miércoles, 17 de marzo de 2021

EPISODIOS NACIONALES. Trafalgar (2). Benito Pérez Galdós. Cascarrabias.



 


"Ya no corrimos más por el patio ni hice más viajes a la escuela para traerla a casa"

EPISODIOS NACIONALES 
Trafalgar (2) 
Benito Pérez Galdós 

Una vez construida la voz narradora de la historia (al final hay otras voces secundarias de marineros que la complementan) y establecido el espacio en el que ocurren los hechos, el autor presenta a los personajes principales alrededor de los que se articula la narración, se trata de unos personajes de ficción extraídos de la vida real ocurrida unos setenta años atrás. Es curioso comprobar cómo los hechos narrados por Galdós son hoy considerados como auténticos, norma canónica de los libros de historia para explicar el final del siglo XVIII, la edad antigua del sentido de pertenencia a algo en lo que se va a sufrir, porque sentirse español significa sufrimiento y aguantar sin rechistar los pitidos a tus símbolos sagrados en las finales de fútbol, y que no se te ocurra criticar al ser superior hecho verbo del Catalonia is not Spain porque entonces eres un ñordo fascista colmado de odio cainita. Hace tiempo que el insulto y la selección de las palabras más hirientes se han  enseñoreado de los medios de comunicación y redes sociales para que la relación y el acuerdo sean imposibles.   

 En Trafalgar encontramos magníficos ejemplos de la capacidad de Galdós para la descripción física y psicológica de los personajes. El autor los presenta de una forma original,  reflejo de su genio único para tejer una novela. Unas semanas antes de “la del 21” (el 21 de octubre fue la batalla de Trafalgar), Gabriel se siente orgulloso porque su amo, don Alonso Gutiérrez de Cistierna, le pregunta si es hombre de valor, la primera vez que nadie le llamaba hombre. El valor se le supone, como a los toreros tremendistas, demostrado con creces en su comportamiento durante la batalla a bordo del buque insignia Santísima Trinidad. 

Don Benito Pérez Galdós, no un Pérez cualquiera, trata mejor a las mujeres que a los hombres. Doña Francisca es una mujer hermosa, pacifista de las que creen en la paz impuesta a través del miedo a la destrucción total, una bomba atómica que acaba con las grandes guerras: “Si todos pensaran como yo, no habría más guerras en el mar… y todos los cañones se convertirían en campanas”. Un temperamento iracundo en guerra que para defender a su marido no duda en atacar al sistema desde el rey emperador hasta los funcionarios encargados de gestionar la pensión magra del veterano de guerra. Conocemos muchas características físicas y de la personalidad de los personajes principales: Gabriel, don Alonso y Marcial, a través de diálogos con doña Francisca. Don Alonso es un descolado trasto viejo arrumbadito a la pared, enfermo y medio baldado, esperpento y estantigua. Marcial es un medio hombre, un mapa: “Figúrense ustedes, señores míos, un hombre viejo, más bien alto que bajo, con una pierna de palo, el brazo izquierdo cortado a cercén más abajo del codo, un ojo menos, la cara garabateada por multitud de chirlos en todas direcciones y con desorden trazados por armas enemigas de diferentes clases, con la tez morena y curtida como la de todos los merinos viejos, con una voz ronca, hueca y perezosa, que no se parecía a la de ningún habitante racional de tierra firme”. Vamos, una historia de la marina escrita en sus cicatrices y mutilaciones, un claudicado, dedicado a dormir a su nieto con sus historias viejas, canciones y juramentos marineros. Doña Francisca sirve para que Marcial le cuente las fatigas, las batallas y derrotas sufridas contra el inglés taimado. En los diálogos vivísimos entre los personajes intuimos la realidad del estado de la nación y de la armada y un gran narrador, por supuesto. 

