lunes, 9 de febrero de 2015

El Quijote de Avellaneda (y 27) Alonso Fernández de Avellaneda. Solo al final.





"En breve rato le metieron en uno de aquellos aposentos muy bien atado"

El Quijote de Avellaneda (y 27) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo  XXXVI 

Una vez cerrado el destino de Sancho en el capítulo anterior, el autor remata lo referente al protagonista principal en el último episodio del relato. La idea de que un paje de la infanta Burlerina se presente ante don Quijote, “vestido de camino y con galas,” la noche anterior de la partida, parte de  Don Álvaro Tarfe. Este dispone que la infanta reclame su ayuda para decercar la ciudad de Toledo “y liberarla de las molestias que le tenía el alevoso príncipe de Córdoba.”  

Faltan solo tres días para que se cumpla el plazo de cuarenta acordado para la entrega de la ciudad si el socorro no acude. “La ciudad saqueada, quemados los templos, y los cimientos de torres y almenas ocuparán las alegres calles, sirviéndoles sus piedras de calzada y empedrado.” El premio para el salvador de los feroces centinelas de la ortodoxia arrasadora será la hermosísima infanta Burlerina. 

Don Quijote acudirá al reclamo y socorrerá a la ciudad sitiada, pero que no cuenten con él para casorios ni ataduras, porque él sigue siendo el Caballero Desamorado y aún le quedan muchas aventuras que correr en las próximas docenas de años. Solo entonces tornará su nombre a Caballero del Amor, se enamorará de alguna infanta de Babilonia, Trapisonda o Tolomaiba y se casará con ella después de haberla bautizado,  a ella y a todo su reino antes. Menudo es don Quijote para que nadie venga a descubrirle el camino. El rumor de nuevas aventuras le bulle en la cabeza con fuerza. A sus años aún está dispuesto a echarse al monte. Él y solo él, seguirá siendo el responsable de sus éxitos y fracasos. 

En vista de que el hidalgo empieza a desvariar, don Álvaro Tarfe manda a todo el mundo a acostar. Hay que madrugar para llegar a Toledo en buena hora. Tan ensimismado está don Quijote por la emoción de las nuevas  aventuras que se olvida de Sancho, no se acuerda de él sino a la mañana siguiente,  ya de camino a Toledo, cuando don Álvaro le indica que vendrá por detrás y los cogerá como otras veces. Don Quijote tiene en mente recortarle la cresta al rey de Córdoba que la tiene engreída, bajarle los humos  un poco, pero le convencen de que es mejor entrar en la ciudad sin ser vistos para pillar al enemigo  descuidado y hacer “una sanguinolenta riza destos andaluces paganos que se han atrevido a llegar a los sacros muros de Toledo.” 



"Es astuto el enemigo, y así se ha alojado a la otra parte del río"


Don Quijote, que viene dispuesto a lanzar cornadas de hambre a los sitiadores malvados, se mosquea al no ver ningún artefacto de guerra fuera de las murallas de la ciudad rodeada. Le aclaran que las tropas enemigas están asentadas al otro lado del río para que no les moleste la artillería de los sitiados. Hasta don Quijote ve cosa de necios dejar las dos puertas libres por las que meter provisiones, armas y él mismo. En fin, “no todos saben todas las cosas, ” sentencia el Caballero Desamorado y se queda tan pancho. Se internan en las callejuelas de la ciudad imperial seguidos por una multitud increíble de niños. Llegan sin pensar a la Casa del Nuncio. Alrededor del patio interior de la casa ve a hombres cargados de grillos, dentro de unos aposentos candados con rejas de hierro. Unos cantan, otros lloran, muchos ríen, no pocos predican: cada loco con su tema. 

Un mozo, operario de la casa,  le informa de que son espías enemigos apresados, muestran contento porque son sabedores de que en tres días se rinde la ciudad y les llega la liberación. Un convaleciente, que porta un caldero en la mano y que está menos mal, en trance de recuperación de juicio, le abre los ojos, le explica que se encuentra en la Casa del Nuncio, allí todos están tan faltos de juicio como su merced. Si no lo cree, que espere un poco y verá cómo lo encadenan y le sacuden tundas hasta que le vuelva el seso. Todavía recuerda la tormenta de hirsutos tigres de la Hircania que cayó sobre él para reducirle a su llegada.

Se aparta unos pasos don Quijote de los barrotes para coger perspectiva y mirar con atención a un hombre postrado, “puesto en tierra en cuclillas,” esposado y con cadenas a los pies. Mirando al suelo de hito en hito sin decir nada, abismado en mutismo, existiendo apenas. Se acerca a las barras,  mira detenidamente a don Quijote armado de todas las piezas sin responder a una batería de más de veinte preguntas del caballero andante,  hasta que rompe a hablar. Entre risotadas y lágrimas se presenta como teólogo, sacerdote, filósofo y médico. “En armas sin segundo, y en todo el primero. Soy principio de desdichados y fin de venturosos.” Aquejado de victimismo, se lamenta en latín (que es como quejarse más en serio) de que todos lo quieran ver abrasado, condenado por hereje, aborrecido, atormentado, zancadilleado por los demás, renegado por las casadas y avergonzado por los sacerdotes. Entre todos lo tienen allí entre rejas. Mal de cárcel. 



