jueves, 12 de mayo de 2016

Los Pazos de Ulloa (11) Emilia Pardo Bazán. Por el verde del valle.






"Allí no se veía ya la espina del dolor, que lentamente va hinchándose,  pero sí el puñal clavado hasta el pomo."


Los Pazos de Ulloa (11) 
Emilia Pardo Bazán 

Perucho adquiere importancia en las habitaciones más nobles de la casa durante una temporada. Atraído por las golosinas que la señora le da de vez en cuando, pierde la desconfianza y no hay manera de despegarlo de la cuna del bebé. La recién nacida es ahora su juguete preferido, capta su atención más que los nidos de pájaros, los cachorros de la Linda o los ternerillos retozones y espantadizos de las vacas lecheras. Ronda la cuna embelesado por los amorosos gorjeos, chillidos de regocijo y tirones a su pelo ensortijado como respuesta a las cucamonas y carantoñas que él le prodiga. Su presencia se convierte en el bálsamo que calma los berrinches cuando la dentición agria el carácter de los bebés. Perucho se las ingenia para traerle juguetes nuevos cada día que le divierten infinito: pájaros vivos, ranas atadas por una pata, lagartijas escurridizas o mariposas y nidos. Un día, cuando más confiado estaba, ya aceptado como uno más de la familia y no hijo de una criada, Nucha lo expulsa de la casa en seco, lo saca mojado de la bañera en la que se estaba bañando con su hija. Julián lo encuentra en cueros acurrucado, bañado en sus propias lágrimas amargas sin comprender el porqué de aquella injusticia. 

Nucha, que andaba con la mosca detrás de la oreja sobre la procedencia paterna de Perucho, explota. Ordena a Julián que se las arregle para echar de la casa a la madre y al hijo. El capellán, que detesta la mentira y teme la verdad, le dice que sus sospechas son figuraciones. La mujer se desmorona. El contacto de las manos febriles de Nucha les turba y los calla. Mutismo cómplice. Tras el barullo, el lloriqueo inconsolable de la niña. Dentro de la madre los temblores, los ojos secos y los nervios domados. Mientras tanto, el graznido ronco de los cuervos llega desde fuera. Se anuncian días peores. 

La batalla de Lepanto en una charca enfangada. Así define la Pardo Bazán- qué escritoraza- la lucha de los políticos por el poder en las zonas rurales y continúa: “las ideas no entran en juego, sino solamente las personas y en el terreno más mezquino: rencores, odios, rencillas, lucro miserable, vanidad microbiológica.” 

La España de esta época vive pendiente de una reyerta política entre dos opciones de raza apoyadas ambas en algo secular o bien enraizado, lentamente sazonado al calor de la historia: la monarquía absoluta y la constitucional, alejadas de la realidad de la gente que las considera intangibles, algo etéreo. 

Los ecos de la refriega llegan hasta las montañas fieras y los profundos valles gallegos. En las tabernas se habla de libertad, de derecho a decidir, de aboliciones de quintas, de prohibiciones que no queda más remedio que desobedecer. Las señoritas de Molende, comprometidas con la causa desde el primer momento, hacen cartucheras caseras y otros arreos bélicos. Era impresión general que la batalla habría de librarse en las urnas, pugna no menos incruenta que la lucha cuerpo a cuerpo. Las escaramuzas se sustancian en dos cabezas visibles locales: un abogado y un secretario de Ayuntamiento, naturales de Cebre. Hombres de pocas ideas, perpetuos antagonistas, acérrimos defensores de sus cabezonerías. Su lucha solo puede terminar con el aplastamiento de uno de los dos. 

Barbacana es carlista. Trampeta, unionista de O’Donnell. El primero se muestra más inclinado al uso de tretas legales para empapelar a los contrarios. El segundo prefiere el uso de la violencia sin cubrirse las espaldas para la retirada a tiempo en caso de que vengan mal dadas. La gente aborrece a entrambos. Barbacana inspira terror. Trampeta se cree ungido de la verdad. Seguro de su impunidad, aunque queme a medio Cebre. Trampeta siempre saca tajada para los suyos de los viajes a la capital. Poco a poco le va arrebatando a Barbacana los estancos, alguacilatos, guarderías de la cárcel, peones camineros y cosas así. El funcionariado a sus órdenes. Mientras tanto, Barbacana a verlas venir. Se hace el Tancredo, apoya de mala gana al candidato Carlista. Pero hete aquí que Primitivo empieza a mover sus influencias y la Junta nombra a Pedro Moscoso, Marqués de Ulloa, como candidato. 

A Trampeta le entran los siete males al enterarse de que Primitivo ha urdido el plan para poner de candidato al señorito malcriado, encima enredado con la hija. Nadie podría haber imaginado que el Marqués de Ulloa se lanzase al circo de la política. El apoyo de Barbacana, de los curas y las artimañas del zorro, Primitivo, que tiene a los labriegos en un puño porque todos le deben algo, le convencen. 

A Trampeta le entra el baile de san Vito. La reacción por parte de las autoridades provinciales es otorgarle poderes ilimitados. No reparar en gastos. A Pedro le empuja la vanidad, el reconocimiento de la procedencia, primera persona del país por origen ilustre y ancestral. Antigüedad de ocho apellidos ganada a pulso. Se le ensanchan los pulmones con las procesiones de palmeros y halagadores profesionales que le rinden pleitesía unánime. Cambia de humor, se vuelve campechano. Siempre recién afeitado. Luce su físico arrogante, buena percha, mucho pelo para el congreso. 

Las fuerzas vivas de la comarca organizan mesa franca en los Pazos al empezar a hervir la olla de la política. Bandejas repletas y jarros de vino añejo ayudan a despellejar a azadonazos a Trampeta y partidarios. De esta vez los fastidiamos, se oye decir en el ágape. Mucho trabajo en la casa para dar de comer y beber a tanto asesor y partidario. 

Julián les viene bien y lo aprovechan para la redacción de las cartas. Lo encargan además del arreglo de la capilla, medio abandonada, para tener contento al clero. Nucha se queda para vestir y desvestir los santos bajo la dirección de Julián. Éste observa la vehemencia y exaltación del cariño maternal de un tiempo a esta parte, temerosa de que le roben la niña. La visión de unas señales siniestras en sus muñecas, la piel marcada, supone un espadazo hasta los gavilanes en los sentimientos de Julián que la observa melancólica y hundida. 

“No tengo nada, Julián.” Es la respuesta escueta que obtiene de su observación.


It was through the green valley and up a green hill, 
Like one that was troubled in mind, 
I called and I shouted and played on my pipe, 
But no bonny boy could I find.
Shirley Collins





El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

¡No me esperaba yo esta canción! Reconozco que me has sorprendido.
En efecto: Perucho es una herramienta de la autora para que todo comience a moverse.
Como el conflicto político. Nada de heroico ni patriótico, por cierto.

Abejita de la Vega dijo...

Su retrato del caciquismo es implacable. Dos energúmenos a los que les trae al fresco el pueblo.
Perucho adora a la nené y se prepara el camino para La Madre Naturaleza, allí la Naturaleza es poderosa.
Un abrazo, Pancho, a ver si te pasas por el siglo XXI.