La lección de estos dos personajes estrafalarios, viejos lobos de mar jubilados, y un ayudante adolescente, restalla como un latigazo. Convocados al deber de defensa de la patria en peligro, como veteranos de guerra que responden a la llamada a filas, deciden irse a Cádiz a enrolarse en la armada para echar una mano aunque sea en la derrota, sin necesidad de que el estado y los políticos le den todo hecho.

 

"No necesito decir que se acabaron los retozos y los juegos; ya no volví a subir al naranjo, cuyos azahares crecieron tranquilos, libres de mi enamorada rapacidad"


No todo es acción y avance narrativo en Trafalgar a través de diálogos entrecortados y a la vez enlazados por observaciones del adolescente narrador, el texto está sabiamente combinado con paradas narrativas en las que se desvela el lirismo, la decepción y el desamor de la evolución de niña a mujer, pasado por la quilla del desprecio: “Un día mil veces funesto, mil veces lúgubre, mi amita se presentó ante mí con traje bajo.[…] ¡Y a todas éstas, ni una sonrisa, ni un salto, ni una monada, ni una veloz carrera, ni un poco de olé, ni esconderse de mí para que la buscara, ni fingirse enfadada para reírse después, ni una disputilla, ni siquiera un pescozón con su blanda manecita! ¡Terribles crisis de la existencia! ¡Ella se había convertido en mujer, y yo continuaba siendo niño!”. 

Tampoco faltan explicaciones con gracia andaluza sobre el léxico utilizado en la narración, plagado de términos propios de la jerga marinera: Cerrar el portalón de estribor es perder un ojo; quedarse sin la serviola de babor, mutilar un brazo; ponerse la casaca es emborracharse; apagar el fuego, perecer. No deja de ser una forma amena de que los de tierra adentro que vomitan en el inestable vaivén de un barco aprendan marinería: La mura de estribor, orzar o la andanada de sotavento. Vuela el Google por bulerías.



Now I'm down in a slump and I'm eating alone
I ruined the day with some friends on the phone
I never go out, I'm becoming a grouch
I just watch the TV and I drink on the couch
Rolling Stones



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

jueves, 11 de marzo de 2021

EPISODIOS NACIONALES. Trafalgar (1) Benito Pérez Galdós. Si te doy mi palabra.




"A veces mediamos nuestras fuerzas en la Puerta de Tierra con grandes y ruidosas pedreas"


EPISODIOS NACIONALES 
Trafalgar (1) 
Benito Pérez Galdós 

Galdós dedica las primeras páginas de la novela, “Trafalgar”, a montar el andamio narrativo desde el que construir el relato de más envergadura de la literatura española: los Episodios Nacionales. En un primer momento planea narrar las aventuras y desventuras de Gabriel Araceli de 1805 a 1834, divididas en dos series de muletazos, de diez novelas por tanda, todas las veinte obras escritas en seis años, de 1873 a 1879. Después amplía los Episodios Nacionales ocurridos entre 1805 y 1880 a cuarenta y seis novelas una vez visto el éxito de la iniciativa. 

Gabriel siente cerca el aliento frío de la parca y coge un segundo aire limpio para dejar por escrito algo que recuerde su paso por el mundo a las generaciones venideras. Advierte que no será una narración bella porque su oficio no es escribir, pero sí ajustada a la verdad. Toma así el relato la forma de memorias, contadas en primera persona. “El amor santo de la patria” que le da asiento en tierra firme y a la cual volverá, será siempre el ideal, el impulso heraldo que guiará las reflexiones que ahora nacen. 

Los primeros hechos recordados corresponden a una derrota de la armada, una más de la ristra de victorias de la moderna flota inglesa sobre la española, ya achacosa y con menor potencia de fuego, en ese tiempo. Ocurren en Cádiz frente al mar porque allí nace nuestro protagonista en los últimos años del siglo XVIII. Cádiz es mar que invade la tierra y barcos de guerra que la defienden. Los primeros recuerdos son hombres heridos y barcos desarbolados, derrotados en la batalla naval del Cabo San Vicente por los ingleses en 1797. 

