jueves, 25 de enero de 2018

Pedro Páramo (2) Juan Rulfo. Seis tequilas.




"Ella sirvió siempre a sus semejantes. Les dio todo lo que tuvo."

Pedro Páramo (2) 
Juan Rulfo 

Cuando el viajero llega a la casa del puente, Eduviges Dyada ya lo está esperando a la puerta. Doloritas ha muerto hace una semana y ha tenido tiempo suficiente de contarle a Eduviges, amiga de juventud, que su hijo va a ir a Comala. La casa es grande y oscura. Cuando la vista se acostumbra a la oscuridad, la poca luz que entra recrece las sombras de los cachivaches arrumbados contra las paredes de la casa. Únicamente la habitación del fondo está libre de tiliches inútiles que dejaron abandonados los que se fueron. “El sueño es muy buen colchón para el cansancio,” se excusa por tener la habitación vacía, ya habrá tiempo de amueblarla. A su juicio, Doloritas se había adelantado al irse al más allá, pero ella conoce veredas que acortan el camino. No es necesario esperar a que Él disponga. La alcanzará por alguna de las sendas prohibidas que llevan a la eternidad. 

Es en ese preciso instante cuando deja de sentir los miembros (¡No siento las piernas!) y pasa al estado de abandono permanente. Rulfo lo poetiza, nos lo traslada de modo más lírico: “Había soltado sus amarras y cualquiera podía jugar con él como si fuera de trapo.” 

A la madre de Pedro, como a todas las madres, le parece mal que su hijo adolescente se pase las horas muertas sin hacer nada, que se atrinchere en el sanitario pensando. Ella cree que no es bueno, pueden salir culebras del agujero,  así que lo manda a hacer algo a casa de su abuela, que le ayude a desgranar las mazorcas de maíz o algo útil. Susana entristece sus días, es el objeto de sus sueños, la niña con la que volaba los papalotes los días de aire. Parece que no, pero pensar es hacer mucho, a veces pensar es todo, es aplicar la razón a las actos, hay muchas cosas que no se hacen porque antes no se piensan. Aunque a su madre le parezca perder el tiempo. 

La abuela le manda limpiar el molino, ya ha terminado de desgranar el maíz. El molino no funciona. Micaela lo usa para moler los molcates y lo ha estropeado, ya está viejo y no merece la pena el arreglo. La abuela le encarga que vaya a la tienda de Inés Villalpando, que compre uno nuevo y que lo apunte en la cuenta. Ya pagará cuando cobren la cosecha. Este año han tenido gastos extras, entre el entierro del abuelo y el pago de los diezmos a la iglesia se han quedado sin un centavo. Que apunte también un cernidor y una podadera, las zarzas huelen el abandono y se han hecho grandes como robles desde que falta el abuelo. Los jazmines están hermosos, las ramas no pueden con las flores. Los chuparrosas campean a sus anchas. Pedro cae en una honda tristeza cuando su abuelo muere. Por las noches vela, piensa en Susana, respira y suspira por ella. El reloj da todas las horas seguidas como si el tiempo se encogiera. Los sollozos de la madre se mezclan con la lluvia.




"Pero ella se suicidó. Obró contra la voluntad de Dios"

Eduviges le cuenta un secreto: ella podía haber sido su madre. El día de la boda de Doloritas con Pedro Páramo, ella le ruega que la sustituya esa noche porque la luna está brava, él no lo notará. Con la juerga de todo el día y tantos tequilas, se pasa la noche roncando y nada. Al amanecer hicieron el cambio porque ya era otro día. Al año siguiente nació él, pero no de ella aunque a punto estuvo de serlo. Doloritas dejó a Pedro Páramo porque la mandaba demasiado, siempre obedeciendo como una esclava se cansa una. Un día que volaban bandadas de tordos y un zopilote se mecía en el cielo, Doloritas tiene envidia de la libertad de los pájaros grandes que planean alto. Deja todo y se va a vivir con su hermana Gertrudis. Pero la vida en Colima tampoco es placentera, la tía Gertrudis les echa en cara la carga de vivir en su casa, que se vaya con su marido, pero no se va porque nadie la ha reclamado, no depende de ella. 

Las maldades empezaron con el niño Miguel Páramo, dormía en su casa hasta que una muchacha de Contla le sorbió el seso. Salía temprano y tardaba en volver, contra la madrugada. Aquel día regresó solo el caballo colorado. Ya muerto le cuenta cómo habían sucedido las cosas. Quiso saltar la pared que  habían levantado en las tierras por atajar y cayó, después siguió corriendo, pero ya no había más que humo, humo y humo. Desde ese día Colorado se siente "despedazado y carcomido por dentro” y en la Media Luna se siente el quejido de un muerto. 

