miércoles, 11 de junio de 2014

La saga/fuga de JB (7), Gonzalo Torrente Ballester. Querer sin ver





"Contemplaba las paredes comidas por la hiedra, los jaramagos y verbenas que crecían en las hendiduras y ponían, irrespetuosos, un airón de flores en la cabeza de la santa titular"

Claustro románico de la Colegiata de Santillana de Mar


La saga/fuga de JB (7) 
Gonzalo Torrente Ballester 


Don Acisclo tiene buen corazón, se le cae el alma a los pies al contemplar la degradación del convento. Poco pueden hacer la docena de monjas para detener el deterioro de los claustros ruinosos, los jaramagos altones como almendreras rampantes por los jardines, las paredes comidas por la hiedra, la fuente muda. Como se pueden imaginar, el refuerzo de las manos de Minucha la del Globo no suma nada a la hora de frenar el deslustre y los desperfectos que el paso del tiempo causa sobre las cosas;  cuando no le ruedan lagrimones de sus ojos, insulta a las madres con ferocidad. 

El clérigo se pone la venda en los ojos para soñar sin ver “el convento reconstruido, poblado de trescientas monjas nuevas, arrebatadas a la voracidad sexual de los varones de Castroforte y a las obligaciones matrimoniales, a la maternidad y a sus deberes.” La música brota del silencio. Transportado, embriagado y ciego ejecuta el Concierto en re mayor para violín y orquesta Opus 61 de “Biitufen” (escrito tal cual, como se pronuncia en alemán), junto a la orquesta monjil. Cuando responde con el rondó ascendente del solo del violín alguna de sus devotas seguidoras pega un grito: “¡Ahí está el hombre!” Allí aparecía resplandeciente y desnudo en la ojiva del claustro alto Jota Be, la figura del hombre imbatible, impermeable a la música y las plegarias, impenetrable a las disciplinas y exorcismos de don Acisclo que provoca dos reacciones contrarias: la huida de las monjas viejas y las invitadas y los aullidos de gata de enero de las jóvenes que se lanzan en persecución del aparecido hasta caer rendidas y desmadejadas como una muñeca de trapo de tanto desmadre y pasión por las esquinas de los claustros. 


Es entonces cuando interviene la mano de don Acisclo en el largo proceso de recuperación para la castidad y la música de las desmandadas. La operación es compleja porque comprende graves ayunos y severas disciplinas con el fin de debilitar el vicio y la carne. Don Acisclo pasa revista diaria de todas las espaldas, cuenta cardenales y moratones. “¡Ah, cómo se sentía entonces don Acisclo investido de poder!” cuando las trescientas monjas pasaban desnudas de cintura para arriba con las cabezas gachas y les rubricaba cruces de sangre sobre la espalda con el látigo de crear armonía coral. 

Estas imaginaciones dejaban exhausto a don Acisclo a la vez que le ungían con una fuerza invisible, un deseo irrefrenable de cargarse la Tabla Redonda, cuyos miembros en cuadrilla le habían intentado eliminar a la umbría de la blancura eucarística de los magnolios en flor de la Plaza de los Marinos Efesios la tarde en la que Beatriz Aguiar había conseguido la perfección al interpretar, a fuerza de ensayar, su parte de piano de la Sonata a Kreutzer:


 


Aquella tarde del ataque emboscado venía don Acisclo con el corazón henchido de una doble satisfacción. Al buen ensayo se añadía que había conseguido interesar a alguien en el relato completo de las nueve esmeraldas mejicanas y su huida de Méjico cuando la revolución de Calles, el loro endemoniado y su violín guarnier. Marqués de Bradomín gallego y aventurero. 

Cuenta hasta siete bultos que le salen al paso armados con estoques y estacas. Siente el aliento frío de la muerte en el cogote. La impunidad del asesinato en soledad, acorralado como una alimaña. Atacado por jaurías de perros feroces entrenados para morir o matar. 

Descartada la palabra como tabla de salvación, se resigna a morir, rodilla en tierra como los mártires cristianos entregados en sacrifico a los leones hambrientos por los romanos. Una vez fracasada la oratoria, se agarra al clavo ardiendo de la música: “El quejido del violín y mi último quejido se confundirán en uno solo.” Con la lentitud del que alarga el momento definitivo levanta el arco y roza las cuerdas tensas que lanzan al aire denso de la tarde las desusadas notas de la Partita tercera de Bach. La música extremada hiere el corazón, arrebata el alma de los siete asesinos. 
 Tirulí tirulirulí. 
Quedan quietos. Paralizados. Estremecidos por el sonido del violín que golpea los troncones de los magnolios imperiales rebosantes de flores blancas del norte. 