La infancia de Gabriel no vive de estar muerta, son recuerdos de juegos de niños en la playa de la Caleta. Los niños de Cádiz son marineros en tierra, hijos de la mar, peces libres sin pedigrí, lazarillos nacidos en el agua salada, como Lázaro apellidado de Tormes por nacer en mitad del río donde su madre lo parió porque era molinera. Gente del pueblo llano como Pablos de Quevedo. Nacer con aletas que recrecen en los muñones y aprender a nadar para ellos es obligatorio, les viene de serie. Comprenden el mundo por la parte liquida del planeta, la más hostil a los seres humano. Su catequesis en tierra es luchar a pedradas con bandas rivales para marcar el territorio como hacen los animales. 

Gabriel rejuvenece al echar la vista atrás como el Lázaro del evangelio que se levanta y aprende a andar con corazón trasplantado y sangre nueva: “Esta sangre, tibio y perezoso humor que hoy apenas presta escasa animación a mi caduco organismo, se enardece, se agita, circula, bulle, corre y palpita en mis venas con acelerada pulsación”. Los recuerdos van a sus progenitores, las personas que le cuidaron en su minoría de edad, un homenaje a su madre que era muy hermosa: “El único ser que compensaba la miseria de mi existencia con un desinteresado afecto”. El protagonista muestra así el agradecimiento al símbolo biológico de la madre por ser cimiento de la sociedad y muestra un profundo desprecio a su tío, borracho maltratador, que se hizo cargo de él al quedarse huérfano. Abandona el hogar por malos tratos que le llevan a engrosar las tribus de los niños de la calle de la Bahía, de los que nadie se ocupa porque niños es lo que sobra. De esta sociedad de descuideros del hampa lo saca una pareja de edad avanzada de Vejer de la Frontera por casualidad, cuando escapaba de una leva para la marina que se preparaba para la guerra, con necesidad de carne de cañón. Pasa cuatro años a su servicio, trabajando de paje para ellos, de los diez a los catorce que eran los que contaba en 1805.


Mi fama me precederá 
Hasta el infinito y más allá 
Y vive Dios que escrito está: 
"Si te doy mi palabra 
No se romperá"
Loquillo




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


jueves, 4 de marzo de 2021

Inés del alma mía (3). Isabel Allende. Ganaría la luna.

 


"A Chile, la región aún inexplorada, cuyo nombre en lengua aymara, quiere decir "donde acaba la tierra"


Inés del alma mía (3)
Isabel Allende

La novela no concede un momento de tregua. La trama continúa plena de aventuras, en una mezcla sabia de historia y ficción, protagonizada por personajes que se enfrentan a episodios de traición, acoso, sexo y amor apasionado; unos ingredientes que aseguran la tensión narrativa y la atención del lector; en definitiva, el éxito del relato. Pedro de Valdivia lo abandona todo cuando decide embarcarse para el Nuevo Mundo. Deja mujer (atada a una promesa de vuelta rico o hecho cenizas en una vasija de barro), madre, familia y amigos compañeros de su vida. Se empeña en pagar el pasaje y en conseguir la autorización real, pues con ella en mano “la aventura se llamaba conquista, sin ella era asalto a mano armada”.

Las playas de arenas blancas y las ramas abiertas de las palmeras  tranquilas del Caribe los reciben con una calma engañosa. A poco que dejan la playa y se adentran en la ciénaga, el reposo desaparece y cae sobre ellos una atmósfera de “vapor malsano, un hálito de dragón”, poco sospechaban que tendrían que utilizar la espada victoriosa en Flandes e Italia contra la naturaleza lujuriosa, el invencible lodazal putrefacto que engulle a los hombres, hincha los vientres y provoca hambrunas verdes. Acosados, además, por esquivos y aguerridos indígenas antropófagos que disparan flechas ponzoñosas.

