miércoles, 31 de enero de 2018

Pedro Páramo (3) Juan Rulfo. La noche arde.





"Por el techo abierto al cielo vi pasar parvadas de tordos"

Pedro Páramo (3) 
Juan Rulfo 

Eduviges recuerda que el día que mataron a Toribio Aldrete había estado bebiendo en la fonda con Fulgor Sedano, administrador de los Páramo. Fulgor lo denuncia por usufructo de las tierras y lo condenan a la horca en el mismo cuarto, ella misma les dio las llaves. 

Fulgor tiene cincuenta y cuatro años, trabajó para el padre, Lucas Páramo, y conoce a Pedrito desde que nació. Se acerca a casa del nuevo amo a decirle que las cosas por la Media Luna van regular. Ya no queda ganado que vender y las deudas siguen siendo grandes. Algunos quieren comprar los terrenos, pero Pedro Páramo no los quiere vender. Como a quien más le deben es a Dolores, le manda que vaya y pida su mano. Que hable también con el padre Rentería para arreglar la boda. Si no hay dinero, que lo prometa; lo quiere todo arreglado para el día siguiente porque sus deseos son órdenes. Lo del Aldrete puede esperar, la tierra es la madre de todas las cosas, no entiende de divisiones ni fronteras y no las tendrá porque todas serán suyas. Él quiere a Dolores por los ojos. Fulgor siente ganas de largarse de allí, la insolencia del mozalbete, crecido en la farsa y untado en el engaño, le aplastan su espíritu. El flojo de marca, el pensador del excusado se había malogrado al crecer. “Pero le tenía aprecio a aquella tierra; a esas lomas pelonas tan trabajadas y que todavía seguían aguantando el surco, dando cada vez más de sí…” 

A Doloritas se le descompone la cara, le relumbran los ojos y le entran escalofríos por el cuerpo cuando Fulgor le dice que el todopoderoso Pedro Páramo se quiere casar con ella en un par de días. De nada sirven los ruegos para que le dé ocho días, no más, para arreglarlo todo. Le preocupa también el impedimento mensual de las mujeres y la reproducción de la especie. Ellos le proporcionan el ajuar. El vestido de boda de la madre difunta del novio es obligación, tradición familiar. Ella acepta el sometimiento. “¡Qué felicidad! […]Aunque después me aborrezca.” Ya se encargará ella de que se adelante la luna, pero necesita al menos tres días. Con el padre cura todo está bien encauzado, olvidará el ritual de las amonestaciones públicas por la promesa de sesenta pesos, la voluntad de cambiar la mesa vieja del comedor por una nueva y el compromiso en firme de volver a pagar los diezmos que la familia no paga desde la muerte de la abuela. La necesidad hace virtud y al hereje. Lo de Aldrete es mejor que lo deje para después de la ceremonia. Entonces que vaya a hablar con él acompañado de algún atravesado de la Media Luna y lo acuse de haber levantado la pared por lo que no es suyo, que lo denuncie de usufructo o de lo que haga falta. Ahora la norma es la ley de Pedro Páramo y hay que hacer nuevos tratos. 

Comala está llena de ecos, se oyen crujidos de las puertas, rumores de pisadas, risas viejas como cansadas de reír, voces desgastadas, aullidos lastimeros de los perros, el llanto desgarrado de las mujeres en los velatorios. El aire arrastra las hojas en un pueblo sin árboles, sin aire, sin nadie, sin nada. Sólo ecos. Damiana y el viajero hablan mientras caminan por las calles vacías de Comala y lo nombra por vez primera en la novela, lo llama Juan Preciado, hemos tenido que esperar hasta el capítulo veintiséis que empieza y termina con ecos. ¿Será también un eco? O ¿Es Damiana Cisneros la única persona viva sobre Comala




"Rechinan sus ruedas haciendo vibrar las ventanas, despertando a la gente"

Damiana se difumina de pronto y Juan se queda solo en las calles vacías de Comala. Alcanza a oír la conversación de unas mujeres que hablan de Filoteo Aréchiga al que ven acercarse con el temor que se fije en ellas, pues se rumorea que es el encargado de buscarle muchachas a don Pedro. Pedro Páramo actúa como un dios pagano insaciable al que le tienen que ofrecer jóvenes vírgenes en sacrifico para que el dios se sienta cómodo entre los mortales, como si Comala fuera un sofá. (El paralelismo con los nacionalistas es perfecto, darle y darle para que no se incomoden) “Mejor vámonos, vámonos de aquí.” Se dicen las dos muchachas, contentas de que Filoteo haya pasado de largo. 

Galileo representa la resistencia; no puede devolver el préstamo a su cuñado hasta la recogida de la cosecha de maíz, le han llegado rumores de que ha vendido la tierra a Pedro Páramo, pero él lo niega. No conoce a ese hombre. La tierra es suya y está dispuesto a defenderla con su vida. 

La Chona rechaza al novio que la apremia a que lo deje todo y le siga. Tiene la carreta preparada, las mulas enganchadas. Pero ella tiene obligaciones que no puede dejar de cumplir: cuida de su padre mayor y no quiere abandonarlo. Así que el novio se va a probar con la Juliana que se desvive por él. Lo que uno no quiere,  ciento lo desea. 

