martes, 2 de febrero de 2016

El Alcalde de Zalamea (2) Pedro Calderón de la Barca. La cabeza alta.






"¿Qué gano yo en comprarle /una ejecutoria al Rey /si no le compro la sangre?"

El Alcalde de Zalamea (2)
Pedro Calderón de la Barca 

Es verano, tiempo de recolección en Zalamea. La mies acarreada poco a poco ya está en las eras, a la espera del momento de la trilla. Pedro Crespo se da una vuelta por la suya rebosante de actividad. Los criados sudan la camiseta en las faenas del verano, allí se amontona y se limpia, se separa el grano de la paja ayudados por el aire. Siempre con el temor de que en el último momento un tormentón lo eche todo a perder,  antes de que el grano descanse en el granero o sea molido en el molino. Su hijo Juan  no sabe qué es sudar en la era, pide dinero para saldar unas deudas del juego. Recibe consejos de padre con el consiguiente enfado del hijo. 

El sargento se presenta en casa del labrador con la ropa del capitán para tomar posesión del alojamiento que le corresponde. Tampoco parece que al hijo le siente bien que su padre rico tenga que dar hospedaje a espadones forasteros, teniendo al alcance de sus manos comprar ejecutorias de hidalguía que lo eximirían del agravio. Pedro Crespo le responde que la honra no se compra con dinero y proclama en octosílabos perfectos el orgullo de su estirpe: 

Yo no quiero honor postizo 
Que el defecto ha de dejarme 
En casa. Villanos fueron 
Mis abuelos y mis padres; 
Sean villanos mis hijos. 

Don Pedro quiere que las mozas de la casa se guarden. Indica a Isabel y a su sobrina Inés que se escondan en el desván para que los soldados no las molesten con sus impertinencias y necedades. 

Juan recibe a los militares de graduación con ofrecimientos, abundantes deseos y formulario aprendido. Palabrería vana: “Estaré siempre a vuestros pies postrado.”     Mientras tanto su padre se ha ausentado, ha ido a disponerles el obligado agasajo. 

Don Álvaro siente frustración por no poder contemplar la belleza de la que todos hablan. Cuando el sargento le señala que el padre la ha encerrado para que los soldados no la molesten, más deseos de verla le asaltan. La inevitable atracción de lo prohibido. 




"Aquella misma que vos; / que no hubiera un capitán, / si no hubiera un labrador"

La acción se acelera en la parte final del acto con el ir y venir de personajes exaltados. Entre don Álvaro  y Rebolledo fingen una refriega. El capitán persigue a punta de navaja al soldadón veterano escaleras arriba, para desesperación de Pedro Crespo que ve cómo se derriba el muro erigido para mantener a su hija alejada y escondida. A cambio de la complicidad, Rebolledo consigue la exclusiva en el juego del boliche. Rebolledo no trabaja de balde. El monopolio le permitirá pagarse los vicios más antiguos e inconfesables y, al mismo tiempo,  cumplir con sus obligaciones sociales que se pueden ustedes imaginar en qué consisten. 

Rebolledo da a entender que el descubrimiento del escondrijo de las damas es fruto del azar, por casualidad. Que no tiene intención de invadir el sagrado de una dama, de perturbar el templo del amor y la belleza. En el encontronazo con las damas hace gala de un tono caballeresco impropio de un veterano hosco. Inmediatamente detrás del espadón aparece en escena don Álvaro con un muerte a los vivos:

“Yo tengo de dar la muerte 
al pícaro. ¡Vive Dios
si pensase!” 

Sin ocultar a Isabel  sus intenciones de cortejarla, le dice que sólo la belleza deslumbrante que lleva adherida y la apelación de piedad de damas desvalidas libran al rufián del castigo que le corresponde. Su obligación de caballero. Se muestra admirado por el gran entendimiento, hermosura y discreción que van ligados en rara unión en esta dama. ¡Vive Dios! 

Al tumulto llegan padre e hijo, amos de la casa, espadas desnudas en la mano. Cuando descubren que todo ha sido una treta para llegar a las damas, se sienten ofendidos en grado sumo, agredidos en su honor, dispuestos a “perder la vida por la opinión” (en el sentido del honor, la libertad). 

