miércoles, 24 de febrero de 2016

Los Pazos de Ulloa (9) Emilia Pardo Bazán. Plantar cara.







"Largos días estuvo Nucha detenida ante esas lóbregas puertas que llaman de la muerte, con un pie en el umbral como diciendo: "¿Entraré?, ¿No entraré?"


Los Pazos de Ulloa (9) 
Emilia Pardo Bazán 

Ya hemos señalado aquí el desparpajo de la Pardo Bazán para llenar de palabras escogidas ambientes singulares. Auténtica brujona gallega. Pues bien, este capítulo décimo octavo que nos ocupa es un modelo de cómo tratar la llegada y los primeros meses de una criatura a una casa. Magia que desde lo más profundo de los valles gallegos sube hasta los altos cegados por la niebla y nos llega intacta a los lectores tantos años después. Sensibilidad a flor de piel, maternidad consciente, más o menos como la parlamentaria gallega en las Cortes con su cuadrilla de entretenedores de bebés alrededor. Es admirable la maestría que la autora demuestra para plasmar los balbuceos, lloros, fisiologías y gestos de la criatura recién nacida. Con lo difícil que se nos antoja escribir de algo anterior al hecho del habla y la sonrisa. Magno, como ella dice de los senos de la nodriza que nutren al bebé. Pardo Bazán encuentra el contrapunto al atontamiento y cursilería en torno al bebé en la rotundidad de las hechuras de la mocetona proveniente de los valles linderos con Portugal

En efecto, Nucha está durante varios días con un pie en la sepultura como consecuencia del parto. A un tris de pasar al más allá sin decir ni pío. Los nervios sacudidos por dolores internos, una fiebre que le sube como oleaje de la leche inútil que empantana los pechos ayudan a darle el empujón definitivo. Pero la juventud, las pocas ganas de pensar en el final, las medicinas de Máximo Juncal y, sobre todo, un puñito cerrado a ratos y otros una manita abierta, le recuerdan que no debe rendirse en la lucha por la vida. 

Julián acude a visitarla pasados unos días, cuando se incorpora un poco. La madre mantiene aún una palidez de marfil amarillento. No ha vuelto a ver a la niña desde el bautizo, la madre le dice que ha crecido una cuarta desde entonces. Aparece el ama con la niña que parece un pajarillo recostado en el magno seno de la oronda mocetona que lo nutre. Nucha y Julián no se cansan de mirarla, la miran como se mira una televisión encendida. Por un momento los labios dibujan una leve sonrisa que hace que el rostro macilento y desvaído de la madre se olvide de su extrema debilidad. Su felicidad no es completa, le duele que no la hayan dejado criarla. 

El médico, Juncal, la visita un día sí y otro no. Julián lo hace como una obra de caridad. Le lee en alto textos piadosos y de mártires que llenan de sosiego la lentitud de las largas tardes de verano. Hay tristeza en sus ojos; su rostro es “la demacrada imagen de la soledad.” Sólo la reaniman los cuidados de la niña. El ama solo para nutrirla, un tonel de leche con la espita abierta cuando sea menester. 




"Aran, cavan,  siegan, cargan carros de rama y esquilmo, soportan en sus hombros de cariátide enormes pesos y viven"

La descripción que hace de la nodriza es cruel. Lleva mala intención. Rebusca las palabras más hirientes del vocabulario para humillar a las campesinas gallegas. En su desmedido afán por describir la torpeza y rudas maneras del ama, su trapío como si fuera un toro bravo, su saque a la hora de comer, hace que Nucha parezca una burguesita remilgada y escrupulosa, miramelinda frágil en peligro constante de quiebra técnica. Pero llega Máximo Juncal a redimirla, para aplicarle las leyes de Darwin de adaptación al medio. La supervivencia de las especies en su lucha constante por la vida. 

Para Julián la niña es “un lirio, una azucena de candor. La cabezuela blanca, cubierta de lanúgine rubia y suave por cima de las costras de leche, tenía el olor especial que se nota en los nidos de paloma donde hay pichones implumes todavía.” La blandura de un bollo. La madre chochea de alegría ante la primera sonrisa. Julián empieza a querer a la niña con ceguera. Pero no todo es vida y dulzura en los pazos. El marqués esquiva a la niña, vuelve a las cacerías. Cada vez son más frecuentes las ausencias de semanas completas, las idas a cotos de caza cada vez más lejanos. Las cosas en la parte de abajo de la casa regresan poco a poco a su ser anterior. Sabel vuelve a ser la emperadora de la cocina. Cumple con la labor social de quitar hambres a una corte de comadres y astrosos mendigos de la parroquia. Pedro y Sabel vuelven a las andadas. Julián empieza a verla merodeando la habitación del marqués a deshoras. 

