"Y todavía queda mucho por hacer, Jana, ¿Estás dispuesta?"
Las leyes de la caza.
Pilar Fraile
Decir que una novela te gusta es fácil, lo difícil es decir los porqués. Eso me pasa con Las leyes de la caza, me gusta pero me faltan palabras para escribir las razones, me pasa lo que al Manco con la maestra que se enfadó porque para él una circunferencia era el culo de un cántaro, una chapa de coca cola sin picos o el centro de las margaritas. “Ella miraba con unos ojos que tenían detrás palabras […] algo que él desconocía”. Se pone complicado no querer un relato habitado por oropéndolas emigrantes, el cri cri de las ranas en primavera, lavanderas nerviosas y el rugido del río desbocado durante la crecida.
Cinco textos jurídicos, exactos como el fusil de precisión de un francotirador y más ajustados que los tornillos de un submarino, sin espacio para la ambigüedad ni la interpretación encabezan los cinco capítulos mayores del relato. En el andamiaje de la novela hay otra subdivisión en capítulos más breves encabezados por el nombre propio de los personajes protagonistas. Ahí está la clave de bóveda que estructura la historia y, a mi entender, le da dinamismo y ritmo a la narración. Parece ser que el narrador omnisciente en tercera persona que utiliza la autora con maestría y que cambia de perspectiva con cada personaje lo desarrolló Flaubert (la IA dixit). Mostrar la realidad sin juzgar es el motto de Las leyes de la caza.
Las cosas ocurren en un pueblo ya sin escuela, pero con río, monte tupido y alta montaña de fondo, tierras ideales para el lobo y el águila. En las afueras del pueblo se ha establecido La Comunidad, allí acuden Jana y su hijo de ocho años, Óliver, a intentar superar la crisis post divorcio. Óliver desaparece y se tensa la cuerda del arco, aparece el drama angustioso de la búsqueda sin resultados. Las leyes de la caza es una novela policiaca a la que no le falta ningún ingrediente para atarte al sillón y seguir leyendo hasta el final. La presión de los policías superiores para que haya resultados: “¿Qué pasa en ese monte, Carmen, alguna manera habrá de saberlo, digo yo, no puede ser para tanto”. Carmen trabaja con hechos probados, las leyendas del hombre lobo, el río desbocado y la fuerza de la naturaleza le parecen tan creíbles como el tío del saco, le dice al ayudante impetuoso que aspira a arreglar el mundo.
El primer capítulo es el heraldo que anuncia y resume en pocas palabras todo el relato, lo demás es vestir el muñeco con una narración moderna controlada por el móvil, pero con zonas sin cobertura en las que puede pasar de todo y hablar de todo está permitido, sin miedo a delaciones ni chivatos. A mi parecer, la técnica narrativa que la autora repite en todos los capítulos es perfecta, como la perfección a la que aspiran los miembros de la secta a partir de la ceremonia de la ascensión. El primer capítulo es también el final, singularmente en esta novela que tiene la virtud de hacerte releer por si hay algo que te has pasado por alto y no te has enterado de nada porque uno se hace mayor. El final abierto a interpretación y debate, esa llamada de la naturaleza que se manifiesta en el aullido del lobo que corta la respiración y baja el telón del relato. A propósito, chapeau por el final de la novela que deja campo abierto al lector para que ponga el punto final a la historia sin que la sangre llegue al río.
La novela se acelera a medida que aumentan las páginas leídas, el ritmo crece con capítulos más breves que contrastan con la lentitud que de sí misma percibe la Comisaria. Llama la atención la desconfianza con los agentes del rescate acuático, la Comisaria se pone a la defensiva, le parece que el jefe se cachondea de ella y que los hombres huelen la fragilidad de las mujeres y más si llegan a una edad. La autora es valiente, expone una verdad palpable sin hacer de juez: “Otra vez tiene la sensación de que se mofa de ella o de que la desprecia, pero hace caso omiso, necesita su opinión de experto, aunque no pueda fiarse por completo de él”. La voz narradora implacable que domina el relato con mano de hierro refuerza el tema del edadismo; la experiencia que da la veteranía en un puesto de trabajo no sirve más que para masticar las palabras al hablar y cobrar trienios en el desguace. Tampoco conviene negar la comida del algoritmo: “Se nota demasiado lenta para encajar los golpes. Lenta, sí, esa era la palabra; no menos lista, no más torpe, sólo lenta. Eso debe ser la vejez, vivir las cosas a cámara lenta”. El caso es que la Comisaria confiesa que no se jubila porque tiene que pagar los estudios caros del hijo en el Reino Unido.
J es el padre de Óliver, el niño perdido y hallado, enemigo de los peces. Su nombre real es Antonio Ordóñez (A quién se le ocurre cambiarse un nombre tan torero por una letra de valor tan escaso). Cambia una de cuarenta por otra de veinte: Celeste. Todavía se defiende sin pastillas. Se va con ella al hotel Formentor a cerrar un trato que los pone en casa millonaria. El móvil, de nuevo el aparato que escucha, los hace volar de vuelta, Óliver ha desaparecido.
El Manco es uno de los escasos habitantes del pueblo, se dedica a pescar barbos y lo que caiga, truchas sólo cuando se abre la veda. Se cortó dos dedos con la hoz cuando era chico, pensaba que le saldrían renuevos como el rabo a las lagartijas. Al Manco le crece la barba más deprisa cuando tiene miedo de algo. La jindama de los días de corrida le hacía lo mismo a Juan Belmonte. El Manco es un personaje bien trazado y estelar por su vinculación con Jana y Oliver. No conviene decir mucho para no desvelar secretos del thriller, mejor leerlos.
Jana es la responsable de Óliver en la Comunidad, le embargan el sueldo, vende todo lo de la casa y la misma casa pasa a nombre de la Comunidad cuando decide establecerse en ella. Quema las naves para cortarse la retirada. Se queda con el shori que todo lo cura y la ata a la vida.
Lo de la Comunidad es una patata caliente. Pozo, el jefazo, le sugiere a la Comisaria que es mejor no meneallo porque como advierte la Comisaria en el desenlace: “Nosotros somos la única barrera que separa a esta gente de que se maten entre ellos”. Es decir, de dos males, siempre el menor.
Rojitas las orejas
Qué tiene tu veneno
que me quita la vida sólo con un beso
y me lleva a la luna
y me ofrece la droga que todo lo cura
Dependencia bendita
invisible cadena que me ata a la vida
Manolo Chinato/Robe Iniesta/Fito Cabrales
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario