"Un muerto no puede entrar en polémica con los imbéciles"
La saga/fuga de J.B. (26)
La saga/fuga de J.B. (26)
Gonzalo Torrente Ballester
Don José Bastida publica en la Voz de Castroforte un artículo que titula Puntualizaciones. Don Acisclo compra el periódico, lee el artículo y con la elegancia anticuada de caminar con el periódico bajo el brazo –no el móvil de la mano-, se encamina al Pazo de Bendaña. Puntualizaciones causa impacto en los lectores. La desmitificación de Castroforte no va a ser tan mollar como algunos pensaban. La resistencia se organiza para la defensa de lo propio, los mitos y leyendas antiguas. El artículo se lee en voz alta en las peluquerías, tabernas y salas de espera de los dentistas. Don Aníbal Mario convoca a la Tabla Redonda para leerlo en alto y que consten en acta también los comentarios. (A falta de Facebook, Twitter o Instagram con comentarios, me gusta y favoritos, don Gonzalo concibe una red social interna en Castroforte del Baralla) Se siente satisfecho de la agilidad de su periodista consentido. A don Jacinto Barallobre le afligen los celos un poco porque la criada, como le llama Clotilde, le salga respondona. Que no se preocupe su hermana porque Jacinto Barallobre aún tiene recursos para seguir siendo importante y mantener en la desesperación a Bendaña. Su renacuajo, Bastida, no llegará a cuajar en rana grande. José Bastida no es un lerdo cualquiera para don Acisclo. Para don Jesualdo Bendaña el artículo de Bastida sólo le ha puesto un poquito más difícil el asunto de la desmitificación de las leyendas por lo que su triunfo será mayor cuando se produzca.
Don Acisclo accede por fin al matrimonio de Bendaña con Lilaila. Se compromete a casarlos por los Idus de marzo, al oscurecer y en la Real Colegiata. En la casa de los Aguiar hay mucho ajetreo con lo de la boda por lo que no conceden importancia al artículo de Bastida ni al funeral de Barallobre que al final se celebra bajo la completa responsabilidad del Deán. Barallobre siente curiosidad por comprobar la identidad de los que asisten a su propio funeral. Vigila detrás de las cortinas. Bastida acude porque Barallobre se lo pide y porque presiente alguna salida de tono por parte de don Acisclo. Llega con tiempo, un poco antes de la hora. Los parroquianos hacen corros y hablan de sus cosas. Muchos se acercan a felicitarle por el artículo. Él se escabulle de los felicitadores y se junta con los de la Tabla Redonda. Desde allí se divisa la curva del Mendo hasta donde deja ver la niebla. Don Aníbal Mario se siente saudoso. Le recuerda al Mondego, el más lírico de todos los ríos portugueses porque no le debe agua a las tierras del oriente. Manifiesta a los del corro las ganas de cantar y que se dejen de tantos funerales con tanto miserere y gorigori.
"Se podía contemplar la amplia curva del Mendo, como de azogue quieto"
Tocar la campana y deshacerse los grupos es todo uno. Bastida busca un lugar desde el que ver sin ser visto demasiado. “Lugar de sombras favorables” que encuentra debajo del Arco del Perdón. La misa fúnebre es como todas: mucho cura con roquete y sobrepelliz más la ausencia de don Acisclo. Para el evangelio ya salen algunos a echar un cigarro. Semejante a los grupos de fumadores a las puertas de los bares de ahora. Los golpes repetidos de la contera del báculo pontifical contra las losas resuenan en el silencio de las naves. El obispo revestido de pontifical avanza erguido, sube al púlpito despacio con solemnidad litúrgica. Mira a los ojos a la muerte, súbita y ladrona de la vida. Los feligreses escuchan la voz temblorosa del obispo, Jerónimo Bermúdez, con el corazón encogido, los ojos tristes y el alma asustada. Alaba la grandeza del finado: la alta cuna, los merecimientos personales y su reputación intachable. Pero que no les entristezca su muerte, la de don Jacinto Barallobre es la de los elegidos. Descansa al lado del Rey Artús, del Rey Sebastián, de los barones ilustres y de todos los antepasados JB que les traerán la libertad. Con ellos descansa en el Círculo Tranquilo, ese lugar sagrado que reúne los misterios del cielo y de la tierra, ese lugar donde sosiegan las olas y los peces mayores tienen la entrada prohibida. Les propone desde el púlpito que igual que todos los antiguos JB tienen dedicados un nombre de calle o rotonda, la Tierra de Nadie pase a llamarse Tierra de Barallobre de ahora en adelante.