Unos meses de padecimientos más tarde Jerónimo Alderete y Pedro de Valdivia se desmarcan de la disparatada expedición de El Dorado (“el reino de Satanás”), y regresan al campamento base. Se reponen de los estragos del viaje fallido en La Española. Allí les llega la llamada de socorro de Francisco Pizarro cuyas tropas se hallan debilitadas por la partida de Diego de Almagro hacia el sur. Pizarro hace frente a la insurrección general de los incas con las fuerzas mermadas. Cuando Valdivia llega al Perú la rebelión ya ha sido sofocada, ayudado por las tropas de Almagro que, diezmado, ha vuelto de Chile. Valdivia se había embarcado en Panamá rumbo a Perú con cuatrocientos hombres y Almagro había regresado debido a la resistencia de los Mapuche y al malestar de la tropa por las penalidades extremas de la expedición. Tuvo que atravesar los hielos perpetuos de las cumbres andinas y las arenas ardientes del desierto. Valdivia confiesa que a él solo le mueve el idealismo, busca la gloria al marchar al sur. Cuando había alcanzado riqueza y seguridad en Cuzco, abandona a la narradora como dejó a su esposa en Extremadura. Luego se enfrentan los dos porque dos gallos no caben en el mismo corral: Almagro derrota a Pizarro en el sitio de Abancay.

Inés Suarez aprende tarde a leer y a escribir, pero se atreve a hacer crítica literaria. Desaprueba los términos vertidos por Alonso de Ercilla en La Araucana, en la que exalta a los Mapuche y acusa a los españoles de crueldad y ambición de riqueza. La crítica se centra sobre todo en lo mal que tratan a las mujeres: “Cada hombre tiene varias mujeres, a las que trata como bestias de trabajo y crianza”. También tienen aspectos positivos como su falta de codicia, la lealtad y el respeto a la palabra dada. “El peor castigo es el exilio, la expulsión de la familia y de la tribu, más temida que la muerte”. Le preocupa que sean los versos de Ercilla, inventores de la Historia, los que perduren en el futuro y que queden en el olvido las penalidades que las mujeres han pasado en Chile desde la época de las fundaciones y únicamente se recuerden las hazañas de los hombres en los campos de batalla.


"La ciudad, recién fundada por Francisco Pizarro en un gran valle, me pareció eternamente nublada"

Uno de los momentos cumbres y más tristes de la novela es la narración de la guerra civil entre Almagro y Pizarro, personajes de carne y hueso,  desde el punto de vista de los nativos. La autora vuelve a mostrar su capacidad para la  narración al encaramarse a la atalaya desde la que los indígenas observan; alejarse de los hechos para coger perspectiva es un hecho inteligente para así narrar mejor uno de los episodios más negros de la historia de España al llevar los viejos rencores a las tierras nuevas. Los incas ven incrédulos cómo los barbudos viracochas se destrozan entre ellos en la batalla de Las Salinas a las puertas de Cuzco, siguiendo las mismas consignas y al grito de “¡Viva el Rey y España!, ¡Santiago y a ellos!”. El enfrentamiento copia la ortodoxia y los ritos de las batallas en los campos europeos causantes de matanzas extraordinarias atizadas por pandemias de odio nuevo. Los indios espectadores, ciegos de mascar coca, hartos de comer carne salada y templados de beber chicha se lanzan como posesos contra los supervivientes viracochas rematando la faena con furor de inca rabioso en pecado original. Como consecuencia de la lucha fratricida de Trujillo contra Almagro (Cáceres versus Ciudad Real o los patos de las lagunas de Ruidera contra las cigüeñas negras de Monfragüe), Diego de Almagro es ejecutado por orden de Hernando Pizarro porque la costumbre dicta que el fracaso de una rebelión se paga con el patíbulo.

