiento entre las sábanas. Algo había que la maltrataba por dentro. Creía conocerla por tantas noches doloridas pasadas junto a ella, pero había un mundo dentro de ella que no alcanzaba a deslindar. Se le complican los días y las noches a Pedro Páramo. Magistral la forma de crear tensión en el relato, rebajada ahora con un poco de humor, políticamente incorrecto como tener una mujer modelo eslava o trabajar de azafata en la Vuelta Ciclista a España. Rulfo crea este personaje, emisario que se atranca al hablar. Lo manda de regreso a parlamentar con los revolucionarios que le quieren quitar las tierras al zar. Que le diga al Tilcuate, Damasio, que lo necesita a su lado. Tropa de refresco al campo de batalla, Fulgor ya estaba bien amortizado. 





"Éste no le daría agua ni al gallo de la pasión"

Pardeando la tarde aparecen por la Media Luna una veintena de jinetes armados. Se han levantado en armas contra el gobierno y los ricos, “móndrigos, bandidos y mentecatos ladrones.” Pedro Páramo les invita a cenar y a la mesa hablan de negocios, les financiará la revolución, les promete cien mil pesos y trescientos hombres mandados por el Tilcuate al que le encanta la bulla. A éste le promete un ranchito con ganado a escoger para que su mujer esté entretenida y le advierte que no se aleje del terreno, que lo vean ocupado si vienen otros. Mientras los hombres armados ajustan cuentas antiguas, siembran la superficie de rencor, calamidad y pabellones de tiro al blanco en nombre de la revolución, en el subsuelo reina el sosiego, los enterrados se ponen tiernos, reviven sueños, hablan en voz alta. ¿Se puede hacer el amor con la mar? Escuchen lo que Juan Preciado le cuenta a Dorotea de lo que él escucha con sus oídos muchachos proveniente de la tumba cercana en otra arriesgada pirueta narrativa del autor: Susana desnuda comulga con el mar, se entrega a la lentitud de las olas antes de que las tediosas gaviotas rompan la oscuridad. “El sol moja mis tobillos y se va; moja mis rodillas, mis muslos: rodea mi cintura con su brazo suave, da vuelta sobre mis senos; se abraza de mi cuello; aprieta mis hombros. Entonces me hundo en él entera. Me entrego a él en su fuerte batir, en su suave poseer, sin dejar pedazo.” 

Sensualidad y erotismo mezclado con el dolor de la muerte porque no hay amor sin espinas. Las maniobras amorosas del acercamiento comienzan por los pies de ella que él “mordía como pan dorado en el horno.” Y ella que “dormía acurrucada, metiéndose dentro de él, perdida en la nada al sentir que se quebraba su carne, que se abría como un surco abierto por un clavo ardoroso, luego tibio, luego dulce, dando golpes duros contra su carne blanda, sumiéndose, sumiéndose más, hasta el gemido.” Pero mucho más le dolió cuando él murió. Los hombres mueren lejos y nos enteramos de su desaparición por el rastro de dolor variable que dejan en los más cercanos. En Susana será un periódico de papel lo que caliente sus pies, así la encontraron, con los pies envueltos en papel cuando vinieron a decirle que Florencio había muerto. 

Susana reniega de Dios porque no le ha hecho ningún caso. Le había pedido que lo cuidara, pero Él solo se cuida de las almas y ella quería el cuerpo, aquel cuerpo alto, aquella voz dura y seca como la tierra más seca. (Aires legendarios de torero muerto por asta de toro. Federico García Lorca en El llanto por Ignacio Sánchez Mejías: “Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura...”) Aquel cuerpo desnudo “estrujando el temblor de mis senos y de mis brazos.” Recordaba el cuerpo suelto a sus fuerzas: “¿Qué haré ahora con mis labios sin su boca para llenarlos?” Hay una elegía en prosa en la hondura conmovedora de los lamentos de Susana San Juan por la pérdida de Florencio




"Cerró la ventana al oír el bramido de los toros"
Obra de Venancio Blanco. 

Pedro Páramo observa la escena de los sueños sin sosiego de Susana, pero nada puede hacer para paliar el dolor por la pérdida. Sale al aire limpio de la noche para despegarse de la imagen. Ella despierta antes de amanecer, sudorosa, se deshace de la ropa y del calor de las sábanas, así la encuentra el padre Rentería, desnuda y dormida. 

El licenciado Gerardo Trujilllo sube a la Media Luna a informar a Pedro Páramo de que los villistas han derrotado a las tropas del Tilcuate. Su propia mujer ayudó a curar a los heridos. Vienen tiempos malos y él se va de Comala. Marcha a Sayula como desplazado por la guerra. Trae los papeles comprometedores encima para que no caigan en manos que puedan dañar al patrón. Pero a Pedro Páramo no le importan, nadie puede discutirle las propiedades. Recibe un “Hasta luego Lucas” por compensación, él que esperaba un finiquito suculento por los servicios prestados. Él que había servido a tres generaciones de Páramos, que había tapado tantos trapos sucios. Lucas Páramo que nunca le pagó sus honorarios. Las veces que libró al consentido niño Miguel de la cárcel. Y qué decir de las violaciones. Cuántas veces tuvo que poner dinero de su propio bolsillo para que ellas echaran tierra al asunto y se callaran, al fin y al cabo iban a tener un hijo güerito. Media hora dura la ausencia de Gerardo Trujillo. Regresa avergonzado por la deslealtad para que le permita seguir llevando los asuntos al patrón. No consigue más que mil pesos para empezar la nueva vida en Sayula, alejados de los cinco mil que esperaba. 

Es noche cerrada. Las estrellas están tan hinchadas de noche que nadie mira la luna triste arrinconada tras los cerros. Se oye el desafiante bramido lejano de los toros de lidia. Tres golpes secos la levantan justo para ver a Pedro Páramo columpiarse por la ventana de la chacha Margarita. Ni con los años se le va lo gatero al patrón, piensa para sí misma. La llamada de lo salvaje que lo arrastra a desaparecer semanas enteras en busca de gatas. Una insinuación a ella, caporala de todas las criadas, habría bastado para que la chacha Margarita hubiera ido a su lecho sin tener que arriesgarse a una caída al saltar por balcones con ojos de gata. Ella misma había sentido el asedio de muchacha. “¡Ábreme la puerta, Damiana! Sin embargo, ella había resistido el asalto sin rendir la fortaleza. Damiana vuelve a sentir los golpes de culatazos contra las puertas, pero eso ya no le interesa y se mete en la cama. Los toros bravos bramando a lo lejos.

Y me envenenan los besos que voy dando 
y, sin embargo, 
cuando duermo sin ti contigo sueño, 
y con todas si duermes a mi lado, 
y si te vas me voy por los tejados 
como un gato sin dueño 
perdido en el pañuelo de amargura 
que empaña sin mancharla tu hermosura.
José Mercé/Joaquín Sabina




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


3 comentarios:

Paco Cuesta dijo...

Posiblemente sea cierto que hay que leerla muchas veces. El lector -digamos convencional- puede perecer en el intento.
Gracias, Un abrazo

Myriam dijo...

¡Muy bueno el acompañamiento de Sabina para este tramo!

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Entre la historia, el amor y la muerte. Y Sabina, qué más queremos.