"Cuando el ermitaño y Bracamonte oyeron semejantes dislates a don Quijote, y ponderaron los visajes y afectos con que lo decía, lo tuvieron totalmente por loco"
El Quijote de Avellaneda (14)
Alonso Fernández de Avellaneda
Capítulo XXI
Uno de los canónigos que escuchan la historia con el aliento entrecortado, alaba la narración; a su modo de entender, apacible en la forma y prodigiosa en el desenlace piadoso. Promete solicitar la entrada en la cofradía devota del rosario por las muchas indulgencias que en ella se ganan. Habría continuado la fervorosa historia de no ser por la intervención de Sancho saliendo de través, agitando el rústico ideario repleto de buenas intenciones para su prole. El escudero hace votos de mandar a sus Sanchicos, en caso de que Mari Gutiérrez se los dé, a desasnarse a Salamanca para que no se queden burros como su padre. Pero ojo con dedicarse a la buena vida y a malgastar la hijuela de la familia. Que “juro que le tengo de dar, si tal hace, con este cinto más azotes que caben higos en un serón de arroba.” ¡Menudo es Sancho cuando se enfada!
"Gansos que ocupan veinte leguas de tierra no pasan tan presto"
Uno de los canónigos le propone a Sancho que les cuente algo de su cosecha, a tenor de las buenas trazas que presenta la clara expresión para contar la historia de su propia familia. Pero no le sale más que una retahíla de frases hechas sin orden ni concierto, una sucesión de chascarrillos parecidos a las letanías que acompañan al rezo del rosario: “Erase que sera, que en hora buena sea, el bien que viniere para todos sea, y el mal para la manceba del abad, frío y calentura para la amiga del cura, dolor de costado para la ama del vicario, y gota coral para el rufo sacristán, hambre y pestilencia para los contrarios de la Iglesia.” Para enfado de don Quijote aburrido que escucha y ve que no acaba de arrancar. Su cuento no pasa del preámbulo con rima. Un rey y una reina deciden ir a Castilla la Vieja a comprar gansos para invertir el mucho dinero que amontonan. El negocio es claro: comprar por dos en Castilla la Vieja y vender por cuatro en Toledo. Compran tantos gansos que forman una cola de veinte leguas. El problema se presenta a la hora de pasar la hilera de gansos por un río sin puente. Deciden construir uno de palo para que pasen de uno en uno. La operación del paso de la gansada por el puente dura unos dos años. Sancho consume la paciencia de los oyentes, pero se niega a dar por pasados los gansos. El desenredo de una lista de espera tan larga, acumulación de veinte leguas de gansos, lleva su tiempo. La audiencia se descoyunta de risa de lo malo que es el cuento.
"Lo que me parece -dijo el rey- es que hagamos hacer luego en este río una puente de palo, tan angosta que sólo pueda pasar por ella un ganso; y así, yendo uno tras otro, ni se nos descarriarán, ni tendremos trabajo de pasarlos todos juntos".
Así, riendo hasta que el sol les niega la luz para comunicarla a las antípodas se despiden y separan los canónigos, cada uno sigue su camino, sin prisa al caminar.
XXII
A media legua del pueblo en que tenían planeado hacer noche, escuchan los doloridos lamentos de una mujer procedentes de un pinar bien tupido, espeso como bosque:
“¡Ay de mí, la más desdichada mujer de cuantas hasta agora han nacido! ¿Y no habrá quien me socorra en esta tribulación, en que la fortuna por mis grandes pecados me ha puesto? ¡Ay de mí, que, sin duda, habré de perecer aquí esta noche, entre dientes, garras y colmillos de alguna de las muchas fieras que semejantes soledades suelen poblar!”
"ha traído presa a mi íntima amiga la sabia Urganda la desconocida, y la tiene llena de cadenas, atada a una rueda de molino de aceite, la cual voltean dos ferocísimos demonios; y cada vez que la pobre sabia llega abajo y la coge la piedra por el cuerpo, da aquellas terribles voces."
Don Quijote se imagina la cueva del sabio Frestón que tiene presa a Urganda, atada de pies y manos con cadenas a la piedra de un molino de aceite. Cada vez que la estruja contra la piedra fría volteada por dos feroces demonios, lanza esos horribles gritos de dolor. El ermitaño y el soldado lo consideran loco de atar. Les cruje el alma al escuchar semejantes dislates adornados con la prolija descripción de los tormentos afligidos a Urganda, echa puré entre los mecanismos de estrujar la aceituna de una almazara. Los acompañantes siguen hurgando en la locura del hidalgo, metiendo cizaña, provocando la continuación del disparate. El desvarío que no pare. Será la mujer herida, asaltada, desvalijada y abandonada medio desnuda lo que removerá el adormecido espíritu aventurero de don Quijote y levantará el ritmo narrativo e interés de la novela, agazapada en los cerros de Úbeda durante varios capítulos por la irrupción de los cuentos intercalados.
