lunes, 11 de febrero de 2019

Cien años de soledad (18) Gabriel García Márquez. Soledad compartida.





"Se lamentaban de cuánta vida les había costado encontrar el paraíso de la soledad compartida"

Cien años de soledad (18) 
Gabriel García Márquez 

Los rosales se resecan y los pantanos se petrifican con el viento árido que sigue a la lluvia. El aire revitaliza a Úrsula que no tarda en unirse a la vida familiar a pesar de la promesa que había hecho de morir en cuanto escampara. No necesita ver para detectar el desastre causado por la lluvia en la casa y el jardín. Se arma de insecticida contra las cucarachas invasoras, emprende trabajos especializados contra las termitas y prepara cal viva para asfixiar a las voraces hormigas coloradas en sus madrigueras. Levanta el ánimo apesadumbrado de la familia, resignada a las bestias que amenazan con echar abajo la casa desde los cimientos. La fiebre de la reconquista la arrastra a los cuartos olvidados. En el cuarto de Melquiades el biznieto José Arcadio Segundo sigue enfrascado en los pergaminos. A decir de Úrsula, vive como un puerco, aislado como un ermitaño cuya vida no es de este mundo. Inmune a la pestilencia de las bacinillas repletas de excrementos. Trata de sumarlo a la fiebre restauradora, pero comprende que el tiempo en Macondo no pasa sino que da vueltas en redondo. José Arcadio Segundo está dañado por una tiniebla más infranqueable que la suya, afectado por la soledad de los Buendía. Al menos consigue que lo tengan limpio y presentable como estuvo José Arcadio Buendía hasta su final pegado al castaño del patio. 

Una carta de José Arcadio desde Roma en la que anuncia que irá a Macondo a tomar los votos perpetuos, desactiva la indolencia de Fernanda que se lanza a reponer todo lo que Aureliano Segundo había roto en su ataque de furia exterminadora para que el hijo no vea la degradación de la casa. Úrsula quiere abrir puertas y ventanas y que vuelvan el ajetreo de los forasteros aunque le embarren la casa y le orinen los parterres de flores, pero ya no lo consigue porque las fuerzas no son las mismas que de joven y además Fernanda realmente quiere que sigan cerradas. 

Aureliano Segundo muda los baúles donde Petra Cotes que rifa la mula a la lotería y poco a poco los martes, día del sorteo, se van convirtiendo en feria semanal. Aureliano Segundo toca el acordeón y vuelven los torneos de voracidad, pero él ya ha cambiado, los ciento veinte kilos se han quedado en setenta y ocho y la cara de tortuga se ha convertido en una afilada cara de iguana. La cama es lugar de confidencias y desvelamientos cuando el dinero de las rifas no da para llegar a fin de mes. Las cosas han cambiado, los animales ya no paren con desconcierto y a la gente le parece un asalto en despoblado pagar doce centavos por una rifa de seis gallinas. Juntos encuentran el paraíso de la soledad compartida y disfrutan del amor de una pareja que sigue “retozando como conejitos y peleándose como perros”. 

Al principio Aureliano Segundo se encarga de dibujar a mano vacas, cerditos o gallinitas de colores en los billetes de la rifa. Dibujar, pintar y rotular Rifas de la Divina Providencia en dos mil papeletas semanales le dejan agotado, así que se alía con el progreso y lo cambia por un sello de caucho que le alivia la faena. Organizar la rifa es un trabajo a tiempo completo, no le queda tiempo para los hijos. Fernanda mete a Amaranta Úrsula en el parvulario y a Aureliano lo deja en casa bajo la vigilancia de las abuelas. No puede ir a la escuela porque es un derecho exclusivo de “hijos legítimos de matrimonios católicos” y él es un expósito. Se queda en el jardín haciendo barrabasadas a los bichos o metiendo alacranes en una caja para asustar a Úrsula. La madre lo atranca en la habitación de Meme. Úrsula asperja las habitaciones de la casa con un ramo de ortigas empapada de agua serenada. 