Juan escucha lo que su madre le había contado del pueblo, trasladado al papel en letra cursiva que es como lo leemos; como lo escuchamos los lectores. Escucha el ruido de las carretas tiradas por bueyes que desperezan las mañanas mezclándose  con el olor a pan recién horneado que invade las calles. El eco de las sombras removiendo la noche que se va. Piensa en regresar, ahora que siente la huella por donde vino “como una herida abierta entre la negrura de la noche.” La firmeza se desmorona. Alguien lo invita a pasar a una casa medio abandonada, casa derruida habitada por los sin techo. Allí viven un hombre y una mujer. Duermen en una cama de otate y están en cueros los dos. Dicen que alguien los ha despertado dando cabezazos en la puerta. Le hacen preguntas que no tienen respuesta porque él solo quiere dormir. La madrugada le apaga los recuerdos. Contra la mañana oye de manera diferente, las palabras de la noche no tenían sonido. Sólo se sentían, eran como las voces que se oyen durante los sueños y pesadillas. 



"Tal parece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras"

Juan Rulfo intenta narrar un episodio del más allá. Para ello recurre a una escena cervantina parecida al Coloquio de los perros. Me estoy acordando del narrador y bravo soldado de los tercios de Flandes, enfermo en el hospital de Valladolid, tomando cuarenta sudores que escucha en duermevela la conversación entre Cipión y Berganza los dos perros dotados de habla que se cuentan sus aventuras). Muertos que duermen, fantasmas, el duermevela de los cuerpos en estado de abandono. Fallecidos que tienen el miedo metido en el cuerpo, difuntos que necesitan descanso. ¿Para qué necesitará dormir un muerto? A través del sueño de Juan Preciado en estado de flojera, siente la conversación de los muertos, hablan de los recuerdos de cuando estaban vivos. La mujer de la casa le recuerda a Donis la primera vez que la hizo mujer, lo doloroso que fue y el arrepentimiento posterior porque sabía que aquello estaba mal hecho y el hombre dale que te pego con el por qué no te callas y me dejas dormir. Las claras del día confunden los sentidos, es la hora de las sinestesias: siente el albor del amanecer entrándole por los ojos, oye el calor que deja la respiración de los cuerpos calientes, dormidos en el cuarto, las sombras desbaratadas por el nuevo día. 

Cuando despierta, hace calor de agosto, sol de mediodía. ¿Cómo se va uno de aquí? Pregunta a la mujer que le ha dejado un jarro de café caliente a la vera de cama, todo lo que tienen a pesar de lo poco que tienen de todo. Entablan conversación. La respuesta a la pregunta de a dónde llevan los caminos es la definición más exacta de la geografía de los fantasmas. Los personajes y los caminos están desorientados. Unos van y vienen al mismo sitio, otros enfilan a la sierra, territorio ignoto, como Sierra Morena para don Quijote. Hay “otro más que atraviesa toda la tierra y es el que va más lejos.” Juan se da cuenta de que no puede contar con los paisanos para orientarse. La cartografía está en pañales, la brújula no existe. Están solos, la soledad limita y provoca aislamiento. Crea endogamia y pecado. Resulta que la pareja de colchón de la mujer es su hermano que ha salido en busca de un becerrito cimarrón extraviado. Ella no ha salido de la casa desde que se emparejó con su hermano, no quiere que le vean el pecado que lleva tatuado en la piel. Por dentro es un mar de lodo. No quiere que la vean en un sitio vacío de gente. Pero alguno existe, por las noches se quedan encerrados y durante los días no sabe qué harán. Tienen miedo de las hornadas de fantasmas que abandonan las casas al oscurecer. 

El autor nos da a entender que existen diferentes categorías de fantasmas. Por un lado tenemos a los que llenan las calles de espanto al anochecer; por otro, los retenidos en sus casas por miedo a los que salen a las calles. Están vivos, pero en pecado, ausentes de la gracia de Dios. Una especie de tierra media, un espacio intermedio donde se oye hablar a hebras humanas, jirones de ecos. Como un infierno clasificado por pecadores y sin posibilidad de redención porque ya el obispo dejó claro que los hermanos no se pueden juntar aunque sean los últimos seres sobre la tierra. Antes la extinción que el pecado. Fanatismo de talibanes. Ninguna  posibilidad de excepción; ni de dos males el menor.


Cuéntame un cuento 
 Que todavía no es tarde 
Cuéntame un cuento 
Que la noche está que arde.
Celtas Cortos



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


3 comentarios:

Abejita de la Vega dijo...

La única Comala hermosa es la soñada por doña Doloritas, pobre mujer como cayó en la trampa de Pedro Páramo. Ni luna, ni historias, te casas conmigo y sueltas los papeles. Terrible. Luego el olvido. Juan, hazle pagar.

Tus explicaciones ayudan, Pancho.

Besos

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Me ha gustado mucho esta aproximación de Rulfo a Cervantes. En efecto, hay más rastros.
¡Y gracias por los Celtas cortos!

Myriam dijo...

Al llegar a tu Cervantes, me imaginé que eso le encantaría a nuestro profe.
Por cierto veo que eres experto en fantasmas, espero aue no tengas una huija en tu casa ;-).