Durante la breve estancia en el corredor de la muerte, Almagro le cuenta a Valdivia las penalidades que sufrieron en una tierra donde “hasta los piojos desaparecían, y las pulgas caían de las ropas como semillitas. Nada crecía allí, ni un liquen, todo era roca, viento, hielo y soledad”. Se presenta como un vencedor sobre los elementos; la sed y el insoportable calor del desierto y los Mapuche, un pueblo irreductible que no rehúsa la guerra y busca la libertad, libertad, sólo libertad.



"Conseguí embarcarme hacia el sur con un grupo de frailes dominicos"

El viaje de Inés desde Panamá hasta el Perú dura siete semanas. Va en un grupo de frailes Dominicos siguiendo los pasos de Juan de Málaga a quien ya no quiere, pero tampoco olvida, todavía lo desea porque nadie le ha dado tanto gozo como él en estos años de castidad forzada. A bordo siente el acoso de los hombres, como si desprendiera el olor de una hembra en celo, atacada por lobos con el rostro de Sebastián Romero. El miedo al mal francés y a quedarse preñada sofocan el deseo y mantienen la virtud intacta, algo que el cuerpo no desea. Un Dios justo le perdonará la debilidad incitada por el aire caliente, los aromas y sabores del Caribe igual que perdona los agravios a los indios en su nombre.

Hay que volver a reconocer la habilidad innata de la autora para introducir temas sin amontonar información, incluidos los más candentes y complejos, sin violentar el texto. Pocas palabras le bastan para explicar la génesis del mestizaje en la América hispana aunque sea de manera superficial y sectaria, metiendo el dedo en el ojo. Aprovecha la lentitud del viaje de Inés Suarez de Lima a Cuzco para extender la fe indigenista, para dar de comer a la propaganda anti española de la leyenda negra: “Me contaron que las damas españolas del Perú ni siquiera se limpiaban el trasero solas”. Allá se irían las pijas que pasean los perritos lustrosos que mean todas las esquinas y los parques de España. Hay alguna página del libro que es un toro ya toreado de antemano (el Cazarratas de la novela), que no pasa de ser una máquina de consagrar creencias falsas y acusar de tontos e ignorantes a los nativos que ni siquiera conocen el valor de las piedras preciosas.

Las guerras dejan a los países empobrecidos y desordenados. Cuando Inés llega a Cuzco la posguerra ha comenzado a paso lento y cauteloso. Existe un rencor latente que aflora a la menor provocación. Se cerciora de que su marido, Juan de Málaga, ha perdido la vida en el campo de batalla, luchando en el bando de los vencedores. Francisco Pizarro la recibe en el palacio del Virrey, le da una bolsa de dinero para poder sobrevivir y manda que el Ayuntamiento le facilite una casa de protección oficial, “modesta, pero decente”. A partir de aquí es mujer libre y su vida se cruzará con la de Pedro de Valdivia y Rodrigo de Quiroga en la conquista de Chile que es lo que nos ha traído a esta novela.



"La relación con Pedro de Valdivia me trastornó. No podía vivir sin él, un solo día sin verlo me afiebraba, una noche sin estar en sus brazos era un tormento"

El asentamiento de Inés Suárez en Cuzco no significa reposo o sosiego para la protagonista principal. La novela entra en una fase de aventuras amorosas y cortejo fugaz que la llevan a los brazos de Pedro de Valdivia, un hombre entero de facciones viriles, “rostro abierto aunque severo, fornido, buen porte de guerrero, manos endurecidas por la espada pero de dedos largos y elegantes”, que no era poco en un paisaje varonil marcado por cicatrices y mutilaciones.

De la pasión al amor y la decisión de ambos, juntos como si fueran uno en un himno de amor, de marchar a la conquista de Chile dejamos la novela porque es marzo y nos tenemos que marchar a las aguas del cabo Trafalgar donde se libró la batalla marítima, de triste recuerdo, que abre los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós.


J'irais jusqu'au bout du monde
Je me ferais teindre en blonde
Si tu me le demandais
J'irais décrocher la Lune
J'irais voler la fortune
Si tu me le demandais






Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.