Aprovechando el desconcierto se escabulle hacia la Rúa Sacra, protegido por la luz de las ventanas con ojos de mujer que escuchan arrebatadas la pureza de la música del solo de violín que impregna el ambiente. 

“¡Cuán grande es tu poder, Acisclo!” –proclaman todas conmovidas de emoción por el vendaval de música que brota a borbotones de su violín. Así los miembros de la Tabla Redonda salen silenciosos en procesión. Hechizados por las notas musicales,  arrojan el armamento al río, justo donde las aguas revueltas del Baralla asumen las quietas del Mendo. 

La inesperada salvación in extremis del héroe, Don Acisclo, no sienta nada bien en el poblado. No esperaban la derrota insólita de siete a uno. No lo esperaban las solteras y viudas, tampoco los maridos ni las monjitas, todos tenían razones poderosas para desear el escarmiento al clérigo violinista. Unas porque hurgaba en los trapos sucios de los asuntos familiares, otras porque quería meterlas en el convento, los maridos por los remilgos morales que ellas objetaban a la hora de la cohabitación y las internas porque no las dejaba ser santas a su modo. 

En estas estaban cuando un ligero bamboleo, “un quejido largo y remoto, como si llorase el corazón de la tierra, con algo de rotura y algo de violencia”, un amago de vuelo viene a sacarlos de la vergüenza de la derrota y poner “esa cara de túzaro que ponen los nacionalistas ante el misterio”, ven la ciudad descuajarse de su asiento y ascender. Entramos en otra dimensión, empieza el Mundial de fútbol y eso son palabras mayores, más de un mes concentrados, pendientes del balón, ya pueden quienes nos gobiernan dedicarse a hacernos fechorías, muchos estaremos distraídos con el pan y el circo que nos regalan desde Brasil y nos hace un poquito más felices. 

"Llevo una venda en los ojos
como pintan a la fe.
No hay dolor como esta gloria
de estar queriendo sin ver.
Mi corazón no me engaña
y a tu caridad se entrega.
duerme tranquilo "sentraña"
que te estoy queriendo a ciegas."
Quintero / León / Quiroga. 
Miguel Poveda


 



 Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

7 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Me alegra que te hayas fijado en las consecuencias de los actos para los personajes: entusiasmo que les lleva a la fatiga, a la desconexión con el mundo, a la exhuberancia verbal y de acciones.
Qué bien ilustrada está esta entrada.

Myriam dijo...

¡Y que maravillosamente musical te quedó! Por un momento creí que los Pitufos habían venido a jugar con Beethoven y Bach, pero tienes razón casi así se pronuncia en alemán su apellido.

Admiro tu perseverancia, Pancho, y me gustó volver a recordar al Cura Ascisclo y etc, a mi regreso a casa de mi viaje a México. Mientras tu , Abejita, Luz, Gelu, etc, Paco, etc, etc trabajaban con ahinco yo, dale que dale a la matraca, digo a los mariachis.

Besotes

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Siempre me llamaron la atención esas paredes forradas de verde, durante todo el año.
Volveré con Torrente Ballester. Y con sus Magnolios.
Como siempre una buena selección musical, tanto la clásica como la del remate de Poveda que tiene el poder de alterarnos la piel.

Abrazos

P.D.: Bienvenida Myriam en su vuelta.

Abejita de la Vega dijo...

Los que decimos Betoven, de toda la vida, no entenderíamos qué músico pude ser Bitufen.

Las imaginaciones de don Acisclo no me gustan ni en literatura, por muy de don Gonzalo que sean. Me gustan más los jaramagos como almendreras del claustro, más bellos, va austed a comparar. Ay, este Torrente Ballester...el mango de una sartén.

Y qué paciencia la tuya. Ven a este río que es mucho más fresquito...y transparente, lo cual se agradece.. Aguas puras, cristalinas y árboles que se miran en ellas.

Besos, Pancho.

andandos dijo...

Comparto contigo la admiración por la imaginación y cultura de Gonzalo Torrente Ballester. Creo que no había leído nada igual. Lo estoy acabando, todavía tengo para un par de semanas más. También es cierto que es un libro arduo de leer, pero eso no me importa, para entretenimiento ya hay otros muchos.

Un abrazo

Paco Cuesta dijo...

Fantástica y sorpresiva conversión de La saga en realidad global con sabor brasileño.
Un abrazo

kr dijo...

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