miércoles, 10 de enero de 2018

La saga/fuga de J.B. (42) Scherzo y fuga. Gonzalo Torrente Ballester. Cuerdas en el pelo.





"Badere búa dontilia con denbis?


La saga/fuga de J.B. (42) 
Scherzo y fuga 
Capítulo 3 
Gonzalo Torrente Ballester 

El Espiritista, el conocido fondista de la rúa Sacra, hace una entrada en escena meteórica. “¡Esperen! ¡Esperen! Señores jueces” grita desde fuera cuando ya la sala está casi despejada de público. Trae medio arrastrando a su hija, Julia, con las ropas desgarradas, desgreñada y con señales de golpes recientes. La trae para que la juzguen, pues aunque sea mayor de edad, vive a su costa y en su casa. La ha descubierto en la cama con el huésped más pobre, más sucio y feo de los alojados. El que le debe dinero, al que tiene por caridad, va y se lo paga con la deshonra del apoyo de su vejez, escarneciéndole con la niña de sus ojos. Aún confía en Montesquieu y la división de poderes, en que la justicia haga su trabajo y que la encierren en algún sitio, a su cargo, porque él no puede pagar las costas de meterla en un correccional. 

Don Acisclo interviene. Alza la mano derecha enseñada a ordenar y señalando con el dedo proclama que aunque la acusada tenga mala reputación, tiene derecho a defensa letrada. Esperan que don Jacinto Barallobre aparezca en cualquiera de las formas conocidas, pero no lo hace. Don Acisclo sospecha que no haya ningún letrado con las suficientes tragaderas para defenderla como ha pasado otras veces. Cuando don Acisclo se levanta con “solemnidad de sentenciador inapelable” dispuesto a condenar, Julia, asomada al borde de la escena, pide que no se precipiten porque a lo lejos aparece la figura pequeña y desangelada de don José Bastida dando tropezones con la toga calle arriba al caminar. Es cómplice de la acusada, pero ella tiene el mismo derecho a defensa que las otras acusadas defendidas por sus cómplices. 

Joseíño se recoge el sobrante de la toga que le arrastra como el hábito a una monja de gran lujo. Hace caso omiso a Julia que se le abraza al cuello y le suplica que la deje con su suerte, pero no, no, ni hablar, él es su suerte. A medida que sube la escalera, los focos del electricista caen sobre él y la sombra recrecida rebasa la fachada de la iglesia. El silencio sosiega los rumores. Fuera hay lleno hasta las tejas, un tendido invisible de voces levantadas compuesto de truhanes, de hijos echados de sus casa por los padres, de indecisos, de padres hemipléjicos, de repelentes niños vicentes, revolucionarios con coleta y de coleta cortada, cojos, ciegos, mancos y medio pensionistas le alientan con voces de los campos de  fútbol de ¡A por ellos oe, a por ellos oe! y ¡Ánimo, Pepe! ¡Ánimo, que son tuyos! “El Tribunal no contaba con aquella intervención masiva, que valía por un plebiscito.” 



"Duit luebis, duos vonbolateris"


De la sombra atruena la voz de los disconformes  paralizando los gestos y los cuerpos. Julia llora. Los ángeles trompeteros se toman un respiro, entran en paro técnico ante las clausulas interrogativas repletas de oclusivas velares que golpean los oídos de los jueces como las explosiones sordas de las cargas de profundidad en el fondo de los océanos. Submarino tocado. Sólo don Acisclo mantiene el silencio reposado. La batalla ya es bilateral: don Acisclo contra don Joseíño. De qué cantera montaraz sacaría José Bastida las pedradas que lanzaba y las vibraciones de las cuerdas vocales que convertían las consonantes sordas en sonoras. Febril como un novato lanzador de cuchillos afilando las herramientas de trabajo. Hasta los ángeles aburridos del tendido de sol, metidos en faena, aplauden las verónicas airosas que Bastida les brinda. Los jueces se achican a cada lance del diestro, reducidos a meros muñecos de bolsillo a merced del orador implacable. 

Don Acisclo abandona la sala al verse incapaz de controlar los sueños, momentáneamente sometido a los argumentos que como alaridos le lanza don José Bastida, crujido el cuerpo por la media lagartijera que remata la tanda de verónicas en los medios. Pero don Acisclo es un hueso duro de roer: “Ya nos veremos las caras” Exclama sin dar por perdido el combate mientras se pierde entre la niebla. 

Julia se le abraza de nuevo al cuello y le pide que lo deje marchar en buenas, ya lleva suficiente castigo encima. Se besan, le susurra al oído palabras melosas, que ya no es tan feo y que con él lo pasa mejor que con Manolo que sólo va a lo suyo y que a menudo la deja con la miel en los labios. Antes de irse le deja de regalo una chuleta de ternera porque estas cosas desgastan mucho y él tiene que comer porque está muy delgado. Cuando acaba de comerse la chuleta,  ya son más de las doce. Es media noche y el mundo se llena de destino, son los Idus de marzo. Los planetas se ponen en fila para cambiar la suerte de los hombres. José Bastida recibe felicitaciones y abrazos de los miembros de la Tabla Redonda. Lanzarote del Lago le ofrece una colaboración semanal bien pagada en el periódico local, está seguro que las ventas aumentarán. 