"El paje fue caminando un poco adelante, guiando derecho hacia la puerta que llamán del Cambrón, dejando a la mano izquierda la de Visagra"


Al ver un sabio tan grande encerrado, don Quijote grita  que no piensa salir de allí sin antes liberarle, aún en contra de la voluntad de tanta gente importante. Le pide las llaves al mozo del caldero que exclama: “Qué ciertos son los toros.”  Hay expresiones populares bien arraigadas y extendidas que vienen  de atrás.

El clérigo loco le aconseja que no crea a nadie de la casa. Si quiere darle la libertad, mejor que le dé la mano primero. Don Quijote se la ofrece y recibe tres o cuatro bocados del indigente intelectual que casi le cortan el dedo pulgar a cercén. A los gritos y a la sangre que mana del dedo gordo mordido acuden  en tropel a separarlos. Espada en mano,  jura venganza por tamaño atrevimiento e insolencia. Ante el temor de que corra más sangre, se abalanzan sobre él unos cuantos. Le desarman y lo introducen en una celda bien atado. 

Uno de los enfermeros se dirige a él como señor Martín Quijada, con ánimo de tranquilizarle y no cebarle la locura que rondaba su cabeza,  como habían hecho todos hasta ese momento. Le da esperanzas. Le consuela diciendo que otros llegaron antes que él y sanaron del juicio en pocos días. Así lo espera, en cuanto se olvide de las “lecturas y quimeras de los varios libros de caballerías que a tal extremo lo han reducido.” Le recomienda que mire por su alma y dé las gracias a Dios por estar vivo y no haber perecido en esos caminos como consecuencia de sus locuras. 

Don Álvaro Tarfe permanece en Toledo durante unos días antes de marcharse definitivamente a su patria. Procura sosegarle y encomienda a unos amigos que miren por él. 

A cuánto se alarga el tiempo de estancia en el manicomio,  no se sabe a ciencia cierta, pero barruntos hay de que sanó y se volvió a la corte asentado de la cabeza. Sancho le da algunos dineros para que vuelva a la aldea. También contribuyen el Archipámpano y el príncipe Perianeo para que compre un caballo nuevo, pues Rocinante había acabado sus días en alguna cuadra de la ciudad de Toledo. 



"Llevola el buen caballero sin saber que fuese mujer, hasta que vino a parir en medio de un camino"


Pero como tarde la locura se cura, (casi todo está en el refranero) dicen las crónicas que don Quijote continuó ejerciendo su magisterio aventurero por tierras de  Castilla la Vieja junto a una escudera, soldada de Torrelodones, disfrazada de hombre. Embarazada, da a luz en medio de un camino para maravilla y en presencia del hidalgo. El caballero andante la deja con la criatura al cuidado de un mesonero de Valdestillas y prosigue ya en soledad sus andanzas por Salamanca, Ávila y Valladolid,  llamándose el Caballero de los Trabajos. Las cuales, no faltará mejor pluma que las celebre. Porque hombre que sueña nunca muere. La prueba la tenemos en don Quijote,  soñó aventuras y de él siguen hablando, escribiendo y cantando generaciones y generaciones de lectores de todos los tiempos. 



 Lullabies, look in your eyes,
Run around the same old town.
Doesn't mean that much to me
To mean that much to you.

I've been first and last
Look at how the time goes past.
But I'm all alone at last.
Rolling home to you.
Neil Young






Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Excelente, Pancho, excelente.
¿Estaba en Avellaneda la idea de continuar la saga? Se lo cortó Cervantes, evidentemente. Si no hubiera salido al socorro de su propio hijo, hoy tendríamos varios quijotes continuados, sin duda.

Abejita de la Vega dijo...

Menos mal que don Miguel le cortó el camino, este pelmazo de Avellaneda hubiera completado unos cusntos tomos con este quijote desenamorado.

¡Qué locura quijotesca la tuya, Pancho!¡Y avellanesca!

Besos y mi felicitación.

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:

Enhorabuena! Has conseguido llegar al final de la lectura de este Quijote, que no es el nuestro estimado, y dejarnos estas ¡¡¡ "27" !!! estupendas aportaciones.
Avellaneda, metido en detalles, no escatima en procurar “final feliz” para todos, y buen pase a la eternidad hasta para Rocinante.
Los lectores, divertidos, imaginamos la cara de sorpresa del caballero de los Trabajos ante el parto de su escudero.

Abrazos.

P.D.: En tus entradas descubrí a ese gran admirador y estudioso de Cervantes que fue José Sánchez Rojas. Luego, me entusiasmé con tanta documentación como aporta en su Blog Gerardo Nieto, sobre ese gran escritor, perdedor como Don Quijote, que fue Rojitas. Llevo desde entonces ocupada buscando información sobre él. A ver si preparo una entrada.
(También recuerdo que te debo comentarios en los post anteriores).