sábado, 13 de febrero de 2016

El Alcalde de Zalamea (4) Pedro Calderón de la Barca. Corazón lleno de agujeros.





"Por la gracia de Dios, Juan, eres de linaje limpio"

El Alcalde de Zalamea (4) 

Pedro Calderón de la Barca 

Jornada segunda 

Aparece en escena don Álvaro cortando la retirada a la desbandada de soldados cantores. Los organiza y arenga, los anima a dar muerte a los villanos. Pero se alza la voz de don Lope que con autoridad ordena al capitán que saque la tropa del lugar antes de que muera el sol. Don Álvaro obedece y manda que el sargento organice la marcha. Mientras suenan los clarines y trompetas de la compañía que abandona la ciudad, don Álvaro siente el corazón amante herido por el desdén mostrado por Isabel. Piensa quedarse porque en sus pensamientos deshonestos anida la violencia, coger por la fuerza lo que la voluntad ajena le niega. El sargento se convierte en cómplice del atropello al aconsejarle que no vaya solo sino con fuerza, mejor que le acompañen algunos hombres elegidos por si los villanos son de cabeza alta, no hincan la rodilla. A favor ya cuenta la ausencia del general que ha ido a recibir al Rey camino de Guadalupe. Juan le acompaña, enrolado al ejército como un militar más y un obstáculo menos para la afrenta. El sargento, Rebolledo y la Chispa lo acompañarán. 

Mientras unos se organizan para quedarse y preparar la fechoría, licencia para matar como lobos hambrientos que esperan la impunidad de la noche para caer sobre el silencio de los corderos sin correr ningún riesgo, otros se organizan para marcharse ligeros de equipaje, pero con la mochila bien cargada de consejos de padre orgulloso de su raza única. Don Pedro le endiña a su hijo el sermón de la montaña. Un discurso medido, compendio de atributos positivos que hacen de su portador buena gente. Una batería de buenos consejos que incluye sentencias ingeniosas como: “El sombrero y el dinero son los que hacen los amigos,” pues bien sabido es que cuando la miseria entra por la puerta, el amor y la amistad saltan por la ventana. Pero ¡ojo!, que no se nos olvide que aunque villano, se proclama de “linaje limpio” con todas las de la ley. Tanto como los nobles que provienen de los huesos de don Pelayo o los reyes de León. Ante todo y sobre todo, perro con pedigrí, nada de material sobrante, ni perro callejero mezcla de todas las razas. Sangre roja como las amapolas corre por sus venas. Tan orgulloso o más que aquellos que presumen de sangre azul. Superioridad darwinista. Con un decantado sentido de pertenencia a una tribu y no a otra. Que se note la diferencia y que nadie se confunda. 






"Hoy tus razones imprimo en el corazón, adonde vivirán, mientras yo vivo"


No hables mal de las mujeres; 
 la más humilde, te digo, 
 que es digna de estimación; 
 porque al fin de ellas nacimos. 

Con éste y otros,  por el estilo,  caros consejos paternos impresos en el corazón lleno de agujeros parte el hijo. 

El último tramo del segundo acto lo ocupa el asalto de los soldados que reducen a don Pedro Crespo desarmado (lo pillan sin armas a mano, como pillaron los malhechores a don Quijote al entrar en Cataluña), el rapto de Isabel y el regreso a escena de Juan, el otro miembro de la familia. Éste se ha bajado del caballo, más deprisa de lo normal y sin querer, como San Pablo camino de Damasco, al oír unos lamentos y gritos de mujer que piden socorro. El final del acto es una realidad que apuñala. Las espadas en todo lo alto, listas para caer sobre el delincuente. Un nudo bien apretado que pide a gritos un desenlace en lo que queda de función. 

 Jornada tercera 

La acción sucede en un monte cercano. La voz desgarrada de Isabel llena la escena con su lamento. Comienza un largo parlamento pidiendo que no se acabe la noche para que la luz no descubra la vergüenza de su honor mancillado. Ruega al sol que dilate su estancia en las espumas lejanas del mar para que tarde en descubrir la peor maldad que pueda escribir un hombre sobre el cuerpo de una mujer. Que por nada del mundo se descubra su deshonor, que permanezca oculto en la noche, pues fue de noche cuando se cometió. No puede ir a casa por no matar a su padre deshonrado que con orgullo guardaba el honor de la hija. Tampoco puede dejar de hacerlo porque la gente diría que el deshonor contó con su complicidad. En su interior confuso pide la muerte: 
¿No valiera 
más que su cólera altiva 
me diera la muerte, 
cuando llegó a ver la suerte mía? 

