domingo, 17 de junio de 2018

Akúside (5) Ángel Vallecillo. Dos adolescentes.





"-Un perro-le aclara Axiámaco."

Akúside (5) 
Ángel Vallecillo 

Los cíos líticas tienen a Axiámaco en la sala de purificación toda la mañana. Lo enjabonan tres veces hasta desgastarlo, más desinfectado que Mister Proper para entrar al Masai Mara de los akusaras, el sancta sanctorum de la limpieza étnica. Axiámaco les entrega la carta manuscrita del presidente Rebai, pero qué mosca le ha picado, los fanáticos no leen, sólo creen a ciegas. No hay debate, nada que dialogar. Allí no hay nadie a quien dirigirse. Los cíos líticas hablan en cuadrilla, como una sola voz surgida de una verdad revelada asumida por todo el mundo sin rechistar. Lo masajean con profundidad de aguja, le meten los dedos hasta el hueso, lo embadurnan de ungüentos olorosos mientras otro le hace la filiación. A pie de página nos enteramos de su CV sin falsear con másteres ni baches de ADN. Una breve reseña biógráfica como de Wikipedia nos entera que matará a su hermano Carlos Rebai, anticipo del final de la novela. El cío lítica adolescente encargado del interrogatorio le avisa de que no le lee las advertencias previas de entrada a la reserva akusara, un Serengueti de ñúes propiciatorios para los felinos, por el respeto que les merece un general prestigioso de la independencia, pero le informa de que ha sido esterilizado temporalmente para garantizar la pureza racial (evitar baches del ADN) y que puede ser ejecutado sin juicio, es suficiente que un cío lítica lo denuncie por no ser chivato. 

Introducen al general como un faraón inválido, vestido con una túnica sujeta por una fíbula en forma de cruz lítica. Lo transportan a la sillita la reina a través de una campa inmensa de granito coronada por una cúpula de cobre e iluminada por un ingenioso sistema de espejos. Sólo los vedus, veteranos armados de pistola y tocados por una boina roja, sobrepasan los catorce años de edad. Abandonarán la Ciudad Lítica por primavera. Corros de adolescentes imberbes, niños y bebés llenan la plaza. La música procede de las txalapartas que entonan ancestrales ritmos tribales acompañados de fraseos primitivos de rimas elementales. En el centro de la campa, una reproducción a escala del crómlech de Jarcia frente a un estrado delimitado por siete cráneos de bronce. Los símbolos siniestros de la guerra de independencia (pasamontañas blanco, guantes negros y la chapela negra) colocados en lugar destacado. La bandera sagrada con los rostros de los mil mártires cosidos en los fondos ondeando al viento los días de aire. Siempre en cuadrilla la parafernalia, el artefacto macabro al completo como un cajero automático expendedor bajo petición  de fe akusara. 




"Bost lore [cinco flores] en el jarrón japonés, el de las golondrinas doradas."

Cícrom y Gutiella son los portavoces de la asamblea, ella está embarazada y un rato más tarde sale de la reunión en andas y en volandas,  chorreando sangre por dos agujeros en la barriga de un balazo disparado contra ella por el vedus Cícrom. La acción es siempre más importante que un hijo. El gobierno está incumpliendo las promesas del Regreso y del Reflejo. Exigen el control del Regreso. Diez mil regresos diarios y Megara será desmantelada en unas semanas. Akúside es. 

Cinco mil cíos líticas despiden a los veinte jinetes al amanecer del sábado, día de reflexión y del combate de boxeo. Al despedirse, Cícrom comenta a Axiámaco que lo apoyarían si él quisiera ser el sustituto de su hermano. A mediodía atraviesan al galope el peligroso cinturón de chabolas de chapa que rodea Megara. Habitado por akusaras rebeldes, regresados del campo que prefieren el hacinamiento, la basura, el frío y todo tipo de calamidades al Regreso. Es el contraste a la fiesta continua de la clase dirigente en el palacio de los Rocher, diez mil invitados vestidos de calentura permanente, ya pueden trabajar para dar de comer y de beber a tanto héroe de la patria. Los hombres de smokings rojos y las mujeres vestidas de largo, de color blanquiverde como el Betis. Los himnos punkis akusaras, el runrún de los graves murmullos de los invitados y el tintineo de las monedas manoseadas en los bolsillos, vieja costumbre local como silbar el pasodoble que toca la orquesta. La tradición de la fiesta de los Rocher hunde sus raíces en las celebraciones de los labradores al terminar las faenas agrícolas. Después aumentó la frecuencia y se llegó al desmelenamiento de todos los fines de semana. Más tarde, la fiesta fue permanente gracias al trabajo de la mano de obra barata de los aketoms. Ni quemándolo se acaba el dinero, hay pa asá una vaca. La fiesta no se resfría con la independencia, Rebai la mantuvo y llevó la presidencia al palacio; se maneja mejor al pueblo desde el caviar y el champán frío. 

