"Era una lucha feroz, una batalla a muerte, que, sin embargo, parecía desprovista de toda violencia".
Cien años de soledad (20)
Gabriel García Márquez
Amaranta Úrsula y Gastón regresan a Macondo con los primeros ángeles de diciembre. Además del marido flamenco atado con un cordel de seda como un animal bípedo, arrastran un camión de mudanzas de maletas, baúles, talegos, cajas, jaulas de pájaros y un estuche especial para el velocípedo de Gastón. Amaranta Úrsula emprende una nueva restauración de la casa al día siguiente de llegar. Contrata una cuadrilla de operarios que durante tres meses tiran a la basura las cosas inservibles y las costumbres revenidas. En la casa se vuelve a respirar aire de juventud y de fiesta. Aureliano no sabe qué hacer con su cuerpo de antropoide ante el vendaval de música, bailes, calzados y ropas a la moda que vienen de Flandes moderno y que lo empujan a dejar el cuarto de Melquiades.
Nadie comprende que aquel espíritu tan alegre con los aires de juventud y fiesta de los tiempos de la pianola, del clavicordio y dotado de un instinto especial para anticiparse a la moda se haya venido a enterrar a “un pueblo muerto, deprimido por el polvo y el calor”, siempre con planes a largo plazo aunque fracasen, como el intento baldío de repoblar de pájaros los cielos de Macondo a partir de las veinticinco parejas de los canarios más finos de las islas Canarias. Los pájaros emprenden el camino de vuelta a sus islas Afortunadas en cuanto se ven liberados de las jaulas.
Al principio Gastón piensa que su mujer ha sufrido un ataque de nostalgia y que más pronto que tarde caerá como fruta madura, aplastada por la cruda realidad, ni siquiera se preocupa de montar el velocípedo, se dedica a contemplar con una lupa las arañitas que salen de los huevos que él abre con las uñas. Luego, al ver que ella continúa con la restauración, sale por los alrededores con el velocípedo a capturar y disecar insectos que manda a un profesor de Historia Natural de la Universidad de Lieja.
Gastón ronda los cuarenta años de edad, pero no los aparenta. Es unos quince años mayor que ella y fían el apareamiento a la inspiración del momento. Su relación no necesita relator que la escriba; sin guión que la dirija, es la improvisación la guía de un pacto de amor desenfrenado entre el amante feroz y el genio festivo de la joven esposa, capaz de arrebatar con su pasión a la pareja. De hecho, se conocieron en el patio del internado de Amaranta cuando el biplano que pilotaba el flamenco, quedó enredado en los cables de la luz al hacer piruetas en el aire para sorprenderla. Las maniobras del cortejo comienzan a quinientos metros de altura; un día casi se matan en un aterrizaje forzoso sobre un romántico campo de violetas que se les había antojado como lugar idóneo para el amor.
Él había transigido a todos los deseos de ella con tal de no contrariarla, como venirse a Macondo o el cordel de seda, creyendo que eran caprichos transitorios que se le pasarían con el tiempo. Pero ya llevan dos años y se empiezan a disparar las señales de alarma. Ya habla español como un nativo, ha disecado todo bicho disecable de la región y se ha adaptado a las costumbres criollas, “la naturaleza lo ha dotado de un hígado colonial que resistía sin quebrantos el bochorno de la siesta y el agua con gusarapos”. El secreto de Amaranta consiste en estar siempre ocupada, Fernanda diría que sufre el vicio de los Buendía: hacer para deshacer.
Gastón busca nuevas ocupaciones al objeto de llenar las horas muertas; intenta intimar con Aureliano Babilonio para añadirlo a la familia, pero fracasa en el intento. Aureliano está envuelto en una nube de misterio cada vez más densa. ”Todo se sabe”, proclama sentencioso a todo el que le pregunta cómo sabe tantas cosas. Gasta su asignación semanal en libros, el cuarto ya parece una sección de la librería del sabio catalán. Cuando Gastón comprende que la estancia en Macondo va para largo, recupera un proyecto antiguo de correo aéreo que originalmente había planeado para el Congo Belga. Mientras gestiona los permisos en la capital de provincia, estudia rutas de navegación aérea, toma medidas para un campo de aterrizaje, observa la dirección de los vientos, firma exclusivas y escribe cartas a los socios belgas para que le envíen el avión con un mecánico autorizado.
El regreso de Amaranta Úrsula significa un cambio en el comportamiento de Aureliano. La libertad recién ganada y su curiosidad innata le llevan a recorrer las calles de la ciudad polvorienta y solitaria con un interés más científico que humano. Imagina el esplendor arrasado de la ciudad bananera, la piscina de la compañía llena de zapatos y zapatillas podridas, el esqueleto de un pastor alemán atado a una argolla de acero. Un teléfono de época que aún funciona, al descolgar le responde en inglés a una señora que la huelga ya ha terminado y que los tres mil muertos galoparon hasta ser enterrados en el mar. Las correrías le llevan al barrio de tolerancia donde no encuentra a nadie que le dé razón de su familia, salvo un negro antillano de cabeza algo dorada con aspecto de negativo de fotografía. Habla un papiamento enrevesado y está al cuidado de Nigromanta, una biznieta con caderas donde no se pone el sol y tetas de melones vivos. A veces le lleva cabezas de gallos que le regalan en las fondas del mercado para que le prepare una sopa aumentada con verdolagas y yerbabuena, pura exquisitez de la miseria. Aureliano es virgen cuando llega Amaranta. No se acuesta con ella a pesar de todo lo que comparten y que hubiera sido “una culminación natural de la nostalgia compartida”.