Una voz lastimera le guía hasta su padre atado de pies y manos a una encina. 






"Atadas atrás las manos a una rigurosa encina"

 En otro largo parlamento cargado de emoción y patetismo cuenta al padre y a los espectadores lo que todos conocemos o nos imaginamos que ocurrió en el monte durante el secuestro. La poesía sale al campo abierto con voz de mujer, alcanza una de las cotas más altas de fuerza lírica que uno haya leído para expresar la desesperación y la rabia que surge de la impotencia ante el atropello cometido por la fuerza. Para tomar apuntes: 

Qué ruegos, qué sentimientos, 
ya de humilde, ya de altiva, 
no le dije! Pero en vano; 
pues ¡calle aquí la voz mía! 
Soberbio ! enmudezca el llanto! 
Atrevido ¡el pecho gima! 
Descortés lloren los ojos! 
Fiero ensordezca la envidia! 
Tirano, ¡falte el aliento! 
Osado, ¡luto me vista! 
y si lo que la voz yerra, 
tal vez con la acción se explica. 
De vergüenza cubro el rostro, 
de empacho lloro ofendida, 
de rabia tuerzo las manos, 
el pecho rompe de ira. 

Creo que el recurso dramático que utiliza el autor para narrar lo que acaba de ocurrir, sin que los espectadores lo veamos,  es de una fuerza escénica extraordinaria. Drama desbordado. El monólogo leído de Isabel, mujer mancillada, es de una fuerza impresionante. Llega a pedir la muerte para sí misma por partida doble: se desnuda ante su hermano y ante su padre: “tu hija soy, sin honra estoy.” Le pide la muerte para que de él se diga que, “por dar vida a tu honor /diste la muerte a tu hija.” Pero su padre primero quiere salvar a su hijo al que supone en peligro por la venganza de los soldados al haber herido en la reyerta al capitán. Luego, en lugar de lavar su honor con más muerte, como dictan las severas leyes de la honra, don Pedro Crespo trata de romper el círculo vicioso de la violencia y le propone al capitán un pacto, que veremos ya otro día, la tercera jornada un poco avanzada.




You can tell me your troubles
I'll listen for free

My regulars trust me, it seems
You can come and see
Uncle to get through the week
leave your pledges with me to redeem
Some folk sell their bodies for ten bob a go
Politicians go pawning their souls
Which doesn't make me look too bad,
don't you know me, with my heart full of holes
Mark Knopfler





El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


5 comentarios:

Paco Cuesta dijo...

Con el pretendido pacto la venganza se hace justicia. O, viceversa.
Un abrazo

Abejita de la Vega dijo...

¡Qué encina más hermosa para atar a Pedro Crespo! Tienes razón cuando me dices que la encina de la película de Camus es poco árbol.

Para uno de los lamentos más hermosos de la historia de la literatura,junto con el de Isabel que es hermosísimo, todavía más.

Los clásicos son inmortales, aunque nuestra vida y nuestra sociedad no tengan nada que ver con la de la España de Felipe IV, afortunadamente.

Tomará la vara.

Besos Pancho, un placer visitarte.

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Qué representativa la primera imagen de lo que ha sido nuestra historia.
Hasta la piedra lleva grabadas las huellas, como en el corazón queda el desgaste del tiempo y los acontecimientos.
La encina centenaria, impresionante y hermosa.
Pedro Crespo, parece un padrazo, al menos con su hijo.

Un abrazo.
P.D.: Mark Knopfler, siempre sensible

Ele Bergón dijo...

Sí, a mí también me parece que en el final del segundo acto, está el nudo "bien apretado" como nos indicas, de esta obra que ha de tener un desenlace de lo que le interesa a Calderón: ¿ la honra de la familia de don Pedro Crespo y con ello la justicia con injusticia, del malhechor capitán don Álvaro?

El monólogo que tiene Isabel después de su violación,he de decir, que es de los versos que más me han impresionado en esta obra.

Un abrazo

Luz

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Has indicado muy bien todas las incidencias centrales de la trama y cómo Calderón perfila los caracteres entre la sensatez de los mayores -con diferencias por sus clases sociales- y la pasión de los jóvenes. Y cómo el autor hace que don Álvaro, por soberbia, cave su propia tumba... pero no anticipemos.