domingo, 15 de noviembre de 2015

Novelas Ejemplares (10) El coloquio de los perros. Miguel de Cervantes.Canciones de cara B.





"Y la noche nos halló en Triana, en una calle junto al Molino de la Pólvora"


Novelas Ejemplares (10) 
El coloquio de los perros 
Miguel de Cervantes 

Pero los días diáfanos y libres de los caminos son un hueso de demasiado lujo para un perro sin manual de instrucciones. Berganza goza de su libertad unos escasos cien metros de calle. Un alguacil lo reconoce, lo llama por su nombre y se queda con él. Más pronto que tarde le pone un collar de latón morisco al cuello pasando de “mozo de un jifero a serlo de un corchete.” 

Este corchete, en collera con un escribano, viven amancebados con dos damas de la vida libre. Con ellas pescan en seco a cualquier incauto extranjero necesitado que contrate sus servicios. Como le ocurre a un unto y bisunto bretón que cuando estaba en mitad de la faena con la Colindres, se ve sorprendido con las manos en la masa por el justicia y el escribano, dos corchetes y el mismo Berganza que es quien narra la historia. Le ponen la tasa de cien reales si quiere librarse de la trena por amancebamiento. Al ir a echar mano de los “follados de camuza,” comprueba que han desaparecido y con ellos los “cincuenta escuti de oro in oro” que en ellos guardaba. Berganza los había sacado a la calle para comerse con calma un trozo de jamón y tocino que el olfato fino había detectado dentro. Después les pierde el rastro, alguien se los lleva junto con el dinero de la faltriquera aprovechando la algarabía.  

Se arma la marimorena; unos que quieren cobrar, otro que no puede pagar porque le han robado el con qué, la patrona que amenaza con airear los vicios ocultos de los servidores del desorden. La Colindres, sospechosa del hurto, se defiende acusando al bretón de estar borracho. “Todo era confusión, gritos y juramentos.” 




"Más hueco y pomposo que aldeano vestido de fiesta"


Al reclamo de la grita aparece la autoridad. Un Teniente Asistente pone orden en el tumulto que se iba de las manos. Se lleva presos al bretón, a la Colindres y al ama que de nada le sirve presentar la carta firmada y sellada que certifica la hidalguía de su marido; ni que, desesperada, se arañe la cara o se quede un rato sin respirar (como los niños malcriados). La trifulca se salda con la pérdida de los cincuenta escuti del bretón más otros diez de las costas (o la cama),  la dueña paga otros tantos y la Colindres, que igual que entra por una puerta sale por la otra,  sin ocasionar más gastos de manutención al erario. 

Un marinero incauto paga las consecuencias, paga por él y por el bretón ese mismo día. 

Cipión le advierte de que no se puede generalizar, no es justo extender las malas mañas de unos pocos a toda la profesión. Como tampoco ocho asesinos pistoleros representan a mil trescientos millones de practicantes musulmanes. No todos son juez y parte. Mal criados, rateros, héroes y villanos a la vez. También los hay que son hidalgos de buen natural, fieles y legales. 

Su amo acorrala un día a seis de los más peligrosos hampones de San Francisco. Berganza se entera más tarde de que la batalla por las calles de Sevilla fue simulación, concertada con Manipodio con antelación. Monipodio, encubridor de matones y rufianes y cuyo patio en el barrio de Triana, al otro lado del río, ha pasado a la lengua como paradigma del contubernio, paraíso del cochambeo, poner el cazo al tres por ciento. El cobarde del alguacil, que lo era más que una liebre, pagaba con tragos y meriendas la fama de bravo que le vestía. Falso olor a valentía. Canción de cara B. 



"Yo, a quien ya tenían cansado las maldades de mi amo [...] arremetí con mi propio amo"


Antes de cambiar de dueño, antes de irse con un atambor, todavía Berganza nos cuenta con prisas la historia del caballo Piedehierro. Y también con prisas lo pasamos aquí tamborileando en el teclado. Resulta que dos rufianes roban un valioso caballo pura sangre en Antequera. Se van a Sevilla a hacerlo dinero. Se alojan en dos posadas distintas. Uno de ellos denuncia ante la justicia que Juan Losada le debe cuatrocientos reales prestados. Su amo, el alguacil, junto al escribano, hacen las diligencias y ya sabemos cómo se las gastan. Aquél lo malvende por quinientos porque “el bien del vendedor estaba en la brevedad de la venta.” Importe que va directamente al otro ladrón para saldar la deuda que nadie le debe. El caballo termina en manos del alguacil que lo luce, hueco y pomposo como un aldeano de fiesta por la plaza de San Francisco. Y se pueden imaginar lo que ocurrió cuando los verdaderos dueños, gente principal de Antequera,  descubren a su caballo. 

Remata Cervantes la historia con una escena revolucionaria, el perro de uno mordiendo la mano que le da de comer. Similar a la escena en la que Sancho se enfrenta a don Quijote al grito de ¡Yo soy mi señor! A la orden de ¡Al ladrón, Gavilán ¡ea, Gavilán hijo, al ladrón! Berganza arremete contra el alguacil y si no los separan… Berganza tiene que huir con el rabo entre las piernas, antes del amanecer se encuentra en Mairena,   cuatro leguas alejado del peligro de Sevilla.


Desperté y salí de la sombra 
 Me cure cada hueso y empecé 
 A olvidar noche a noche los recuerdos 

Los abismos donde nunca volveré 
 Escuchando en oscuros callejones 
 Las canciones que se pierden en la cara b
Fito y los Fitipaldis




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

La conciencia de la individualidad a la hora de ejercer o no la justicia. Está claro que nadie, en estas novelas, puede ampararse en el grupo...
¡¡Y Fito!!

Paco Cuesta dijo...

Ya, a principios del XVII, la mujer, de grado o por la fuerza de las circunstancias era objeto mercantil. Parece imposible que 400 años más tarde el tema esté sin resolver.

La seña Carmen dijo...

¡Qué humano se nos hace Berganza!

Abejita de la Vega dijo...

Un aplauso, amigo Pancho, por tus palabras: "Cipión le advierte de que no se puede generalizar, no es justo extender las malas mañas de unos pocos a toda la profesión. Como tampoco ocho asesinos pistoleros representan a mil trescientos millones de practicantes musulmanes".

Esa Sevilla de tiempos de Cervantes era un gran patio de Monipodio.
Un abrazo, Pancho.