“¿Vive Cristo, Chispa, a que ha de haber hurgón!” Exclama Rebolledo. Pero he aquí que cuando ya las espadas están en alto para empezar la función, aparece don Lope de Figueroa que manda a parar. Que le expliquen los motivos de la pendencia. Se lo explican y no se complica más. Que Rebolledo sea castigado con unos “tratos de cuerda.” El más débil; el pagano. Y que el capitán se vaya buscando otra casa porque en adelante, esa será su casa. Se retira a descansar porque viene con la pierna a rastras del dolor. 




"A quien se atreviera/a un átomo de mi honor, / por vida también del cielo/que también le ahorcara yo"


Los dos personajes que se perfilan como principales, don Lope y don Pedro,  se desafían al quedar solos en escena. Dan duro con tieso en temas de honor. Si el uno tiene fama de ser incorruptible, mano tonta de la ley; el otro, lo sostiene en letras de bronce eterno tantas veces repetido: 
 Al Rey la hacienda y la vida 
Se ha de dar; pero el honor 
Es patrimonio del alma, 
 Y el alma solo es de Dios 

Con el orgullo tan español hemos topado cuando nadie se lo traga; el planteamiento del tema principal de la obra en el primer acto.


Si me muero, que me muera 
con la cabeza muy alta. 
Muerto y veinte veces muerto, 
la boca contra la grama, 
tendré apretados los dientes 
y decidida la barba.
Miguel Hernández/ Los Lobos





El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



6 comentarios:

Ele Bergón dijo...

Querido Pancho:

Gracias por pasarte por mi blog. Hace tiempo que no nos comunicábamos. Ha sido Calderón el que nos va a poner de nuevo en contacto.

El comentario que me sugiere tu entrada es que quizás, el mayor error de Pedro Crespo, haya sido el guardar tan celosamente a su hija Isabel.Por evitar un mal menor, se produjo una catástrofe o quizá no, no lo sabemos, pero a causa de ello, don Pedro Calderón de la Barca nos deja una excelente obra con unos versos magníficos.

Un abrazo

Pedro Ojeda Escudero dijo...

En tu comentario has señalado muy bien una característica de inicio: el aceleramiento y la impaciencia de unos y la tranquilidad serena de otros. En Pedro Crespo hay orgullo de lo que ha conseguido porque además lo ha conseguido con su trabajo y no comprando hidalguías.

La seña Carmen dijo...

Y el campesino siempre mirando al cielo, que diría Delibes.

El esconder a las mujeres de la casa a la vista de los soldados ha sido toda una constante. Sin entrar en el tema de la violación como arma de guerra, se ocultaban también a las del propio bando, porque la pasividad de las autoridades ante los excesos de los soldados era conocida.

Estudios serios afirman que la regulación de la prostitución dentro de los ejércitos evitó muchas violaciones. El papel de las Chispas no es en absoluto despreciable, y como he comentado en otro lado, me ha sorprendido la naturalidad con que trata el tema Calderón.

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, pancho:

El labrador tan contento con sus campos y la cosecha, y llegan las tropas a importunar la vida normal.
Qué mentalidad y qué épocas, ¡al rey la hacienda y la vida, y los hijos, y...y...
En fin.

Un abrazo

Abejita de la Vega dijo...

Un labrador que contempla complacido las parvas, sus montes de oro. El bieldo hiere al viento. Que no venga el turbión y acabe con la riqueza cereal. El peor turbión será el capitán don Álvaro. ¡Buena la hizo Pedro Crespo con esconderla en el desván!

El villano se niega a comprar la ejecutoria de hidalgo, eso es ser calvo con cabellera postiza. La sangre no se compra.

El plateresco de tu hermosa ciudad, supongo. Bellas fotos.

No soy de un pueblo de bueyes, diría también Pedro Crespo.

Un abrazo, fue un placer entrar en esta tu casa.

Paco Cuesta dijo...

Pedro y don Lope, representa a mi juicio dos formas de honor posibles: la del deber en función de la posición y el derecho de propiedad de la honra conseguida por sí mismo.