La saga/fuga de J.B. (36)
Scherzo y fuga
Capítulo 3
Gonzalo Torrente Ballester
Hay niebla en Castroforte esta mañana, como casi todas las mañanas. El mariscal Bendaña y don Asclepiadeo se presentan ante el Canónigo, los presbíteros, diáconos y diaconisas. Su presencia descomunal, alzados en caballos poderosos subiendo por la Rúa Sacra hace temblar a las gentes de Castroforte que observan con miedo desde las ventanas. Las pisadas del mariscal al descabalgar resuenan a hierro y a blasfemia. Las de don Asclepiadeo son ligereza alada. Trae consigo el rabel que los obispos escuchan en los recesos de los concilios. Su presencia amansa la fiera, dulcifica la figura del mariscal que quiere tirar por la calle de en medio y acabar a sablazos con aquello.
Don Asclepiadeo lee las conclusiones conciliares que le condenan por hereje, panteísta, fornicario e “introductor de novedades peligrosas, como lo eran la introducción de impuestos obligatorios y la declaración de que en mi diócesis no había siervos.” El Canónigo responde que a él lo eligió el obispo de Roma y sólo a él debe obediencia. No reconoce ninguna autoridad sobrevenida de tono menor, sólo al obispo de Roma.
El vientre del mariscal tiembla de risa y rabia debajo de la cota de malla como el anca de un caballo picado por las moscas. “Roma queda muy lejos, y la herejía es una peste que hay que extirpar antes de que se propague.” El anatema lo coloca fuera de la ley y pasa a jurisdicción civil. El verdugo está libre de culpa porque quien mata en nombre de Dios, no asesina, ejecuta. El mismo mariscal jurará ante la cruz que Dios le manda matar. El Canónigo le dice que Dios le tomará cuenta del juramento. Le amenaza que si un solo hombre, mujer o niño de Castroforte cae, comparecerá ante el tribunal de Dios cuando los siete astros se junten en columna. Como las tropas invasoras mataran a muchos, se cumple la maldición al día siguiente: el mariscal dobla la cabeza en un estertor súbito y muere. Pero eso no lo sabía el día anterior porque nunca sabemos el día ni la hora en que viene la parca a llamar a la puerta para llevarte. Amenaza con hacer uso del derecho de victoria, refocilarse con alguna diaconisa al día siguiente. Don Asclepiadeo le riñe al oído por el exabrupto y pasa a las burlas del Canónigo por tener a varias diaconisas preñadas y pregunta qué pensaría si otra papisa Juana reinase en Roma. A ello responde con otra pregunta (Y tu más de los políticos). También la Infanta Doña Mayor le da un hijo anual al Arzobispo y a todos los monjes, abades y clérigos en franco concubinato público. ¡Y qué!, responde, lo importante es que las mujeres no manden en las sacristías. Como la suya que ordena y manda. Como nadie da un paso atrás, dan duro con tieso, el ataque comenzará al amanecer, pero para nada porque el Cuerpo Santo está bien escondido, acogido a sagrado; los límites, escriturados en Roma y nadie salvo los autorizados por el obispo de Tuy podrá pescar lampreas en el río Mendo.
No fue la única vez que las huestes victoriosas de Villasanta buscaron el Santo Cuerpo Iluminado sin hallarlo, pero sí fue la primera. ¿Será don Acisclo el siguiente en buscarlo? Veremos, pues el futuro no está escrito.
¿Podrá creer las razones de Coralina para venir a Castroforte? Vino por una promesa que hizo en un momento de apuro. Prometió subir al santuario y entregarle las joyas a los pobres si la libraba de la policía de Napoleón III y de los celos de la emperatriz. Porque ella podía tenerlo todo, pero no sus amantes. Estaba en la cresta de la ola, se movía en un planeta de ensueño de una constelación remota del que llegaban destellos a través de La Vie Parisienne. La pintaba Manet y Offenbach le componía las canciones.
Se libra de la policía francesa gracias a la intervención de Bismarck que necesita de espía a una mujer fatal, una Matahari que averigüe si en caso de guerra entre Francia y Alemania el Zar de Rusia atacaría por el este. Así es como llega a San Petersburgo y el Zar la lleva al huerto de tablas sicalípticas la segunda noche. Alrededor de su cama se llegan a celebrar consejos del Imperio, pues una vez conocida su condición de espía, le entregan informes falsos para que los remita al embajador de Prusia. Cuando ya no les es útil, la suben en un trineo y ¡hala!, para Austria con la criada y las joyas. ¡Ay, Viena! Allí todos los hombres son húsares de algo “y saben hacer el amor con tanta delicadeza como si bailásemos un vals delante del Emperador.”
Cuando regresa a Alemania la guerra ha terminado, la ha ganado Bismarck gracias a los informes falsos del Zar. En lugar de alguna medalla recibe disgustos. El Príncipe Electo del Palatinado la confina en el castillo de Heidelberg donde dos ulanos grandes como tilos la guardan permanentemente. Coralina cuenta la historia con ligeras variantes porque a veces el amante es el Rey de Baden-Baden, y otras un semental desaforado vestido de general y en lugar de ulanos grandes como tilos la guardan ulanos de la muerte. Una orquesta de cámara le ameniza las tardes desde un celador. La princesa entonces, rendida al encanto de la música, deja de llamarla puta en alemán. De las cuerdas salen notas ligeras de Bach y Haendel cuando a ella lo que le gusta son los acrobáticos cancanes de Offenbach. Como una cosa lleva a la otra, se ponen a bailar y a cantar en mitad del comedor, los huéspedes y clientes del café le hacen corro, entusiasmados por las puntillas de las bragas que asomaban por la parte de atrás de la bailarina. El paso final enseñando el trasero provoca la sonrisa de don Torcuato que señala a Merlín el lugar secreto en el que guarda los siete lunares proféticos de su destino. Una neblina clara de melancolía invade su calma, los versos dedicados a Coralina están impregnados de ella. Ni la alegría de riachuelo limpio devuelve la alegría a sus ojos.
No puedo dormir.
No puedo dormir.
Atravesada entre los párpados
tengo una mujer,
secreta mujer
tan sol y tan luna
que abre mis ojos y me obliga a ver
mi desventura y mi fortuna.
Y no me deja dormir
esa mujer,
esa secreta mujer.
Eduardo Galeano/ Joan Manuel Serrat
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
A la espera de las instrucciones de Pedro sobre las novelas amorosas de María de Zayas, seguimos con la batalla de La saga/ fuga de Torrente Ballester.
2 comentarios:
Buenas noches, pancho:
¡Y llegas a la entrada n.º 36, con tus estupendas ilustraciones!
Te dejo un enlace de la pesca de lampreas en Burgos, en el artículo que escribió mi paisano Eduardo de Ontañón, en Estampa -n.º 360 -8 diciembre 1934 (páginas 17-18)
Abrazos
P.D.: Serrat y esa preciosa canción-poema...
Una de las cosas que más me gusta de esta serie de comentarios tuyos son la manera de ilustrarlos. Y cómo te fijas en los pequeños detalles de los que está llena la novela, más allá del interés argumental: ese temblor de vientre o la sucesión de motivos para la condena (hereje, panteísta, fornicador, etc...). No tiene precio.
Arrancamos, contigo, un nuevo curso.
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