"-Es huérfano -saltó diciendo Mingote-. Libre como el pájaro en la selva; libre para cantar y para morirse de hambre."
El hombre de la gorra. La Coruña, 1895 Óleo sobre lienzo, 72 x50 cm
Picasso
Mala hierba. Pío Baroja (2)
Manuel regresa a la guardilla de Alex, pero la carta de despido que trae consigo no es la mejor carta de presentación para la vuelta. El regreso ya no es en las mismas condiciones, Alex no le permite quedarse más tiempo. Ya se sabe lo que dice el castizo chascarrillo y popular referido al huésped y al pescado. Para la agrupación de botarates que ni cultivan huerta propia ni riegan la ajena, Bernardo Santín es un filósofo de la escuela de Cándido, Roberto es el ídolo, el modelo a seguir porque le revela los clisés y le retoca la mujer. Para algo son las amistades, don Servando le recomienda a don Bonifacio Mingote, un vecino que vive en el tercero del mismo edificio. Don Bonifacio es agente de colocaciones, una especie de oficina de empleo y publicidad de la época, pero de poca monta porque coloca tan poco que no ha sido capaz de colocarse a sí mismo. El señor Mingote engola la voz, se pone solemne y campanudo al hablar. Es de esos hombres verdaderamente grandes que desprecian las cosas verdaderamente pequeñas. Don Bonifacio Mingote se las tiene juradas al miserable galápago, murciélago alevoso de don Pelayo de La Benefactora por copión. Se cuestiona molesto, como si se tratara de un Ramoncín cualquiera, dirigente de la SGAE de hace más de cien años: “¿Qué se puede esperar de un país donde no se respeta la propiedad intelectual, no la más santa, pero sí la única legítima de todas las propiedades?”.
Manuel vive encantado en casa de la Baronesa. No tiene casi nada que hacer. Poco trabajo y poca comida. Su obligación de atender los tres perros de la casa y a la criada cubana que también se llama Chucha, le deja tiempo suficiente para fumar y leer los folletones por fascículos que ella le presta. Sólo los primeros días echa de menos la vida junto a los bohemios. Chucha le cuenta la vida de su amita. La Baronesa no tiene un amplio curriculum de viuda de un flamenco de Flandes al que conoce en un barco a la tierna edad de dieciocho. El calor del trópico funde los hielos del norte de Europa, se casan y tienen una hija. Pero los instintos levantiscos de la viuda cubana se despiertan al regresar a Madrid con su hija. Sergio Redondo, un acaudalado comerciante de harinas, la pretende. Ella se resiste, no acepta el amancebamiento de primeras, pero no le pone mala cara a la protección. Entre Mingote y Peñalar, que hace de maestro pedagogo, a ratos evangélico y a ratos sublime, tangan al implacable pajarraco de mala catadura que le revienta el campo y los charlatanes. Cuando Manuel y Peñalar salen de la entrevista con don Sergio con la sonrisa de todo el martirologio en los labios, ya saben que tienen al harinero en el bote.
"La baronesa de Aynant, Paquita Figueroa, era una mujer original. Su padre, rico señor cubano, la envió a los dieciocho años, acompañada de una tía, a que conociera Europa".