Nada de lo anterior tiene importancia comparado con la conversación que Bastida mantiene con Jacinto Barallobre para hablar sobre teoría y crítica literaria, un poco como los personajes que salen de la novela para rebelarse contra su creador en una mezcla de planos narrativos y metaliteratura. La novela y la crítica de esa novela antes de su publicación. El intento es genial, la tarea descomunal y novedosa. Barallobre cuestiona que lo contado sea verosímil. Para José Bastida puede que no sea verosímil, pero sí real. A modo de prueba, él mismo se pone como ejemplo de algo inverosímil y, sin embargo, real. Según señalan los últimos estudios, existen varias clases de realidades y José Bastida no se ha preocupado de clasificarlas. Para Jacinto Barallobre la historia no pertenece a la realidad de los sueños porque “jamás se ha dado el caso de que un sistema de sueños ofrezca la coherencia prolongada durante tanto tiempo como la que el suyo nos ofrece.” Puede que su sueño parezca un revoltijo, pero es largo y coherente a nivel textual. Falla en la reacción del lector, el receptor del mensaje, en este caso él mismo que no sale a matar a Jesualdo Bendaña. Bastida se niega a admitir que ese fuera su pensamiento, tan solo quería que Jacinto escuchase el relato como si fuera una novela, que Bastida nunca escribió, por supuesto, ni piensa hacerlo. “Escribir es uno de los muchos modos posibles de realizar una narración. Otro es la mera enunciación verbal.” 



"Vorlaios desfente cislogiltrante"

Jacinto no duda de que la novela sea suya a juzgar por el modo embarullado y fragmentario de contar las cosas más corrientes, sin plan previo que las organice. Admite que las cosas se puedan contar de manera diferente al orden cronológico y lineal, pero su manera de narrar se queda a medio camino entre lo uno y lo otro con un falso aire de espontaneidad. Lo acusa de falta de autenticidad tanto en la forma como en la materia narrativa. Lo culpa de irse por las ramas, emplear más tiempo y páginas en historias peregrinas y digresiones como las aventuras juveniles del obispo Bermúdez o los amores de Abelardo y Heloísa que en ceñirse en lo esencial y rematar las historias principales. Reconoce algunos aciertos como la historia del Canónigo Balseyro o los amores póstumos de su tatarabuela Lilaila Armesto con el capitán Barallobre; asimismo, le resulta graciosa la historia de la sustitución del Santo Cuerpo viejo por el nuevo, pero la introducción de Coralina le parece totalmente accesoria y la del Almirante la considera de una pobreza entristecedora, fronteriza con lo inane. 

El episodio del bote que escapa a la vigilancia de dos barcos ingleses con el ardid de la luz del farol colocada en el palo de la vela no es nuevo, ya lo cuenta el autor ferrolano y masón, Francisco Suárez, (paisano de don Gonzalo y del Generalísimo). Algo tiene de plagio. Además, si hubiera leído las cartas de su tatarabuela Lilaila Barallobre, le habría dado la importancia que merece, pues ella fue una mujer imponente. Es de agradecer que solo mente de pasada los amores de Lilaila con el Lieutenant de la Rochefoucauld. Lo que le molesta realmente es la hipótesis de aparecer como víctima de la conspiración entre Clotilde y Bendaña y no es así, él ya se había cansado de Clotilde y por eso dejó el primer puesto de las oposiciones, para alejarse y dejar el campo libre a Bendaña. Tampoco culpa a Bastida por la hipótesis del incesto, la culpable es Clotilde que vete a saber qué le habrá contado con lo mucho que habla. José Bastida admite una pasada de frenada en este asunto, pues podía haberlo obviado y no lo hizo porque no eran hermanos según Barallobre le contó a Bendaña un día. 

Le pregunta si hay premeditación en el hecho de identificarse y transmudarse en unos personajes que son todos altos siendo el bajito e identificarse con cuatro personajes protagonistas de leyenda y otros dos que ocupan puestos importantes en la sociedad, contemporáneos de José Bastida. Le propone que lo haga a él protagonista de la historia, no encontrará a nadie más apropiado que él, tan alto y con mando en la sociedad, le ahorra el trabajo de buscar equilibrios o encontrar compensaciones imaginarias. De todas formas, el día menos pensado él también se irá de viaje por los infinitos Jota Be, la facultad traslaticia y viajera no es monopolio de Bastida. Cotejarán los resultados al terminar. Pero antes, Bastida le invita a visitar la cueva, armados de pico, pala y palanca, principio, medio y fin de todos los secretos de Castroforte.

Por lo que tú quieras pase 
 Mis libros he "repasaíto" 
 Cuenta me tiene el dejarte. 

Son los toreros
Los que se amarran 
 Cuerdas en el pelo 
 Los que se amarran 
 Cinta en el pelo.
Miguel Poveda





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Con tu entrada, hoy he podido disfrutar de algo de lo que no había sido consciente leyendo la novela: cómo en ella se describen gestos, gestos pequeños que son definiciones de personajes y situaciones.
¡Y terminamos con Poveda!

Abejita de la Vega dijo...

Como las pilas aquellas del conejito del tambor.
Un placer pasar por aquí. Un abrazo Pancho.