miércoles, 18 de febrero de 2015

Entre visillos (1) Carmen Martín Gaite. No salgas sola.




"Estábamos en el sitio de las barcas y hacía una tarde muy buena"

Entre visillos (1) 
Carmen Martín Gaite 

“Para mi hermana Anita, que rodó las escaleras con su primer vestido de noche, y se reía, sentada en el rellano.” La risa como tabla de salvación del contratiempo, la ayuda necesaria para salvar uno de los escalones primordiales del fluir de la vida cotidiana, el temor a pasar la frontera que separa la libertad y los cuidados de la infancia de las obligaciones y deberes de la vida adulta. La dualidad que crea tensión narrativa entre el temor a crecer y las ganas de hacerse mayor, ocupar un lugar en la sociedad. Esta lucha interna entre el deseo y el miedo a crecer sirve de inspiración a la autora. 

La adolescencia se acaba, rebeldía a flor de piel con granos, la revolución de las hormonas alteradas. Carnaval de díscolas vivencias. Zapatos de tacón, medias con carreras, edad penal. Maquillaje por la cara, rímel en el corazón. Reír por no llorar. Hay algo de viaje iniciático y aprendizaje de la vida en este arranque de la novela. 

El tema del narrador tiene miga, cierta complejidad. Aunque se pueda decir que en general la voz narradora está en tercera persona, también hay narradores en primera persona como en los dos primeros capítulos. La autora recurre al género epistolar para poner en marcha el relato, el diario personal de Natalia, adolescente de dieciséis años. El diario escrito pasa a limpio el guirigay del cerebro de la adolescente rebelde, pone un poco de orden al flujo interno de ideas que bullen sin concierto aparente por la mente de la joven aprendiz de escritora. 


 "yo me senté en la hierba, contra el tronco de un árbol"

Natalia es la menor de tres hermanas: Julia, Mercedes y ella, nueve años más joven que la del medio. El verso suelto y tardío. Huérfana de madre, murió de parto (de childbirth, como dicen los ingleses). Tiene dieciséis años y le gusta escribir. Como entonces no había internet, lo hace como antes se hacía, medio a escondidas y a  boligrafo en un cuaderno de papel con pastas que guarda en un cajón. Su amiga Gertru ha venido por ferias. La tarde anterior han dado un paseo por la orilla del río, donde las barcas,  y han mirado el alto soto de torres, doblado en simetría perfecta en el Tormes cuando las aguas del río están quietas. Casi siempre hay algo que empaña el reflejo, que rompe la quietud del agua como un espejo entre la niebla. 

Gertru se pone de largo en los hangares del aeropuerto porque su novio vuela alto. Es piloto,  capitán de aviación. 

Resulta inteligente la manera que tiene la autora de indicarnos los elementos espacio temporales que componen la novela, esenciales para la comprensión y asimilación de lo narrado. Exige cierta complicidad y atención del lector. Nos enteramos por un prospecto que asoma de un costurero a las nueve de la mañana. 

La vida está viva y le ha jugado a Natalia una mala pasada. Se le ha echado encima sin llegar a abrumarla del todo. De un año a otro ha pasado de coleccionar bichos a dejar de interesarle las corribambas de los gigantes y cabezudos por las calles. Sin apenas darse cuenta, ha subido un escalón en la manera de afrontar el discurrir de las vivencias cotidianas. 


"Se agachaba a recoger piedras planas y las echaba al río"

Los llegados de fuera por ferias es el tema de conversación favorito entre las hermanas e Isabel, amiga de Julia. Como todos los años se acercan a la ciudad las forasteras hechas unas frescas y les levantan los chicos. La chica del wólfram. Los chicos buscan eso. Si te haces la estrecha, mal. “Si te pones blanda es peor.” Si ellos descubren blandura,  te afrontan como moscones a dieta. Acuñamos el concepto de “familia escocida” cuando la adolescente no se integra en la conversación hogareña. Hacen planes para las fiestas. 

La conversación deriva hacia la madre ausente, la echan de menos. El silencio cae a plomo sobre la casa,  como siempre que se menta a la madre. 

Se observa, se siente el estilo elegante y el ritmo de la prosa de Carmen Martín Gaite. Consigue dotar de fuerza y armonía el lenguaje sencillo que usa la gente al hablar y mantener el interés del relato:
“Pero bueno es mi padre. Como que me va a dejar ahora, como antes, sabiendo que está él allí.”

Tienes ya veinte años,
cuerpo de ola,
y tu padre no quiere que salgas sola.

Tienes sal en los ojos,
sed en tu vientre,
caracolas de sombra
y trigo caliente. 
Hilario Camacho





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



6 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Me alegra que hayas llegado a Entre visillos. En efecto, este comienzo de la novela es muy inteligente por parte de la autora, exigiendo la complicidad del lector que no solo debe captar todo sino ponerse de parte de los que no se adaptan demasiado a lo que la sociedad espera...
Por cierto, no digas que esta vez no juegas con ventaja para las fotos...

la seña Carmen dijo...

"Zapatos de tacón, medias con carreras, edad penal. Maquillaje por la cara, rímel en el corazón."

Esos detalles tan significativos.

Laura Rivas Arranz dijo...

Qué bonita reseña. Me encanta "Entre visillos".

Natalia, sus hermanas y las amigas de las hermanas que a Natalia siempre le parecen "la misma amiga"...

Y Salamanca, el Casino, la Catedral, las Ferias, los sueños y luego ese largo invierno...

Qué novea, qué escritoraza la Gaite

Saludos!

Abejita de la Vega dijo...

Veo las ondas que las piedras de Gertru dejaron en tu río. Las que Carmen arrojó, en tantos paseos bajo los chopos. Hay mucha Salamanca en la anónima ciudad de papel, aunque pueda ser cualquiera. Hermosas fotos.

Natalia despierta y contempla atónita el despertar de Gertru. Ella no quiere puesta de largo ni polvera de la suegra, se aferra al bote de la colección de bichos.

Veo el programa de fiestas debajo de la tapa del costurero, lo mismo de siempre. Qué aburrimiento el de las chicas del mirador. Un día Carmen despertó y decidió ser una chica rara,como Natalia.

Un abrazo, atención que ahora llega Pablo Klein, en busca de su niñez. Es una mosca en leche. ¿Huirá?

Paco Cuesta dijo...

He apartado los visillos de la pantalla para leer en profundidad tu acertada introducción. Ser cómplices con ayuda es más fácil.
Gracias

Anónimo dijo...

Salamanca, Zamora, Burgos... ciudades con río. Las echo de menos en este Madrid con aprendiz de río canalizado.

Lanzar piedrecitas blancas al agua es juego de chicos, mejor dicho, de chicazos, que diría mi abuela. No parece que le peguen mucho a un jovencita vestida de organza y novio formal: ¿un gesto de rebeldía?, ¿de ser una misma?