"Ella hilvanaba una cháchara colorida, comentando asuntos de lugares apartados y tiempos sin coincidencia"

Cuando el viento que infunde ráfagas eventuales de lucidez en el cerebro de Úrsula cede, se le apaga la razón. Úrsula se hunde en un laberinto de muertos que confunde los tiempos de los antepasados. Los últimos meses de su vida se va reduciendo, momificándose en vida, “era una ciruela pasa perdida dentro de un camisón”. Santa Sofía de la Piedad la sienta en las piernas para darle de comer, “parecía una anciana recién nacida”. El domingo de ramos mientras que Fernanda está en misa, Amaranta Úrsula y Aureliano la cogen por la nuca y los tobillos, muerta como un grillito, pero ella responde: “¡Estoy viva! Y respiro”. Santa Sofía de la Piedad sabe que va a morir de un momento a otro porque observa un cierto aturdimiento de la naturaleza antes de acogerla en sus entrañas. Amanece muerta el jueves santo, un día de mucho calor, a los ciento quince o ciento veintidós muertos de edad. Le dan tierra en una cajita no mayor que la canastilla de Aureliano. Los pájaros se desorientan, achicharrados por el calor y entran a morir en los cuartos de las casas. 

El padre Antonio Isabel culpa al Judío Errante de la peste de los pájaros en el sermón del domingo de resurrección. Lo describe como una bestia infernal, “híbrido de macho cabrío, cruzado con hembra hereje”. Al principio los feligreses no le hacen mucho caso, piensan que se trata de desvaríos propios de la edad, pero el descubrimiento en un patio de unas huellas de bípedo de pezuña hendida encienden las alarmas. Excavan con gran esfuerzo hoyos en los patios y dos semanas después cae el monstruo en la trampa, berrea como un becerro recién destetado que despierta a todo el vecindario. Pesa como un buey y de sus heridas sale un líquido verdoso, su cuerpo es peludo y está plagado de garrapatas. En sus omóplatos destacan los muñones cicatrizados de las alas. Lo cuelgan boca abajo en un almendro y lo incineran cuando empieza a oler, incapaces de discernir si es cristiano digno de sepultura o bestia de tirar al río. 

A fin de año muere Rebeca, un asunto menor para Gabriel García Márquez que, un poco a lo tonto, lo despacha en unas líneas en un capitulo lleno de desapariciones del mundo de los vivos y obituarios de personajes principales que han nacido, se han criado, y han evolucionado haciendo relato circular y novela. Muere sola, “enroscada como un camarón con la cabeza pelada por la tiña y el pulgar metido en la boca”. Como llegó a la casa de niña, usando el dedo de chupete. La casa de derrumba después de su muerte. 

Después del diluvio la gente entra en un periodo de desidia que carcome poco a poco los recuerdos. Cuando los emisarios del gobierno llegan a entregar la medalla rechazada por Aureliano Buendía, les cuesta un mundo encontrar a algún descendiente. Aureliano no cae en la indignidad de recogerla a pesar de que sospecha que es de oro macizo. Vuelven los gitanos con sus fierros imantados y las lupas gigantes al ver ciudadanos tan acabados y apartados del resto del mundo. Del tren multitudinario y de los trenes bananeros con ciento veinte vagones ya sólo queda un desvencijado tren amarillo que no transporta nada ni a nadie. Los delegados eclesiásticos que vienen a investigar el informe de la mortandad de pájaros y el caso del Judío Errante se llevan al asilo al padre Antonio Isabel. Mandan al padre Augusto Ángel de sustituto. Empieza el apostolado con brío, pero al año se le ve vencido por la negligencia que se respira en el aire y amodorrado por el calor insoportable a la hora de la siesta. 

La muerte de Úrsula cae como una losa sobre las puertas y ventanas de la casa. Fernanda le pone un dique infranqueable de oscuridad al torrente de luz de la abuela centenaria. Se entierra en vida como había hecho su padre, manda clausurar los vanos de la casa con crucetas de madera, se tumba en la cama con la cabeza al norte y se cubre con una sábana blanca. Cuando despierta, el sol entra por la ventana. Los cirujanos telepáticos la informan de que han encontrado “un descendimiento de útero que podía corregirse con un pesario”. Se siente agobiada por el peso de una palabra desconocida, no fuera alguien a conocer la naturaleza de su quebranto. José Arcadio le manda los pesarios con un folleto explicativo desde Roma, ella se lo aprende de memoria y lo hace desaparecer por el excusado. 