Mujer con perro debajo de un árbol. Picasso
Los historiógrafos madrileños más aventajados dejaron escrito para los anales de la historia que el conocimiento entre don Bonifacio Mingote y la Baronesa de Aynant era reciente. Los registros no recogen nada más allá de dos años para atrás. Su relación comienza por un asunto profesional de préstamo. Y gracias a ello el autor deja para la historia de la literatura la descripción del bimano, fenómeno de circo, asombro de zoólogos, genio de la lámpara y embaucador de truhanes, don Bonifacio Mingote, con una mirada con tanta fuerza al pasado y al futuro que tiene una novela dentro aún por contar. Excepto persona decente, político y pirata de internet había ejercido de: “prestamista, policía, jefe de clac, zurupeto de la bolsa, agente de quintas, curial, revendedor y gancho...”. Bien adobado y adornado con una porción de cualidades todas negativas. Peor que el Bizco que era más malo que un dolor: “Maestro en todas las artes del engaño, ingrato, procaz, cobarde con los valientes, valiente con los cobardes, petulante y vanidoso como pocos, amigo de atribuirse las heroicidades y los méritos ajenos y de repartir entre los demás los defectos propios”. Está dotado de un ingenio de amplio espectro, sin límite. Igual embauca a los amigos de la dinamita, que tiene éxito con las mujeres. Como se conoce que las jóvenes ya lo debían de tener calado, se especializa en la ancianidad, las hechiza tan rápido como un encantador de serpientes. A la semana ya les pide dinero. Si acaso le queda algo que aprender, es engatusar a los varones. Pero para eso ya está la Baronesa que en la primera visita del calcáreo don Sergio, le saca mil pesetas y en la segunda dos billetes de cincuenta. No saben guardar para mañana y ya tenemos a la troupe de las cubanas más Manuel alojados en el centro neurálgico de Madrid, que no es lo mismo que el geográfico, nada menos que al pie de la realeza en plena Plaza de Oriente. Real sitio para dejarlos hasta la próxima semana.
"Vete, mujer mala, vete de mi vera,
rueda lo mismito que la maldición,
que un día me permita que el gache que quieras
pague tus quereres, tus quereres pague
con mala traición".
Ramón Perelló
rueda lo mismito que la maldición,
que un día me permita que el gache que quieras
pague tus quereres, tus quereres pague
con mala traición".
Ramón Perelló
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
8 comentarios:
Muy bueno tu resumen pero como la canción de Imperio Argentina, esos cuadros atribuidos a Picasso..., no sé, no sé... Besotes, M.
Tu acertada disección de personajes ayuda a interpretar el mundillo que nos pinta Baroja.
Saludos
Además de la disección que PACO menciona, ¡genial tu acompañamiento de la Imperio Argentina y su Falsa Moneda!
Besos
Así es. Manuel es "la falsa monea que de mano en mano va y ninguno se la quea". Y tiene que ser así para que Baroja pueda desplegar su enorme muestrario de tipos humanos, fruto de sus excursiones por barrios bajos y no tan bajos.
Y qué tipejos, como ese Mingote tan magistralmente descrito por Baroja, como nos haces ver. Ese que ha sido de todo, de todo lo malo y lo pones al día: "excepto persona decente, político o pirata de Internet".
Vives la lectura de Baroja.
Besos, sigamos.
Buenos días, pancho:
Es un disfrute ver a Manuel Alcázar, feliz en casa de la baronesa. No come mucho, pero -casi son unas pequeñas vacaciones- y está a gusto. No pierde el tiempo. Observa.
Qué buenas disculpas encuentra Don Pío para presentarnos personajes y hacer una fotografía de la sociedad del momento, pues -como en una caricatura y modificación de decorado- vemos todos los tipos repetidos en la actualidad.
Un abrazo
P.D.: Aprovecharé para entradas futuras lo mucho que hay en el nombre del autor de la canción elegida.
He de reconocer que estos personajes que hoy abordas, especialmente Bonifacio y la Baronesa, me despiertan ternura. No debería, lo sé, pero me la despiertan. A pesar de tu estilo descarnado, Baroja no les deja caer del todo.
Normalmente mi lectura de tu blog y de los blogs de los demás comentaristas habituales va por detrás de mi lectura del libro de Baroja, pero esta vez es al revés, así que estoy disfrutando por anticipado.
Un abrazo
Muy buena tu relación de Manuel con la canción de Imperio Argentina. Una falsa moneda, eso es el probre Manuel que va de una mano a la otra sin hacer absolutamente nada.
Un abrazo
Luz
Publicar un comentario