A Julián se le caen los pazos encima la mañana que sorprende a Sabel saliendo de la habitación del marqués. Revueltas las entrañas y una olla de grillos a punto de estallar en la cabeza le da por pensar. Se considera un Juan Lanas que se deja engañar, incapaz de imponer orden y disciplina entre los costales de malicia. Un sin agallas para echar a la calle a toda la canalla que merodea por la cocina de la casa. Nunca debía haber vuelto a pisar en los pazos. Mientras prepara otra vez la maleta, empareja los calcetines, ordena y cuenta pañuelos doblados, rumia su derrota. No entiende la infidelidad, cómo un hombre se puede ir con un pendón desorejado teniendo en casa la esencia de la mujer fuerte, la esposa castísima y modelo de virtud. Se muestra decidido a dejarlo todo por imposible, no puede luchar el solo contra el infierno en la tierra. 

Sólo las diez de la mañana, la hora de darle la sopa a la niña, lo ata al suelo. No pasa nada.  “Por veinticuatro horas más o menos…“ Al fin y al cabo “la vida es una serie de aplazamientos” a la espera del último y definitivo. Y luego está la madre, no puede dejar sola a la madre, ella necesita un defensor en aquella huronera hostil. Ahora su estancia cobra sentido, tiene una misión que cumplir. 




"Lo sorprendente es que el lanzazo lo sentía Julián en su propio costado"


Por la noche intenta buscar la serenidad en la lectura de Balmes, pero su cerebro está demasiado agitado con su monólogo interior para entender las honduras del filósofo. Se sosiega un poco al darse cuenta de que es capaz de afrontar cualquier riesgo si el deber se lo demanda. Una pesadilla surge entre las sinuosidades cerebrales cuando el sueño le otorga sus favores. 

Hay días que parecen noches oscuras del alma. Una sucesión de horas que te hunden en la desesperación. Te hacen un nudo en la garganta que te impide respirar, que aprieta hasta asfixiarte. Días de horizonte ciego que tiran paladas de ceniza a los ojos. Sin embargo, también pueden ser días que sirven de palanca para luchar más y sacar fuerzas de donde ya no quedan para sobreponerte si encuentras el motivo. Todo parece ir de mal en peor. Se produce un derrumbamiento general de lo que parecía encauzado en el soliloquio nocturno en forma de pesadilla del horror.

No sabes el dilema que me crea 
 pasar de todo y no decir ni mú, 
 por eso estoy aquí, maldIta sea, 
 plantando cara como harías tú
Luis Eduardo Aute



El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Este es el momento en el que todo gira definitivamente hacia la tragedia...
Por cierto, no le diremos a doña Emilia que le has llamado brujona...

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, pancho:
: )
No lo divulgaremos, pero dicho con todo cariño hacia doña Emilia, ¡qué bien aplicado el calificativo!
Me ha hecho gracia, también, lo de: “Nucha y Julián no se cansan de mirarla, la miran como se mira una televisión encendida.”
Y la elección de los textos del inocente cura, para animar a la convaleciente, y para por la noche intentar buscar la serenidad.
Mientras prepara otra vez la maleta, empareja los calcetines, ordena y cuenta pañuelos doblados, rumia su derrota.

Un abrazo.
P.D.: 1.- Tengo que hacer una entrada, sobre el asunto del recuento de pañuelos según un texto de José Sánchez Rojas, que por asociación de ideas me vino a la cabeza cuando leí este pasaje. Cuando lo termine, volveré para dejarte el enlace.
2.- Estupenda interpretación de Aute.
3.- ¿Dónde has hecho esa foto del mirador?

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Te dejo el enlace de la entrada.

Un abrazo.
P.D.: Gracias, por la información del mirador de Santoña y la escultura de Laredo.

Abejita de la Vega dijo...

Nucha, Julián y Manolita son una familia. El Moscoso se lo pierde, él a su escopeta y a triscar con Sabel. El cura alterna los pañales con Balmes, en lo primero hay más sabiduría. Nucha es una sombra doliente.

Esto acabará mal y lo sabemos. La bruja lo ha decidido. Y secuelas en otro libro.

Besos, Pancho.