Rebai declara al corro de periodistas que le rodea que en una década más, Akúside será la primera potencia mundial en sanidad y educación. Que no sea por promesas que no hay que cumplir. Y como en ese momento está por prometerlo todo, no tiene escrúpulos en romper la ley del Regreso al eximir de su cumplimiento al hijo de un empresario amigo del sector del reciclaje. Según el padre será el hijo el que dirija las dos nuevas plantas de la ampliación prevista. 






"Los demócratas tenéis un problema con las palabras."

Klatak le informa de que han perdido la pista del general Axiámaco al entrar en Megara y Berteanak ya está criando malvas. El comunicado del presidente es un acto de propaganda en tiempos de guerra. Más que una declaración de guerra unilateral. Culpa al enemigo de la muerte de Aitor siete horas antes del combate de boxeo, utilizando los adjetivos más hirientes, una llamada a la confrontación permanente. Al mismo tiempo el autor rompe el saque a la monotonía con una arriesgada pirueta narrativa. Qué bien trabajado está este final. Una prueba de cómo la complejidad técnica de una novela y el riesgo asumido por el autor se ponen a su lado para darle forma original al desenlace de la historia. Más que mezcla de géneros narrativos, una fusión. En este caso concreto el discurso íntegro, completo con las indicaciones de los guionistas y asesores de imagen entre paréntesis. Quedan al descubierto los trucos de los vendehúmos con esas anotaciones sobre gestos, tonos, estilo del bien queda, palabras hueras y propaganda. Puro márketing. 

El Campeón cumple con la liturgia de vestirse en el hotel con la ayuda del entrenador, nervioso como el mozo de espadas de un torero que va a jugarse la vida en el ruedo con un toro bravo en puntas. La llegada del presidente Rebai recibe las atenciones de una tía solterona rica y le saca los colores a las pesadillas que pasan por su mente cuando el padre, borracho violento, rompía algo en la cabeza de la madre. Unos operarios traen de regalo una langosta piloto que dejan en la bañera. No viene a comprarle, ni a chantajearle para que pierda el combate; la oferta es mucho más sutil. Una jugada maestra; gane o pierda, la banca gana. Revela que el Caballo es Mano de Piedra Turina (Urtáin),ya mayor, pero reconstruido genéticamente. Si lo mata de un puñetazo, su muerte será un nuevo sacrificio akusara por la independencia de la patria. Si el Campeón pierde, el mundo respetará al pueblo del vencedor. En ambos casos él gana: el combate y las elecciones. 

A media hora del comienzo del combate Axiámaco se cuela en la torre Guernica del palacio de los Rocher. Quiere pedir perdón a Analecta, la madre de Aitor, por la muerte del hijo y saber si ella habría anticipado su muerte con sus dotes de bruja adivina. La encuentra en estado lamentable, derrotada por la bebida. Desde hace once años atrapada por la botella, envejecida y consumida, vive para beber. Ella le acusa de no haber salvado al hijo: “¡Cobarde! ¡No tuviste cabeza para salvar a nuestro hijo y ahora no tienes cojones para matar a su asesino!” La acusación difamatoria de la mujer cae como una espada de Damocles sobre el general invencible que intenta justificar su actuación. Ella se desmorona y llora y él recuerda la niña en una cesta que un día les dejó la providencia bajo un roble y la adolescente de la que poco después se enamoró. Ella ha sido la voz de la conciencia durante toda la vida, al final comprende que ella y Aitor tenían razón cuando estaban en contra de la guerra de la patria contra los basuras. Ya es tarde para el arrepentimiento, lo que él siente en su interior no es una metamorfosis sino puro remordimiento. Le predice que matará a su propio hermano ese mismo día, lo proclamarán presidente por aclamación y morirá solo, en una habitación oscura junto al cadáver incorrupto de Aitor, siete años más tarde. 



