jueves, 25 de diciembre de 2014

El Quijote de Avellaneda (18) Alonso Fernández de Avellaneda. Tremendo cansancio.




"Se le aparecerá una hermosísima ninfa vestida de una rozagante ropa sembradas de carbunclos, diamantes, esmeraldas, rubíes, topacios y amatistas"


El Quijote de Avellaneda (18) 
Alonso Fernández de Avellaneda 
Capítulo XXVI 

A dos leguas de Alcalá se les echa la luna encima. Los dos estudiantes sugieren alojarse en una venta que queda a solo un cuarto de legua de la ciudad. Escuchar la palabra venta y disparársele a Sancho los timbales del miedo es todo uno, recordando que en ellas los han aporreado duendes, gigantes, fantasmas, estantiguas y folletos. Los han hecho llorar y dado que curar. Sobre todo a él que lo ha pasado a pelo, pues no le hace efecto el bálsamo Fierabrás por no ser caballero andante. 

A pesar de que don Quijote recuerda los graves trances, los peligros y desasosiegos que sufrieron a manos de encantadores contrarios que infligen todas las maldades imaginables y no escritas, no hace caso a las palabras sensatas de su escudero. Pero las males artes no han de poder con el valor de su persona. El se internará en el castillo por delante; los demás, en retaguardia. Aún así,  Sancho accede de mala gana: “Acá nos iremos tan detrás del como podremos, si bien, no tanto como querríamos”. 

Don Quijote topa “con siete u ocho personas vestidas de diferente mezcla” y un autor, que varilla en mano,  lee una comedia. Son los cómicos de una de las compañías de comediantes de los “nombrados de Castilla” que se han detenido en la venta a hacer noche y a ensayar la obra antes de entrar en Alcalá. A don Quijote le parecen vestiglos que defienden la puerta de entrada de la bien murada ciudad. El autor de la varilla que lee una comedia, el sabio Frestón que vive de difamarlo y publicar su vergüenza: evitar el enfrentamiento con Bramidán por gallina y cobardón. Dispuesto a “quitar del mundo a quien tantos males ha causado y causó en él” Se los puede imaginar, pero no escribir. 

Los estudiantes intentan convencerle de que el edificio es venta y no castillo, los vestiglos son actores famosos que ellos identifican con nombre y apellidos, pero como don Quijote entiende poco de cómicos, su especialidad literaria no va más allá de las novelas de caballería se enoja con ellos, les dice que la varilla “hace los cercos figuras y caracteres en invocación de los demonios y con el libro los conjura.” Van los estudiantes al autor y les menta las hazañas que el Caballero Desamorado ha dado cima por los caminos, se ponen de acuerdo para pasar el tiempo aquella tarde con personaje tan destartalado.



 "Qué lerdo que eres, menester es llevarte por el camino de los carros"

Aquí el relato cambia de registro, haciendo referencia a las barbas de Sancho junto a la cara de Bárbara al ayudarla a bajar de la mula. El narrador saca partido de la presencia de Bárbara y sus picardías que viendo que Sancho no se entera que le está tirando los tejos, promete llevarle por el camino de los carros cuando lleguen a Alcalá. Hacen falta carne y deseo a esta relación. Su reino es de Alcalá. 

Don Quijote a lo suyo: “Dime perverso y luciferino nigromántico.” Desafiando a Frestón, instando al inhumano tirano, cruel e indomable gigante a que libere a todas las princesas y caballeros, todo el personal y pertrechos que guarda en las mazmorras. De nada valen sus hechizos contra el filo de su espada. Sancho sale en defensa de su amo al comprobar que sus palabras hacen reír a la concurrencia en lugar de amedrentarlos como era su pretensión. Apela a la necesidad que les aflige, les exige rápida rendición para que puedan él y su majestad, la Reina de Segovia, dar cuenta de algunos cuartales de pan tierno recién horneado. Ya llevan picados demasiados molinos por esos caminos ingratos. Mientras tanto, su amo puede seguir con las guerreaciones “en casa de todos los griegos de Galicia.” El autor toma la palabra para darse por vencido, rendirle vasallaje como buen pagano de evidente cara morena y membrudo talle. Los invita a entrar, a cenar y conocerse mejor. Las palabras pagano y hechicero le encienden las alarmas, no quiere tratos con luteranos e infieles que le recuerdan el episodio triste, la humillación sufrida en la cárcel de Zaragoza. 


"Aquí todos somos cristianos, por la gracia de Dios,  de pies a cabeza"

“Oh hideputa paganazo” – apoya Sancho las palabras de su amo- “a otro perro con ese hueso” Allí todos son gente acostumbrada a ordenarse como dios manda, cristianos viejos criados en la Argamesilla al pie del Toboso. Que se rindan los protestantes. Los cristianos podemos hacer con infieles treguas cuanto mucho, señala don Quijote. Sancho cree en Cristo desde el vientre de su madre, en las iglesias de Roma y todas las calles, plazas, campanarios y corrales de esa ilustre ciudad. 

Don Quijote, cegado por la guerra de religiones, baja la lanza, da un apretón a Rocinante, se abalanza sobre el autor que lo esquiva, toma a la caballería por la rienda que se está quedo como una piedra. Los demás lo desarman, lo bajan del caballo y entre cuatro mozos metemuertos y sacasillas lo transportan al interior de la venta donde lo depositan en el suelo como un saco de chapa vieja. Los denuestos salidos de la boca de don Quijote al verse impedido debieron de ser de aúpa porque el narrador nos señala que el historiador no se atreve a darlos a la estampa. 

Mientras tanto, Sancho, roto por el llanto, se ha echado en brazos de Bárbara al ver los padecimientos de su amo. El autor de la varilla no siente compasión del escudero ahogado en lágrimas. El alma le salta del cuerpo al anunciarle que lo va a desollar, esa misma noche le come los higadillos. Al día siguiente, después del oreo nocturno obligatorio de las carnes, asará el resto y se lo comerá como buen chef, caníbal especialista en la humana gastronomía. Carne magra de hombre con buen rendimiento a la canal. Pero Sancho es un zorro duro de pelar, va a luchar por la integridad del pellejo en un toma y daca de categoría. 

Se hinca de rodillas ante el cruel pagano, el más honrado de toda la paganería. Le pide al autor que le permita despedirse de Mary Gutiérrez, pues si se entera de que lo han comido sin despedirse de ella, lo tendrá por descuidado y no podrá ya verla con buena cara (para qué le importara la cara de su mujer después de asado). Pero el autor no cede a la maniobra del criado astuto, antes bien manda traer el asador de tres púas para espetar y asar mejor al labrador. 

Se ablanda un poco el moro a la intercesión de Bárbara. A cambio de que Sancho se vuelva musulmán y siga el Alcorán de Mahoma. Sancho no es un santo, carece del temple de San Lorenzo, asado a la parrilla. Si bien se tercia, puede creer en cuantos Mahomas haya de levante a poniente y en el Alcorán completo. 

 -Pues es menester -dijo el autor- que con un cuchillo muy agudo os cortemos un poco del pluscuamperfeto. 
Respondió Sancho: 
-¿Qué plúscuam, señor, es ese que dice? Que yo no entiendo esas algarabías. 

De nuevo ruega que por las tenazas de Nicomemos no le retajen nada de ahí porque su Mary Gutiérrez lo tiene todo bien medido y contado y pronto lo echará de menos. Le propone que le corten de la caperuza. Convertido en moro nuevo, es necesario que aprenda la algarabía. 


"En esta fortaleza está aquel perverso encantador Frestón, mi contrario, aguardándome con alguna estratagema o engaño"

Con Mary Gutiérrez se plantea el conflicto, pues para hacerse también mora no hay dónde retajar. El autor le bastará con el dedo pulgar de la mano derecha. A Sancho le agradaría más que fuera la lengua, que la tiene bien larga, más que el gigante Golías. 

Los metemuertos retienen a don Quijote sentado en una silla, maniatado y desarmado. El autor sugiere a Sancho que participe en el chantaje a su amo, que intente persuadirle de que se haga moro también para librarse del castigo. En caso de negarse,  se lo comerán asado a la hora de comer, no más de un par de horas más tarde. Replica que nada tiene que temer, no hay mal que cien años dure. Vendrá un príncipe griego novel a liberarlo del inhumano encantador, matará a los dos grifos rapantes, centinelas de la puerta principal y a  un ferocísimo dragón “echando fuego por la boca y ponzoña por los ojos, con las uñas crecidas más que dagas vizcaínas.” A continuación, se abrirá paso por el castillo hasta el apacible jardín poblado de aromáticos árboles repletos de cisnes, calandrias y ruiseñores. Regado por mil arroyos de cristalinas aguas. Una ninfa hermosísima vestida de rozagante vestido repujado de diamantes, esmeraldas y rubís le dará las llaves de oro que abren las mazmorras,  dando la libertad a todos los presos y presas (Ya vemos que Ibarreche nada inventó con aquello de los vascos y las vascas). Para remate y cima de la historia lo armará caballero andante y serán amigos para siempre, compañeros de aventura. 

Muchas veces te dije que antes de hacerlo
había que pensarlo muy bien,
Que a esta unión de nosotros
le hacia falta carne y deseo también,

Que no bastaba que me entendieras
y que murieras por mí,
Que no bastaba que en mi fracaso
yo me refugiara en ti,

Y ahora ya ves lo que pasó
al fin nació, al pasar de los años,
el tremendo cansancio que provoco ya en ti,
Y aunque es penoso lo tienes que decir.

Pablo Milanés




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Quizá hoy no comprendamos del todo el juego que se esconde detrás de todo esto (sutil y burdo a la vez) de hacer moro a don Quijote.
Me gusta cómo has visto la utilización del personaje de Bárbara.
... y de los Beatles a Pablo Milanés...

Abejita de la Vega dijo...

Un lopista acérrimo era Avellaneda, se llegó a decir que era el mismo Lope. Se va a enterar este Cervantes, ahí va la compañía de cómicos, a ver qué hace don Quijote loco loquísimo.

Con toda mi admiración, Pancho.