"Que hagan con nosotros lo que les dé la gana, porque esa es la única manera de espantar la ruina"


Amaranta Úrsula se dedica a estudiar el tiempo que antes empleaba en atormentar a Úrsula, Aureliano se vuelve cada vez más esquivo y ensimismado, sin ninguna intención de conocer el mundo más allá de las cuatro paredes de la habitación de Melquiades. Vinculado a José Arcadio Segundo por una corriente de afecto recíproco, le enseña a leer y a escribir y lo inicia en el estudio de los pergaminos de Melquiades y le inculca la versión verdadera, “radicalmente contraria a la falsa que los historiadores habían admitido, y consagrado en los textos escolares”, que era una versión alucinada para los oficialistas. Aureliano logra descifrar las letras encriptadas de los pergaminos, las clasifica en un alfabeto de cuarenta y siete caracteres que parecen arañitas y garrapatas, semejantes a piezas de ropa puestas al sol en la cuerda de secar; similar a una tabla que ha visto en la enciclopedia inglesa de Meme

Por este tiempo, a Aureliano Segundo se le pone un nudo en la garganta que le impide respirar con normalidad. Las cartas de Pilar Ternera hablan y dicen que Fernanda está usando malas artes, hincando alfileres en su retrato para que vuelva a casa. Para conjurar el maleficio le propone que moje una gallina en agua y que la entierre viva bajo el castaño de José Arcadio Buendía. Aureliano Segundo mejora un poco, pero un día, seis meses más tarde, se despierta a media noche con un acceso de tos y comprende que es la muerte que llama a la puerta y sin cumplir la promesa de mandar a Amaranta Úrsula a estudiar a Bruselas. Con el dolor de las tenazas que le despedazan la garganta trabaja a marchas forzadas en la organización de tres rifas semanales. Lo llegan a llamar don Divina Providencia de tanto vender boletos. Concibe la idea de “la fabulosa rifa de las tierras destruidas por el diluvio”. La rifa definitiva es un éxito cuyos beneficios son suficientes para mandar a Amaranta Úrsula a estudiar a Bruselas. Al principio Fernanda se opone, pero se tranquiliza porque el padre Ángel le facilita la entrada en una pensión de jóvenes católicas, además viaja acompañada por unas monjas franciscanas que van a Toledo

Unos meses después, a las puertas de la muerte, Aureliano la recuerda con el cuerpo menudo, el cabello suelto y los ojos vivaces de Úrsula joven, tomando el brazo de Fernanda por primera vez desde el día de la boda, mientras Amaranta Úrsula camina hacia el tren. 

El nueve de agosto mueren a la vez los dos hermanos gemelos. José Arcadio Segundo cae de bruces, con los ojos abiertos, sobre los pergaminos de Melquiades. Aureliano Segundo llega al final del martirio terrible de los cangrejos de hierro que le carcomen la garganta en la cama de Fernanda, cumpliendo así la promesa de morir junto a su esposa, el primer Buendía que muere de enfermedad. Fernanda no permite que Petra Cotes le ponga los botines de charol al cadáver y Santa Sofía de la Piedad degüella el cadáver de José Arcadio Segundo para asegurarse de que no lo entierran vivo. Los borrachitos tristes que los sacan de la casa los entierran en tumbas equivocadas.


Puede que fuera amor 
La soledad que compartían 
Un día sí, setenta veces siete no 
 Y Dorremí se lo creía 
Como te pasa a ti, como me pasa a mi 
 Las uñas negras de la vida los arañaban 
Pero después, cerraban al dormir 
 Los ojos y soñaban que soñaban
Joaquín Sabina



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



2 comentarios:

Sor Austringiliana dijo...

Todos vivimos en soledad compartida, todos vivimos en nuestro Macondo.
Un abrazo, Pancho.

Cien años de soledad dijo...

El mejor libro de Latino América. Es excelente!