 Cómo han pasado los años, 
 cómo han cambiado las cosas, 
 y aquí estamos lado a lado, 
 como dos enamorados, 
 como la primera vez.  
Cómo han pasado los años, 
 que mundos tan diferentes, 
 y aquí estamos frente a frente, 
 como dos adolescentes, 
 que se miran sin hablar.
María Dolores Pradera/José Mercé


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


jueves, 7 de junio de 2018

Akúside (4) Ángel Vallecillo. Cuchillos y melones.





"Hoy jueves, mil sombrillas tricolores salpican la playa."

Akúside (4) 
Ángel Vallecillo 

Axiámaco sufre una metamorfosis durante el tercio de vida que estamos dormidos o en ese estado de vigilia anterior al sueño. El insomnio le pide caminar. “La luna refleja las facetas de la pulpa; pipas de plata con cabezuelo negro.” El general repasa las constelaciones en busca de anomalías cósmicas. Parece un animal bajo el cobijo de un infinito paraguas agujereado. “Fracasado, vencido.” Maracas de alhajas las muñecas de una de los tres soldados que beben y comen sandía. Cuentan que vienen de las fiestas de los Rocher, llenas de ricos, putas muy elegantes y pestazo a diamantes. Estaban borrachos cuando emprendieron la marcha sin destino huyendo de la gran mentira del Regreso y del estado mayor del desorden, la farsa de la ciudad. 

La idea de no haber hecho todo lo que estaba en su mano para salvar a su hijo atormenta a Axiámaco. Rendido a la alteración del orden natural de las muertes, acepta una botella que le ofrecen los tres borrachos, la bebe de un trago y la voz de la conciencia le acusa con fuerza del sacrificio de su hijo “a la idea ciega y sorda de la religión Patria.” “¿Qué clase de hombre paga con hijos la consecución de una patria?” la pregunta le golpea con fuerza la cabeza hasta que lo despiertan sus hombres que lo habían estado buscando durante toda la noche. Lo sacan de la pesadilla de sombra negra con resaca. 

Los soldados centinelas le dan las novedades de la guardia: tienen a los jinetes a vista de prismático. Calculan que a un día de distancia o a medio día porque el alba los aleja. Imperativo pillarlos antes del Túnel de Odón. El aire racheado del Sur trae oleadas a pestazo de perro muerto y sangre fresca el jueves al amanecer. Aligeran los caballos del lastre, preparados para el galope tendido, los basuras no esperan. 

Axiámaco se retira al monte quemado. Siente la transformación en otro hombre, una metamorfosis, como la bíblica transfiguración del Monte Tabor. El instinto le guía a seguir el rastro de sangre fresca de Armia que se arrodilla ante el general y le ofrece la espada desenvainada, la nuca franca, le descubre la muerte lista para la puntilla, entregada como una novilla exangüe. Él no derramará más sangre. En ese momento comprende que Aitor ha vencido. Es la reencarnación que el vaticinó al morir por los demás. Un destino manifiesto. El espíritu del hijo se reencarna en el padre que le sobrevive contra natura. Aunque se quede sin ejército, no derramará más sangre akusara. Ha habido ya suficientes muertes, no más sacrificios por una ley absurda, que nadie dude de él porque nadie ha aplicado la ley de forma más severa matando a su propio hijo. “La tierra bajo sus pies se remueve como si la tunelara una corriente de culebras.” “Obediencia sí, pero no esclavitud a la obediencia.” Exclama mientras envaina la espada y ordena que den de comer y un caballo a la soldado, al galope tras los perros. 




"Sin Naguria hoy no habría nada"


Mientras tanto, el jueves a mediodía, el presidente Carlos Rebai y el núcleo duro del gobierno toman el aperitivo, se ponen ciegos a caviar, champán frío y berberechos en la terraza del palacio de los Rocher que mira a la playa de la Concha. Cavilan sobre cómo “deformar los cuatro vértices del tetraedro blando que es toda patria” en servilletas de lino blanco y montañas grisáceas de caviar sobre hielo. Rocher se queja de que a su empresa La Neguria los ricos supremacistas de Neguri no le den ni un contrato, lamenta que ya no se acuerden de que la lucha armada se nutrió de su dinero para pagar las bombas y los tráileres de parabellums. Rebai le contesta, jesuíticamente, que él no tiene la culpa de que se hayan gastado la fortuna en pocos años porque jugaran a conservarla, en lugar de a multiplicarla. El argumento del presidente lo apoya Walter Krochmal, un joven uniformado con argollas en las narices, aros colgando de las orejas y abstemio con cara de reptil. Apoyado en una  jerga misteriosa de gurú de la economía y en gráficos de colores explica a Rocher que Naguria está arruinada. Debe siete veces lo que vale. El millonario pide mil millones en contratos para la empresa, la mafia lo cambia por su mujer. Y Rocher agradecido se ve entre la espada y la pared. Quid pro quo. Es la estocada definitiva a la aristocracia de Neguri entre bocado y bocado de caviar y champán frío. Lo que procede es el escarmiento y la entrepierna. Huertos solares, parques eólicos, desmantelamientos de centrales nucleares, voladuras de torretas o el cambio climático son el chollo para los empresarios que rindan pleitesía al emperador con la playa de la Concha a sus pies y todos los que allí quepan extendidos en la arena. 

El ministro de interior, Mirfias, entrega a Rebai la carta de Axiámaco, al presidente le entran los siete males, sufre un ataque de cuernos. Axiámaco no es nadie para tomar decisiones. Le escribe otra de respuesta con la orden de abandonar la persecución y que se entreviste con los cíos líticas para negociar aunque sepa que esos penantes nunca negocian nada. Por teléfono ordena que Klatak mate a los tres jinetes y al hombre insecto. Eliminar a los nuestros, era ése y no otro el argumento de la independencia, la cosa nostra. 

Tres horas más tarde, el mensajero, medio muerto por el galope desbocado, entrega a Axiámaco la carta con la orden de abandono de la persecución; el caballo reventado lo matan del todo de un tiro en la cabeza para evitarle horas de agonía. La tragedia se cierne sobre la familia como un trueno seco que rasga los cielos de un cristianismo primitivo. “Rebai es un traidor,” la muerte del hijo no sirve para organizar la venganza, no la merece.  

El jueves por la noche el comando de Axiámaco llega al Túnel de Odón, encofrado de pantallas de plasma, un memorial de negritud violenta que aflora del adoctrinamiento. Primero se crea un agravio: los recién llegados nos roban el pan, nos quitan el trabajo y abaratan los jornales; luego merecen la muerte. Se canta en las escuelas y en los juegos de los niños. Ya se puede matar a bombazos a quien los envía y al chófer; la mutilación de dieciséis más que pasaban por allí es un efecto colateral, ni siquiera un daño. El dolor de tener a los hijos presos se soporta mejor matando por la espalda. La felicidad era eso: verles llorar cadáveres y acusar de asesinos a los ejecutores akusaras. Socializar el dolor; una patria no se construye sin sangre derramada. Nosotros somos el pueblo. “Que se apareen como bestias desiguales.” Los aketoms nunca serán akusaras. Y siguen con su retórica copiada que opaca la propaganda nazi inflamada de patriotismo agresivo: “Una patria son corazones que retumban a una sola voz, infinitas manos que se cierran en un solo puño para golpear al enemigo.” Axiámaco piensa que una dialéctica que te lleva a matar a tu propio hijo sólo puede ser repugnante. 




"Belarrimocha, ¿Te quejarás?"


Los hombres acampan frente a la barrera invisible que corta el paso al interior del túnel, la continuación está llena de trampas. Axiámaco sugiere que la campana que cuelga de la bóveda es la clave para desactivarla. Iztialak conoce desde niño los diferentes toques de campana, su padre era el campanero después de perder una pierna por torturas de los basuras. Armia tiene el pálpito de que el ataúd contiene los restos de una niña, toque de morteruelo. Ocho toques y el redoble desactivan la trampa, así pueden seguir por el Túnel de Odón. 

Los veinte hombres, el cadáver de Aitor a hombros de su padre, entran en el laberinto de la serpiente. El espacio se va creando al paso. El sueño va sobre el tiempo flotando como un velero “en armónicos tránsitos de toro a esfera.” El pasado, el presente y el futuro fundidos entre las planchas oxidadas de hierro del laberinto, en torsión permanente que concluye en un callejón sin salida, un embudo sin boca. La ausencia de tiempo, el vacío absoluto, la oscuridad total. No hay salida sino la luz cegadora que se agranda entre paredes curvadas para dentro y para fuera. El juego de la serpiente ha terminado, brillan las navajas cochineras entre melones de acero inoxidable.


Pero el viejo de las manos traslucidas 
 dirá: amor, amor, amor, 
 aclamado por millones de moribundos; 
 dirá: amor, amor, amor, 
 entre el tisú estremecido de ternura;  
dirá: paz, paz, paz, 
 entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita; 
 dirá: amor, amor, amor, 
 hasta que se le pongan de plata los labios.
Federico García Lorca/Miguel Poveda



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.