sábado, 24 de septiembre de 2011

Sale el sol cuando es de día.


















"Don Juan de Austria" de Velazquez y "El Temerario remolcado a dique seco" de Turner. Las imágenes son de la Wikipedia.

RIÑA DE GATOS.

EDUARDO MENDOZA. (2)

Riña de gatos capta la atención del lector desde la primera página. En mi caso leí la novela entera sin poder dejarla y sin tomar notas durante la lectura porque el ritmo no te lo permitía, a menos que no te importara perder el hilo del relato. La habría leído de un tirón si hubiese tenido el tiempo libre suficiente para terminarla. También cabría añadir que la tensión narrativa que consigue en los primeros capítulos no es capaz de mantenerla hasta el final.

El arranque no puede ser más espectacular visto desde el punto de vista del armazón de la novela. El autor recurre al género epistolar. El protagonista escribe una carta en el compartimento de un tren en la que después de haber traicionado a un buen amigo con su mujer, huye del lugar de los hechos como el que sale a comprar tabaco y no regresa, evitando el cuerpo a cuerpo en una decisión cobarde. EM sabe elegir bien (no de cualquier manera) los ingredientes del relato y domina la mezcla para que resulten atractivos al lector. Sitúa la novela en un espacio de Madrid perfectamente reconocible para todo el mundo y en uno de los momentos más convulsos, por eso mismo más interesantes, de la historia reciente. Los personajes pertenecen a diferentes estamentos sociales. El autor destaca por la habilidad de adjudicarles diferentes registros de lengua según su extracción social y por su capacidad para hilvanar un relato con gente tan variopinta desde un punto de vista económico y cultural.

El autor elige los acontecimientos del momento no sólo para que sean el trasfondo de la historia, sino que los personajes de la novela intervienen directamente en ella y , en paralelo, los hechos históricos en la trama. Como cuando Guillermo y sus compañeros de cacería tienen que salir por patas de un pueblo con manifestaciones, disturbios y quema de iglesia si no quieren ser el cazador cazado.

Mendoza dosifica con acierto evidente el avance narrativo con las paradas; en este caso, digresiones de experto sobre Velázquez o la explicación de la situación política del momento por parte del Duque de la (Des) Igualada. No faltan ni el suspense, manejado con maestría, ni los contrastes culturales, ni tampoco la iglesia con su representante don Rodrigo, tutor de Lilí, perfectamente retratado.

En efecto, el cielo presenta la nítida transparencia de las gélidas mañanas de invierno y en los periódicos el enfrentamiento está servido. El inglés visita el Museo del Prado vacío. Se dirige a las salas de Velázquez para implorarle protección como si fuera un santo o una virgen. Tiene la costumbre de mirar sólo un cuadro de cada vez. Ahora se detiene en el satíricoDon Juan de Austria” porque el bufón que representa nada tiene que ver con el verdadero miembro de la casa real que mandaba la armada cristiana en "la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros". Del cuadro destaca la técnica de pintar batallas que luego desarrollaría Turner, "El Pintor de la luz", autor estrella en las salas de la National Gallery londinense.

Madrid no tiene orígenes romanos, ni griegos, ni incluso los tiene medievales, por eso su patrón no es un guerrero matando moros, sino un humilde labrador, recordado por la feria de toros que da y quita todo a los toreros. No tiene catedral de ésas que cuestan siglos de tiempo, junto a dios con toda su ayuda, rematar y escasas vinculaciones con un pasado clerical, a diferencia de otras ciudades aledañas como Toledo, Ávila, Salamanca o Valladolid a las que ha sabido ceder el protagonismo en asuntos de religión. En Madrid todo el mundo encuentra su hueco para vivir. El recién llegado es bienvenido, a nadie preguntan por su procedencia porque todo el mundo recuerda su llegada en similares condiciones. Tiene su aquél que todas estas cosas de Madrid sean dichas por el autor barcelonés.

Anthony Whitelands es un inglés de clase media. Treinta y cuatro años cumplidos. Su talento y tesón le reportaron el beneficio de estudiar en la Universidad de Cambridge. Su boda con una rica soluciona sus problemas monetarios y le permite dedicarse a su pasión: la pintura barroca española. La rutina le lleva al divorcio y éste es la excusa para concentrarse más en el trabajo. Aparecen Catherine y Pedro Teacher que le propone un viaje a España al objeto de tasar un cuadro de una familia acomodada de Madrid cuyo producto le ayude en su estancia en el extranjero, en caso de que algunos miembros de la familia tengan que abandonar el país.