Aureliano se sumerge aún más en los pergaminos para tratar de sofocar el tormento doméstico del trote alegre y los aullidos de gata feliz que emite Amaranta, agonizando de amor en los lugares menos pensados de la casa. Por la tarde sale al encuentro del cuerpo de perra brava de Nigromanta que pretende despacharlo como a un niño asustado, pero el adolescente le exige a sus entrañas un movimiento de reacomodación sísmica. En esta época, su mundo bascula entre los pergaminos de la mañana y la cama de Nigromanta a la hora de la siesta.
Una tarde, en la librería del sabio catalán, Aureliano sienta cátedra sobre la condición de las cucarachas. Interviene en una discusión entre cuatro muchachos (a partir de ese día serán los únicos amigos de su vida) sobre los métodos de matar cucarachas en la Edad Media. Según sus estudios las cucarachas ya eran víctimas de los chancletazos en el Antiguo Testamento. Si han resistido a la persecución masiva del hombre desde los orígenes, es porque buscaron refugio en las tinieblas a las que el ser humano tiene un miedo congénito. Concluye su ponencia ante los amigachos afirmando que el “único método eficaz para matar cucarachas era el deslumbramiento solar”. El ser humano es el enemigo feroz ya que tiene dos instintos primarios: el instinto de la reproducción y el de matar cucarachas. Este fatalismo de la relación entre las cucarachas y el hombre es la base de una gran amistad entre Aureliano, “encastillado en la realidad escrita”, y los cuatro amigotes. Continúan las reuniones de la librería en los burdeles hasta el amanecer, pues como dice el sabio catalán, la sabiduría no sirve de nada si no inventa una forma nueva de cocinar garbanzos.
Aureliano encuentra en el burdelito imaginario regentado por una mamasanta de sonrisa puesta una cura mulo para su timidez, como la noche que lleva sobre su masculinidad inconcebible una cerveza sin malograr su hombría u otras noches en las que German intenta quemar la casa que no existe o Alfonso le tuerce el pescuezo al loro y lo echa al puchero de sancocho de gallina.
Aureliano Babilonio se siente más cerca de Gabriel porque es biznieto de Gerineldo Márquez y el único que cree la realidad de Aureliano Buendía. Ambos comparten la existencia de los sucesos de la huelga, en los tiempos de la compañía bananera y la matanza de trabajadores, aunque en los textos escolares se haya manipulado la historia y no hayan existido nunca ni Aureliano Buendía ni los trenes cargados de cadáveres, ni la matanza, ni la compañía bananera, ni nada. “Se encuentran a la deriva en la resaca de un mundo acabado”. Fascinado por la amistad y aturdido por el mundo de la noche en los burdeles, a Aureliano le surgen dudas sobre la utilidad del escrutinio de los pergaminos, justo cuando comienza a percibir predicciones escritas en versos cifrados. Pero comprueba que el tiempo da para todo, así que decide continuar hasta encontrar las últimas claves sin abandonar los antros nocturnos.
Amaranta comienza a interesarse por las cosas que el antropófago le cuenta sobre el destino levítico del sánscrito, de ver el futuro trasparentado en el tiempo, de las Centurias de Nostradamus y la destrucción de Cantabria anunciada por San Millán. Al principio, Aureliano piensa que Gastón es un tonto en velocípedo; luego, que su mansedumbre se origina en una pasión desmandada y por fin, que todo es una farsa, que su estrategia se basa en “vencer a la esposa por el cansancio de la eterna complacencia”.
Amaranta no se da cuenta de los celos que corroen a Aureliano hasta el día que, como un murciélago, le chupa la sangre que le sale de una cortadura en un dedo. Ese día le abre los pasadizos más recónditos del corazón, le cuenta las noches que ha pasado llorando sobre la ropa interior que deja secándose en el cuarto de baño y cómo le pide a Nigromanta que repita los chillidos que él tanto ha escuchado con Gastón al otro lado de la pared. Ella lo rechaza y le amenaza con volverse a Bélgica en el primer barco que salga.
Aureliano se refugia en las cartas de Pilar Ternera, la tatarabuela ignorada que reconoce el llanto más antiguo de la historia del hombre. No hay misterio en el corazón de un Buendía que sea impenetrable para ella. La historia de la familia es circular, un engranaje de repeticiones. Las cartas le anuncian que ella lo estará esperando.
Y en efecto, a las cuatro y media de la tarde, él la sigue en silencio, tambaleándose de la borrachera. Ella lo rechaza y lo acepta con astucias de hembra sabia y musa de la pasión, comadrejeando, en una lucha feroz desprovista de toda violencia, en silencio y sonriendo para no levantar sospechas del marido contiguo. La brega degenera en retozo y las agresiones en caricias. En un momento que Amaranta Úrsula descuida la defensa, una conmoción descomunal la inmoviliza en su centro de gravedad y él la siembra en su sitio casi sin tiempo de ponerse una toalla en la boca para que no salgan los chillidos de gata que ya le desgarran las entrañas. Gabriel García Márquez está cumbre en la narración de este duelo de mordiscos y azucenas incestuoso que remata el penúltimo capítulo.
Quiero tenerte a todas horas a mi lado
y besarte como nadie te ha besado
parando las manillas del reloj
Ay quiero estar bajo la luz de tu mirada
ay mañana tarde noche y madrugada
eternamente a solas tu y yo
Bambino
Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
Las imagenes que acompañan al comentario son de esculturas del artista chino Xu Hongfei que estos días se exponen en distintos lugares estratégicos de Salamanca.
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