Nadie respira en la iglesia, todos quietos, cobijados por el olor a incienso esparcido en todo el ámbito. Los ventanales llenos de luz del sur. Les conmina a estar alerta en el remate del sermón porque Barallobre ha muerto sin descendencia y se acaban los JB. Que miren a las estrellas para descifrar el destino. Vendrán los otros, los reconocerán “¡en el brillo oscuro de los ojos que han contemplado el misterio del Más Allá de las Islas: un oscuro modo de brillar! Estad alertas.” El obispo se coloca la mitra, requiere el báculo y con pasos medidos abandona el púlpito.
"Pues yo le aseguro que no lo hice por mal, [...] sino para indicarle los escollos que va a encontrar en su camino."
Don Acisclo se desliza de incógnito por una nave lateral hasta la sacristía, desde allí escucha el sermón del obispo Bermúdez. ¡Menudo caradura! la de ese Barallobre, piensa para sí, pero reconoce que es un gran orador. Al acabar arma la marimorena en la sacristía. Ordena al sacristán que diga a quien sea que ese sacrilegio no quedará impune. Amenaza con llamar a la guardia civil para que una pareja desaloje la iglesia. Cuando todos los clérigos con derecho a cajón de la sacristía han recibido la ración iracunda de improperios, don Acisclo se sosiega y se dirige a casa del Poncio donde tiene pedida hora de audiencia. A éste le preocupa que don Barallobre vuelva a salir disfrazado de los dos JB que todavía le quedan: de brujo y de Almirante, haciendo nigromancias y dirigiendo de nuevo la defensa de Castroforte. Claro que siempre puede ordenar su detención, pero decide escribirle una carta. Mientras tanto, Alicia, natural de la Almunia de doña Godina y mujer de don Jacinto Barallobre, aprovecha para contarle a don Acisclo unas tentaciones de las que es víctima. Confiesa que siente deseos irrefrenables de agarrarse a su marido y comerlo a besos, pero tiene que refrenarse por no romper el camino de virtud emprendido de restringir el uso del matrimonio hasta la neurastenia. Don Acisclo reconoce que ha ido gradualmente dulcificando su opinión demasiado severa sobre la sexualidad gracias a la lectura. Le aconseja que lo coma y no sólo lo que deja ver el pijama: la cara y las manos, sino que empiece por quitarse el camisón primero para escándalo de Alicia. Él se lo advertirá al Poncio para que se entiendan. Acto seguido don Acisclo marcha al confesionario a imponer penitencias feroces.
Al atardecer del mismo día llega la carta del Poncio a Barallobre en la que le dice que se abstenga de escandalizar al pueblo con extravagancias. Espera “de su sindéresis la más completa obediencia.” Siente frustrarle los planes de salir esa noche vestido de nigromante y la llegada en gabarra con dieciséis remeros, ocho por banda, y todo el pueblo recibiéndolo con bengalas. Barallobre pide a Bastida que le lea su artículo en voz alta, como un poema leído por el poeta. “Su voz debe añadirle mucha fuerza.” De nada le sirven las excusas de que la pieza no es una obra de arte como el sermón. Las razones expuestas en él “tampoco son de las que tumban un castaño.”
Según el parecer de Clotilde, en casa de Bendaña están preocupados por el efecto en el público. Ella, sin embargo, está alegre. No hay derecho a tanto mirar el pasado con ojeriza, ni a que alguien venga a decir que toda su historia es una patarata por muy profesor que sea.
Cuando los dioses paganos
me otorguen su bendición
terminaré la canción
que te prometí un verano
con una condición
que me quieras libre y partisano
Cuando el presente agoniza
con infame pedigrí
y al pasado el porvenir
lo mira con ojeriza
y mis ganas de ti
presas
en un círculo de tiza
Joaquín Sabina
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
3 comentarios:
Volver de tu mano a esta provincia gallega oculta es una delicia. Y más para encontrarnos con esas peluquerías en las que se debaten artículos de prensa, los compromisos matrimoniales y... Sabina.
Siempre don Gonzalo, siempre don Joseíño, siempre Sabina, siempre Pancho.
Besos
Antes y ahora, solo cambia lo accesorio, muy oportunos los paralelismos.
Hay tantos detalles en esa novela, que es inagotable. Gracias por seguir releyéndola y compartiendo los comentarios.
Publicar un comentario