Tres días después de la propuesta tenemos al tasador de arte en La Castellana, llamando a la puerta de la casa. Le recibe un mayordomo con pintas de banderillero gitano que contrasta con AW, alto y desgarbado. Se fija en los cuadros del vestíbulo, desnudo de mobiliario, donde no podía faltar uno de caza. Entra en escena Lilí, la hija adolescente de don Álvaro, que le pone en conocimiento de las intenciones de dejar España. De primeras el duque no es muy partidario de abandonar el país, pero también piensa que un cobarde puede valer para otra vez: “Un héroe muerto es tan inútil como un cobarde muerto”. A través de la ventana, AW observa a una pareja que como furtivos pasean por el jardín. Llega la hora de comer y eso es sagrado. En esta casa ya no se trabaja más; lo que quede por hacer, bien puede esperar.

Un busto de Beethoven en la encimera de la chimenea, en lugar de la consabida bailarina flamenca, y un piano de gran cola con partituras apiladas a un costado que denotan un uso habitual, dan cuenta de que la cultura ha encontrado su morada entre la familia. La pintura y la música habitan las cuatro paredes de la casa. La madre tiene un ligero y gracioso deje andaluz que no ha perdido en sus muchos años de madrileña. Es el centro de la casa. Su marido ha renunciado al gobierno del hogar en su beneficio. AW mantiene una conversación perspicaz con Paquita, la hija mayor, que él interpreta como un intento de demostrar que su soltería se debe a una elección personal.

Nos enteramos que los británicos no bendicen la mesa, por eso comen mal. En esta casa el encargado de hacerlo es el duque. Entra el padre Rodrigo, “híspido y ceñudo”, reticente a todo lo que venga de fuera. Los lamparones de la sotana revelan su desapego de la vanidad mundana.

Entra Guillermo, otro miembro de la familia. Engominado, con aire insolente. La caza ha reportado unas liebres y unos cuantos gansos. Las avutardas han resultado esquivas, no han entrado los corzos y han tirado de lejos al águila real. Tuvieron que agilar del pueblo sino querían atizar las llamas de la iglesia.





La duquesa y Lilí tocan a cuatro manos el piano de la sala de música. Guillermo acompaña con la guitarra a Paquita que canta por fandangos y seguirillas. Como la tarde se les echa encima, el duque decide aplazar la visión y tasación de los cuadros. AW abandona la casa después de una enigmática conversación con Paquita que le hace pensar: “Me apodero de lo que me gusta, pero no dejo que nadie se apodere de mí”. En la calle: “un desconocido, tal vez al sentirse observado, pasó de largo y continuó su camino con las manos hundidas en los bolsillos del abrigo y las solapas levantadas sobre la cara, hasta desaparecer de nuevo en la oscuridad”.


Soleá. María Toledo.






Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde
La Acequia
coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

6 comentarios:

Asun dijo...

A mí también me pillo desde la primera página, y me la leí en un pis pas.

Yo más que de flamenquito soy de esta otra. qué se le va a hacer. De tó tiene que haber en la viña del Señor.

Besos

PD: Oye, que la palabra de verificación me sale "cilized". ¿No tendrá algo que ver aquí el Opus Dei? ¡Ay, madre, qué miedo!

Paco Cuesta dijo...

Como señalas en el recorrido por el argumento, a Madrid, su historia reciente y los personajes se añade una lección sobre Velázquez.

Abejita de la Vega dijo...

Esa batalla en el cuadro de Velázquez emociona al inglés de marras. No sé si Turner lo vio, pero lo parece. Muy buena idea colocar juntos los dos cuadros.

Veo que vas entrando...Incluso se te contagia la ironía de Mendoza cuando dices que tienen un busto de Bethoven en lugar de la bailarina flamenca. Has pillado a don Eduardo.

Son personajes exagerados, el mismo duque lo reconoce...

¿Qué tal el comienzo de clase? Nosotros hemos tenido que cambiar horarios a última hora, ya han metido las tijeras...Menuda semanita.

Besos, Pancho

Merche Pallarés dijo...

Me está gustando esta novela... Besotes, M.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Es un excelente análisis. El libro está muy pensado para el editor: atrapa la lectura desde el inicio. Es su principal virtud.
Muy buena tu propuesta de recorrido madrileño en el texto.

Ele Bergón dijo...

Pues yo no lo leí de un tirón. Al principio me enganchó, pero según iba pasando las páginas, poco a poco iba perdiendo el interés y llegó un momento que lo tuve olvidado una semana o más sin acordarme de él.

El personaje del inglés me parece poco creible. No se puede se tan pánfilo como lo es él.

Un abrazo

Luz