La explicación juiciosa y simple de los acompañantes no convence a don Quijote. Su reino no es de este mundo. Las torpezas de los humanos que las resuelvan ellos. Su poderoso brazo aristocrático no se detiene en las minucias de la ciénaga donde nacen, se reproducen y mueren los seres vivos. Su sagrada misión de caballero andante camina por la senda cegadora de la luz. Conquistar el cielo por asalto, los espacios imposibles de la paz.
Sancho, repolludo en su rucio, se remanga, pisa el barro de la tozuda realidad. Se dirige a su amo deslumbrador, encaramado en un buen alazán andaluz y revestido con todas las piezas de su armadura nueva. Está convencido de que solo tomando la iniciativa en la aventura podrá ascender a la egregia posición de caballero andante. Se ofrece voluntario, de avanzadilla, a internarse en la espesura del bosque oscuro para comprobar el origen verdadero de los lamentos. Si pilla descuidado al bellacazo, lo traerá a su presencia agarrado de los cabezones. En caso de que durante el curso de la batalla las cosas se tuerzan, la fortuna le dé la espalda y por no llevar chaleco antibalas, muera, les ruega a los presentes que sepulten a él y a su pollino en la misma sepultura, como hermanos de leche en la vida y en la muerte. Y puestos a pedir, que los acerquen a los montes de Oca, al pie de la Argamesilla, su pueblo natal y que se detengan “en ella siete días con sus noches, en honra y gloria de las siete cabrillas y de los siete sabios de Grecia; lo cual hecho, iremos alegres nuestro camino, habiendo empero almorzado primero lindamente.”
"si acaso muriéremos en la demanda yo y mi fidelísimo jumento, suplico a vuesa merced, por amor del señor san Julián, abogado de los cazadores, que nos haga entrar juntos en una sepultura; que, pues en vida nos quisimos como si fuéramos hermanos de leche, bien es que en la muerte también lo seamos.
Don Quijote que aunque metido en la harina de la locura, no tiene un pelo de tonto, no puede hacer milagros. Los muertos ya hicieron el gasto, solo se descumplen años en los recuerdos de los aún vivos. Bendice a su escudero con todos los grandes nombres del Antiguo Testamento. Le desea la suerte que Josué, Sansón, David y Gedeón tuvieron contra los contrarios por serlo de dios y su pueblo elegido.
El ermitaño y el soldado se mueren de la risa al presenciar el sainete que monta el escudero, medroso en extremo. Los temblores del miedo sacuden a Sancho con fuerza al adentrarse en lo espeso del bosque. Arrepentido de haber pedido licencia a su amo para deshacer entuertos, así se expresa: “¡Cuerpo non de Dios con ellos, y aun con la puta perra que me hizo pedir tal licencia, ni tratar de meterme en estos ruidos y buscar perro con cencerro.” Una cosa es predicar y otra es dar trigo.
Dejamos la historia en este punto con Sancho haciendo un ensayo general por si las moscas, por comprobar qué ocurriría en caso de que la cosa se pusiera fea en lo oscuro del bosque, como los simulacros de emergencia que se hacen en los institutos todos los años con cientos de alumnos saliendo en estampida ordenada de las aulas a deshora. Por si acaso.
She's got the devil in her heart
But her eyes they tantalize
She's gonna tear your heart apart
Oh her lips they really thrill me
But her eyes they tantalize
She's gonna tear your heart apart
Oh her lips they really thrill me
Beatles
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
3 comentarios:
La forma que tiene Avellaneda de presentarnos a la figura femenina que sustituirá a Dulcinea es sagaz: desmontando a Cervantes, se diría hoy...
Excelente la foto que encabeza.
Un espantajo es la pobre Bárbara. Nos lleva al mundo de la Celestina, tan distinto al Quijote de Cervantes. Aparece llena de cera que no es de abeja precisamente.
Y los Beatles sin enterarse, tan anglosajones ellos.
Un abeazo
Buenas noches, pancho:
Llevo unos días que pienso poner comentario. Al final, estoy leyendo -poco a poco- el apócrifo. Pondré en orden mis apuntes, pues tus entradas son para dedicar atención.
El capítulo XXI, es muy divertido, con las vueltas a la cabeza de Sancho, en el asunto de la educación de sus vástagos inexistentes y el relato de los negocios reales de los gansos.
Ese puente de madera de tu ilustración me ha recordado uno que había en Burgos, más o menos en los tiempos que cantaban los Beatles esa canción.
Abrazos.
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