jueves, 13 de octubre de 2011

Ojeras malvas y mala vida


"Desde el suelo vio cómo el otro individuo sacaba una pistola, le quitaba el seguro y le apuntaba".



RIÑA DE GATOS.
EDUARDO MENDOZA. (5)
El aire helador de la sierra despeja al inglés de las consecuencias de los excesos de la noche anterior. Comprueba que esta vez sus pertenencias no han sufrido mermas, sombrero y guantes incluidos. Otro hombre con sombrero se identifica como Capitán Coscolluela. Con la retranca que dan los años y el oficio que concede la rutina se dirige a él como Antonio Vitelas (humor mendociano que saca un apellido del cruce de lenguas) al llegar a recepción. Lo coge del brazo, lo introduce en un coche y le dejan en una habitación de la Dirección General de Seguridad en la que destaca un plano de Madrid pegado a la pared con chinches y una mesa o caos de papeles que tienen que despejar para hacer sitio al café con churros que, Gumersindo Marranón, – en su papel de poli bueno - ha hecho subir para Mister Vitolas. El Capitán cuelga la gabardina y el sombrero en su perchero habitual, lo que índica que la estancia no va a ser breve. Le presentan una foto del Marqués de Estella que el detenido niega conocer. Entre los dos le explican de quién se trata. Así se entera y nos enteramos los lectores de que el referido es el fundador de la falange, de la misma edad del protagonista y rival de amores, unos días antes de su detención y posterior traslado unas semanas más tarde a Alicante donde va a ser fusilado. Le dejan marchar, no sin antes advertirle de que esté localizado.




"Su presencia aquí es totalmente voluntaria y, por decirlo de algún modo, amistosa"

Al salir de la DGS, había parado el aire y caían los primeros copos sobre el empedrado de las calles de Madrid. Sus pensamientos se debaten entre abandonar Madrid y evitarse follones en un país que camina hacia el caos o permanecer hasta dejar resuelto el asunto del Velázquez que le dará prestancia internacional y que además es la verdadera razón de su venida a la capital.

En recepción le entregan al inglés una nota de
Paquita. Inquieta por la tardanza, le apremia a que llame al número de teléfono. Conciertan una cita en la iglesia del Cristo de Medinaceli y el autor aprovecha para hablarnos del diferente sentido de la religiosidad mediterránea: superficial, preciosista y para afuera, en contraste con la seriedad, introspección y compromiso de las iglesias cristianas del norte de Europa, cuyos edificios conservan aún restos de las guerras de religión del S. XVI. En la escena de la iglesia el autor nos regala una muestra de su peculiar forma de ver el erotismo. Sólo una frase es necesaria para poner de manifiesto su refinamiento y arte de la insinuación: “Sintiendo en el costado el contacto de la joven”, que iba de luto riguroso; el rostro cubierto por un espeso velo de encaje, mano enguantada y rosario de cuentas de azabache. Y le propone que diga a su padre que el cuadro de Velázquez es falso a cambio de todo: “No hay nada que yo no esté dispuesta a hacer para resarcirle de su sacrificio”. “Y salió con paso lánguido, dejando a Anthony sumido en un mar de confusiones”. Saliendo de la iglesia con garbo y sin prisas. El autor utiliza
la brevedad de la escena para decir más, desmarcándose del uso del sexo a morro o a granel de otros. Como si quisiera dejar claro que las malas novelas se parecen mucho unas a otras y las buenas se distinguen porque resaltan entre sí las diferencias.

Una nevada sobre las calles de Madrid sirve de fondo para el capítulo quince, clave para el desarrollo y desenlace del relato. Mendoza la describe como si fuera una batalla entre la blancura y la negritud, que es la misma lucha entre contrarios que se libra en el interior del ánimo del protagonista, fuertemente atraído, y confuso a la vez, por la carga erótica del ofrecimiento sin reservas de Paquita, pero que su razón y profesionalidad le impiden aceptar, de momento. El autor no se recrea en la descripción del manto blanco, sino en el contraste de los surcos negruzcos que dejan las roderas de los coches al aplastarla contra el asfalto y los chapatales que se forman en los bordillos al deshelar. Los estragos de la noche anterior, junto a la inquietud y desazón que le han provocado la cita en la iglesia y la nieve que le blanquea, le dirigen al hotel, no sin antes haber dado buena cuenta de un almuerzo de callos, calamares y jamón con dos vasos de vino, para ayudar, que le reconfortan y le asientan el estómago alborotado por el abuso de las tabernas.


"Uno de los individuos, sin previo aviso, le dio un puñetazo en la mandíbula"

La tarde se junta con la noche al despertar. Decide dejarse guiar por sus impulsos que le llevan al caserón de la Castellana donde nadie le recibe porque nadie le espera. Sólo Lilí, que parece haber pasado la adolescencia, le provoca y le sonroja. El mayordomo, como recién salido de una zarzuela de éxito, relaja la tensión con una nota del amo en la que le pide disculpas por no poder recibirle. Más dudas y nuevos temas de debate aumentan la confusión de su interior. Y le echan a la calle cuajada de nieve que amortigua el golpe de un puñetazo en la mandíbula que le desploma. La pistola que le encañona le hace volver a la realidad, cada vez más zozobrante, y a un futuro más incierto.


El día que llegó
tenía ojeras malvas
y barro en el tacón,
desnudos, pero extraños,
nos vio, roto el engaño
de la noche, la cruda luz del alba.
Joaquín Sabina






Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

Los dibujos son de esta maravilla de página.

8 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Puro cine. Esta novela debería llevarse al cine ya: con cuidado, tendría una película más que entretenida.

Merche Pallarés dijo...

Estoy de acuerdo con PEDRO, seguro que harán una peli de este libro. Me he quedado con ganas de saber quién le ha dado el puñetazo... Besotes, M.

Merche Pallarés dijo...

Bellísima esa canción de Sabina. No la conocía y eso que conozco casi todas sus canciones. Besotes de nuevo, M.

Paco Cuesta dijo...

Mendoza pasa de puntillas por el tema erótico, aunque luego, en las solapas del libro -seguramente los editores- enfatizan el tema.

Abejita de la Vega dijo...

La comida tiene un papel en esta novela. Callos,calamares y jamón; con dos vasos de vino. Así se quita las penas este inglés, admirador de nuestra gastronomía popular. ¡Y qué bien le sienta el desayuno de café con churros, cortesía de Marranón! En Inglaterra no se bendice la mesa y pasa lo que pasa.

Te costaba entrar en esta novela de escaparate pero has peleado como un jabato. Yo, ya ves, saqué a Velázquez a barrer y corté por lo sano.

Buena entrada y con toque malva.

Besos, Pancho.

J. G. dijo...

me gusta el dibujo de la cárcel sin techo aunque el vídeo sobra

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, pancho:

La secuencia de las ilustraciones que has escogido han vencido al relato de Eduardo Mendoza.

Y sólo pronunciar el nombre de Velázquez se tiene asegurada la prestancia, nacional, internacional y mundial.

Creo que tengo casi todos los discos de Sabina. Me voy cantando:
...La pupila archivó...
...Y la vida siguió
...Una vez me contó un amigo común...

Saludos.

pancho dijo...

Muchas gracias a todos por vuestra visita y comentario, que ya sabéis que tengo en gran estima.

JG, alguna vez he visitado tu casa. Gracias también por tu opinión, pero disiento con tu apreciación; en todo caso, de sobrar algo, debería ser lo escrito por este aficionado.

Un abrazo