El padre Rentería piensa que morirse no debe ser tan malo; más allá del cielo azul, del sol y de las nubes,  hay esperanza, un contrapeso que neutraliza el dolor de aquí abajo. “Aquel cadáver pesaba mucho en el ánimo de todos.” El camino de aquel muerto perverso nunca debe llevar a Roma. Rocía con agua bendita el cuerpo muerto de Miguel Páramo, pero las entrañas se le llenan de cólera cuando los caporales de la Media Luna lo sacan a hombros. Miguel mató a su hermano y violó a su sobrina Ana. Le pide al Señor que condene al asesino y violador de los suyos. Debe haber justicia en el cielo cuando acabe la feria en la tierra. Sin embargo, recoge las monedas de oro que le ofrece el padre del difunto como limosna para la iglesia; entristecido porque los ricos puedan comprar la salvación. Él verá si es el precio justo. 

Ana le confiesa a su tío, el padre Rentería, que sabe que fue Miguel Páramo el que la violó porque él mismo se lo dijo aquella noche. Sólo oyó su voz, no le vio la cara. No tienen rostro los personajes de esta novela, son caras vacías, almas en pena. Aquella noche dejó de pensar para morirse antes de que el violador la matara, como había hecho con su padre. Después ya no lo volvió a ver más. Ella sintió que dejaba de existir. Miguel Páramo estará en lo más hondo del infierno porque así se lo ha pedido al Señor todos los días de su muerte en vida. 




"Otra vez el llanto suave pero agudo, y la pena haciendo retorcer su cuerpo"

Los hombres de la Media Luna se disuelven como sombras al caer la noche. Comienza la leyenda del miserable Miguel Páramo. Terencio Lubianes aún tiene los hombros doloridos de cargar con la caja del muerto. A su hermano Ubillado se le abren los juanetes de los zapatos nuevos. Toribio piensa que se murió muy a tiempo. El carretero añade que según dicen el ánima infame vaga por Contla y remata para que lo crean: “Como la supe, se las endoso.” Terencio y Jesús lo maldicen, le desean un alma de plomo para que se hunda en el infierno más hondo. 

El padre Rentería pasa la noche en blanco, tiene seguro pagado de insomnio. El cielo adueñado de la tierra desde las primeras estrellas fugaces hasta el canto del gallo al amanecer. Le acosa un sentimiento de culpa desde que no atendió los ruegos de María Dyada para que intercediera ante Dios por su hermana Eduviges que se había suicidado. Tuvo miedo de ofender a los que le mantienen porque las oraciones de los pobres no quitan el hambre de los clérigos, los pastores del alma. Eduviges había obrado contra la mano de Dios, pero era una buena persona. Les había dado un hijo a todos. Ella lo ofreció y como nadie lo reconoció,  hizo también de padre para el hijo. Ellos abusaron de su hospitalidad. Para redimirla,  harían falta misas gregorianas y para esas misas cantadas habría que contratar curas cantores que originan muchos gastos y cuestan dinero que es lo que no hay. Sólo queda la esperanza en la misericordia de Dios. Empieza a recorrer el santoral, a contar santos como el que cuenta ovejas hasta que el sueño le gana para su causa contra la mañana. 

En Comala no se duerme ni se descansa, se vela o se deambula sin rumbo. Acosado por la atmósfera espesa, la noche tampoco le va bien al recién llegado a Comala. Duerme a pausas, sin colchón y sin nada. Un grito arrastrado, embadurnado a las paredes del cuarto, le llena de terror los ojos. “Como si la tierra se hubiera vaciado de su aire.” Damiana abre la puerta en mitad del alarido cercano, viene a sacarlo de la casa que no deja dormir al hijo del miedo. Explica que los bramidos quizás sean algún eco encerrado de Toribio Aldrete al que colgaron en ese cuarto. Después condenaron la puerta hasta que el cuerpo se secara. También le informa de que Eduviges es un alma en pena eterna.


Me falta una mujer 
Me sobran seis tequilas 
No ver para querer 
Malditas sean las pilas 
Que me hacen trasnochar 
Echándonos de menos 
Echándome de más 
Almíbar y centeno
Joaquín Sabina




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

Cada vez hay más puertas y espacios pintados en  el barrio del Oeste de Salamanca. Es un placer darse una vuelta por sus calles repletas de arte.  

5 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Quizá fuera necesario tomarse esos tequilas de Sabina para andar por ese desolado Comala y matar a Pedro Páramo...

la seña Carmen dijo...

Ni en lo más lozano, los personajes de Rulfo son humanos.

Abejita de la Vega dijo...

Juan Rulfo tuvo su Comala, seguro. Y se encerró en la tristeza y la soledad.
El molino no muele molcates en Comala.

Un placer pasar por aquí, de momento no me tomo el tequila.

Besos, Pancho.

Paco Cuesta dijo...

La Iglesia, consentida y consentidora tampoco escapa a la vigilancia de Juan Rulfo.
Un abrazo

Myriam dijo...

Cuando leia la novela iba pensando en lo mucho que te gustaría la terminología regional e imaginaba que harías un léxico de esos maravillosos que tú haces y veo que no me he equivocadoeal ver las palabras resaltadas en tu texto.